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Capítulo 1

De vuelta a Meadville

Susan tenía quince días que había regresado a su pueblo natal, el pueblo que la vio crecer, había vuelto con el corazón en la mano después de que su matrimonio fuera un fracaso.

Sus padres no tenían ni idea de lo que ella había estado pasando con su marido Malcom en  Italia.  Al terminar la universidad Susan se había mudado de Meadville, con la Absurda idea de poder superar todo el dolor ocasionado por Mattew.

Torpemente había caído en los brazos de Malcolm, un italiano que le llevaba 20 años de edad, con muchos conocimientos y vivencias. Cayó en sus redes, en su manera de tratarla Y su educación, la seguridad con la que le hablaba y le decía que la amaba, hasta el punto de que al año de conocerlo contrajo matrimonio y dio a luz un año después a un hijo único heredero de la familia Prestige.

Automáticamente se dio cuenta de cómo era las cosas su estatus de ser la esposa de Malcom pasó a un segundo plano, los tratos que no eran los mismos, el amor que sentía por ella se esfumó en el mismo instante en que la escuchó el grito de su primogénito al salir de su vientre.

—¿ Sussie? ¿Sussie Duncan? ¿Eres tú? — Una señora en el supermercado la abordó.

— Hola, si soy yo. pero ya nadie me llama así,  soy solo Susan. —amablemente la corrigió. Odiaba ese apodo, la hacía sentirse pequeña e inútil.

—Vaya. Que bella estás. Aquí te extrañamos muchísimo. — La mujer parecía realmente encantada de verla.

—Gracias. —Susan no sabía que más decir. Había ido al supermercado con intenciones de distraerse.

Aunque ella sabía de qué pueblo había salido y las noticias volaban.

No sabía cómo había durado 15 días sin que nadie llegará a su puerta evocando recuerdos antiguos.

Ayer había pedido a su hermana Lissa, que no le dijera a nadie que ella estaba ahí, no quería sentirse más idiota de la cuenta. 

Se había ido, intentando olvidar y en su desesperación simplemente había confiado en las personas equivocadas, se había dejado llevar por el instinto, de que ella podía ser amada por alguien más que Mattew Blake.

A sus 18 años sucedió este tema con Mattew y todavía ahora con 32 años casi 33, no podía olvidarlo. Seguía anclada al pasado y eso le dolía, le molestaba tanto, se sentía estúpida por considerar a un esos sentimientos, pero suponía que volver a vivir en un Meadville solamente haría que todo fuese más real.

— ¿Sabes quién más vino recientemente? —La mujer estaba emocionadisima. Con la sonrisa iluminando su rostro.

Tenía el pelo mitad canoso, mitad Rubio y unos ojos azules eléctricos, Era lo único que destacaba entre la piel arrugada y envejecida por los años la mujer estaba vestida con un vestido gris con chal sobre sus hombros.

— Presiento que usted quiere decirme de igual forma, aunque le diga que no. — le comentó Susan, curiosa y a la vez con ganas de volver a encerrarse. 

—¡Ay Bonita! ¿No tienes ni idea, verdad?

A Susan le entraron los nervios. La mujer parecía tener el chisme universal. Estaba que se lo saboreaba en los labios. 

—Señora, ¿sabe que? Yo mejor me voy. Fíjese que me están esperando. Otro día nos tomamos un cafecito y me cuenta todo sobre el pueblo.

Susan no le dio tiempo a que la mujer reaccionara. Se fue a caja y pagó las cosas que había comprado: harina, leche y huevos.

Eso la relajaba. 

La repostería siempre había sido un medio para perder el estrés y relajarse.

Aunque tenía un título universitario en economía, estar en oficina nunca había sido realmente lo suyo. Y cuando su hijo nació, se dedicó a cuidarlo por completo. No quería que ningún extraño estuviese en su casa.

Para nada le sirvió.

Traía sus propios Demonios y ya vivían adentro con ellos.

Malcom Prestige, era un verdadero demonio.

Se lamentaba cada día al haber concebido un hijo con el.

No se arrepentía de haber tenido a Michael, eso nunca. Pero si del padre que le dio.

Salió rápido del supermercado y se dirigió al parqueo, había ido en el coche de su madre para poder llevar las bolsas. No tenía intención de comprar mucho, pero tampoco le interesaba ser vista por nadie. 

Así estaba resultando.

— ¿Susan?

Esa voz.

Esa que le había susurrando tantas cosas, tantas palabras de amor que fueron arrastradas por el viento. 

Extrañaba y odiaba esa voz. 

Todo a la misma vez.  Las emociones volvieron otra vez, como si nunca se hubiese alejado de él. 

Metió las fundas dentro del baúl y cerró la puerta despacio. 

Era él. 

Mattew Blake.

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