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Capítulo 7: Malos Ejemplos

La atmósfera se puso un poco tensa y Daniel sencillamente miraba hacia un costado. Quería que se fuera de una vez. En la cita que había compartido a él le cayó muy mal su actitud y le fastidiaron los temas de conversación que sacaba, preguntaba constantemente por sus hijos. Era una manera vulgar de demostrar el interés que tenía por Daniel, utilizar a sus hijos para llegarle.

— Le decía a Mary que eras tú y ella no quería creerlo. ¿Qué estaría haciendo Daniel Crusher con una jovencita en un lugar así? —Y se volteó a mirar a Deanna.

— Hola —le dijo Deanna, pero ella no le respondió. Estaba esperando que Daniel diera una explicación.

— ¿Este es tu estilo ahora? —Eso era muy grosero de su parte.

— Disculpa, pero puedo oírte también —Lynda la miró.

— ¿Y quién eres?

— Soy Deanna, mucho gusto.

— Hola, ¿y eres...?

— La prometida de Daniel —Lynda se rio.

La situación estaba escalando. Estaba tratando de menospreciarla con un descaro absoluto y siendo grosera, ni siquiera la conocía. ¿Qué clase de persona era esta mujer?

— Así es —dijo Daniel.

— ¿Es una broma?

— No —le respondió Deanna.

— Vamos, Daniel. Tú no te "dedicas" a esta clase de cosas.

— Sigo aquí y puedo escucharte —Daniel escondió una pequeña sonrisa.

— No estoy hablando contigo.

— No, estás ignorándome para hablar con mi futuro esposo. ¿No te parece un poco fuera de lugar? Es un hombre comprometido...

Las personas de las mesas contiguas comenzaron a voltearse para observar qué estaba sucediendo. Si bien hablaban en un tono normal, el tema de conversación no dejaba de ser embarazoso y Deanna estaba aportando lo suyo. Había notado el desagrado de Daniel hacia esa mujer y su cara expresaba abiertamente su deseo de que se marchara. Podía ayudarlo un poco.

Lynda se dio cuenta de que estaba siendo observada y cuestionada por las demás personas. Se estaba imponiendo entre una pareja que estaba cenando tranquilamente con preguntas fuera de lugar.

— Ya veo... no lo sabía —intentó disculparse.

— No te preocupes —la desestimó Deanna con un movimiento de mano.

— Bien, entonces será mejor que me retire... Felicidades, Daniel.

Él la saludó solo con la cabeza y Lynda finalmente se marchó. Continuaron tomando el postre en silencio, para Deanna no hacía falta agregar nada más. Era obvio que esa mujer había tenido algo con él en algún momento, o solo era una maleducada. Estaba segura de que en el futuro debería enfrentar más de este tipo de cuestionamientos.

Iban en el coche de regreso a casa de Deanna, pero Daniel seguía sin decir una palabra. Sentía, por algún motivo, que debía darle explicaciones, pero no entendía por qué y eso lo fastidiaba. Le molestaba no entender qué estaba sucediendo con él: nervios, ansiedad, ese nudo en el estómago y ahora la necesidad de justificarse. Pareciera que Deanna era en realidad su prometida.

— Esa mujer de hace rato...

— ¿Sí?

— Solo tuvimos una cita y no funcionó.

— Ya veo.

— Como te habrás dado cuenta es un poco desagradable.

— Lo es.

— Bueno... —Listo, esa explicación era suficiente.

A Deanna le causó un poco de gracia verlo tratar de explicar algo que ella nunca preguntó. Pero le pareció algo bueno, considerado. Tal vez Harry tenía razón cuando decía que era frío pero una buena persona.

— Manejaste bien la situación.

— Bueno, gracias. No es la primera vez que me cruzo con personas así.

— ¿Qué quieres decir?

— Hay gente que tiende a menospreciar a los demás. Solía sucederme el primer año de Universidad.

— Entiendo.

— Harry fue de gran ayuda en esos tiempos.

— Me alegra escuchar que se comporta.

— Es un gran amigo y una gran persona.

El cariño era genuino y Daniel se dio cuenta. Al parecer Harry era algo más que un irresponsable con ideas ridículas que ponía a los demás en situaciones difíciles.

Cuando llegaron a su edificio Deanna se comenzó a despedir, pero Daniel la detuvo.

— Esta noche las cosas salieron bien. Pero en la reunión familiar tendremos ojos escrutándonos todo el tiempo.

— Haré mi mejor intento.

— Supongo que Harry ya te habrá hablado de nuestra madre. Sospecho que es de quien más deberás cuidarte, cree que nos casaremos porque estás interesada en mi dinero.

— Va a ser difícil convencerla.

— Sí, pero no te preocupes por eso. Sin importar lo que diga la boda se realizará igual. Pero es muy probable que te haga comentarios extraños o molestos, solo ignórala lo más que puedas.

— Es bueno saberlo, estaré preparada.

— Bien... Y, por favor, nada de pe... ¡De vestidos así! —¿De qué? Casi lo dice.

— Bueno... sin vestidos así —Otra vez estaba siendo raro.

Deanna se despidió, le agradeció la cena y entró a su departamento. ¿Qué había querido decir? Se sentía satisfecha de haber sobrevivido a su examen, pero al parecer era muy conservador ya que se había quejado del vestido. Nada de rodilla y nada de espalda. Por suerte, el atuendo que Laura le había recomendado para la reunión era más recatado.

A Daniel le quedaba una tarea más, la más difícil de todas: decirle a sus hijos. Nunca había hablado con ellos de nada parecido, nunca había llevado una mujer a su casa, ni les había presentado a nadie y de repente debía anunciarles que iba a casarse. El otro problema sería explicarles con quién iba a hacerlo.

Ethan y Naomi quizá lo cuestionarían un poco, todo era muy de pronto. Pero sus hijos, al parecer, tenían cada quien su propia vida, aunque él mismo no estaba muy enterado. Los últimos años se había encerrado un poco en su caparazón tratando de no exteriorizar su tristeza para que esta no afectara a sus hijos. Su madre ya no estaba y lo que menos necesitaban era un padre que flaqueara. Pero al intentar protegerlos, terminó alejándolos un poco.

Eran una familia que funcionaba a base de reglas y horarios, pero también compartían momentos de distensión como en las vacaciones. Pero Daniel no conocía otra manera de hacer que las cosas marcharan. Los niños se relajaban más con su abuela o su tía, quienes siempre estaban dando vueltas sobre ellos. Él representaba la figura de autoridad y rara vez lo contradecían. Simplemente era como giraban los engranajes.

Quien más lo preocupaba era Jonathan. Luego de que su madre murió se retrotrajo dentro de su propio caparazón. Era tan pequeño que no supieron qué le había sucedido. De pronto un día dejó de hablar y no porque no pudiera, simplemente decidió no hacerlo más. Daniel había acudido a cuanto médico y terapeuta encontró, pero no había ninguna razón médica para su condición, ninguna patología. Las terapias tampoco sirvieron de nada, solo estresaban más al niño. Lo único que parecía gustarle mucho era la música, bailaba por toda la casa cargando una pequeña grabadora de juguete que reproducía archivos multimedia.

Por eso era tan importante que Deanna se mantuviera dentro de las reglas y las rutinas que ya tenían en la familia. Cuando menos se perturbaran esas costumbres, menos daño recibirían sus hijos. Lo mejor era mantener una cierta distancia cordial, aunque Deanna había demostrado ser una persona agradable lo cierto era que también había sacado a la luz su lado combativo y rebelde. No quería que sus hijos aprendieran de esos ejemplos. Pero eso era algo que no podría evitar.

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