Capítulo 2: Nachos
Ángeles era, quizá, la mejor persona que podía haber conocido para mi inicio en la vida universitaria.
Durante estos últimos meses, e incluso desde que me obligaron a solicitar mi ingreso en la universidad con beca de alojamiento, que dicho sea de paso no necesitaba, pensé en mi compañera de habitación como todo menos como ella. Pensé en la típica chica odiosa, e insoportable, que haría de mis días todo un collage de emociones. Pensé en una Emo que me deprimiría, una rubia presumida que me sacaría de mis casillas, una Nerd que no soportaría ni la mas mínima gota de molestia, una de esas ladronas compulsivas y drogadictas...
Pero no en Ángeles:
Una chica negra, llena de vida, humor y despreocupación.
¿Podía yo enserio tener tanta suerte?
Desde que ella cruzó la puerta ninguna salió de la habitación. Las últimas seis u ocho horas, ya que había perdido el sentido del tiempo, las pasamos arreglando el que sería nuestro hogar por el resto del año. O cuanto durara. Yo de pronto me sentía entusiasmada por hacer que el tiempo se estirara. Hasta ahora, ese era el efecto que Ángeles había tenido en mí. De alguna forma, encontramos la manera de hacer que sus cosas y las mías funcionaran juntas.
Ella tenía un gran estilo en cuanto a decoración de interiores se trataba; su estilo caribeño logró combinar, de una manera casi imposible de creer, con mis gustos oscuros semi marroquíes, que me hacían ver como una hechicera India. Al menos era lo suficientemente raro para mí. Pero ella logró hacerlo funcionar.
Y teníamos algo en común...
Nuestra fascinación por lo enormes aros para las orejas. Juntas tendríamos la mas enorme colección posible en la historia de Alemania. Era un satisfactorio inicio, para ser verdad. Siendo sincera, empezaba a pensar que mejoraría.
Además de su hermoso color de piel chocolate, y larguísimo cabello azabache, ella tenía una muy pequeña cintura en proporción a sus exageradas caderas, ojos color amarillo, enserio amarillo, no miel, amarillo; aun no le había preguntado si llevaba lentillas, sospechaba que no. Ella era tan exótica como un coco y una piña juntos. Algo así como un guacamayo, en una ocasión los vi en un documental. Por lo que sabía de ella hasta ahora, era que nació en un lugar llamado Limón.
¡Limón! ¡Como las limas!
Al parecer, un lugar conflictivo; según Ángeles, había que ser Matrix para vivir allí, porque tenías que, literalmente, esquivar las balas mientras caminabas por la calle. Y aunque el idioma del país era el español, lo cual me encantaba, obviamente, ella hablaba una especie retorcida de inglés local. Muy grotesco.
¡Soy alemana! ¡Nuestro idioma es uno de los más grotescos del mundo!
Ella enserio usaba palabras extrañísimas, imposibles de entender, aun para mí. Como "Mop", que era algo así como decirle "hermano" a una persona que no era tu hermano. Enserio, mop. En cuanto a su rostro, no era un adefesio, pero tampoco era lo suficientemente bonita para ser guapa. Tan solo, una persona normal. Así cómo yo. O al menos eso era lo que yo pensaba de mi misma.
Cada vez que me veía al espejo, veía una mala imitación de mi madre con unos puntos a favor de la genética de mi padre. Tenía pechos grandes, lo cual me hacía ver gorda. No tenía una cintura tan pequeña cómo Ángeles, pero tampoco estaba tan mal. Mis caderas eran las perfectas para hacer danza de vientre. Algo de trasero y esas malditas piernas gordas que tanto odiaba. Al menos yo las odiaba, no sé que pensaban los demás de ellas.
―Estoy tan aburrida, y hambrienta. ―Ángeles tamborileó su abdomen, mordió su mejilla por dentro y se balanceó mientras echaba un vistazo por toda la habitación hasta detenerse en mí.
― ¿Express? ―pregunté.
―Oh no, en lo absoluto, hay que salir; debemos conquistar Essen. ―Abrió sus brazos, como si fuera a abrazar a alguien con mucho entusiasmo o pensara presentar un auto último modelo recién salido de la fabrica.
―Quiero nachos, grasosos nachos, con mucho queso, lleno de calorías y grasas que tapen mis venas, muchos nachos, tantos que tenga que vomitar para poder respirar. ―Hice una mueca de desagrado y ella prosiguió―. Nachos de un bar, nachos que brillen como el aceite en un piso recién abrillantado, nachos tan peligrosamente imposibles de comer que tengan que pagarme para probarlos, nachos picantes, tan picantes que salte fuego de mi boca.
― ¿Nachos? ―pregunté, tomé las llaves de mi auto y las hice saltar en mi mano.
― ¡Nachos! ―gritó, tomó mi brazo y me arrastró hacia el pasillo, apenas dándome una media fracción de segundo antes de cerrar la puerta. Y, por supuesto, era predecible que ella terminara conduciendo mi dulce Bugatti a toda velocidad por las calles de Essen. Ni siquiera lo sospeché. Luego de gritar, saltar y llamarme "perra niña rica", cogió las llaves de auto y corrió, lanzándose en el asiento del conductor antes de que pudiera evitarlo.
Estaba bien para mí. Si Josh lo había conducido, creo que podría confiar en Ángeles.
Creo.
Aun así, en cuanto se detuvo, tuve que saltar fuera del carro y besar la tierra. Dulce tierra bendita. Por poco y pensé que había perdido mi alma de mi cuerpo... De nuevo.
Una vez era suficiente para una sola vida.
Aun era temprano para un bar, pero no para un fin de semana. En una zona universitaria como aquella ya había grupos de chicos casi adultos por aquí y por allá. Me sentí aliviada de no estar sola. Si Ángeles no hubiera sido la clase de persona que es, pienso, estaría perdida por todo el semestre. Socializar con humanos, no era lo mío. Y bueno, jamás había conocido otros demonios.
Hasta ese día...
Choqué de frente contra un chico, quizá él ya era un hombre, yo aun era una chica. Si solo contaba mis años en esta vida, y no sabía cuantos había vivido en las anteriores, ni lo que había sido de mi, tan solo sabía que alguna vez fueron.
―Lo siento ―dijo él tomando mis hombros, prevención de caída. Como un champo anti-caspa.
Al mirarlo, descubrí que hay diversas maneras de perder el alma de tu cuerpo.
Esta era una de esas...
Rápida...
Precipitada...
Como si te golpearan con un bate de béisbol por la frente, o tu auto chocara de frente con un camión a toda velocidad. Tan solo te pega, como la peor de las borracheras, en, quizá, menos de dos segundos.
Sumamente rápido. Mucho mas mortal que cualquier otra forma...
Se siente como si durara una eternidad, los treinta segundos mas infinitos de toda tu vida. No es que estuviera particularmente interesada por los ojos verdes del chico. Ni que fueran demasiado raros.
Pero eran suyos... Él era.
Era él.
― ¿Tod? ―preguntó él.
Y así fue como todo regresó a la normalidad. Yo recuperé mi alma y volví a respirar.
― ¿Disculpa? ―pregunté de regreso.
― ¡Hënë! ―gritó Ángeles, sacándonos completamente de si― ¡Muero de hambre! Primero los nachos, los chicos luego ―sonrió hacia él y me arrastró con ella en dirección a la barra. Sin ninguna oportunidad de más.
