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Capítulo 5

Gia

Froto mis ojos varias veces y me espanto cuando la oscuridad de mi habitación me recibe.

¡Me quedé dormida!

Me tiro de la cama y enciendo la luz, entonces dejo escapar un sollozo. Toda mi ropa está regada sobre el colchón y en el piso. ¿Por qué tuve que quedarme dormida mientras la desempacaba?

—¿Gia? —Escucho la voz de papá del otro lado de la puerta.

¡Papá!

Me apresuro en abrirle y, una vez él entra, me le tiro encima dando brincos de alegría. Me aferro a su cuerpo grueso como si mi vida dependiera de ello. Estoy muy feliz de verlo, puesto que su última visita fue hace unos tres meses.

—¡Te extrañé tanto, papá!

—Y yo a ti, traviesita —responde divertido.

—Cada vez luces más galán; mami debe tener los ojos puestos en ti, ya que debes ser la sensación de la manada. ¿Nunca te verás maduro, don alfa?

—¿Maduro? Estoy en mis mejores años. Y tu mamá debe perder cuidado, puesto que bien sabe que yo solo tengo ojos para ella.

—Sí, porque mami tampoco se queda atrás.

—Y tú sacaste su hermosa piel mestiza. ¿Que haré contigo ahora que te has convertido en una mujer tan atractiva y hermosa? Espero no tener que cortarles los huevos a algunos lobos en la manada.

Estallo en carcajadas y lo vuelvo a abrazar.

—¿Qué pasó aquí? —interpela Gael sin dejar de mirar el desorden que he hecho.

¿En qué momento entró?

—Ya sabes cómo es ella, y lo peor es que no terminará hoy de arreglar unas simples ropas, tendrás que ayudarla —sugiere mamá con picardía, quien también ha aparecido de forma repentina. ¿Y ella qué?

—Ustedes dos parecen fantasmas, ¿en qué momento entraron? —refunfuño con mal genio. No entiendo qué pretende mamá, pero desde que llegué a la casa ha buscado excusas para que Gael y yo estemos a solas.

—No está bien que Gael y la niña se queden solos en la habitación, ya son adultos y no se ve lícito —gruñe papá con el ceño fruncido. Cierto, había olvidado lo celoso y sobreprotector que es.

—¡Ay, por favor! ¿Acaso quieres darle una excusa a tu niña para no asistir a la fiesta? Se supone que dentro de poco empiezan a llegar los invitados y ella no está lista; y, dadas las circunstancias, no podría estarlo con el desastre que tiene aquí. —Vaya, mamá es muy convincente—. Gael, cariño —enfoca su mirada manipuladora sobre su próxima víctima—, ¿podrías ayudar a la desordenada de mi hija, por favor? Así recuerdan los viejos tiempos. —Mueve sus largas y gruesas pestañas negras mientras sonríe con una amabilidad exagerada.

Vaya, vaya...

—Claro que sí, Katrina —responde él sin rechistar.

—Sigo pensando... —se opone papá con el ceño fruncido.

—Tú no piensas nada. Vamos a tomarnos un café en lo que vienen los invitados —lo interrumpe mamá mientras se lo lleva a rastras. Inhibo las ganas de reír al ver al poderoso y grandulón alfa, ser dominado por una mujer tan pequeña y delgada como mamá. De todas las mujeres cambia forma, ella es la más diminuta. Eso sí, no se le puede negar lo hermosa que es.

«Mamá, ¿qué pretendes?», cuestiono por medio del vínculo, antes de que se pierda por el pasillo que la llevará hacia la cocina.

«Que tú me des nietos».

«¡Mamá!»

Ella rompe el vínculo.

La amo, pero a veces se pasa.

—¿Lista? —Gael me saca de mi trance.

Me limito a asentir y enfoco mi atención en el desorden que he armado. Lo menos que quiero ahora es estar a solas con Gael por mucho tiempo, así que mientras más rápido terminemos, mejor.

Tomo una distancia exagerada y evito a toda costa estar cerca de él.

—¿Dónde pongo esto? —pregunta Gael mientras levanta uno de mis pantis al aire.

¡Ah!

—¡Dame eso! —Al diablo la distancia. Me le lanzo encima para recuperar mi ropa interior roja, pero el muy idiota la levanta por arriba de mi cabeza para que no pueda alcanzarlo—. ¡Gael, te lo advierto! —amenazo mientras lucho; sin embargo, él es tan fuerte y grande, que es una lucha tonta de mi parte.

—Solo tienes que decirme dónde guardarlo —replica entre carcajadas.

¡Imbécil!

—¡Dámelo, Gael! —Continúo luchando.

—El rojo te sienta bien. Me pregunto cómo se te verá esta braguita en tu gran trasero.

—¡Oye! —Empiezo a manotearlo.

Gael sostiene mis muñecas, mas yo no me rindo, no, me agito como loca para desubicarlo; no obstante, mis movimientos bruscos y el ataque de risa hacen que el idiota pierda el equilibrio, por lo que caemos en la cama. Gael queda sobre mi cuerpo, sosteniendo aun mis muñecas por encima de mi cabeza, puesto que tengo los brazos erguidos hacia arriba.

Ay no...

Nuestros rostros están muy cerca. Creo que he olvidado cómo respirar porque me falta el aire, al tiempo en que mi corazón tiene toda una sintonía en mi pecho.

Tengo miedo...

—Gia... —No me había percatado de que tenía los ojos cerrados de forma brusca, al parecer, hasta mi subconsciente trata de evitar a Gael. Sin embargo, escucharlo balbucear mi nombre con tanta agitación me hace mirarlo. Me quedo alelada con sus hermosos ojos dorados que me examinan con... ¿fascinación?

Deja de fantasear.

Miro sus labios por instinto, deseosa de probarlos; no obstante, la tristeza, esa que sentí cuando él rechazó nuestro primer y único beso, me visita como un recordatorio de que no debo sentir esas cosas por Gael.

—Me estás asfixiando —musito, fingiendo incomodidad. Gael me mira como si no quisiera romper nuestro contacto, o eso me parece; quizás dormirme toda la tarde me afectó el cerebro y estoy alucinando.

—Gia, yo... —Su expresión, el brillo en sus ojos, su respiración entrecortada, su nerviosismo... Todos sus gestos me gritan algo que no logro descifrar, pero que por alguna razón me gustaría entender; sé que sus palabras están atrapadas dentro de él y mi corazón ruega por saber lo que callan. Es una sensación que no logro describir, pero que me aprieta el pecho.

—Gael, si papá entra y nos ve en esta posición estarás muerto —insisto. Él asiente decepcionado y por fin se me quita de encima.

Siento el alivio recorrerme cuando me veo libre de su peso y calor; pero al mismo tiempo, la decepción me embarga porque estaba disfrutando tenerlo sobre mí. Sí, soy de doble ánimo.

—Vamos a terminar con este desorden para que puedas cambiarte. Eres la única que no está lista —masculla mientras mira a cualquier lado que no sea yo, acción que me indica que puede estar avergonzado o algo por el estilo.

Asiento en respuesta y lo miro de soslayo. Será difícil controlar a mi loba teniendo frente a mí ese trasero que se gasta Gael.

¿Qué acabo de pensar?

«Que tengo un lindo trasero».

¡Demonios!

«Gael, ¿cómo hiciste eso?»

«¿Hacer qué?»

«Escuchar mis pensamientos. Espera... ¿Puedes escuchar todo lo que pienso?»

—No —responde de forma audible.

Suspiro de alivio.

—¿Esa es una habilidad especial que tienes?

—No, exactamente. Se da en casos raros cuando hay un vínculo muy fuerte entre dos personas. Y se puede hacer cuando hay coqueteo o cualquier tipo de tensión. Pero la otra parte debe estar receptiva, ya sabes, con sus defensas bajas.

—Es decir que puedo bloquear ese tipo de vínculo entre los dos.

—Sí. Mas es algo que hace el subconsciente; no obstante, con la práctica puedes llegar a bloquearlo por tu cuenta.

—Pues me gustaría hacer eso. No quiero tener ningún tipo de vínculo contigo.

El rostro de Gael se desfigura por uno amargado. De verdad que este niño está muy extraño y su forma de tratarme me confunde mucho.

Y no quiero que eso suceda.

—Me imagino. —Él hace una mueca de decepción—. Tener tal cercanía con alguien que no está a tu nivel debe ser muy desagradable.

Vaya, vaya...

Me giro sin responderle y me dispongo a recoger este desorden. Sé que no debí decirle esas palabras rudas a Gael; pero, por un lado, se siente bien hacerlo pasar por un poco de humillación, así como él lo hizo conmigo cuando yo era una chiquilla ilusa.

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