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Capítulo V El inicio

Es de madrugada cuando los Richardson hacen los preparativos para ir de nuevo al

terreno. Esta vez van con más tiempo para ver mejor el lote y así planificar la

construcción de la casa. Martha compra alimentos para comer mientras estén allá y

Jack está ayudando a Thomas a preparar los caballos para el viaje. Al estar todo listo,

parten al lote en la carreta arreada por los corceles, a los cuales alimentaron bien el

día anterior. Los animales pasaron la noche en una caballeriza que la pareja alquiló.

Una vez en la propiedad, Thomas, Martha y Jack caminan por los amplios espacios del

terreno. Los Richardson ven maravillados los paisajes a su alrededor. A todos les

resulta imposible no apreciar la magia de las aguas cristalinas del río que atraviesa

gran parte de la propiedad que era de los Collins.

—Más adelante hay una caída de agua —les dice Jack.

La pareja se ve a los ojos, sonríen, y deciden ir. Cuando llegan al sitio, un hermoso

panorama se dibuja al frente a los enamorados. Y sí, hay allí una pequeña cascada que

baña un mini lago de agua cristalina y pura.

—El río proviene de las montañas —comenta el pequeño.

A la pareja le encanta el sitio, así que allí deciden descansar y comer. Thomas va

dibujando en unas hojas todo lo visto en el terreno. Prepara una especie de mapa del

lote ya visto y se lo muestra a Jack. Este lo ve y asienta con la cabeza indicando que

todo lo que está en los dibujos corresponde a lo que ya han apreciado durante el

recorrido.

—Ayer te pregunté dónde podría construir la casa, pero no respondiste —le dice

Thomas a Jack.

—Sí, discúlpeme, me distraje contándoles todo lo acontecido aquí y se me olvido

responderle esa pregunta. Creo que, tranquilamente, la nueva edificación podría ir en

el mismo lugar donde estuvo anteriormente la casa de los Collins. En un instante los

llevo —responde el pequeño.

Después de descansar un buen rato, parten al sitio que les había indicado Jack. Al

llegar, Thomas puede ver que el sitio es vasto, además, el terreno es firme y está

adornado con múltiples sauces llorones. El lugar resulta de fácil acceso y podrían

hacerse ampliaciones a futuro. Enseguida, la pareja empieza a dibujar y diseñar lo que

sería su casa.

—Bueno, pequeño, tenemos trabajo que hacer. Contrataremos a un carpintero y

nosotros trabajaremos en la construcción —le dice Thomas al joven, mientras Martha

les muestra el plano terminado de hacer.

—¡Qué bien dibujan! ¡La casa se verá genial! Conozco a un carpintero muy bueno —

replica Jack.

—Entonces, ¡vamos por él! —contesta Thomas, y, tras haber dicho esto, los tres

vuelven al pueblo.

Habiendo retornado al poblado, Jack guía a sus nuevos amigos hacia la casa de un

carpintero de nombre Ryan Curtis. El hombre vive un poco alejado de la población,

hacia el lado contrario de los terrenos de los Richardson. Al llegar a la propiedad del

ebanista, la joven pareja queda asombrada. Los acabados de la construcción de

madera son exquisitos. Es una vivienda robusta, pero muy agradable a la vista. El

inglés detiene el carruaje al frente de la casa y el niño se baja del vehículo de un salto

y llama a todo pulmón a Curtis. Al cabo de unos minutos, el hombre se asoma en la

puerta y saluda. Él es un sujeto alto, de edad media —ronda los cuarenta años— y de

complexión atlética debido a su oficio. Su piel es blanca, pero está curtida por el sol;

su pelo es liso y castaño, como la madera con la que trabaja, lo que concierta a la

perfección con el color de sus ojos; además, cuenta con barba a medio rasurar.

—¡Hola, Demonio!, ¡tiempo sin verte! ¿Cómo estás? ¿A quiénes me traes? —dice el

carpintero, al percatarse que se trata de Jack y que trae consigo a unos acompañantes.

—Hola, me llamo Thomas Richardson, y ella es mi esposa, Martha. Estamos

planeando la construcción de una casa en nuestro terreno, el que antes pertenecía a

los Collins, y Jack nos habló de usted —dice el joven inglés, con cara seria tras

escuchar el adjetivo con el cual el carpintero se refirió al niño.

—Vaya, vaya… un placer —replica Curtis, haciendo una reverencia a Martha y luego

extendiendo su mano a Thomas, quien la estrecha con pocos ánimos—. Gracias por la

recomendación, Demonio —le dice a Jack, con una leve sonrisa.

—Estos son los planos que hicimos de la casa —comenta Martha, extendiéndole los

pliegos al carpintero. Curtis los toma e invita a la pareja a entrar en la casa, y estos

acceden. Al pasar, pueden notar lo bien trabajada que está la morada por dentro. Las

paredes, las vigas del techo, las bases, todo está finamente labrado, lo que le da un

estilo único a la vivienda. Los Richardson están maravillados por la habilidad de este

artista, pero notan inmediatamente que vive en completa soledad. El carpintero llega

a su mesa de trabajo y expande los planos, frunce sus labios, se rasca su cabeza con

su mano izquierda, luego lleva su mano derecha a su barbilla y hace un gesto de

cálculo. En todo ese proceso, pasan dos minutos, hasta que…:

—Bueno, señor Richardson, señora Richardson, les hablaré claro, para que ese

proyecto esté lo más pronto posible, necesitaría un mínimo de diez hombres.

—Solo trabajaremos Jack y yo. Además, no tenemos prisa —responde Richardson.

—Vaya que sí son raros —les dice Curtis, luego de verlos y reírse.

—¿Por qué llamó demonio a Jack? —increpa Martha al carpintero, extrañada. El

pequeño mira a Curtis como queriendo decirle que no diga nada. Martha nota la actitud

del chico, le pone la mano en el hombro y le dice:

—Tranquilo, pequeño, no va a pasar nada.

Al instante, Curtis explica:

—Ese jovencito es Jack Collins, es el único que quedó de su linaje —tras escuchar esto,

Thomas y Martha quedan atónitos y empiezan a atar cabos, y Jack comienza a temblar

y baja la cabeza—. Su familia completa —prosigue el carpintero— fue exterminada por

una turba de esclavos que se rebelaron. Un evento muy lamentable acaecido aquí en el

pueblo, y cuyos misterios aún preocupan a muchos de los habitantes.

—¿Cómo así? —pregunta Thomas, perturbado y sumamente intrigado.

—No está del todo esclarecido. Cuando hubo la matanza de los franceses…

—¿Franceses? —interrumpe Martha a Curtis.

—Por lo visto no sabían que los Collins eran parte de los emigrantes franceses que llegaron

al pueblo en sus inicios —responde el carpintero, a lo que Martha y Thomas se miran y

atan otros cabos—. Bueno, ahora lo saben —prosigue el hombre—. Tal y como les

decía, cuando hubo la matanza de los franceses, la casa fue incendiada y los vecinos de

los alrededores vieron a lo lejos el fuego. Luego del crimen, el primero que llegó al sitio

fue Mr. Jones, quien, con ayuda de unos esclavos suyos, logró encerrar a los asesinos

en el granero. El conocido terrateniente alegó que fue él quien pudo controlar el fuego

de la propiedad, y al entrar a la misma a buscar sobrevivientes, pudo observar que

había símbolos de adoración al diablo, indumentaria de hechicería y restos de

sacrificios humanos. Ese era el aposento de la perversidad, por eso él procedió a

prenderla en llamas para purificar la zona y evitar que el mal se propagara. Los vecinos,

al llegar al sitio y escuchar lo que dijo Mr. Jones, tomaron a los esclavos que estaban

encerrados en el granero, los degollaron y los tiraron al fuego —dice Curtis.

—¡Qué horrible! —interrumpe Martha, asombrada y temerosa por lo que acaba de

escuchar.

—¡Eso no es cierto!, ¡mis padres jamás harían tal cosa! —dice Jack, llorando y

visiblemente alterado.

—¡Yo tampoco lo creo, pequeño!, pues, si fuera cierto, no hubieran concebido a un

ángel tan bello —le dice Martha al niño, tras agacharse y abrazarlo.

—Una esclava de confianza de la familia tomó a Jack y huyó del sitio. Cuando

aparecieron ambos en el pueblo, años después de lo sucedido, todos reconocieron al

pequeño por el característico color rojo intenso de su cabello, propio de los Collins,

así que lo repudiaron desde el primer momento en que lo vieron. A él, por todo lo

acontecido, lo asocian con Belcebú, por eso le llaman así. Supe luego que la esclava

falleció, y que el niño se la pasaba deambulando por las distintas zonas de la localidad,

como un espectro. No soy supersticioso, pero, de que vuelan, vuelan —agrega Curtis.

—¿Por qué Mr. Jones tendría las escrituras de la propiedad? —pregunta Thomas.

—Después de los hechos, el lote fue subastado. Obviamente, debido a los eventos

ocurridos, nadie quería comprarlo. Al ver el futuro potencial económico, Mr. Jones lo

adquirió —replica el carpintero.

—¡Ese maldito asesinó a mi familia! —grita Jack, con rabia e ira.

—Pequeño, yo quisiera creerlo, y lo digo porque la estima que le tuve a tu papá reclama

justicia dentro de mí, pero es un simple supuesto. En caso tal, no hay un motivo real

que haya llevado a que Mr. Jones cometiera tan descomunal crimen. Por las tierras, no

fue, ya que nunca le importaron. De hecho, perdió las escrituras en una apuesta de

peleas de mandingos. Así que, siendo el mayor peso posible el valor de los terrenos, no

hay razón por la cual el hombre hubiera querido muertos a tus padres —le dice Curtis

al niño, consolándolo y calmándolo al mismo tiempo.

—Ajá… y si usted conoció a su padre, entonces, ¿por qué no ayudó al pobre Jack cuando

estuvo deambulando solo en la calle? ¡Él niño estaba solitario, desamparado y era

odiado por todos! —responde Martha, indignada y con cierta furia. El carpintero se

siente consternado por aquel reclamo tan justo y cruza los brazos. Hay un momento

de silencio, y una brisa suave sopla y entra al interior de la casa.

—Perdóname, pequeño, le fallé a tu padre. Tuve miedo de que el pueblo entero

también me diera la espalda como lo hizo contigo, y que luego me buscaran y me

mataran… —dice Curtis, apenado y melancólico. Jack, por su parte, baja la mirada.

—Desde la primera vez que te vi, supe que eras especial. Ya no estarás solo

nuevamente. Pero, pequeño, ¿por esto fue que llorabas cuando nos llevaste por

primera vez a ver las tierras? ¿Por qué no lo dijiste? —cuestiona Thomas a Jack, tras

ponerle una mano en el hombro.

—Tenía miedo de que me rechazaran. De igual manera, si bien luego comprendí que

ellos eran mis padres, no recuerdo nada de lo vivido en esa casa. Solo tengo memoria

de los momentos compartidos con Sora —responde el chico, a lo que Martha y Thomas

se agachan y lo abrazan. Curtis ve la escena y, con ojos llorosos, le pregunta a Thomas:

—¿Cuándo quieren empezar a construir? ¡Cuenten conmigo para lo que sea!

—Hágame la lista de materiales y herramientas que necesita, para así comprarlos hoy

mismo y empezar a construir mañana. Allí tiene el diseño —dice Thomas, justo luego

de reincorporarse en sus piernas. Enseguida, Curtis toma un par de hojas, en una saca

sus cuentas y en la otra escribe lo que requiere.

—Esta es la lista de herramientas. La madera la sacaremos del lote. Tomará tiempo

si solo trabajamos los tres —responde Curtis, estirando su mano y entregando uno

de los papeles.

—¡Cuatro conmigo! —interrumpe Martha, casi que inmediatamente.

—El tiempo no es prioridad —señala Thomas.

—Okey, entonces mañana temprano iré directamente a los terrenos. Ustedes, como

están hospedados en el hotel, comprarán las herramientas y las traerán al lote para

empezar el trabajo. Lleven comida suficiente, puesto que nos espera un día muy largo

—responde Curtis, luego de tomar la palabra.

—Perfecto, Curtis. Ha sido un placer. Nos vemos mañana —responde Thomas. Luego,

Martha y Jack también se despiden y todos se retiran. Los Richardson se van directo al

pueblo a comprar las herramientas y la comida que se preparará en la propiedad y el

carpintero entra de nuevo a su casa.

En el camino, la familia retira en la sastrería los trajes de Jack, cenan y luego se van a

descansar al hotel. Bien temprano al otro día parten hacia el terreno. Allí,

puntualmente, está Curtis esperando, y, sin más, empiezan a trabajar.

Tal y como recomendó Jack, deciden construir en el espacio que perteneció a su

antigua vivienda. Limpian el terreno, cortan los árboles, las convierten en tablas,

asientan las bases donde estará la estructura de la casa y comienzan a edificar. En un

abrir y cerrar de ojos transcurren 6 meses. En ese tiempo se logró que parte de las

habitaciones estén levantadas y adecuadas para vivir, por lo que Thomas, Martha y

Jack se mudan y ocupan la propiedad.

A raíz del cambio de lugar, muy poco van al pueblo. Solo se trasladan lo necesario

para comprar provisiones o para enviar correspondencia a Londres —o recibirla—.

A pesar de que la pareja está a millas de distancia de su lugar de origen, han

mantenido al tanto de todos sus avances a sus respectivas familias.

Ya Thomas domina una gran parte de los trabajos de carpintería y construcción,

gracias a lo que le ha enseñado Curtis. En todo ese tiempo, el vínculo que la pareja

tiene con Jack se fortaleció. Cuidan al chico como si fuera su propio hijo. Cuando no

está con Thomas pescando, está con Martha en la cocina, en donde ella también ha

aprendido mucho.

En los ratos libres hacen picnic en el pequeño lago donde está situada la caída de

agua. Nadan, se divierten, corren con las liebres y los ciervos y se acuestan en la fresca

y verde hierba. Hay veces en las que acampan en esa zona, y esta, de a poco, se ha ido

convirtiendo en su espacio favorito. La pareja está haciendo el esfuerzo para que Jack

tenga un poco de la niñez que por causas del destino perdió. Nadie debería ser

obligado a madurar tan temprano. Thomas le cuenta historias, algunas veces le relata

obras de Homero, otras veces de Alejandro Dumas; por supuesto, no deja de lado a

William Shakespeare ni a Miguel de Cervantes, y mucho menos a Víctor Hugo ni a

Honoré de Balzac. En ocasiones, el Sr. Richardson inventa fábulas y hace que la

imaginación de Jack vuele.

Por su parte, Martha le habla de historia, arte y música; también de los personajes

que han marcado a la humanidad, de esos héroes que hicieron la diferencia y que

siempre serán recordados en las páginas de los libros por las hazañas que realizaron.

Jack se siente muy a gusto con la pareja. Todas las mañanas, él es quien se levanta

primero y monta el café. Despierta al matrimonio y sale hacia la parte posterior de la

construcción a revisar que todo esté bien. También suelta a los caballos en los corrales

y saca las herramientas para seguir con la obra.

Una de esas mañanas, a tan solo minutos de haber hecho su rutina, Martha llama al

pequeño: “Ven a desayunar, Jack”. El niño la escucha, emocionado, y parte hacia la

cocina. Cuando el chico se sienta a la mesa junto a Richardson, se escucha la voz de

Curtis por la ventana:

—¡Ya llegué!

—¡Ven, que aquí tienes el desayuno caliente! —le responde Thomas. El carpintero

sonríe para sí, a lo lejos, percibiendo en su pecho ese sentimiento agradable que genera

la familiaridad. Luego ve al cielo y agradece formar parte de un proyecto tan hermoso

y ser de confianza de gente tan honesta.

—Hay que comprar materiales —dice Jack, tras sentarse todos en la mesa.

—¡Y también suministros! —añade Martha.

—Creo que el día de hoy haremos las compras que hacen falta para continuar con

nuestro proyecto. ¿Te importaría acompañarnos? —dice Thomas a Curtis, ya con más

confianza, tras levantar la mirada y luego de saborear su plato.

—Me parece perfecto. Tengo tiempo que no bajo al pueblo. Tomémonos el día de hoy

y vayamos —responde Curtis.

Lo que ellos no se imaginan es que ese día va a cambiar sus vidas para siempre.

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