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CAPITULO IX

Ubicado a mil kilómetros de mi infancia, viendo el paisaje desértico de Atacama sé empañan mis ojos y la realidad toma la forma de una serpiente gris, plana como la carretera que me lleva a lo desconocido, lo casual y lo imprevisto. Ahora estoy solo, mi amigo Sovero piensa que volveré con él a Lima pero se equivoca. No he lanzado una piedra al mar para ver que las olas me la traigan de vuelta, sino para que explore las profundidades y halle refugio en el regazo de las sirenas.

Otras veintitantas horas de viaje aunque la atención en el bus es agradable, éramos los únicos peruanos en un medio de transporte atestado de chilenos, argentinos y uno que otro boliviano, bajamos esporádicamente a estirar las piernas y comer algo. Ya pasamos la zona de los desiertos, ahora el ambiente cambia y se hace verde, se dejan ver algunas construcciones y edificios.

Es domingo por la mañana llegamos a Santiago, la ciudad se ve vacía o hay poca gente circulando quizá porque no es un día laborable. Llegamos cansados y con ganas de un buen baño. Buscamos un hotel y tenemos que preparar un itinerario para unos pocos días de estadía. Había una Bienal de Pintura en Valparaíso, entra en la lista de lo programado. Sovero tiene intenciones de visitar los casinos de Villa del Mar, aunque quisiera no llevo dinero suficiente para jugarlo en la ruleta ni apostarlo en las maquinitas traga monedas, y aun si lo tuviera no me volvían loco los juegos de azar. Más bien vine a comprobar lo que dijo mi amigo Andrés, sobre las hermosas mujeres de Santiago. Todo es diferente a lo que conocía desde la manera de hablar hasta el menú que sirven en los restaurantes.

Cuando estudiaba la primaria tenía un maestro bastante especial se apellidaba Rueda. Era ya bastante viejo cuando empezó a dar clases o más bien todo lo había hecho a destiempo; tenía dos hijos adolescentes cuando ya debía ser abuelo y andar chocheando con los nietos, su esposa también era mayor. Eso no le quitaba las ganas de hacer cosas y su entusiasmo era sorprendente, alguna vez me pregunte ¿Y qué habría hecho de joven? Porque parecía haber nacido a una edad avanzada.

Nunca le hice la pregunta y esta se quedó, girando en mi cabeza. Aníbal su hijo mayor tenía una gran obsesión por ser militar, admiraba a su tío que era coronel del ejército y su mayor anhelo era llegar a portar esas insignias y esos galones. Pero su capacidad intelectual estaba muy por debajo del promedio y nunca pudo ingresar a la escuela de oficiales, ya había cumplido con el servicio militar y le dieron de baja, tampoco logró quedarse en la escuela de sub oficiales. Se conocía de memoria todos los aspectos y episodios de la segunda guerra mundial, admiraba a Patton y a Rommel el zorro del desierto. Tenía un gran conocimiento sobre armas de alto calibre.

Cuando venía a mi casa, cosa que alguna vez se hizo frecuente, era nuestro visitante asiduo; nunca dejaba de contarme sobre acontecimientos no documentados y batallas que no aparecían en los manuales de historia, técnicas y tácticas de guerra usadas por los alemanes en su afán de adueñarse de Europa, en ocasiones era repetitivo e incapaz de aceptar que lo contradigan. Su conducta se fue haciendo agresiva al paso del tiempo, al punto de agredir a su padre por intentar corregirlo. Lo llevaron a un centro siquiátrico en camisa de fuerza, pero en lugar de ayudarlo le estropearon la vida, lo idiotizaron.

Cuando salió parecía un sonámbulo, caminaba como de lado y tenía la mirada perdida. Lo peor es que su padre el profesor Rueda se sintió muy afectado por la incapacidad de su hijo de adaptarse al mundo real y dejo de dormir, no podía conciliar el sueño, con eso llegaron las anfetaminas y una serie de drogas que tomaba para tranquilizar sus nervios, su lengua se trababa al hablar.

Aníbal se fue tornando más hosco y hostil, salía de su casa a deambular por las calles, sucio y mal vestido, su padre iba en su búsqueda y a veces tardaba días en encontrarlo. La vida de esa familia era un caos completo, la esposa del profesor sufrió un accidente y tuvieron que amputarle la pierna. Volvieron a internar a Aníbal pero esta vez no salió vivo del nosocomio, encontraron su cuerpo en una pileta, había muerto de asfixia. El profesor Rueda murió de tristeza y su esposa lo siguió unos meses después. Antes de eso yo ya detestaba a los militares, aquello le agregó un punto extra.

Estando en la Ciudad de Santiago, motivaba mi curiosidad conocer el Palacio de la Moneda, a pesar de los años transcurridos todavía parecía reciente el ataque grotesco y abusivo de la Junta Militar contra el gobierno democrático de Allende. Quería conocer donde fue asesinado u obligado a suicidarse, ese hombre que prometía cambios sustanciales para su nación. Me hervía el fervor patriótico, no por pertenecer a ese país que me albergaba sino por mi estado de conciencia que cree firmemente que América Latina es una nación única y donde deberían eliminarse las fronteras, los prejuicios y transitar todos con total libertad, aunque sea por tener un lenguaje común y una historia que nos hermanaba.

Todo lo que conocía sobre los recientes acontecimientos de Chile lo había leído en los periódicos o visto en la televisión, a pesar de eso estaba convencido que los medios de comunicación tergiversaban la verdad, ahora iba a comprobarlo en vivo, en directo y sin tapujos. A primera hora después de desayunar haría mi recorrido por el palacio de La Moneda, quería conocerlo, verlo a la luz del día con todos sus matices, detalles e imaginarme ese fatídico día, donde la junta militar lo bombardeo con saña y alevosía. Y al presidente Allende asomándose por la ventana con un casco prestado y un fusil de largo alcance.

Cenamos carne mechada con una botella de buen vino para celebrar el haber llegado completo a esa tierra que se abría como una puerta a la esperanza, al menos eso significaba para mí. Me sorprendió que el vino fuera más barato que una botella de cerveza. En Perú lo tomaba solo en ocasiones muy especiales, Chile empezaba a gustarme. Entro un cantor callejero con una voz fantástica y una guitarra, cantando “Cambia, todo cambia..” Como si la voz de la luna me anunciara nuevos despertares? Por lo menos deje de sentirme agobiado por los desvaríos intempestivos en la economía de mí país, tampoco me inquietaba mucho lo que había dejado atrás, quería centrarme en mí mismo, sin lastres a mi alrededor ¿Qué me deparaba el futuro en ciernes?

Las alas del porvenir se agitan sobre los cables de electricidad cada mañana, no hay nada estipulado ni nada seguro, pero dormía tranquilo sabiendo que despertaría al día siguiente. Mi amigo Sovero tenía intenciones muy claras y simples; recorrer algunos lugares turísticos, museos, degustar buena comida, comprar algunas cosas, visitar los casinos, jugar black Jack y luego volver a casa, supongo que pensaba que era lo mismo que yo tenía en mente. Volvimos al hotel, teníamos camas individuales. Pusimos el noticiero en la tele, todas eran noticias locales, nada sobre Perú.

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