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MIS PASOS POR LA ANEA: CAPITULO DOS

Se fueron sumando otros como Oscar Aguirre, que no asistía regularmente a las conversaciones sobre poesía que ya se tornaban aburridas. Pero gustaba de nuestra presencia y compartía con nosotros. No era el tipo de poeta que escribiera en verso libre como hacíamos casi todos, su poesía era versada y trataba de temas extremadamente mundanos, cosas que suceden en un vecindario o en un lío de lavadero, le daba un aire jocoso, jacarandoso y burlón a la vida de la gente común y su rutina diaria. Oscar era un tipio simpático, pero algo mayor comparado con nosotros, nunca tuvo problemas en compartir unas “chelas”.

Había uno que otro pájaro raro como Rubens, su aspecto era muy serio y jamás sonreía, como si la vida le hubiera borrado la sonrisa a puñetazo limpio, un amargado en buen sentido, un resentido con la sociedad que lo engendró y a la cual pertenecía, pero sus intervenciones en el círculo eran de las más inteligentes e interesantes, bastante probas comparadas con las babosadas que decían otros sin el menor desparpajo, por lo menos a mí su participación me sorprendía. Su manera de vestir no era para nada elegante, un simple pantalón de pana y camisa de color caqui, siempre lo mismo, como si trabajara de mandadero o empleado en una bodega, después me fui enterando de cosas oscuras e incendiarias del tal Rubens, sus vínculos con grupos subversivos. El MRTA o el Sendero Luminoso que empezaba hacer de las suyas en el interior del país. Un tiempo después desapareció y nunca supimos de él.

Otro pajarraco que deambulaba por la ANEA, nunca participaba del círculo y sólo atinaba a curiosear, observando impenitente desde una esquina, era Salvador Ignacio al que con el tiempo conoceríamos con el sobrenombre de Korazul, gracias a un pequeño poemario que publicó usando la fotocopiadora y titulaba “Korazul y las islas infinitas”, hacía alarde de tener más cancha que los demás, aunque nunca lo demostró en la práctica. Terminadas las disertaciones y ya en la hora de pasar a la cantina como de costumbre, se acercaba a nosotros y siempre estaba en desacuerdo con todo, era el señor Contreras, de una anarquía total. Caía bien, no era agresivo sino bocón y al parecer vivía de las propinas de papi, ni siquiera estudiaba. Meses más adelante nos llegó con la noticia de haber ingresado a La San Marcos, iba a estudiar Derecho. Nada tonto, con un sistema jurídico tan inmoral y corrupto como el que teníamos entonces ser abogado era un buen negocio.

En mi casa ya era vox populi que todos los viernes regresaba entrado en copas y más tarde de lo normal. “Ya se fue con sus amigotes” decía mi madre. Trataba de no excederme en los tragos porque vivía a hora y media del centro de la ciudad y mi barrio no brillaba precisamente por ser una zona de angelitos rosados, sino todo lo contrario. Pasada cierta hora de la noche salían los maleantes a cazar incautos, si caías en sus redes te quitaban hasta la camisa y pobre de ti sino cargabas efectivo, te rompían la cara y hasta los huesos por hacerles perder el tiempo. A veces me iba directamente a la ANEA después de abandonar las aulas de la Universidad donde estudiaba y ya llevaba la mitad de la carrera ganada. O salía de mi casa directamente para allá cuando no había clases, llegó a convertirse en una especie de ritual, una forma amena de terminar la semana. Haciéndose costumbre formar parte de esa “manchita” de buenos para nada y con ganas de obtenerlo todo. Lo paradójico y contradictorio era que las mejores cosas sucedían cuando no asistía y obvio me las perdía. Y a conformarse con los chismes o las versiones antojadizas que me daban.

En el grupo no teníamos mujeres hasta que apareció Luz Castilla, No recuerdo cuándo llegó a ser parte del círculo. Pero se acoplo perfecto a nuestras ideas y papirotadas. Era una chica sencilla y muy risueña y no se hacía problema con las palabrotas que de vez en cuando un despistado soltaba o las bromas calientes que se dejaban oír adrede, tampoco evadía un trago de cerveza, aunque intentaba no pasar de dos o tres copas. Trajo a Martha Izarra, pero ella se interesó muy poco en ser parte del grupo, no tenía una pizca de aristócrata, pero se sentía tocada por la realeza, el tiempo le daría su lugar, las pocas veces que participo se vio como alguien con ciertos dones literarios y algo de conocimiento en la materia. Luego llegaría Francisco Perales, trabajaba como técnico en la industria metalúrgica y al parecer hubo una química casi inmediata con la plebe de desarraigados que éramos, le caímos bien desde el principio tenía una risa fácil y contagiosa y como nunca regateaba el dinero para pagar lo que faltaba en la cuenta, nos cayó de perlas.

Como todos teníamos un interés en común, hacer poesía. Decidimos darle un nombre al grupo que formamos y por sugerencia de Aponte coincidimos en que se llamaría EPOCA, así sin más, no era un nombre muy original, pero nadie la hizo de emoción y ahí quedo. Ya existían otros grupos en el ambiente poético como el llamado HORA ZERO y otros más provenientes de la Universidad Católica y San Marcos, que tenían una facultad de Letras, dentro de las carreras que impartían.

Hasta entonces nadie sabía que yo era artista plástico y pintaba cuadros para sufragar mis gastos. Tenía una larga lista, como pagar la colegiatura, libros, pasajes, la ropa que vestía, las cervezas que tomaba, invitarle un café a una chica, las propinas y cualquier otro que incurría en el diario. Por suerte no estaba casado, ni comprometido y no tenía a nadie a quien mantener sino mi destino estaría al borde del colapso y no hubiera tenido tiempo para la bohemia de los viernes.

En parte se los debo las enseñanzas de Oscar Wilde y a Frederick Nietzsche. Ellos me ayudaron a darme cuenta de lo efímera de la juventud y lo rápido que se escurre el tiempo por nuestras manos y me prometí no meter la pata hasta por lo menos graduarme de Economista, carrera que no veía como la gran panacea, pero ya estaba embarcado en ella y no tenía más remedio que terminarla, aunque muchas veces estuve a punto de tirar la toalla y no de frustración, sino que era demasiado para un tipo como yo. Los cursos que comprendía no eran nada sencillos de superar, Calculo Diferencial, Contabilidad, Macro y Micro Economía por citar algunos. Y conforme avanzaba más difícil se ponía el calendario. Las materias a superar se hacían vez más complicadas y mi cerebro estaba a punto de estallar con tanto destello de información que me llegaba, no me inclinaba por la lógica o la matemática.

Yo era pura sensibilidad, creatividad y libre albedrio, sentía que era contra natura mantenerme en esa carrera, pero lo tomé como un reto y me propuse superarlo. Tenía que darme tiempo para pintar y luego encontrar un cliente que aceptara mi obra y me la comprara. Esa era la parte “cool” del asunto, porque si no conseguía venderlo, no había dinero para pagar la Universidad, libros, ni nada… Y mi padre con tres hijos más que mantener aparte de un servidor. Su exiguo sueldo de chofer ni siquiera alcanzaba para cubrir los gastos de la casa que por lo general se salía de los extremos. No la veía fácil y era un peso que cargaba sobre los hombros el tratar de mantener cierto status de vida, a veces alcanzaba a cerrar la cuenta, no siempre en números rojos. Vaya lío que me toco afrontar.

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