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Capítulo 1 (Parte II): Tod.

― ¿Muerte? ―preguntó él de la nada, haciéndome saltar por lo imprevisto de sus palabras sobre mi hombro.

― ¡Maldita sea! Josh, casi me matas del susto ―dije, tomando la hoja de papel en la que había escrito “T O D”.

―Tienes la muerte muy presente dentro de esa cabeza casi hueca tuya ―dijo con una mirada pretenciosa y sonrisa maliciosa saliendo de la comisura de sus labios.

―No es muerte, es Tod, en español. Solo Tod…

― ¡Dejen de hablar de muerte bajo mi techo! ―gritó papá desde su estudio.

―Está bien papá ―grité de regreso, arrugué la pequeña hoja de papel en mi mano y caminé hasta el basurero de orgánicos fuera de la puerta de la cocina, arrojándolo desde el umbral y haciendo un excelente tiro al aro.

Grité, vitoreándome por el gran hoyo en uno.

¿Estaba hablando de baloncesto o golf?

―Que tus padres se conocieran en España no quiere decir que sea necesario que tengas una obsesión compulsiva con el idioma natal ―se quejó Josh.

Nuestro idioma materno era el alemán, después de todo, vivíamos en Dusseldorf, Alemania.

Tanto sus padres como los míos eran alemanes, aunque yo si tenía un especial cariño por el idioma; además del albanés, el idioma de mis padres adoptivos.

―Es solo un nombre ―insistí.

En alemán, TOD significaba muerte.

En español, Tod, simplemente era Tod.

―Cómo digas ―bufó Josh―. ¿Por qué me obligaste a venir aquí?

―Quieres aprender a manejar, ¿no? ―respondí, al mismo tiempo en el que le lanzaba las llaves de mi Bugatti.

Él las atrapó en el aire, justo para luego gritar:

― ¿Enserio? ¡Me dejarás conducir tu último modelo! ―gritó a todo pulmón.

―Solo si dejas de gritar y mueves tu apestoso y gordo trasero hacia el auto ―grité de regreso, haciéndole señas para que me siguiera, el auto estaba aparcado frente a la casa y Josh no tardó en sobrepasarme corriendo e ingresar dándole un portazo a mi bebé ante la plena emoción.

Le cortaría los huevos si se atrevía a hacerlo de nuevo.

Caí en el asiento del copiloto y me coloqué de inmediato el cinturón de seguridad, mientras Josh no paraba de dar brinquitos de excitación tomado del volante.

―Cuando me amenazaste para venir no pensé que fuera para esto ―dijo al mismo tiempo en que se colocaba el cinturón y, posteriormente, colocaba la llave en el encendido.

Aun no cantes victoria querido Josh, Hënë Lissen tiene un A bajo la manga para usar contigo.

―Bueno, sacarás tu licencia, necesitas practicar ―le dije, Joshua Keuler tenía quince años ahora, casi dieciséis, pronto conseguiría un permiso de estudiante.

Yo tenía diecinueve ahora, como buena amiga debía ayudarlo.

Pero yo no era de ese tipo de amigas.

Josh puso en marcha el auto, y recorrió el primer kilómetro de salida de nuestro pequeño y respingado barrio a duras penas tocando los veinticinco kilómetros por hora.

Una tortuga iría las rápido, caminando llegaría mucho mas rápido.

― ¿Ahora dónde? ―preguntó pronto a llegar a cruce.

―Andhakära ―dije y el chico dio un frenazo estrepitoso; si tan solo hubiera acelerado un poco los últimos cien metros, mi cabeza estaría enterrada en el parabrisas.

― ¿Qué? ―expresó sorprendido, tenía esa cara de, ¡joder!, ella me está jugando una broma cruel y despiadada― ¿No estarás hablando enserio?

―Sabía que no tendrías el valor ―Soltándome el cinturón y soltando el de él―. Córrete, conduciré yo.

Pasé sobre él, jalándolo de la camisa para tirarlo al lado del copiloto y regresar a mi lugar original.

―Debí saber que era demasiado bueno para ser verdad ―refunfuñó, cayendo como hormigón en el asiento de copiloto.

―Necesitaba un segundo al mando, sabes que la carretera es peligrosa ―dije tomando el mando de mi auto inmediatamente y poniéndolo en marcha.

―Claro que lo recuerdo, mi padre y mi madrastra casi murieron allí; por cierto, mientras huían de tu madre loca. Anabelle casi pierde a Percy en el accidente ―protestó él.

―Mamá no está loca ―bueno, quizá solo un poco, en aquel entonces, era mas una perra malvada; y era mi culpa―. No se hubiera perdido mucho con la existencia de Percy.

―No seas una zorra harpía Hënë.

―Ni tu un nene maricón ―rematé―; irás conmigo y callarás tu bocota, no le dirás a mamá y mucho menos a papá. Por supuesto, eso incluye no decirle a los tuyos tampoco. Ni a tu hermana, ni a Percy. Ni a los mellizos, a nadie.

― ¿O que? ―desafió.

―Le diré a tu padre que me tocaste los pechos; y que no solo los tocaste, sino que metiste las manos en mi blusa y pellizcaste mis pezones. Idiota pervertido ―amenacé.

―Papá podría sentirse orgulloso ―dijo, mirándome con una ceja en alto y bajando sutilmente la mirada a mis pechos.

Solté el volante un segundo solo para subir la cremallera de mi abrigo y ocultarlos.

Dulce bendición genética.

Y luego estaba Josh, maldita genética.

―Pero si le digo a Susan y a Taze, podrías despedirte de tu auto nuevo, o de un auto siquiera, durante los próximos cinco años. Rematarían tu mesada, tus privilegios y sabes que no es lo único que puedo decirles que has hecho. ―Ahora fui yo la que lo miré con una ceja en alto.

―No te atreverías ―siseó, como una víbora, una pequeña víbora amenazada por un halcón hambriento, yo.

―Como si no me conocieras. ―Reí de manera malvada―. Ahora pon atención a la carretera sino quieres quedar hecho una tortilla en el pavimento. ―Empujé su cara contra el vidrio, aplastándolo hasta que se quejó.

― ¿Por qué no pude ser el mayor? ―se lamentó mientras se sobaba la mejilla y miraba la carretera.

Si nene, yo había ganado esa carrera y ganaría las demás por el resto de mi vida.

Aunque me entristecía la muerte del primer hijo de Bram y Tania.

Ah, y eso no fue mi culpa.

Espero.

Logramos llegar a la gasolinera de Andhakära sanos y salvos.

Paré por algo de gasolina y Josh se perdió en el estante de los bocadillos.

Yo compré una manzana para picar de aquí a nuestro destino final.

Dejé que Josh condujera el resto del camino; bajo mis indicaciones, y de alguna forma u otra, durante ese pequeño espacio del trayecto, logró convencerme de regresar por el camino largo; así el podría conducir de regreso.

¡Oh, Dios! ¡Mi pobre auto! ¡Por una carretera de lastre! ¡Con un conductor inexperto!

Este pobre insulso me lo pagaría.

Cuando menos lo esperara.

Aparcó el auto en el final de la calle, justo frente a las ruinas del muro.

Josh se bajó y de inmediato empezó a investigar.

Yo fui a la parte trasera del auto y saqué mis implementos.

― ¿Qué era esto? ―preguntó cuando llegué a su lado cargando una pala y un detector de

metales.

―Toma esto ―dije dándole la pala; Josh la tomó mientras me veía un ceño pronunciado que le haría marcas de expresión muy pronto―. Era un cementerio.

― ¡Oh mierda! ―expresó, de inmediato soltó la pala con asco― No querrás que desenterremos un muerto.

―Levanta la maldita pala, no seas dramático ―ordené.

― ¿Y por qué estamos aquí? ―preguntó, jalando la pala detrás de él, haciéndola chirriar en el camino.

―Hace unos diez años perdí algo aquí, y necesito encontrarlo ―me limité a responder―. ¿Quieres que te enseñe algo enfermo? ―lo miré, pretenciosa.

―De acuerdo ―dijo medio horrorizado.

Lo arrastré del brazo flácido que tenía; Josh bajaba y subía de peso de manera descontrolada, de gordo a flaco de manera en la que un yoyo bajaba y subía con sutileza.

Por eso tenía tanto pellejo que agarrar.

El viejo cementerio ahora no eran mas que ruinas dispersadas casi imperceptibles, pasto abundante, flores y árboles por todas partes.

Me detuve en un punto vago, apenas y lo recordaba, un recuerdo muy borroso.

Pero sabía que aun estaba allí.

Le quité la pala a Josh y cavé un poco hasta que el metal tocó piedra, o mármol.

Lo jalé de la camisa y usé sus propias mangas para limpiar lo que había escrito.

―Lee lo que dice ahí ―le indiqué.

―Josie Shäfer, amada novia y hermana. ¡Mierda doble! ¡Es tu mamá! ―Se enderezó de un salto, contorsionando su rostro y yo reí, burlándome de él.

Si tan solo supiera.

―Ya sabes que desapareció por años, creyeron que estaba muerta ―le tranquilicé.

Y ella me llevó consigo, nací, perdió la memoria y no me recordaba.

Así que en el hospital solo me vendieron al mejor postor, y encerraron a mi madre en un psiquiátrico.

Hasta que papá me encontró.

Aquel mágico momento en el que se me ocurrió crear una avalancha de latas de conserva que cayeron sobre mí y me aplastaron.

Papá, mi héroe, me salvó y de inmediato supo que yo no era una dulce casualidad de ojos verdes.

No era para tanto.

―Pero esto no es lo que quiero ―me levanté, llevando la pala sobre mi hombro―. Muévete gordo.

Y caminé, con un aterrorizado Josh pisándome los tobillos.

¿Por qué la gente le temía tanto a los cementerios?

Solo había un espíritu que vagaba en ellos, y ese espíritu era yo.

Y estaba viva, así que ni siquiera era a los muertos a los que debías temer.

Ellos solo estaban…

Muertos.

De nuevo seguí el vago y muy borroso mapa de mi memoria, intentando dar con el lugar dónde alguna vez estuvo la iglesia en ruinas.

Josh me siguió de cerca durante todo el rato, contando sus pasos, con exagerado nerviosismo.

¡Oh!, niños de mamá y papá que solo sabían chuparse el dedo y llorar por su leche caliente.

Yo agudicé mi vista, encontrando las líneas invisibles de mi mente.

Giré sobre mi lugar unas tres veces, asegurándome de que estaba de pie en la X que marcaba el lugar.

― ¿Luego que? Darás una vuelta más y te echarás como un perro ―bromeó Josh.

―Estás en un cementerio abandonado que nadie visita por terror; puedo asesinarte y enterrarte aquí y jamás te encontrarán ―le advertí.

El chico abrió sus ojos al verse en aprietos.

Si, así es.

Sin dejar rastro.

Y tras revisar mi teoría mental una vez más, empecé a cavar.

Me tomó un par de horas y cero ayuda, pero al final, lo encontré.

― ¿Lo hallaste? ―preguntó Josh, estirando su cuello desde el lecho de flores que se había hecho para descansar plácidamente esperando por mí.

Tenía anteojos de sol y leía una revista en su teléfono móvil pre-descargada ante la cero señal de su telefonía celular.

Escuchaba música por el altavoz.

Solo le faltaba un coco, el bronceador, un traje de baño y una perra rubia en celo.

―No ―respondí, mintiendo descaradamente.

Él volvió a recostar su cabeza en el musgo seco que había hecho de almohada y yo enfoqué mis ojos en mi pequeña joya.

Lo presentía.

Mi alma lo sabía.

Sonreí.

Todo lo que sube tiene que bajar.

Y el rubí de la guardiana regresaría a su dueña original.

Con todas sus partes completas.

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