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2-Puesto de Asistente

La luz atravesaba aquel cristal, inundando el pequeño cuarto de Siena. El día apenas comenzaba y ella sabía que lo primero era alimentar a su pequeño hijo, Dylan Brabery. Mientras lo sostenía en brazos, nada la perturbaba; sentir sus manitas entre las suyas le otorgaban seguridad, paz y una profunda esperanza.

— ¡Oh, mi adorado hijo! Eres todo para mí, pero mami debe ir a una entrevista de trabajo —mientras Siena hablaba con su pequeño hijo, el timbre de su pequeño apartamento no dejaba de sonar.

—Justo a tiempo... Ya lo alimenté, en la nevera dejé un poco de mi leche. Selim, ¿Estás segura de que puedes cuidarlo? —como toda madre primeriza, tenía la preocupación de dejar a su pequeño bebé con alguien más.

—Oye, ya basta. Sabes que puedo hacerlo, además estaremos en constante comunicación. Toma, llévate este celular, allí ya está guardado mi número, ¿Está bien? —Selim sabía que Siena no estaría tranquila dejándola con su hijo. Era una oportunidad de trabajo y no podía permitirse perderla por las inseguridades de una madre.

—Está bien... te llamaré desde este celular. Muchas gracias por tu ayuda, Selim —Siena tomó las manos de Selim para agradecerle. Desde que se conocieron, no se había separado. Ambas se habían brindado apoyo mutuo en cada prueba que les ofrecía la dura vida que llevaban.

Eran las siete de la mañana y aún no estaba ni siquiera cerca de las puertas de esa empresa. Los nervios la atenazaban y sus manos estaban heladas. Solo ella sabía lo crucial que era conseguir ese trabajo.

—Por favor, acelere, señor, necesito llegar a mi destino —el chofer del taxi la miraba a través del espejo retrovisor, con una leve sonrisa en el rostro.

— No se preocupe, señorita, conocerá su destino en unas horas —por un momento, las palabras de aquel hombre captaron la atención de Siena, pero luego las dejó pasar como una afirmación más que como un aviso.

Parada frente a aquel imponente edificio, observaba atentamente "El Cielo Digital". A pesar de que en el folleto parecía una empresa pequeña, al encontrarse frente a aquel imponente edificio, sus nervios aumentaron considerablemente. Respiró profundamente antes de entrar en el interior de la empresa.

—Buenas tardes... Vengo por una entrevista de trabajo —la mujer frente a Siena parecía no estar acostumbrada a ser tan amable con personas ajenas a la empresa.

—Sí... Aquí tiene. Mientras espera ser llamada por el gerente, puede rellenar sus datos personales —Siena tomó la planilla y se sentó para empezar a completarla. A medida que escribía, no lograba convencerse de que conseguiría el puesto de asistente.

En la parte superior del formulario, había un espacio para indicar si tenía esposo e hijos. Sus pensamientos la llevaron a otro lugar, olvidando que en ese momento el gerente ya la estaba citando para la entrevista.

— ¡Señorita Siena Brabery!... ¿Señorita, está bien? ¡Señorita Siena! —la recepcionista se acercó a ella al ver que no respondía al llamado del gerente.

Ya había sido llamada dos veces por el gerente y ella, sin prestar atención, seguía inmersa en aquel dilema sobre si debía o no poner en el formulario que era madre soltera. La menor duda la distraía más que lo que ocurría a su alrededor.

— ¡Oh, lo siento, estaba distraída! —Se disculpó Siena avergonzada.

— El gerente Starling, por favor sígame, la llevaré a la sala de juntas —Siena caminaba tras la mujer que iba delante de ella. Eran casi de la misma estatura y, en comparación, la mujer estaba bien presentada, llevaba una falda entallada, una camisa blanca y una chaqueta negra que le quedaban muy bien. Siena observaba atentamente cada detalle a su alrededor.

— ¡Por aquí, por favor! —Siena entró en una habitación que era el doble de grande que su pequeño apartamento. Era evidente que la belleza del lugar la deslumbró.

Un hombre estaba parado frente a un imponente ventanal. Ella imaginaba la vista que él tenía. Parada al lado de una silla junto a la mesa, no pudo evitar aclararse la garganta.

— Buen día, señorita... —l gerente, de aspecto serio pero elegante, revisaba el currículum vitae que Selim había enviado al departamento de gestión.

—Siena Brabery, el gerente Starling la llama —Ella logró captar la atención del hombre. Parecía que el puesto de asistente era muy solicitado en esa empresa.

— Por favor, siéntese. Es un placer tenerla aquí. Por lo que veo, maneja muy bien el portugués, guaraní y el español. ¿Es correcto, señorita? —Los ojos del hombre se posaron en el rostro de Siena. El nerviosismo la invadía de nuevo; tanto que se notaba al aclararse la garganta. Sin embargo, su corazón latía frenéticamente mientras intentaba mantener la calma. Se esforzó por sonreír para disipar cualquier inseguridad que el hombre pudiera percibir en ella.

—Sí, es correcto —respondió con seguridad.

— No tiene esposo, hijos, y al parecer, ningún familiar. Sí... Creo que no tendría problemas en tomar el puesto. Pero hay algo que no la favorece: no tiene experiencia como asistente, a pesar de haber estudiado para secretaria —dijo el gerente, desvaneciendo la pequeña seguridad de ella al oírlo hablar.

En ese momento, el teléfono de la sala sonó con intensidad, interrumpiendo la conversación.

— ¿Sí, quién habla? Oh, señor, es usted... Sí, claro señor, así será —la llamada no duró mucho tiempo.

— Está bien, señorita Brabery, el puesto de asistente ejecutivo será suyo. ¿Cree que podrá comenzar desde mañana? —las palabras del gerente dejaron a la joven madre con la boca abierta, ya que no tenía fe en que el trabajo sería suyo. En ese momento, una sonrisa se dibujó en su rostro. Sin embargo, para el gerente, resultaba extraño verla así, ya que cuando se presentó ante él estaba seria e insegura.

Salió a la elegante calle de Nueva Italia, pero no miró a su alrededor. Lo primero que hizo fue llamar a Selim para darle la buena noticia, tenía trabajo y podía mantener a su pequeño hijo.

Había perdido a Samuel, pero de ninguna forma iba a perder a su hijo Dylan. La noche se apoderaba poco a poco de la ciudad, el aire veraniego era el clima favorito de Siena. Decidió preparar algo rápido para la cena y tomó una bebida con su amiga de lucha en su balcón, disfrutando la belleza de la noche. Siena recordaba cuando conoció al padre de su hijo, la nostalgia la envolvía como un temporal.

— ¿Por qué tuvo que ser de esta manera? —preguntó en voz alta. La atención de Selim se posó en ella mientras ambas bebían. Las lágrimas amenazaban con salir de los ojos de Siena. Tragó la bebida con dificultad.

— Porque no te valoraba, y porque no valía la pena para ti... Mira, seca esas lágrimas, deja de pensar en ese idiota que solo te hizo sufrir durante tantos años —las palabras de Selim, en cierta medida, le devolvían la cordura. Sabía que lamentarse por Samuel no servía de nada, y que quizás él era feliz con su nueva familia.

Al día siguiente, Selim le prestó algunas prendas de ropa de la empresa. Aunque ella trabajaba en el departamento de marketing y publicidad, había cambiado de trabajo por las noches y esas prendas ya no le servían para nada. El cambio en su vestimenta favoreció enormemente a Siena.

Eran las siete de la mañana y ella debía llegar antes que su jefe; eran las reglas que debía seguir para comenzar el día. El gerente Starling le había dejado un apunte con todas las tareas por hacer, asignadas por horas.

Los empleados iban llegando poco a poco, saludándola y dándole la bienvenida. Algunos mostraban un ánimo contagioso, pero otros parecían sentir lástima por ella al tener el puesto de asistente.

— Sabes... te compadezco. Deberías considerar cambiar de puesto —dijo una mujer de cabello rubio y rostro más rellenado. Para Siena no era algo extraño; el temor de encontrarse con un jefe autoritario estaba presente en su mente. Se imaginaba que su jefe sería uno de esos hombres corpulentos, con semblante serio y de trato difícil, aquellos que no dudaban en gritar a los empleados por un solo error, sin importar quién estuviera presente.

Un hombre salía del ascensor y se dirigía hacia ella. Su presencia era imponente, y un silencio se cernía a su alrededor mientras caminaba entre los demás. Estaba absorto en su teléfono móvil y su forma de deslizar el dedo por la pantalla le pareció extrañamente insolente. Quizás fue su mirada oscura y desaprobadora, que parecía un roce íntimo y desafiante. A pesar de haberse esforzado siempre tratar de proyectar la imagen de una mujer que disfrutaba de los placeres físicos, la verdad era que no le gustaba que la tocaran. Nunca. Ni siquiera un roce que no fuera real. Una extraña sensación se apoderó de ella mientras sostenía con fuerza aquel apunte contra su pecho.

— ¿Usted es mi nueva asistente? —preguntó él. El impacto de aquel hombre resonaba en todo el cuerpo de Siena; sentía que sus piernas se negaban a responder y su ser colapsaba como si una avalancha se desprendiera de lo alto de una montaña.

— ¿Está bien? Señorita... Oiga, ¿Me escucha? — Pregunto curioso aquel hombre que estaba frente a ella, sus ojos penetrantes la estudiaban detenidamente.

— Oh, sí, lo siento. Me llamo Siena y soy su nueva asistente, señor —dijo Siena presentándose. Antes de que pudiera terminar su presentación, el hombre misterioso la interrumpió. Las miradas de los demás se posaron sobre ella; al mirar alrededor, notó que los demás fingían desentenderse.

— Ve. El señor AC se molestará, y no queremos eso, ¿verdad? —La mujer la guío hacia la puerta de la oficina de su jefe, conocido por su autoritarismo e imprevisibilidad.

Siena tomó aire antes de tocar la puerta — ¡Adelante! —Se escuchó desde el interior de la oficina.

De manera temerosa, Siena entró y cerró la puerta tras de sí. Aquel hombre era... todo. Demasiado alto, demasiado sólido. Demasiado imponente. Su traje oscuro destacaba un cuerpo atlético y el pelo negro bien cortado parecía esconder un rizo natural. Tenía la piel morena y la boca más sensual que había visto en un hombre, aunque apretaba los labios en un gesto hosco. Era sorprendentemente apuesto, casi asombroso. Y tan letal como una hoja de acero templado. Asher Crosetti soltó el bolígrafo para levantar la mirada una vez más. Ambos no se daban cuenta de que se miraban directamente a los ojos.

Siena no tuvo tiempo para hablar. No tenía tiempo en absoluto. Sintió la vibración de su móvil en el bolsillo y supo lo que eso significaba. Sacó el celular de su bolsillo, era Selim. Sin poder responder ni guardar el móvil, ya tenía al hombre asombroso frente a ella. Los nervios la traicionaron; al dejar caer el móvil, Asher logró atraparlo antes de que impactara en el suelo.

—Lo siento, qué torpeza la mía —dijo Siena con voz temblorosa.

—Señorita Brabery, ¿se disculpa constantemente, verdad? —Siena sentía cómo su rostro se ponía rojo; la vergüenza la invadía cada segundo. Sus manos permanecían sudorosas y frías. Una extraña sensación se apoderaba de ella, una mezcla de emociones que pensó no sentiría jamás. Había una atracción entre ambos, pero la realidad la llamaba. Pase lo que pase, debía conservar su trabajo y recordar que era madre de un hermoso niño esperándola en casa.

— ¡Llama a una reunión dentro de una hora!... Y tome su celular, trate de no dejar caer un aparato tan valioso en el trabajo —expresó Asher.

Sus ojos oscuros resultaban aún más atractivos de cerca, brillando como oro bruñido bajo la luz del sol. Brabery se quedó sin aliento y no entendía por qué. Tampoco comprendía por qué él la miraba con gesto ofendido. Su teléfono no dejaba de vibrar, estaba a punto de ponerse a llorar allí mismo, en plena presencia de su jefe, por lo que dejó de prestar atención al silencioso y formidable desconocido, y abrió la puerta de la oficina para salir. Por su parte, Asher entendía que aquella joven estaba tímida, temerosa e intranquila, seguramente influenciada por las historias que habían circulado sobre él.

Siena se esforzaba por cumplir las expectativas de su jefe y compañeros de trabajo. Poco a poco, la formalidad elegante con la que la trataban se estaba disipando; durante la hora de almuerzo, todos compartían en el restaurante de la empresa. Trataba de evitar preguntas íntimas y deseaba terminar el almuerzo rápidamente. Cuando se dispuso a levantarse, recibió una llamada de Selim.

— ¿Cómo están allí? —pregunto Siena, había logrado subir a la terraza del edificio, el lugar ideal para una video llamada con Selim y ver a su hijo.

— ¡Estamos genial! Ya lo bañé y le di de comer. ¿No es cierto, mi pequeño? —dijo Selim. Ese momento era especial para la bella asistente, ver a su hijo en la pantalla la tranquilizaba.

—Bien... En cuanto termine de trabajar, regresaré a casa. Oye, Selim, debo colgar —Siena cortó rápidamente la llamada al escuchar un ruido que captó su atención. Se dirigió hacia el origen del sonido, aunque aún faltaba media hora para volver a su oficina; la curiosidad la estaba matando.

De repente, unas manos fuertes la sujetaron, lo que la hizo exhalar un jadeo.

— ¿Qué hace aquí, señorita Brabery? —Sorprendida por aquella voz, Siena abrió los ojos automáticamente.

No entendía por qué la tuteaba ni por qué la miraba de esa manera. Por alguna razón, aquel hombre le recordaba, por primera vez en mucho tiempo o quizás por primera vez en su vida, que era una mujer.

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