Capítulo Cuatro
Que, al fin y al cabo, si se casaban y no funcionaba, siempre quedaba el recurso del divorcio y ella podía volver a talonear cada vez que así lo deseara, que el mundo no se iba a acabar por el hecho de que su matrimonio no funcionara.
Ahora, que si las cosas salían bien y la relación sexual funcionaba, pues ya no tendría que preocuparse más por tener una verga en la boca todas las noches, hasta podría dormir mamando, como si fuera un chupón de bebé.
¡Mi amante me aposto!
Y ahora que les platiqué de Eva, recuerdo a otra de mis amigas, un poco más madura de edad y mentalidad que Evita, Macaria, se llama, una buena cuatita que siempre me cayó bien, y una tarde en que en mi casa nos echábamos unos alcoholes, me comenzó a platicar diciéndome que ella siempre había sido una mujer recatada y discreta, que no gustaba de aventuras amorosas a lo pendejo y que siempre se había cuidado.
Se sueño más grande había sido llegar virgen al altar, sólo que, por cuestiones del destino había creído en las promesas de un cabrón que, la enamoró, le prometió, le juró y, sólo se la cogió, la preñó y la abandonó, ella trabajaba como encargada de un hotel de lujo, así que su trato con la gente y con los clientes de daban esa soltura necesaria para desenvolverse en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia.
Después del novio que la sedujo y la embarazo, ella juro no volver a coger con nadie, el embarazo de ella se había frustrado y en una caída había abortado, eso provocó que su odio hacia los hombres se volviera mayor.
Sin embargo, su temperamento era ardiente y gustaba de vivir experiencias cien por ciento eróticas, aunque todo ello en su imaginación, ya que se había vuelto una masturbadora constante y su mano era la mejor aliada que tenía.
No había momento ni hora del día, siempre encontraba un lugar para darse dedo hasta sentir que el orgasmo la recorría por todo el cuerpo, y sus manos sabían como pellizcar y acariciar sus pechos, sus piernas y muchas veces, hasta sus nalgas.
Todo marchaba bien hasta que conoció a otro hombre, a donde llego a vacacionar ahora solo estaba de paso, para descansar, en el hermoso Puerto de Veracruz en donde trabajaba.
David como se llamaba ese hombre era un ejemplar digno de exhibición en un concurso de hombres, la descripción que ella hizo de él, desde el momento en que llego a ella la impresiono mucho ya que tenía un porte varonil y atractivo.
Sin embargo, él no la tomo en cuenta para decepción de la ardiente mujer, que con dolor y frustración vio que él llegaba con mujeres diferentes a pasar la noche al hotel, eso le daba celos incontrolables deseaba ocupar el lugar de alguna de ellas cualquier noche, aunque solo fuera una sola vez.
Decidió que tenía que conquistar a aquel hombre que nunca la tomo en cuanta ni siquiera para saludarla, tenía que caer en sus redes a como diera lugar, sí, debía conquistar a ese hombre a como diera lugar, ese pensamiento le llegó a ella en el momento mismo en que salía se bañarse y contemplaba su cuerpo hermoso y seductor ante el espejo de su habitación.
Estaba desnuda por completo y pudo ver como los pezones de sus grandes chiches se levantaban con la sola idea de tener entre sus piernas a David, aunque fuera una sola noche, daría todo con tal de que él se la metiera una sola vez.
El pensamiento que acaba de cruzar por su mente era audaz que se estremeció recreándose en él, imaginó que David, estaba ahí en su recámara, contemplándola y que excitado por la visión de su cuerpo la tumbaba en la cama y la poseía con el frenesí de un burro en celo.
Macaria, sonrío a su imagen en el espejo y se cubrió con una tela suave de color amarillo que contrastaba con la blancura de su piel, para salir luego de la habitación y encaminarse hacia la playa donde esperaba encontrar a David.
Aldo y David, acababan de instalarse debajo de una palmera en hamacas para disfrutar de una apuesta en la que resultó vencedor David, como siempre, esto había molestado a su amigo.
—Siempre ha de ser el primero en todo… ¿Por qué…? ¿Es que nosotros no tenemos las mismas facultades y los mismos recursos? —pensaba Aldo.
No eran solo las mujeres las que sentían celos de la preferida en turno del apuesto David, también los hombres lo envidiaban, solo que estos no lo demostraban tan claramente como las mujeres que anhelaban estar entre sus brazos.
Es eso momento llego Macaria, a la playa, miro en torno suyo y al descubrir la presencia de David y de su amigo se quitó la bata para dar unos pasos hacia ellos dejándola caer a un par de metros del lugar que ocupaban.
Al paso de Macaria, se produjeron infinidad de comentarios y se oyó más de un silbido de admiración, como era natural, para bañarse Macaria, no llevaba puestas aquellas gafas que tanto le afectaban y al quitarse su bata mostro su silueta escultural, sensual, mórbida e incitante a los ojos de cualquier hombre que tuviera sensaciones en el cuerpo.
David, no la reconoció en el primer instante, cuando Macaria, pasó delante de él y de su amigo ambos se fijaron en el cuerpo atractivo de ella y Aldo, dejo escapar un silbido de admiración añadiendo después.
—¡Vaya mujer está bien buena…! ¡Qué nalgas tan ricas tiene!
—Desde luego… ¿Quién podrá ser? —dijo David, siguiéndola con la mirada.
Aldo se giró sorprendido al oír aquella pregunta.
—¿Como... no la reconoces?
—No y dudo que la haya visto nunca, una mujer como esa es de las que no se me van vivas.
Aldo soltó una carcajada.
——¡Tú la conoces mejor que yo…! Claro que cuando trabaja parece otra… no seas buey, es la encargada, la de los lentes feos —dijo Aldo, sonriendo burlón.
—No es posible… No puede ser posible, si la encargada parece una rana de fea que acaba de ser expulsada de la laguna por fea —exclamo David.
—Allá, en su empleo… —le rectificó Aldo— aquí, ya la estás viendo tal y como es, toda una hembra de una sola pieza y no le falta nada.
—¡Es un verdadero bizcocho...! ¡Me gusta! —exclamo David, sin dejar de verla
—¿Y a mi crees que no? —dijo Aldo— aunque creo que con ella no se puede hacer nada en lo absoluto, esa mujer no es tan fácil de conquistar.
—¿Tú crees…? Ese traje de baño que lleva puesto, me hace pensar en todo lo contrario, esa mujer anda buscando guerra sexual —comentó David.
—¡Bah…! ¡Ganas de presumir en un sitio como este y de no querer ser menos que las demás…! Casi estoy seguro de que, con esa mujer sabrosa, ni tú ni yo tenemos nada que hacer.
David hizo una mueca despectiva.
—Me parece que exageras, por lo menos en lo que a mí respecta… ¿Acaso me has visto fracasar alguna vez con una mujer? Si yo quisiera, no tardaría en tenerla.
Aldo se mordió los labios y respondió con despecho.
—Es verdad nunca te he visto fracasar… aunque pienso que con ella es diferente…
—Mejor, me gustan los retos y las misiones difíciles
—La regarías, no creo que sea tan fácil, veo algo en ella, no sé exactamente qué, pero me da la impresión de que no es como las mujeres entre las que nos movemos.
David se encogió de hombros mientras decía:
—Si me lo propongo antes de ocho días la tengo a mi lado, en la cama y perforada como una coladera, además, feliz de tenerme con ella.
—Presumes demasiado David, el día menos pensado encontraras la horma de tu zapato y seremos los demás quienes nos reiremos de ti.
—Ustedes de mi… ¡Me extraña!
—Estas demasiado seguro de ti mismo y no me gusta… ¿Te atreverías a aceptar una apuesta?
—Naturalmente, de a como no…
—Antes dijiste que te bastarían ocho días para conquistarla, te daré nueve días, en cuanto al dinero… ¿Qué te parecen cincuenta mil pesos?
—Por mi encantado.
Los dos amigos se dieron la mano cerrando así el trato concertado definitivamente la apuesta de la que era objeto una mujer, Macaria. David se puso de pie y su amigo le pregunto:
—¿Te vas ya?
—Claro a reunirme con ella, las apuestas me gustan ganarlas lo antes posible.
Soltando una carcajada burlona David, corrió hacia el Mar donde Macaria estaba nadando.
Ella había visto a David, que corría hacia el mar, sin imaginar siquiera, que él trataría de acercársele, ella dio unas cuantas brazadas en dirección a una de las plataformas flotantes que se balaceaban a poca distancia.
Él entró en el agua para iniciar un rápido manoteo, Macaria, no podía verlo en aquellos instantes porque estaba llegando a la plataforma.
Al sentarse ella se volvió y se dio cuenta de que su hombre, nadaba en su misma dirección.
David llegó a la plataforma, se le quedo mirando y sonrió.
Ella correspondió a su sonrisa diciéndole:
—Nada usted muy bien señor.
—Usted tampoco lo hace mal —respondió él viéndola directamente.
—¿De verdad? —replicó Macaria, siendo sarcástica— Por lo visto hoy tiene la vena democrática y decidió convivir con los humildes mortales que pululan por la tierra.
—Lo soy, siempre lo he sido, sobre todo cuando se trata de mujeres bonitas y sensuales, y tú eres de las más hermosas que conozco.
Consciente de lo que hacía David, había pasado ya a tutearla, Macaria vacilo no podia olvidar que él era un cliente en el mismo Hotel en donde ella trabajaba, opto por salir del paso con decir palabra y haciendo una mueca de incredulidad.
David insistió consiguiendo que ella le contestara.
Las palabras del hombre turbaron a Macaria que mirando hacia el mar murmuro:
—Se está bien aquí...
—Si es hermoso el paisaje.
Mientras hablaban David, avanzo una mano para posarla en el muslo mojado de Macaria, que se estremeció al sentir aquel contacto en su piel y lo miro sorprendida.
—No parece, sino que está deseando estar a solas conmigo —dijo ella audazmente.
—Y es la verdad —le dijo al tiempo que la presión de su mano se hacía más fuerte en el torneado y firme muslo de ella que lo dejaba hacer.
Macaria, lo miro a los ojos, aunque no pudo sostener el peso de aquella mirada del hombre acostumbrado a seducir a todas clases de mujeres y que sentía que está ya estaba a punto.
Él subía a la plataforma sin soltarle el muslo con habilidad y elasticidad, recorriendo con su mano aquella piel que parecía quemar, le encantaba disfrutar de unas ricas piernas.
La encargada del hotel halagada por aquella manifestación del deseo que inspiraba en él, trató de resistirse con cierta inteligencia y sin ser muy agresiva.
—Su amigo debe estar esperándolo.
David comprendió que su presa se batía ya en retirada, aunque, sabía que, si la acosaba un poco más no tardaría en rendírsele, por lo que decidió ir por todo.
La mano de David, en el muslo de Macaria, se movió acariciante, turbadora, incitante, mientras que él pasaba el otro brazo por la cintura atrayéndola hacia él.
Macaria, protestó por pura formula, aunque sintió que su sexo se humedecía y palpitaba de placer anticipado, no podía creer que el hombre que tanto deseaba la estaba seduciendo.
—¡No…! Por favor… pueden vernos desde la orilla de la playa —dijo ella turbada.
—¿Y qué…? —respondió él con seguridad y sin detenerse en sus caricias— los dos somos libres y tú me gustas mucho, tus labios me atraen como la flor a la mariposa.
Las últimas palabras las pronuncio el hombre con su boca casi pegada a la de Macaria, apagó sus posibles protestas con un beso intenso, fogoso, apasionado y al mismo tiempo la hizo tenderse de espaldas sobre la flotante plataforma, para tenerla más a su disposición.
