Prefacio
—¿Qué eres?
— cuestionó el hombre mayor, su voz era una mezcla escalofriante de autoridad y diversión, como un cuchillo envuelto en seda.
— Tu esposa — respondí suavemente, mi tono estaba impregnado de la sumisión que él parecía anhelar.
— No — murmuró, sus labios rozando los míos, las palabras eran una caricia oscura que me provocó escalofríos.
— Eres mi muñeca, milaya.
—
Se alzaba sobre mí, su presencia intimidante era a la vez sofocante y embriagadora. El apodo, pronunciado con esa voz profunda y acentuada, me envolvió como una cadena que no pude evitar amar.
— Eres la única mujer a la que se le permite calentar mi cama por la noche — dijo, su voz era una melodía oscura, suave pero desconcertante.
— La única mujer a la que se le permite entrar a mi oficina e inclinarse sobre mi escritorio, esperando a que llegue a casa para poder follarte.
— Una risa fría y baja retumbó en su pecho, el sonido era tan siniestro como embriagador, enviando escalofríos por mi columna.
