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2 | LA SOLUCIÓN CORRECTA

***

— ¿Qué? —suelto después de un par de minutos en silencio debido a la impresión que me han causado sus palabras.

— Vas a irte —repite él, sumamente calmado.

Irme... ¿Yo? ¿Con no sé quién?

No, no, no.

Eso es sin dudas una broma.

Eso es.

A papá le gusta bromear siempre.

Y es lo que está haciendo ahora.

— Papá, sabes que no me gustan este tipo de bromas.

Papá calla unos segundos, desvía la mirada a mí madre por fracción de segundos y ella le da una mirada recelosa.

Jorge suelta un suspiro y vuelve a mirarme, está vez su expresión se endurece al decir:

— No bromeó, lo harás.

— No —dice mamá de inmediato, negando—. Raquel no hará eso. No sé irá.

— Tiene que hacerlo...

— He dicho que no —repite ella, sin opción a réplica—. No la obligarás a algo que no desea por tu mala administración en la empresa. Y por tus malditos vicios.

— Expliquen que rayos sucede —exijo—. Porque no entiendo nada.

—Nos hemos quedado en quiebra por culpa de tu padre y su maldito vicio de apostar —mamá cuenta—. Y para no perder la empresa, te ha dado a ti en garantía de que si le pagará al hombre que le debe dinero.

— ¿Qué?

Desvío la mirada hacia el hombre que se hace llamar mi padre y él aparta la suya hacia otro lado avergonzado y cabizbajo, apretando su mandíbula.

— ¿Eso es verdad?

No responde, ni siquiera me mira.

— Papá...

— No tenía otra opción —suelta, murmurando—. Tuve que...

Dejo de escucharlo cuando parte de una conversación viene a mí mente justo en ese momento y todo hace click en mi cabeza.

"— ¿Es su última palabra, Jorge? —escucho como desde adentro un hombre le pregunta a mí padre."

¿Es posible...?

"— ¡Espere! —esta vez quien habla es mi padre—. Yo... Acepto tu propuesta.

— ¡Perfecto! —por su tono repentinamente alegré deduje que está sonriendo—. Entonces mañana mi chófer pasará por ella al mediodía."

— En tu oficina —murmuro, comprendiendo todo—. Esta fue la propuesta que le aceptaste a ese hombre.

Con eso logro que papá vuelva a mirarme, está vez con el entrecejo levemente fruncido en un claro gesto de confusión mezclada con sorpresa.

— ¿Cómo sabes...?

— Los escuche —confieso—. Y déjame decirte una cosa papá, no voy a irme a vivir con nadie, mucho menos con un desconocido.

— Cariño, si no lo haces pueden demandarme.

Muevo la cabeza en un gesto de negación, sin dar mi mano a torcer.

— Me pondrán una multa que no podré pagar, Raquel. ¡Puedo perder la empresa! —continua, la desesperación se hace presente en su voz—. ¡Puedo ir incluso a la cárcel!

Mi gesto cambia ante su inesperada confesión, se suaviza y pasa a uno lleno de incredulidad a la vez que mi corazón deja de bombear sangre con normalidad.

Ha dicho... ¿Cárcel?

Justamente, eso ha dicho.

No, papá no.

Él no puede ir a ese lugar. Nunca. Jamás.

No lo soportaría.

— Jorge, ya basta —le advierte mamá—. No le llenes la cabeza de...

— Estoy diciendo la verdad —papá se gira abruptamente hacia ella, furioso de que no le crea—. Erick y su padre puede enviarme a la cárcel si así lo desean. ¡Entiéndelo de una puta vez, joder!

Lucia, mi madre, da un respingo a la vez que sus depiladas cejas se alzan con sorpresa ante el tono tan brusco con el que su esposo le ha hablado o, mejor dicho, gritado.

Nunca antes lo había hecho, nunca había usado aquel tono para dirigirse a mamá. Ni siquiera cuando se enfadaba lo hacía, mucho menos le alzaba la voz de tal manera. Y esto nos ha tomado por sorpresa, no sólo a ella, a mí también.

Mamá no se atreve a hablar nuevamente, yo mucho menos. Todo a nuestro alrededor en la sala se apodera de un sepulcral silencio. Papá se pasa las manos por la cara, inhalando y exhalando, tratando de mantenerse sereno. Y cuando se gira hacia mí y clava sus ojos suplicantes en los míos, parece mucho más calmado que segundos antes.

— Raquel, cielo, de que lo hagas depende mi libertad.

No respondo, permanezco mirando sus ojos verdes los cuales son idénticos a los míos. Papá avanza unos pasos hacia mí hasta quedar frente a frente y con sus manos toma las mías.

— Debes irte con Erick —su tono es suave, pero no deja de sonar demandante.

— No puedo, papá —repito más para mí misma que para él, convenciéndome de ello—. No lo conozco. ¡Ese tal Erick puede ser un anciano, calvo y regordete, un criminal, incluso un violador o un asesino!

— Él no es nada de eso —se apresura a decir—. Te lo puedo asegurar. Confía en mí. En tu padre.

— Y-yo...

— Por favor, cielo, ayúdame.

Cierro mis ojos ante la notable desesperación en la voz del hombre frente a mí y aprieto con fuerza mis párpados sin saber qué carajos hacer, no es una decisión fácil de tomar porque, por un lado, si acepto casarme estaría obligada a estar al lado de un desconocido que no quiero y no me quiere a mí, con el que solo seré infeliz. Mientras que, si no acepto, estaría condenando a papá a estar años en prisión injustamente.

¿Qué debo hacer?

¿Qué decisión debo tomar?

Abro los ojos, está vez los clavo en un punto detrás de mí padre. En mamá, quien al darse cuenta de la súplica en mi mirada se apresura a decirme en un tono apagado:

— No tienes la obligación de hacerlo si no quieres, cariño.

Y eso es lo contrario a lo que siento en estos momentos.

[...]

— ¿Estás segura de querer hacer esto?

Dejo de doblar la prenda que tengo en mis manos en cuanto escucho su voz apagada, triste. Suelto un suspiro, dejando la camisa dentro de la maleta y al girarme veo a mamá en el umbral de la puerta.

— Si —respondo, queriendo sonar segura de mí misma, cosa que no logro.

Mi madre da unos pasos dentro de la habitación, hasta posicionarse frente a mí. Teniéndola más de cerca puedo ver su rostro a detalle y darme cuenta de que sus ojos están rojos e hinchados, no trae maquillaje así que también noto unas medias lunas debajo de sus ojos. Indicándome que tampoco pudo dormir durante la noche de ayer.

— Él no puede obligarte a hacer esto —murmura, sus ojos se cristalizan en cuestión de segundos.

— Él no me está obligado.

— No, te está manipulando que es diferente.

— Eso no...

— Si lo está haciendo —me interrumpe ante mi negativa—. Pero el amor que le tienes no permite que lo notes.

Niego con la cabeza, prefiriendo callar y me giro para cerrar la maleta llena con mis prendas que yace abierta sobre mi cama.

— Cielo, no lo hagas, por favor.

El que su tono de voz cambie a uno lleno de súplica acompañado de un fuerte sollozo hace que una punzada de tristeza se alojé en mi pecho.

No quiero irme, no de esta forma. Y menos tenerlos lejos. Sin embargo, aunque esto nunca estuvo en mis planes, es mi deber hacerlo así no lo desee.

Por lo que escuché ayer, sólo debo irme a vivir con aquel desconocido por un corto tiempo hasta que papá pagué el dinero completo, que prometió lo haría lo más pronto posible.

Giro sobre mi propio eje para mirar a mamá, y debo aguantarme las ganas de llorar que me surgen al momento.

— Debo hacerlo, sino meterán a papá a la cárcel. No puedo permitir que eso ocurra, mamá. Entiéndelo.

— Hay otras opciones para evitar que vaya a ese lugar. Hablaré con tus abuelos, ellos pueden ayudarnos.

Sonrío con tristeza, negando.

— Papá no dejará que hagas eso —expliqué—. Y ellos no lo ayudarán, sabes que siempre lo han detestado.

— Puedo convencerlos...

La callo, negando con la cabeza.

Ella suelta otro sollozo mientras su labio inferior le tiembla. Detesto verla así, y me siento peor porque sé que es por mi culpa, porque me iré.

Tomo su rostro en mis manos, con la yema de mis pulgares quitó las lágrimas que se deslizan por sus mejillas y la miro a los ojos.

— Estaré bien —la tranquilizó—. Solo serán unos meses, después todo será como antes. Y mientras no esté acá prometo que te llamaré todos los días y la mayoría del tiempo vendré a verte.

Ella niega con la cabeza, sin dejar de llorar.

— No llores más, por favor —le pido—. Entiende que esto lo haría cuantas veces sea necesario, por papá, por ti. No dejaré que a las dos personas que más amo en este mundo les ocurra algo si en mis manos está el poder evitarlo.

Mamá vuelve a sollozar cada vez más fuerte y rodea mi cuerpo en un cálido abrazo. No lo puedo evitar, algunas lágrimas bajan por mis mejillas.

— Te quiero, te quiero muchísimo —masculla—. No te imaginas cuánto, mi pequeña.

— Yo a ti también mamá —esbozo una media sonrisa, aunque ella no pueda verme.

El abrazo se extiende por unos segundos más en los que ninguna quiere separarse, hasta que mamá parece recordar algo y se aparta, pasando sus dedos por debajo de sus ojos para quitar las lágrimas. Yo la imitó.

— Ese hombre, Erick, envío a alguien a buscarte —dice mamá, frunciendo los labios en una línea recta—. Esta abajo.

— ¿Tan pronto?

— Si no quieres irte, siempre puedes retractarte a eso de irte, cielo.

— Mamá, no haré eso —digo, cansada de que no comprenda que es una decisión ya tomada—. Mejor bajemos.

Mamá asiente con la cabeza, resignada al no haber logrado que yo cambiará de parecer respecto a aquello.

Bajo la maleta de la cama y tomó la otra que está al pie de la misma, no me he llevado todas mis cosas, solo lo necesario porque al fin de cuentas no viviré para siempre con el tal Erick.

Salimos de la habitación, no sin antes haberle echado un último vistazo antes de cerrar la puerta. Y cuando bajamos a la planta de abajo veo a mi padre acompañado de un hombre de unos treinta años, su piel es morena y posee buenos músculos los cuáles pueden notarse aún por encima de su traje hecho a la medida color negro.

— Te estábamos esperando —dice papá, al verme llegar a su lado—. Él es William, te llevará a la casa de Erick.

— El señor la espera —dice el hombre, con voz ronca y serio.

Muevo la cabeza en un gesto afirmativo.

El sólo hecho de saber que en breves minutos veré al dichoso Erick me hace sentir nervios.

— Déjeme ayudarla con las maletas —da un paso hacia mí y no me deja decir nada, me las arrebata sin ningún problema de las manos.

— ¿Nos vamos? —pregunto.

— Sí.

Tras esa afirmación, el hombre sale de la casa arrastrando las maletas consigo.

Tomo una bocanada de aire y la expulso mientras aguanto las ganas de llorar otra vez cuando me giro hacia mis padres.

— Los voy a extrañar —les dejo saber, sonriendo—. Cuídense mucho.

— Nosotros a ti también, cariño —me dice papá.

— Te amamos.

— Yo más.

Y los abrazo a ambos al mismo tiempo, dejando un beso en sus mejillas.

Después de despedirme de ambos salgo de la casa sin mirar atrás, no quiero arrepentirme de lo que haré si volteó a ver sus ojos llenos de lágrimas y tristeza.

Al frente William me espera fuera de una camioneta gris con los vidrios polarizados, al parecer guardo ya mis maletas en el maletero del coche porque no las veo por ningún lado. Cuando me acerco, me abre la puerta trasera del coche y poco después ya estamos saliendo de la zona residencial donde he vivido toda mi vida.

El camino es un poco largo, yo permanezco en completo silencio al igual que el moreno y tratando de distraer la mente paso todo ese rato leyendo en una aplicación que descargue recientemente un libro llamado Asfixia.

Un poco de ficción no me cae mal en estos momentos llenos de nerviosismo por lo que ocurrirá de ahora en adelante.

William detiene el coche después de más de veinte minutos y esto solo significa una cosa: hemos llegado a mi nuevo hogar. Si es que así puedo llamarle.

Miro por la ventanilla del coche y quedo boquiabierta al ver semejante casa que tengo al frente. Es el doble de grande que la de mis padres y mucho más hermosa, con paredes hechas completamente de cristal al frente del primer y segundo piso, lo cual me permite ver parte de la casa por dentro.

William se baja del auto y me abre la puerta para que baje y es lo que hago sin dejar de mirar la nueva zona residencial donde viviré. El resto de casas son igual de grandes, pero sin dudas, ninguna supera a esta.

El moreno saca las maletas de la parte trasera del coche justo cuando otro hombre con un traje igual y un auricular en su oreja se acerca a nosotros para ayudarle.

Es otro empleado de Erick, pero este además de ser de piel blanca, es más joven, pero menos musculoso que el moreno que me ha traído.

El moreno, William le pide que lleve las maletas a la casa y este obedece, rodeando la casa para entrar por la puerta de servicio.

— Sígame, por favor —me pide, caminando hacia la entrada principal de la casa.

Obedezco, yendo detrás de él. Cuando entramos a la casa el moreno antes de marcharse al segundo piso, me pide que tome asiento y lo esperé allí.

Me siento en el sofá negro con forma de L, que es a juego con la decoración con colores neutros del sitio. Saco mi celular del bolsillo delantero de mi pantalón y noto que tengo más de dos llamadas perdidas de Addy.

También algunos mensajes, entre ellos uno de ella, comentándome lo fantástico que la pasaron anoche. No tengo ánimos de hablar con nadie, mucho menos de contarles lo que ha ocurrido, así que simplemente apagó el celular y me distraigo mirando todo a mi alrededor hasta que unas pisadas me hacen guardar el celular y levantarme al ver a William bajar las escaleras.

— Pase al despacho, el señor la espera ahí.

— ¿Dónde...?

— Hacia allá —me señala un pasillo a la izquierda—. La última puerta.

Asiento con la cabeza.

— Gracias.

Me giro sin esperar respuesta alguna de su parte y camino hasta donde me indicó.

Me detengo frente al despacho, de aquí puedo oír una voz masculina al otro lado de las puertas dobles. Y mi nerviosismo aparece, con ello aquella pregunta que ronda mi cabeza desde anoche hace acto de presencia.

¿Será esta la solución correcta?

Y, como siempre, me respondo a mí misma de forma automática:

Si. La es.

Suelto un suspiro, reuniendo valor y abro la puerta del despacho, cuando entro la cierro detrás de mí. Y al llevar la mirada al frente veo a un hombre de espaldas hacia mí el cual por estar hablando por su celular no se ha dado cuenta de mi presencia.

— Te dije claramente lo que tenían que hacer —le escucho decir—. ¡¿Cómo carajos pudieron equivocarse con algo tan sencillo?! —grita, enojado o eso me parece.

El hombre permanece en silencio durante cortos segundos escuchando lo que le dicen al otro lado de la línea telefónica. Y yo me planteo el volver a la sala para no quedar como una metiche por escuchar conversaciones ajenas.

— No, no quiero un puta excusa más —me da la impresión de que interrumpe a quién está hablándole—. Estoy cansado de tu ineficiencia, de que seas un maldito inútil que nunca hace nada bien —hace una breve pausa—. Cállate, Rick. Buscaré a personas con los cojones que a ustedes le faltan. Tú y tu séquito de imbéciles están despedidos.

Si antes pensé en irme, ahora era demasiado tarde. Justo después de decir esa última palabra el hombre giro sobre su propio eje colgando la llamada.

Da un paso al frente, pero al levantar su mirada sus ojos esmeralda se encuentran con los míos y se detiene de golpe.

Me quedo quiera en mi lugar, sin saber cómo reaccionar. Le sostengo la mirada, abriendo mis ojos como dos inmensos faroles y mi boca se entre abre por la sorpresa.

Es el chico buenísimo de ayer.

No puede ser.

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