Capítulo 4
Gael
Tamborileo con los dedos sobre el volante mientras espero en la estación de tren. Estoy tan nervioso que siento que el corazón va a salírseme del pecho con sus latidos desbocados. Mis emociones contradictorias chocan entre sí, convirtiéndome en un títere manipulado por la ansiedad.
Soy un desastre.
¡Joder! ¿Cómo no serlo si voy a verla de nuevo después de todo un año?
Mi bella Gia...
Doy varias vueltas alrededor de la estación mientras intento calmar mis ansias. He llegado antes de lo previsto, y cada segundo parece eterno y asfixiante. Finalmente, tras unos veinte minutos, visualizo una figura conocida arrastrando su equipaje.
Es ella...
Por un instante fugaz, mi mente queda en blanco. Mis manos, apoyadas en el volante, se tensan hasta volverse rígidas.
Me permito observarla a la distancia, contemplar cada detalle con libertad desde mi escondite, ese lugar donde no necesito disimular mi escrutinio exagerado e imprudente.
¡Maldición! Está tan hermosa... En un año, su cuerpo ha cambiado más de lo que recordaba.
Trago saliva al sentir la garganta reseca. Mis ojos recorren su figura de curvas bien definidas, su cadera generosa que resalta un cuerpo parecido al de una guitarra. Oh, si tan solo pudiera ser ese músico que tocara tan hermoso instrumento...
El dolor en el pecho me recuerda mi lugar: solo soy un espectador secreto de su belleza. Ni siquiera debería permitirme fantasear con ella.
Gia está prohibida para mí.
Respiro hondo, intentando reunir el valor necesario para enfrentarla, aunque el miedo me atenaza, buscando retenerme.
Cuando salgo del vehículo, no puedo evitar sonreírle como un idiota. A medida que me acerco, los latidos de mi corazón se intensifican de una manera tan ofuscante que mi respiración se entrecorta.
Intento fingir naturalidad, luchando por mantener la compostura, pero todo lo que había ensayado durante días, desde que supe que regresaría, se ha desvanecido de mi mente.
Temo perder el control de mis emociones, de mis actos… pero, sobre todo, temo no ser capaz de controlar a mi lobo.
Debo calmarme. Si no, arruinaré todo por lo que me he sacrificado.
Cuando estoy frente a Gia, en vez de recibir un cálido abrazo, que es lo que hubiera sucedido si entre nosotros no hubiera una historia dolorosa, ella me enfrenta con una indiferencia en su mirada que me duele.
—Creí que Kali o papá vendrían a buscarme —comenta, incómoda.
—Kali está cuidando a su mujer, quien acaba de dar a luz a su cuarto cachorro hoy mismo. En cuanto al alfa, él anda ocupado en sus negocios —le respondo, tratando de no sonar afectado por su frialdad.
Pongo sus maletas en el baúl sin decir nada más, luego me apresuro a abrirle la puerta del copiloto. La tensión se siente en el aire, pero también los nervios, puesto que ninguno de los dos sabe cómo abordar al otro.
Ella se sube al vehículo con gestos frívolos, indiferentes, como si yo no significara nada en su vida. Me siento como un simple chofer que ha venido a recoger a la señorita de la casa, alguien insignificante, un arrimado más.
Intento encontrar algo más que desprecio en su mirada, alguna señal que me indique que aún le importo, pero ni siquiera eso me concede. Su atención está completamente puesta en el cristal de la puerta, como si el mundo exterior fuera mucho más interesante que mirarme o siquiera intentar entablar una conversación conmigo durante el trayecto a casa.
No puedo apartar la mirada de Gia, así que la alterno entre ella y la carretera. No sé si ha notado mi observación, pero la percibo tensarse. Me dan ganas de reír al verla pegarse tanto a la ventana, como si intentara traspasarla y salir corriendo de aquí.
No está tan indiferente a mí, después de todo.
¿Debería sentirme aliviado o preocupado? No lo sé, pero soy tan egoísta que esa pequeña reacción me da un poco de felicidad.
—Estás muy callada —comento, tratando de alivianar la tensión entre nosotros. Ella no contesta.
Desesperado por menguar la tensión entre nosotros, pongo música, aunque también lo hago para escapar de la vergüenza que siento al ser ignorado por ella.
El ambiente entre nosotros es muy incómodo.
Cuando ya no soporto más su actitud conmigo, decido encararla. Bajo el volumen de la música y la miro fijamente. Noto su nerviosismo y cómo se avergüenza porque la he descubierto mirándome. Me gusta que lo haya hecho y me da cierta esperanza.
—¿Todo bien? —pregunto, titubeante, pues no estoy muy seguro de iniciar esta conversación que tanto he pospuesto. Sin embargo, respiro hondo y decido continuar—: Escucha, sé que las cosas entre nosotros han estado tensas por un tiempo, y entiendo que ya no somos los grandes amigos que solíamos ser. Pero no dejemos que esa tensión afecte nuestro trabajo juntos.
Hago una pausa, eligiendo cuidadosamente las palabras que siguen. Aunque sé que pueden salir mal.
» Además... extraño a mi hermanita.
Me siento un hipócrita al mencionar lo último, pero esa es mi forma de proteger mi secreto. Soy un maldito egoísta y patán, que no puedo acercarme, pero tampoco alejarla.
Su rostro cambia al instante, y en ese momento confirmo que no debí llamarla así. Su mirada, ahora sombría, me enfrenta con desafío, como si un volcán estuviera a punto de entrar en erupción.
—Te lo dije una vez y te lo vuelvo a repetir: Yo soy hija única, así que no tengo hermanos. Por favor, ahórrate la hipocresía y la lástima —responde en un tono rustico, con sus ojos entrecerrados y el ceño fruncido—. No necesito que seas amable conmigo ni que invoques un pasado que es solo eso. No vuelvas a llamarme así. ¿Quieres acabar con la tensión entre nosotros para que no afecte en nuestro trabajo y convivencia en la manada? Entonces, llámame Gia. Para eso me pusieron un nombre, para ser llamada por este.
—¡Vaya! Perdón por ser amable. Tampoco es para que desplayes tu humor de loba amargada en mi contra —ataqué, resentido.
Lo admito, eso no fue muy maduro de mi parte, pero me enfada mucho su actitud arrogante hacia mí.
—No me interesa tu amabilidad —masculla, cruzando los brazos.
Arde como el demonio que esté en ese plan conmigo. Me asusta que mantenga esa distancia dolorosa, pero ese es mi objetivo ¿no?
—Eres muy injusta —la acuso, dolido—. ¿Hasta cuándo me tratarás como si fuera tu enemigo? Ni que estuviera obligado a corresponderte.
Bien, eso fue muy bajo de mi parte. ¿Por qué no mido mis malditas palabras antes de soltarlas? Voy a retractarme, pero ella habla antes de que pueda arreglar el resultado de mi estupidez.
—Bájate de tu nube y no seas creído —dice con un tono soberbio y cargado de burla—. Ya no me interesas, ni siquiera eres mi tipo. A veces me pregunto cómo pude estar tan ciega en creer que tenía sentimientos por ti. Si por mi estupidez adolescente mi presencia te hace sentir incómodo, no tienes por qué cohibirte frente a mí, puesto que ya no me gustas.
» A decir verdad, solo me encapriché contigo, pero muy pronto descubrí que eres poca cosa para mí. Que no se te olvide que yo soy la hija del alfa y, como tal, me casaré con un alfa de su propia manada que esté a mi nivel, ya que tú nunca lo estarás.
Esas palabras terminan por destruirme. Soy consciente de que habló movida por la ira y el resentimiento, pero eso no impide que me duela. Una vez más, mi corazón se rompe en mil pedazos. Me siento airado, despreciado y diminuto. Dentro de mí hay un huracán de emociones que disimulo y guardo para mí, como siempre.
Creo que no hay nada más que decir. Gia nunca me perdonará, y eso está bien; es como debe ser entre nosotros. Siempre y cuando ella esté a salvo, estoy dispuesto a perder su amor y admiración, aunque me esté muriendo por dentro.
***
Gia
Gael y yo entramos a la casa. De inmediato, los recuerdos me acorralan y la nostalgia me embarga el pecho. Solo me fui por un año y siento que fue por una eternidad.
—¡Tesoro! —vocifera mamá con marcada emoción. Ella abre sus brazos y se encorva, esperando por mi abrazo que pronto llega.
—¡Mami! —Me aferro a su cuerpo como si mi vida dependiera de ese gesto; ella, por su parte, llora a todo pulmón mientras me acaricia el cabello con ternura.
¡Qué dramática!
—¡Hasta que por fin estás en casa! Mira lo delgada que luces, de seguro no estás comiendo bien. —Entorno los ojos ante la sobreprotección de mamá, siempre es lo mismo con ella.
—Mami, es imposible que esté delgada, puesto que mi vecina era una cocinera compulsiva que me llenaba el estómago con su comida deliciosa. Todo lo contrario, tendré que ponerme a dieta para perder todo ese peso que, gracias a ella, gané.
—Así estás bien. —Me giro para encarar a un Gael que me examina con la mirada. No sé si es mi imaginación, pero su escrutinio sobre mí se ve hambriento y lleno de deseo, como si disfrutara admirar cada centímetro de mi anatomía.
Un silencio incómodo nos embarga, mas es roto por mamá y su sobreactuada tos.
—Gael, ayuda a Gia con sus maletas, cariño —dice ella con una mirada cargada de complicidad y, antes de irse a la cocina, me guiña un ojo.
¿Ah?
Ignoro lo que sea que esté pasando por su cabeza y me apresuro a subir las escaleras que me llevaran a mi recamara. Gael me sigue mientras carga mis maletas, como si estas fuesen dos bolsas de plástico vacías. Pero así somos los licántropos, fuertes.
—No era necesario que las trajeras, a mí no me pesan —digo cuando entramos a mi habitación. De inmediato, la nostalgia me visita. Tantas veces lloré el rechazo de Gael sobre esa cama.
Ya, supéralo.
—Sé que eres fuerte, pero yo soy un caballero. —Ignoro sus palabras y me concentro en admirar cada detalle de mi habitación, donde lo único nuevo es la pintura y las sábanas que cubren la cama, mas todo lo demás sigue intacto.
—Es increíble que esté de vuelta aquí —comento para mí, aunque sé que Gael me ha escuchado. Esbozo un suspiro y me abrazo a mí misma. Temo mucho lo que me depara, ya que no quiero volver a sufrir como antes.
—Y aunque no lo creas, estoy muy feliz de que hayas vuelto —dice él.
Escuchar esas palabras en el tono grueso de la voz de Gael me hace estremecer, pero lo que provoca que mi corazón salte frenético en mi pecho, es su respiración sobre mi cuello y el calor de su cuerpo en mi espalda.
¿Por qué está tan cerca?
Trago pesado y aprieto la punta de mi camiseta con fuerza, como manera de controlar este nerviosismo que me está haciendo perder la compostura.
Gael deja de encorvarse y me gira para que quede frente a él, pero yo no me atrevo a levantar el rostro y encararlo. No quiero...
—Preciosa Gia —Gael levanta mi barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos—, ¿qué debo hacer para recuperar tu cariño? Temí tanto perder tu amistad, que terminé empeorando los ánimos entre nosotros.
No quiero llorar, no quiero llorar, no...
—Gael, no es tu culpa que me haya enamorado sola y confundido mis sentimientos. No debí asumir que, por un simple enamoramiento de adolescente, eras mi mate. No lo eres, ya lo entiendo.
La tristeza en su mirada me duele de una manera asfixiante. Esa expresión sombría y esa desesperanza en su semblante es insoportable. Y todas esas emociones me confunden; si Gael no es mi mate, ¿por qué siento su sufrimiento como propio?
«Yo también he sentido el tuyo».
¿Qué? ¿Cómo?
—¿Cómo supiste lo que estaba pensando?
—¿Vínculo? —ironiza divertido mientras levanta una ceja, como si estuviera diciendo algo obvio.
—Una cosa es hablar por medio del vínculo y otra, muy diferente, es lo que acabas de hacer...
—Piensas mucho, preciosa Gia. Mejor descansa, sabes que en la noche no hay manera de que te libres de la fiesta. El alfa ya tiene todo preparado.
Me encojo de hombros y exhalo un suspiro. No estoy de humor para fiestas ni nada que se le parezca; no obstante, Gael tiene razón, no hay manera de liberarme de la dichosa bienvenida.
—¿Llevarás a tu novia? —¿Por qué demonio le pregunté eso?
—No tengo novia... —suelta, desdeñoso y con mal humor.
—Entonces no tienen nada serio aún.
—Tú lo has dicho. —Gael sale de la habitación sin agregar más, por mi parte, me dejo caer en la cama cuando me encuentro sola en estas cuatro paredes que me causan nostalgia.
—¿Cómo soportaré verte junto a ella? —Las lágrimas mojan mi rostro como torrentes. Acabo de llegar y ya estoy llorando por Gael.
Soy una tonta.
«No permitas que esa zorra lo siga tocando», comanda mi loba hecha furia. Al parecer todavía está enojada, pero continúa con la locura de que Gael es nuestro.
—Como si eso dependiera de mí —me respondo a mí misma.
«Él es mi lobo», insiste mi parte lobuna.
—Te equivocas —concluyo, hastiada de esta situación sin sentido.
¡Hasta mi loba es una tonta! ¿Cómo es que ella quiere reclamar a un lobo que no le pertenece?
Mate…
No lo es, él...
Un sollozo sale de mi boca en un tono que denota mucho dolor. Es lo que siento, dolor...
Si Gael no es mi mate, ¿por qué sentí que me desgarraban las entrañas cuando él se acostó con esa traidora? No lo entiendo… No debería afectarme lo que él hace con otra mujer, no debería dolerme; por lo menos no de esta manera tan insoportable. Temo tanto, si casi me muero cuando Gael perdió su virginidad, ¿cómo voy a lidiar con los celos estando cerca de él?
El día de mi conversión, ¿fue real lo que experimenté o estaba alucinando?
Ahora dudo mucho de mi cordura.
¿De verdad lo aluciné? Si así fue, ¿por qué Gael y yo empezamos a hablar por medio del vínculo desde ese entonces? A veces pienso que él juega con mi mente y que se burla a mis espaldas, cada vez que sale a flote mi desequilibrio mental.
