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Capítulo 3: La primera mentira

Samuel

Los días se convirtieron en una maraña, donde la realidad parecía desmoronarse con cada respiración. Clara no sabía nada. Nada todavía. No sabía que su marido había muerto. En su mente, yo seguía siendo Alejandro. Su marido al que había perdido, cuya sombra aún buscaba en mis gestos y palabras. Ella no veía la diferencia, no la sentía. Para ella, yo era él, e interpreté el papel con desesperada escrupulosidad, temiendo el momento en que la verdad saliera a la luz, en que todo se derrumbara.

Cada paso que daba parecía un acto de supervivencia, como si no tuviera más remedio que mantener esa ilusión, esa fachada intacta. Vivía en un mundo en el que los muros parecían acercarse cada día más. Clara me miraba, sonriendo, y había un brillo de necesidad en sus ojos. Necesitaba creer que todo seguía igual, que su marido estaba a su lado. Yo no era más que un espejo, un reflejo del hombre al que amaba y que aún no se había dado cuenta de que había perdido.

Una mañana me pidió que la acompañara a la consulta del médico a recoger a Lucas. Tenía que estar allí, y aunque hubiera preferido quedarme en casa, acepté. Aprendí a aceptar esta imitación de la vida, dejé de pensar en las grietas que se abrían a mi alrededor. Estaba allí, con ellos, y eso era lo único que importaba. Pero cada momento que pasaba con ellos me parecía un reto más. Yo era un huésped no invitado en su vida cotidiana, un actor en una obra cuyo texto desconocía. Interpretaba un papel que cada vez me resultaba más pesado.

En el coche, Clara me contaba su vida cotidiana, su trabajo y sus preocupaciones. Parecía tan frágil, y yo me conformaba con permanecer en silencio a su lado, escuchándola, jugando a la ilusión perfecta. Me contó anécdotas sobre Alejandro, recuerdos que creía compartir con él, pero que a mí me resultaban extraños y lejanos.

- ¿Recuerdas cuando fuimos a las montañas, justo antes de que naciera Lucas?". - Preguntó, mirando a la carretera. "Dijiste que no te gustaba mucho el frío, pero te divertiste tanto..."

Me quedé helada. No, no podía recordar. Pero no tenía elección. Tenía que encontrar la respuesta, tenía que aferrarme a la imagen de Alexander, tenía que honrarle, aunque sólo fuera su sombra.

- Sí, por supuesto. Я... Me acuerdo muy bien", dije en tono ligero, fingiendo nostalgia. "Fue una época maravillosa".

Clara sonreía, pero sus ojos delataban una profunda tristeza que yo no sabía cómo aplacar. Quizá inconscientemente sospechaba que algo iba mal. Pero no hablaba de ello, no quería verlo. Seguía queriendo que yo fuera Alexander, y yo sólo era un impostor disfrazado.

El doctor Lucas hizo de "marido" junto a Clara durante un minuto más. Ella parecía tranquila, como si todo fuera normal. Pero para mí, cada interacción, cada palabra pronunciada era un nuevo paso en esta frágil danza. La falsa normalidad que se estaba erigiendo a mi alrededor me asfixiaba, pero yo no tenía derecho a romperla.

A veces me preguntaba cómo habría actuado Alejandro en tal o cual situación, como si en un intento desesperado pensara que podía apelar a su memoria para meterme mejor en su papel. Pero estos intentos me agotaban más de lo que me ayudaban. Había un abismo entre lo que yo intentaba hacer y cómo era él. No podía reproducir sus costumbres, sus gestos, su carácter, no porque no quisiera, sino porque todo me parecía ajeno, inaccesible, como un libro cuyas páginas estuvieran demasiado deshilachadas para ser leídas.

En el camino de vuelta, Clara sugirió que preparáramos juntos la cena, como habíamos hecho antes. Hablaba de pequeñas cosas que no tenían mucha importancia, pero esas pequeñas cosas eran recuerdos vivos para ella, trozos de la vida con su marido. Trozos que yo sólo podía tomar prestados, recuerdos que no eran míos. Parecía encontrar una especie de consuelo y normalidad en estos gestos cotidianos. Pero para mí, cada minuto que pasaba con ella era un recordatorio de que todo no era más que una frágil máscara, lista para resquebrajarse en cualquier momento.

Se inclinó un momento hacia mí, me puso la mano en el brazo y dijo, casi jadeando:

- "Sabes, Alexander... a veces me pregunto cómo te las arreglas para estar tan tranquilo, tan estable. Con todo lo que pasamos, siento que eres nuestra ancla. Me siento segura contigo".

No tenía nada que decir. Las palabras me fallaban, la verdad me carcomía, pero no estaba preparado para afrontarla. Clara necesitaba creer, aferrarse al hombre que creía que seguía a su lado. Y yo estaba ahí para ella, para dejarla seguir viviendo en esa ilusión. Pero algo dentro de mí se rompía cada vez que pronunciaba palabras que sabía que no eran mías.

No sabía cuánto tiempo podría representar este papel, cuánto tiempo podría mentir a Clara, a Lucas, a mí misma. Sentía que la verdad me consumía lentamente. Cada sonrisa, cada mirada, cada palabra pronunciada era una nota falsa en esta sinfonía de mentiras. Y, sin embargo, me aferraba a ella.

Pero en ella vi algo más que una mujer perdida en el dolor. Vi a una mujer que en algún lugar sabía que había un vacío en ella, que algo iba mal. Me sonreía, pero a veces veía duda en sus ojos, una pregunta no formulada. Aunque no lo dijera, podía sentir la angustia, el miedo a descubrir algo que no quería ver.

Cada noche, en el silencio del piso, me quedaba a solas con mis pensamientos. El espejo me devolvía la imagen de un hombre que no era yo. Alexander. Samuel. Cada día las líneas entre ellos se volvían más y más borrosas. Y las mentiras. Se multiplicaban, tejían a mi alrededor, me asfixiaban.

Sabía que me estaba hundiendo cada vez más en este papel. Pero tenía la sensación de que si dejaba de interpretar el papel, todo se vendría abajo. Clara se desmoronaría. Y Lucas también. ¿Y quién sería yo sin esta máscara, sin esta ilusión que creaba día tras día?

No era más que un hombre atrapado en sus propias mentiras, y me atormentaba una pregunta obsesiva: ¿quién mató a mi hermano y por qué?

No sabía si realmente quería saber la verdad o si simplemente tenía miedo de afrontarla. Pero una cosa era cierta: cuanto más me metía en ese papel, más me alejaba de mí misma y más insoportable se hacía la verdad. Un día la realidad me alcanzaría, y quizá ni siquiera supiera quién era realmente.

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