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Capítulo 2. Una mujer que quiere venganza.

Un año después.

Alexa Carusso era una mujer hermosa y lo sabía, pero más que eso, era una mujer determinada, fuerte y con una voluntad de arrasar con todo a su paso, por un simple motivo: había perdido todo, y venía dispuesta a recuperarlo.

Precisamente por eso había pasado un año preparándose, un año tejiendo sus hilos para ganarse aquel puesto como analista en el departamento económico de Hamilton Holding Enterprise, más conocido como el grupo HHE. Era la empresa más poderosa en el área de la tecnología, y su dueño era el único hombre que a Alexa le interesaba en el mundo: Scott Hamilton.

El señor Hamilton era un hombre escurridizo, al punto de ocultarle exitosamente su rostro a los medios, y eliminar cualquier noticia privada o foto suya de internet. Sin embargo todos los que lo conocían estaban de acuerdo en algo: Era un hombre despiadado, feroz, horrible... ¡y Alexa estaba allí para conquistarlo!

Manejó su discreta camioneta Honda hasta el edificio de Hamilton Holding Enterprise en el mismo corazón de Nueva York. Era su primer día y estaba lista para causar una buena impresión, pero como a la vida no le gustaba ponérsela fácil, siempre había un idiota tratando de joderle el día.

Iba a tomar uno de los dos últimos puestos de estacionamiento libres cerca del ascensor, cuando un Ferrari rojo le pasó por delante sin ninguna consideración... ¡y se estacionó en medio de los dos lugares!

Alexa apretó los dientes y se bajó del auto.

—Disculpe, ¿será que se pueda estacionar correctamente, por favor? —pidió lo más amablemente que pudo.

Del Ferrari salió un hombre alto, de ojos azules, con una perfecta musculatura bajo el traje sastre de diseñador, y guapo como un maldito dios nórdico. Miró a Alexa de arriba abajo y su nariz hizo un pequeño gruñido, como si fuera un animal de presa que encuentra exactamente lo que quiere comerse.

—Hay más estacionamientos al fondo —le espetó—. Ahora sal de mi vista.

—¡El fondo está a trescientos metros! —gruñó Alexa hirviendo de rabia—. ¡No voy a caminar todo eso y llegar sudada a mi trabajo en mi primer día solo porque no tienes puntería para ocupar un solo estacionamiento!

El dios nórdico abrió mucho los ojos, como si de verdad fuera una simple mortal que se atreviera a desafiarlo.

—¿Eres loca o te haces? ¿¡Tienes idea de con quién estás hablando!? —siseó acercándose a ella peligrosamente—. Este auto supera el precio de tu Honda veinte veces, ¿crees que dejaré que te estaciones junto a él? ¡Por favor! ¡Este es un...!

—Ferrari 488 GBT, motor V8 de 3902 centímetros cúbicos, 670 caballos de fuerza a 8000 revoluciones. Acelera de 0 a 200 kilómetros en 8,3 segundos y es capaz de realizar una vuelta rápida al trazado de Fiorano en un minuto y veintitrés segundos —describió Alexa mirándolo a los ojos, desafiante, y luego miró al auto—. Es lindo, pero excesivamente deportivo, no combina con un magnate, ¡y tú definitivamente no combinas con él!

El hombre frente a ella parecía a punto de explotar de la rabia.

—¡Tú...!

—¡Si fueras tan impresionante como te crees, niño bonito, te hubieras comprado un coche con dos huevos! —continuó ella con sarcasmo—. Motor V12, 800 caballos de fuerza a 8500 revoluciones, de 0 a 100 kilómetros en 2,9 segundos... más o menos la velocidad a la que se viene un niño bonito como tú... un 812 Superfast.

—¡Ese modelo de Ferrari ni siquiera sale a la venta todavía! —gruñó él perdiendo la paciencia.

—¡Exacto! —replicó ella con una sonrisa de triunfo.

Alexa sonrió cuando se dio cuenta de que la expresión de indiferencia de aquel hombre había pasado a ser de odio en un solo segundo. Ella tendría que caminar trescientos metros, ¡pero aquel idiota no volvería a menospreciarla jamás!

Se contoneó caminando de nuevo hacia la Honda y le enseñó el dedo del medio mientras se largaba de allí a buscar otro estacionamiento.

Veinte minutos después se limpiaba el sudor para entrar en la oficina que le habían asignado.

Al parecer en aquella empresa tenían muy poco aprecio por los analistas, porque su oficina era amplia, pero oscura y fría. Ya tenía sobre su escritorio más de treinta carpetas para revisar y su supervisor, el señor Malcovich, le indicó por dónde debía comenzar.

—¿Cuándo podré conocer al señor Hamilton? —preguntó ella.

—Si valoras tu salud mental, ojalá que nunca —le contestó el hombre y Alexa hizo una mueca.

Se recogió el cabello en una coleta y se metió de lleno en el trabajo. Por nueve horas no se movió de allí para nada, hasta que escuchó su teléfono sonar.

—¿Alejandra? ¿Estás bien? —La voz de su amigo Howard era preocupada.

—Alexa, recuerda que ahora es Alexa, ¡has tenido un año para acostumbrarte, cariño, ya no puedes llamarme Alejandra! —lo regañó ella.

—Ya sé, es solo que me asusté cuando llegué a casa y no te vi. ¿Estás bien?

—Sí, solo sigo en el trabajo —dijo ella—. Mi supervisor cree que soy idiota, me dio a revisar unas inversiones tan importantes que debería revisarlas él mismo, pero eso es bueno, creo que encontré algo interesante... algo que me pondrá delante de Scott Hamilton para mañana al mediodía.

Al otro lado de la línea se escuchó un suspiro cansado.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto, Alej... Alexa? —preguntó Howard.

—¡Por supuesto que sí! ¡Alberto y Claudette iban a matarme, Howard! ¡Estaría muerta si no hubiera hecho lo que hice y tú no me hubieras encontrado! —siseó Alexa con rabia—. ¡Voy a hacerlos pagar por esa traición, pero para eso necesito el poder del único hombre que es capaz de enfrentarse ahora a Alberto Mejía, el único hombre al que de verdad le teme, y ese es Scott Hamilton! ¡Voy a conseguir el respaldo de ese hombre, Howard, aunque sea lo último que haga en la vida! —declaró.

Y como no existe nada más fuerte que la voluntad de una mujer que quiere venganza, Alexa se llevó el trabajo a casa, apenas durmió, pero cuando estaba amaneciendo por fin aquel error se reveló ante ella.

—Alguien lo está robando —sonrió Alexa y corrió a preparar café mientras Howard salía de su habitación medio dormido.

—¿Qué pasa? ¿Por qué gritas como gata en celo? —protestó.

—¡Alguien está robándole a Scott Hamilton! —exclamó Alexa emocionada—. ¡Nadie es invulnerable en la vida, y alguien le está robando al ogro, así que ya tengo mi camino abierto hacia él!

Sin embargo muy pronto Alexa se daría cuenta de que aquella alegría era demasiado prematura. En cuanto le dijo al señor Malcovich que había encontrado problemas en los números, el supervisor le quitó los documentos sin siquiera preguntarle dónde estaba el problema.

—¡Oiga, yo debería hablar con el señor Hamilton de esto! —sentenció ella sin saber las intenciones de Malcovich.

—Esto está muy por encima de su nivel de paga, señorita Carusso —espetó el hombre con nerviosismo—. Yo mismo revisaré los números.

—Pero...

—¡Pero nada! ¡Yo haré el informe! —ladró el hombre y salió de la oficina dando un portazo.

Alexa comenzó a sospechar, pero por suerte tenía copias de los documentos y volvió a revisar todo, confirmando que aquella inversión era un fraude. Así que al mediodía taconeó con fuerza hasta la oficina del supervisor.

—¿Ya revisó los números? ¿Ya hizo el informe? —preguntó sin rodeos.

—Sí, ya está todo en orden —aseguró el hombre evasivo.

—¿Y encontró el problema? —insistió Alexa.

—No, no encontré ningún problema —repitió él con nerviosismo—. Solo te equivocaste. Ahora si me disculpas, tengo que irme.

—¡Señor Malcovich! —Alexa levantó las cejas con un gesto de confianza—. ¡Yo no me equivoqué! Ese contrato es un intento de fraude a esta empresa, si yo que soy una simple analista pude verlo ¿Cómo es que no lo vio usted?

—¡Exacto! —replicó el hombre molesto—. ¡Eres una simple analista y yo soy tu jefe...!

—Pues evidentemente ese es el primer error —siseó Alexa—. Y si usted no informa al señor Hamilton que él está siendo engañado, entonces seré yo quien lo haga.

—No puede hacer eso, señorita Carusso... ese es mi trabajo...

—¡Pues hágalo! ¿Por qué no quiere informarle? ¿Qué le impide decirle la verdad al hombre que paga su salario? —preguntó Alexa con desdén.

—¡Ya le dije que esto está muy por encima de su nivel de paga, así que déjelo en mis manos o será despedida! —sentenció Malcovich rojo de la ira.

—¿Me va a despedir por hacer mi trabajo? —le espetó ella—. ¡Pues vamos a ver si el señor Hamilton está de acuerdo!

Sin decir otra palabra, Alexa le arrebató la carpeta de documentos de la mano y corrió directo al ascensor. La oficina del CEO estaba en el último piso, pero iba con la intención de hacer escándalo si era necesario. No permitiría que nadie se interpusiera en su camino hacia Scott Hamilton.

—¡Alexa! —gritó Malcovich desde el otro extremo del pasillo, pero ella no se detuvo—. ¡Te vas a arrepentir de esto! ¡Regresa aquí!

Alexa ignoró sus gritos y subió al ascensor, justo a tiempo de ver que Malcovich se acercaba corriendo.

—¡Maldición! —gruñó saliendo del ascensor antes de que él la alcanzara y tomando las escaleras. Las subió apresurada, y escuchó a Malcovich tras ella. Miró arriba, le faltaban al menos quince pisos—. ¡Rayos!

Corrió hacia arriba tan rápido como podía, sin preocuparse porque su moño se estaba deshaciendo, su ropa se sudaba o el tacón de su zapatilla se rompía. En cierto punto dejó de oír los gritos de Malcovich, pero siguió subiendo apurada.

Quince pisos después, parecía la bruja de la escoba, y salía del cubo de la escalera solo para darse cuenta de que el idiota de su jefe ya la estaba esperando.

—¡Alexa! —gritó Malcovich cuando vio que ella se dirigía directo a la oficina del CEO—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—¡Nada, solo me pidieron que hiciera el informe y eso fue exactamente lo que hice, así que ahora voy a presentarlo! —respondió ella sin parar.

—¡No te metas en esto! —gruñó Malcovich agarrándola por un brazo, pero Alexa le dio una patada en la pantorrilla.

—¡Suéltame! —exclamó. Se quitó las destrozadas zapatillas y las tiró a un lado, mientras veía al hombre doblarse de dolor—. ¡Y sal de mi camino!

Tres personas más corrieron tras ella cuando empujó la puerta de la oficina del CEO sin invitación.

—¡Necesito hablar con el señor Hamilton! —declaró al entrar, pero cuando el único rostro en aquella oficina se levantó hacia ella, Alexa se quedó petrificada. ¡Era él! ¡Es semidiós del Ferrari! ¡Y ella que tan fácil le había enseñado el dedo del medio... y le había dicho que se venía en 2,9 segundos...!—. ¿¡Tú!? —murmuró con espanto.

—¡Tú! —gruñó Scott Hamilton como si estuviera listo para devorarla.

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