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Un testimonio

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Sinopsis

Oliva Beatriz, una joven llena de fe, trabajará en el juzgado de niñez y juventud como secretaria del juez Samuel Bernardi. Es un hombre excelente en todo lo que hace, pero dentro de su corazón carga viejas heridas. Los dos crecerán juntos en amistad y conocimiento mutuo. Un dolor. Un testimonio. Un amor. La belleza revelada en las actitudes de Oliva os llevará a conocer lo que para Dios es un verdadero encanto.

DulceUna noche de pasiónSEXOAventurarománticasRománticoMatimonio por ContratoMisterioAmor-OdioJefe

Capítulo 1

Un mal presentimiento dominaba su pecho con cada golpe en esa puerta. El sonido resonó cada vez más fuerte, y estaba a punto de tomar ese trozo de madera que estaba colocado frente a él como una barrera al suelo. La creciente ira dentro de él hizo que su piel blanca tomara un tono rojo y con el último golpe contra esa puerta, finalmente la escuchó abrirse. Frente a él estaba la pequeña Zilá, la criada canosa de Letícia Prado.

- ¿Dónde está ella? – preguntó Samuel, entrando a la habitación con largas zancadas.

– Ella… Sí… – tartamudeó la mujer.

Zilá estaba convencida de que tal vez esa tarde sucedería una gran tragedia.

– ¡Habla ahora, Zilá! – gritó Samuel sintiendo todo su cuerpo temblar con una rabia desconocida para él mismo.

La mujer bajó la cabeza y señaló hacia arriba.

Samuel apretó el puño y un músculo de su mandíbula saltó, exuberante por el odio que lo dominaba. Subió los escalones lo más rápido que pudo. Al llegar al pasillo del dormitorio, redujo el paso para intentar escuchar algo. Al detenerse frente a la puerta de la habitación de Letícia, escuchó el sonido de pequeñas sonrisas, haciendo que su estómago se revolviera con total repulsión. Teniendo en cuenta, entonces, que Murilo tenía razón cuando le contó la traición de su prometida.

Samuel respiró hondo y se alejó de la puerta, lo suficiente como para tomar el impulso para patearla y se abrió en el mismo momento. El ruido del grito de Letícia y el hombre que la acompañaba fue claro cuando enfrentaron la mirada fulminante del prometido traicionado. Ambos estaban envueltos en la sábana blanca, pero pronto el amante se levantó para atacarlo, pero Samuel lo golpeó con un puñetazo y lo arrojó contra la pared. Levantó al hombre, lo golpeó de nuevo y lo arrojó hasta que se desplomó contra la pared del pasillo. Recogió su ropa y se la arrojó. De una patada cerró la puerta y se giró hacia su novia, quien tenía miedo en sus ojos al verlo tan enojado como nunca lo había visto en toda su vida. Su mandíbula petrificada y sus manos todavía apretadas hasta el punto de matarla allí mismo. Su cuerpo parecía arder vivo ante la ardiente ira que lo consumía por completo.

- Samuel, mi amor... - Se levantó con la sábana envuelta alrededor de su cuerpo y fue al encuentro del novio, queriendo aligerar el ambiente.

Samuel la sujetó por los hombros con tanta fuerza, haciéndola gemir de dolor por tener la piel aplastada por la presión a la que era sometida.

– ¡Mentiroso! ¡Cínico! – dijo entre dientes.

Leticia empezó a llorar.

- ¿Usted no entiende? Me obligó, yo no quería nada, pero… – Se arrojó sobre su prometido. – Dijo que si no me entregabas, te haría algo.

Samuel la empujó haciéndola caer sobre la cama.

– ¿Crees que soy un idiota por creer eso? – gritó descargando su furia en la puerta del armario, que al recibir tal impacto cayó al suelo.

Ella simplemente siguió llorando.

– Ahora lo entiendo todo. Se pasó las manos por el pelo. – Conseguiste engañarme durante mucho tiempo, pero a partir de hoy no volveré a creer una palabra tuya. De hecho, ¡espero no volver a mirarte a la cara nunca más!

Abrió la puerta y se dio cuenta de que el hombre ya no estaba allí. Al dar los primeros pasos para salir de aquel lugar, fétido por la presencia de aquella mujer, aún de espaldas, escuchó:

- Nunca me olvidarás. Seré como una sombra para ti – declaró Letícia con una sonrisa burlona. - No serás feliz con otro.

“Para nada, no volveré a amar a nadie” – se dijo y siguió su camino.

Letícia se recostó en su cama, pensando que realmente había obtenido su victoria, pero no esperaba escuchar el sonido de muchos vehículos rodeando su edificio. Necesitaba escapar. Pero sabía que algún día regresaría.

“Zum, ZUM, ZUM”.

El timbre sonó sin parar. Beatrice, secándose las manos con una servilleta, se acercó a la puerta y la abrió. La visión del señor Rogerio con los brazos cruzados y mirándola fijamente la hizo tragar saliva, sintiendo incluso una gota de sudor correr por su sien.

“He venido a cobrar el alquiler”, exigió el hombre con voz dura.

"No tenemos dinero", respondió Bea, bajando la mirada al suelo y lamiéndose los labios. - Al menos no todavía.

– Llevas dos meses ahí y con éste vas a tener tres meses de retraso. – El hombre calvo, con barba y grandes músculos, la hizo estremecerse. No le resultaría difícil tomarla del brazo y arrojarla a la calle de la amargura.

– Lo sé y me disculpo, pero por ahora no tenemos nada. – Le mostró sus manos húmedas y vacías.

– Mira Oliva, si no pagas en dos semanas tendré que expulsarte. Necesito el dinero. – Volvió a cruzarse de brazos sobre el pecho, mostrando su autoritarismo.

Ella dejó escapar un profundo suspiro, lo miró con sus ojos inocentes y dijo:

- Esta bien, señor. ¡Es justo!

La sinceridad de las palabras de Beatrice hizo que la pose del hombre se desmoronara. Otro inquilino podría maldecirlo o pedirle un plazo más largo, en lugar de decir: "¡Eso es justo!". Rogerio la miró, cuyos ojos estaban llorosos.

– Beatrice, veremos qué podemos hacer. – Suspiró con pesar. – Pero intenta ganar algo – dijo poniendo una mano en el hombro de la joven, mostrando su poca solidaridad con esa situación.

– Lo intentaré, señor. Gracias y lo siento de nuevo. Ella frunció sus labios rosados y asintió humildemente.

El hombre se fue, rascándose la nuca, todavía pensando en sus palabras. Oliva cerró la puerta, se sentó en el sofá, hundió la cabeza entre las dos manos y dejó escapar numerosas lágrimas, expresando así el dolor de las humillaciones que enfrentaba día tras día. Desde la muerte de su padre, la vida se ha vuelto más difícil. La madre padecía graves problemas de salud; Flávia, la prima, ayudaba en todo lo que podía, pero su salario apenas cubría los gastos y Bea no podía hacer nada sin trabajo. Esos problemas la hicieron llorar profundamente, sintiéndose muchas veces sola e impotente.

– Si no me ayudas, pasaremos debajo del puente. Señor, estoy cansado de pelear por esta situación financiera, o incluso por la enfermedad de mamá. Si eso es lo que tienes para mí, ¿quién soy yo para luchar contigo? O contra tus decretos para mi vida. Que no seas como yo quiero, sino como tú quieres. - Oró con gran sinceridad en su corazón. Realmente estaba entregando sus fuerzas en ese momento. – Sabes lo que necesito, pero no puedo obligarte a cumplir mis deseos. Pero os pido fuerza para soportar estas dificultades. Amén.- Terminó su oración arrastrando las palabras y secándose las lágrimas.

Beatrice llevaba tiempo buscando trabajo y había difundido su currículum por todas partes. Su prima había conocido a una mujer que trabajaba en el foro y luego le habló de Bea, pero hasta el momento no había pasado nada.

Miró la pequeña habitación de aquel apartamento pensando en cómo iba a solucionar sus problemas. Salió de sus preguntas cuando el teléfono sonó durante unos segundos.

- ¿Hola? – Beatrice respondió a la llamada, tratando de devolver su voz a su estado natural.

– Buenas tardes, me gustaría hablar con la señorita. Beatriz. – Una voz profunda pero femenina habló a través del teléfono.

- Soy yo. ¿Quien habla?

– Es del despacho jurídico. Requerimos su presencia para cubrir una de las vacantes.

El corazón de Beatrice dio un vuelco en su pecho.

- ¿Señora? - Preguntó la mujer, al escuchar un ruido extraño en medio de la llamada.

- ¡Oh por supuesto! – respondió con euforia, casi saltando por la casa.

– ¿Podrías venir mañana a las pm? – La voz de la mujer se mantuvo tranquila y firme mientras daba la información.

– Sí, ¿cuál es la dirección?

– Está en el Juzgado de Niñez y Adolescencia. En el centro, Avenida Getúlio Vargas.

– Muchas gracias – dijo Bea, anotando la dirección en un papel.

- ¡Sin falta! – Enfatizó la mujer en el foro.

– ¡No me lo perderé! Muchas gracias de nuevo – dijo Bea, sonriendo a las paredes blancas del apartamento.

- De nada, que tengas una buena tarde. – Se escuchó el sonido de línea cerrada finalizando la llamada.

Beatrice colgó el teléfono y dio vueltas por la casa. La alegría no pudo contenerse en su corazón, inmediatamente se arrodilló y oró:

– ¡ Jesús, muchas gracias! – Algunas lágrimas cayeron. - El Señor ciertamente hace cumplir la palabra que dice: "Llámame en el día de la angustia, y yo te responderé". Qué bueno es poder pertenecer al Dios que no es ajeno a nuestras luchas. – Después de unos minutos, finalizó su sincero agradecimiento.

Se levantó de esa posición y corrió a contarle a su madre la maravillosa noticia en medio de tantos problemas.

***

Oliva se presentó ante el hmin del Tribunal de Infancia y Juventud. La señora del teléfono lo recibió luego de ser notificada de la presencia de la joven. Bea la estaba esperando sentada en una de las sillas de espera. La joven miró a algunas personas en ese lugar y vio como muchas mujeres tenían apariencia de sufrimiento. El mundo era difícil para la mayoría de los habitantes de la tierra.

– Oliva Beatriz. - El sonido de una voz femenina despertó a Bea de sus meditaciones sobre las personas en la sala de espera.

Se volvió hacia la voz y vio a una mujer morena de cabello rizado y una sonrisa espontánea. La ropa era una blusa de satén blanca y una falda lápiz gris. Un atuendo común para quienes trabajaban allí.

- ¡Hola! – La mujer le tendió la mano a Oliva a modo de saludo. – Soy Andréa, una de las secretarias, encantado de conocerte.

– Buenos días, Andrea. – Saludó a Bea con su peculiar amabilidad y se levantó de la silla dejando su bolso a un lado.

– Vamos, te mostraré tus funciones. – La llamó con sus dedos, cuyas uñas pintadas de azul oscuro eran claramente evidentes.

– ¿Mis funciones? – preguntó Bea con la ceja levantada, demostrando su confusión sobre el tema.

– Sí. ¡Oh, lo siento! – jadeó Andréa con la mano en la cabeza por haber olvidado ese detalle. – No dejé claro que usted ya había sido seleccionado por la señora Gisele.

Cuando Bea escuchó ese nombre recordó que era el mismo que había anunciado Flávia, seguramente había sido nominada para el puesto.

– Ah… – exclamó Bea con un suspiro. - No hay problema. – declaró sonriendo. – En realidad es un regalo.

- ¡Que bueno! ¡Vamos! – La mujer la jaló de los brazos.

En el camino, Andréa le explicó algunas de las situaciones vividas en el foro, le mostró las salas donde se tomaban acuerdos, le presentó a algunos de los empleados, hasta que ambos ingresaron al despacho del juez.

Bea quedó encantada de ver ese lugar tan imponente, con las paredes cubiertas de libros, un sofá y una mesa de café justo en la entrada, otra suntuosa mesa de roble colocada en el centro le daba un toque monumental a esa estancia.

Andrea, al ver la fascinación en los ojos de Beatrice, sonrió. Llevó a la joven a una pequeña habitación dentro de esa oficina. El lugar era de color beige claro, había una computadora colocada sobre una mesa de MDF blanca, una silla negra acolchada, frente a la mesa había un pequeño sofá gris y al lado un instante con libros y un cajón con papeles archivados.

“Esta será su oficina”, dijo la secretaria, caminando.

– Ok, pero ¿qué haré exactamente? Preguntó Beatrice, sentándose con las piernas cruzadas en el sofá y poniendo su bolso a su lado.

– Leerás los informes del Dr. Bernadi. Dos veces por semana, por la mañana, te traerá y otros servicios.