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Capítulo 3

Grité de agonía y caí al suelo, sujetándome el brazo izquierdo, intentando aliviar el dolor. Pero a cada segundo, el dolor aumentaba ya que mi padre no paraba de golpearme la espalda y los brazos con toda su fuerza. Anhelaba de dolor, aspiraba a que se detuviera a pesar de mis llantos, pero parecía un monstruo en ese momento. Seguí anhelando, intenté levantarme y huir, pero mis piernas se rindieron y él aprovechó la oportunidad para golpearme también las piernas con su cinturón. Levanté las manos, entrelazándolas para pedirle perdón. - Lo s-siento, papá, no diré nada - Intenté articular palabras, pero apenas me salieron. Estaba seguro de que cualquiera podía oír el chapoteo del cinturón al hacer contacto con cada parte de mi cuerpo. Lloré, grité cuando papá seguía golpeando el mismo punto con la misma energía una y otra vez con su cinturón. No se detuvo.

Entonces se detuvo. O tal vez perdí el conocimiento. Me sentí entumecida. No sentí nada. No sé cuántas horas estuve así, ni cuántas horas me golpeó. Cuando abrí los ojos, estaba tumbada en el suelo, en el mismo lugar; las pequeñas gotas de mi sangre teñían la pared a mi lado y el suelo.

Cerré los ojos mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas. Una brisa fría me golpeaba la cara y refrescaba mi pequeña habitación, entrando por la pequeña ventana junto a mi colchón. Tenía muchísimos recuerdos como este.

—¿Por qué dejaste a mamá? ¿Por qué no me llevas contigo? Me siento tan sola. Me siento débil. Siento que no valgo nada. Mamá, era tan feliz cuando estabas conmigo. ¿Por qué me dejaste aquí sola? —Solté y me sequé las lágrimas—. La gente es tan cruel , mamá. No son buenos. Me hacen daño. ¿Lo ves? Estoy... estoy tan herida... —Me quejé con mamá como siempre. Solía hacer lo mismo todas las noches. Solo si alguien me escuchaba.

—Fingo ser fuerte, pero en el fondo, me mata, mamá. El dolor aumenta cada día. —Lloré más, mis lágrimas no podían parar. Me golpeaba diferente cuando era medianoche.

Abracé mi almohada de felpa contra mi pecho y hundí la cara en ella. Solo la almohada sabía cuánto lloraba cada noche.

Lentamente, me levanté del colchón y entré al baño de al lado. Abrí el grifo, mirándome a través del espejo. Odio, lástima, compasión, insensible, débil, zorra, perra, puta... Cada palabra me llegaba a los oídos. Levanté las manos y me agarré el pelo con fuerza mientras gritaba con todas mis fuerzas. Me eché agua en las palmas y me la eché en la boca una y otra vez hasta que toda la cara se me puso roja de tanto salpicar.

Respiré hondo y volví a mirarme al espejo para verme destrozada. Sentí lástima por mí misma. Mis ojos seguían rojos de tanto llorar. El agua, sin duda, nunca ayudó a borrar mi pasado.

Al entrar en la habitación, puse el despertador en mi pequeño móvil. Era de mañana. Así que dormí horas. Nada nuevo.

Ria vendría a recogerme por la mañana. Mi trabajo como empleada doméstica empezaba mañana. Esperaba que esta vez me pagaran bien para pagar toda la deuda de mi padre.

Deseé que esa mansión pudiera cambiar mi vida para siempre.

Ester

La luz que entraba por la rendija de la ventana me despertó mientras me cubría los ojos para protegerlos del sol. Frotándome los ojos perezosamente, dejé escapar un gemido mientras buscaba mi teléfono bajo la almohada. Aún faltaban minutos para que sonara la alarma. ¿Debería dormir más?

Sabía que no podría despertarme entonces. Así que me levanté del colchón y caminé lentamente hacia el baño, estirando las manos a ambos lados. Bostezando, me puse pasta de dientes en el cepillo y empecé a cepillarme. Después de mi rutina matutina y de ducharme, salí del baño. Estaba envuelta en una toalla mientras me secaba el pelo con otra toalla pequeña y abría el pequeño armario viejo para elegir un vestido. No es que tuviera tantos vestidos para elegir. Solo dos pantalones y camisetas, incluyendo un vestido blanco de flores que me llegaba justo debajo de las rodillas. Ah, no mencioné que ese vestido de flores también fue un regalo de Ria.

Sonriendo al ver el vestido, lo saqué del armario y lo elegí para mi nuevo comienzo, mi nuevo trabajo. Con sujetador y bragas azules debajo, me puse el vestido de flores y me paré frente al espejo, cepillándome el pelo. Solté mi cabello castaño oscuro, suavemente rizado, sobre mi espalda mientras me aplicaba brillo de labios. No llevaba mucho maquillaje, solo una pequeña paleta de sombras de ojos vieja y una brocha suelta. De todas formas, no es que usara maquillaje. Me gustaba mi brillo natural.

Justo cuando estaba a punto de entrar a mi pequeña cocina, recibí un mensaje de Ria diciendo que llegaría pronto. Rápidamente tomé dos rebanadas de pan y les puse mermelada por encima, mi desayuno habitual.

Miré por la ventana para contemplar el cielo despejado. Los pájaros volaban sin preocuparse. Ojalá yo también pudiera volar así. Ria le habló a su primo sobre el trabajo de empleada doméstica; más bien, le rogó que me diera el trabajo de todas formas, tan pronto como acepté trabajar ayer, y su primo no tuvo más remedio que aceptar. Dijo que me pagarían mucho para pagar la deuda de mi padre, y ese solo pensamiento me quitó un gran peso de encima.

El timbre agresivo me sobresaltó. Debía ser Ria, pero ¿por qué tenía tanta prisa? Corrí hacia la puerta para abrir. Solté un grito ahogado al ver a un desconocido allí de pie. Su mirada parecía furiosa, como la de mi padre cuando volvía a casa después de beber. Aunque este hombre parecía algo sobrio, su vestimenta indicaba que probablemente llevaba meses viviendo en la calle.

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