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Capítulo 02: Malentendido

MICHELLE

El Rey le explica serenamente a La Reina quien soy y porque estaba descansando en un sitio tan íntimo como lo es la habitación de su hijo. Agrega que siempre ando revoloteando alrededor del Príncipe; más bien es al revés, es él el que me acosa constantemente; pero eso no lo dije, no me voy a poner a discutir con su majestad y mucho menos ahora que calmo a la bestia enfurecida de su esposa. Debo agradecerle por defenderme y sobre todo por aclarar el malentendido. Como todo hombre de guerra supo cómo esquivar la bala perdida de su mujer, la abordo con delicadeza desde el instante en el que ella empezó a gritarle y reclamarle cosas que solo pueden existir en la mente de una madre sobreprotectora y desconfiada.

Lo que más me llamo la atención fue la actitud petulante de La Reina. Ella sin saber bien como eran las cosas me acuso de vividora (por no decir una palabra peor), me echo reiteradas veces de la forma más humillante, intentando dejar mi cuerpo al descubierto. Luego, actuó ofendida y decepcionada por la infidelidad de su perfecto hijo; pero lo que más le molesto fue que El Príncipe escogiera una campesina pobre que no está a su nivel social.

Parecía más ofendida por eso que por lo otro.

Esta gente de la nobleza es igual en todos lados. Solo les interesa su estatus social y quedar bien delante de los demás. Los matrimonios por conveniencia están a la orden del día y las familias que se tratan como desconocidos también. Hasta ahora había creído que Rivas era el causante de la personalidad desastrosa del Príncipe, creí que al ser muy duro y poner una expectativa tan grande en él, lo había empujado a madurar con rapidez y a ser la persona fría que es; sin embargo, ahora que he conocido a la madre, me doy cuenta que la culpa viene de los dos lados, ya que esta mujer lo ha criado para que piense que es mejor solo por portar una corona, que sus caprichos siempre serán cumplidos y que nadie en este mundo tiene la razón más que él.

Lo poco que he visto me ha hecho llegar a esta conclusión, ella ha defendido siempre las altanerías del Príncipe; a pesar de que él ha sido irrespetuoso con Rivas, ella nunca ha parado de protegerlo y de consentirle sus berrinches.

Estos ricos son increíbles.

—Oh, cariño. Creí que Marcus se lo estaba inventando todo. Nunca se me presento formalmente a esta chica, pensé que el asunto ya había sido saldado y que nuestro hijo continúaba sus viajes por puro placer —comenta estiradamente. Ha recobrado la compostura y como La Reina que es, toma asiento en el trono, junto al Rey.

¿Saldado? ¿Puro placer?

¿Esta señora vive en otro mundo? Como es posible que sea tan ajena hacia los asuntos de su propio hijo. Seguramente, ni siquiera sabía la razón por la que entraría en guerra Ishrán. Su única preocupación es vestirse bien y hacer buena cara, una actitud tan típica en las mujeres de estos tiempos medievales.

Boto aire con pesadez, todo este protocolo me está aburriendo. Nunca he sido una chica que compagine con la alta sociedad, más bien me estresa la burbuja superficial en la que viven muchos y como solo les interesa aparentar algo que no son. La Reina es el ejemplo perfecto, toda esa aura elegante y petulante me genera rechazo. Con Rivas no me pasa, tal vez porque pese a ser El Rey tiene una personalidad jocosa y simpática, siempre y cuando no seas su hijo; y con El Príncipe, pues llevo tantos meses tratándolo que he aprendido a tolerarlo y mi odio hacia él se ha transformado en amor, razón de más para aborrecerme a mí misma. Todo lo que dije odiar en un chico lo tiene él y me pregunto todos los días porque mi corazón escogió a alguien tan insoportable para hacerme perder la cordura. Aunque claro, también con el pasar de los meses me he dado cuenta que en el fondo, puede llegar a ser muy sensible, atento y agradecido conmigo. Que lentamente ha cambiado, para bien, su modo de tratarme. Incluso, su sonrisa falsamente amable no ha salido a escena hace tiempo. Su máscara ya no lo acompaña tanto, se muestra reacio y distante con los que se le acercan; y eso, es un avance notorio. Al menos ya no disfraza su enojo a través de una sonrisa.

—En todo caso, todo fue un gran malentendido. Marcus, se pueden retirar —ordena Rivas. El embrollo no puede importarle menos.

—Aún falta que te disculpes, madre —exige, al igual que lo hizo con su padre.

—Marcus, lo lamento. Estaba muy alterada, quería tanto verte que cuando vi a esa chica en tu lugar, me frustre. El asunto de tu muerte y la guerra me tenían estresada —se excusa.

En parte la entiendo, saber que tu hijo muerto, vive, debió ser muy tranquilizador y verme a mí usurpando su puesto debió reventar la última gota de paciencia de esta señora.

—Yo no soy la persona con la que te tienes que disculpar —comenta serio y posa sus ojos sobre mí—. Es con ella, mi supuesta amante.

El alma se me va al piso mientras que mi rostro se transforma en un tomate. No pudo ser más sarcástico y atrevido porque no le da.

—¡Marcus! ¡Respeta a tu mamá! ¡Esas no son formas de hablarle y lo sabes! —grita colérico El Rey. Toda la paciencia que había estado manejando horas antes expiro y vuelve a levantarle la voz a su malcriado hijo.

—La forma en la que ella se expresó sobre la elegida estuvo peor. Que lastima que no estuviste ahí para escuchar la gran imaginación de nuestra Reina y del vocabulario tan elocuente que maneja. Hasta yo me llegue a sentir ofendido por la cantidad de calumnias que nos lanzó a ambos. Lo más interesante es que yo no me encontraba en mi cuarto por lo que realmente no sé en qué momento llegue a deshonrar el castillo con mis actos lascivos —responde burlonamente. Rivas, golpea con fuerza el mango del trono, en un acto de descarga.

—¡Suficiente! ¡No te permito ni una ofensa más! —exclama con la cara roja.

La Reina se encuentra abatida, se lleva una mano a la boca, sorprendida ante toda la escena.

—Marcus, te he pedido disculpas. Como ya dije no me sentía bien —explica plácidamente La Reina—. Si lo que quieres es que le pida perdón a tu amiga, está bien —su vista recae sobre mí con desaprobación—. Jovencita, lamento mi mal comportamiento, no debí tratarla con tal desprecio; pero entenderá que solo me preocupe por el bienestar de mi hijo —sus disculpas parecen más una justificación. De tal palo tal astilla—. Verlo con una chica de tan bajo nivel, alarmaría a cualquier madre. Aunque sea una simple acompañante, visualmente no se ve bien.

Me quedo de piedra, ha vuelto a decirme que soy poca cosa para su hijo. Agacho la cabeza, sintiéndome mal porque por primera vez no sé qué responder ante tanto desaire.

—Madre —la voz que sale del Príncipe es ronca y llena de rabia. Alcanzo a divisar sus ojos rojos candentes en llamas. Todo el salón se tensa y yo deseo desaparecer antes de que estalle la pelea familiar—, sabía que dar una disculpa era mucho para ti, después de todo, tú me enseñaste a nunca hacerlo. Por suerte, ahora sé que el que no pide perdón no es más digno, sino más cobarde.

Un silencio anula todos los sonidos, ambos padres se quedan en shock ante la reflexión osada del Príncipe. Este se retira jalándome por el brazo, nuestros pasos atropellados se van alejando del trono real. Ninguno grito nos detiene, ni siquiera un susurro. El ruido de la puerta cerrándose termina con la mudez. Ya en el pasillo, el silencio permanece a nuestro lado.

El Príncipe me arrastra sin pronunciar palabra; yo tampoco lo hago, todavía no puedo creer que me haya defendido frente a sus padres y que encima haya dicho tal cosa. Su yo anterior jamás pediría perdón, ni se expresaría de esa manera ante la gente orgullosa.

Él mismo posee ese defecto.

Se aferra fuertemente a mi muñeca, su agarre me corta la circulación y comienza a dolerme por lo que intento zafarme.

—Oye, me estás lastimando —sus oídos no me escuchan. Solo camina acelerado y sin rumbo fijo—, ¡me duele! —grito harta y me anclo al suelo. Él reacciona, su mirada me dice que no estaba consciente de que me llevaba a rastras por todo el castillo.

—Perdón —susurra en el instante que me suelta. Se ve desorientado y un tanto inquieto.

—¿Estás bien? —cuestiono mientras me masajeo la muñeca.

—Por supuesto —responde toscamente. Mi pregunta no le agrado para nada.

—No parece. Si estuvieras bien no les hubieras respondido así a tus padres, con ellos sueles tener un poco de autocontrol —desvelo su mentira. Él puede llegar a ser bastante grosero; pero con los Reyes tiene un límite que hoy cruzo.

—Eso no lo puedes saber —me fulmina con la mirada. Está demasiado molesto porque desenmascaré sus verdaderos sentimientos. Trago saliva y agacho el mentón.

—No, pero me imagino que mantienes un cierto respeto hacia ellos —digo con los ojos incrustados en el pliegue de mi vestido—. Además, estas un poco raro —confieso tímidamente.

—¿Raro? —repite la última palabra, me da la impresión de que está esperando que me retracte—. No me conoces, por lo que no puedes saber si algo me pasa —espeta con sequedad. Un enojo hace que eleve mi rostro, solo para enfrentar al suyo.

—Si te conozco, he viajado contigo un buen tiempo para saber cuándo algo te preocupa —digo confiada y abandono todo rastro de temor en mí. Parpadea repetidas veces, su rostro áspero se debilita lentamente. Mi respuesta lo saco de base.

—Te equivocas, no me pasa nada —dice cortante y recupera la compostura fría que lo caracteriza. Me le quedo viendo, sin entender porque le cuesta tanto ser sincero. No deja ninguna apertura para que alguien entre en su coraza, es más renuente que la mía—. Será mejor que te vayas.

Frunzo el ceño, su manera de deshacerse de mí y de mis preguntas cansonas es pidiéndome que me vaya. Decido no seguir insistiendo en el tema, puesto que él no quiere contarme. Si soy sincera, realmente no esperaba que abriera su corazón conmigo, no puedo ni siquiera imaginarlo, simplemente la imagen se nubla en mi mente.

—Tienes razón, no tengo nada más que hacer aquí. Permiso —refunfuño y doy grandes pisadas a la alfombra del pasillo.

—Espera.

—¿Qué? —pregunto groseramente y me giro hacia él.

—Iré contigo hasta el mercado —masculla entre dientes. Ambos nos lanzamos miradas cargadas de rabia.

—No es necesario, me sé el camino muy bien —respondo molesta. Él no se deja intimidar por mi mal carácter.

—Tengo que ir para allá, no lo hago para acompañarte —dice restándole importancia.

—Pues ve por separado —digo irritada y alzo los hombros.

—Vamos por el mismo camino. Es inevitable que vayamos juntos —blanquea los ojos.

—Claro que no. Esperas a que yo me vaya y luego sales tú a hacer tu mandado, así de fácil.

—No voy a atrasar mis planes por ti, voy ahora —responde desafiante.

—Ve, pero no te me acerques. No quiero caminar junto a tu mala vibra.

—Ni yo con la tuya —dice rabioso. Se queda con la última palabra.

Resoplo ofuscada y me retiro con paso acelerado. El Príncipe permanece quieto, sin emprender su paseo. Yo me alejo con la idea de llegar a mi hogar lo más pronto posible. Trato de no darle vuelta al hecho de que lo tendré pisándome los talones en todo el transcurso. Una vez salga del castillo, me perderé entre la multitud y su mirada no se centrara solo en mí.

Eso espero.

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