4
Capítulo 4
Camino detrás de mi jefe al llegar al restaurante en donde se tenía programado un almuerzo con los inversionistas de Berlín. Acomodo mi americana mientras limpio el polvo imaginario de mi falda, el señor Maxwell camina recto hacia la mesa en donde hemos reservado y se detiene por un instante al ver a los nuevos clientes ya habían llegado al lugar.
—Dijiste que llegaríamos primero, Amelia…—susurró mirándome por encima de su hombro. Damián odiaba hacer esperar a sus clientes premiun, ya que decían que esto le quitaría seriedad a los negocios que deseaba finiquitar con ellos.
—Los programé quince minutos después de nuestra llegada, señor, no sé que sucedió…
La campana de la puerta de acceso al restaurante de lujo, sonó, dándonos a entender que alguien había entrado al lugar, pero terminé removiéndome sobre mis piernas al ver al abogado de mi jefe llegar sonriente delante de nosotros.
Su cabello castaño se hallaba bien peinado, el traje negro de tres piezas que llevaba puesto, le hacían marcar perfectamente esas zonas sensuales de su cuerpo, y aunque no podía negar que Mauricio es un hombre jodidamente atractivo, había algo en él que realmente me inquietaba.
Sus ojos me miraron rápidamente, sonrió, más sin embargo aparté la mirada con algo de recelo.
—Señorita Stewart—, pronunció con suavidad el castaño, mientras que nuestro jefe clavó los ojos sobre él—. ¿Anoche dormiste bien luego de que te dejé en casa?
Damián espabiló.
—Sí, gracias, señor Montenegro…—Intenté esquivar la conversación, de repente las manos del abogado tocaron mi cabeza, mis piernas retrocedieron al sentir como Damián agarró velozmente mi brazo para colocarme así detrás de él.
—¿Creen que estamos en hora de coquetear?—Intervino en un tono tosco y algo grosero el presidente de la compañía Maxwell Electronic—, si quieren ir a comerse, háganlo después de trabajar…
El brazo del pelinegro me golpeó un poco al pasar agresivamente por encima de mí, Mauricio intentó tocarme para ayudarme, pero mi cuerpo reaccionó primero y caminé lejos de él en un abrir y cerrar de ojos.
Mi jefe saludó de manera protocolaria a los inversionistas, entre tanto una mesera nos traía el menú para elegir que almorzaríamos en el lugar.
—Será un gusto establecer negocios con una compañía tan poderosa como la suya, señor Maxwell…—Afirmó el presidente de la multinacional de Berlín.
Damián me dio una mirada para que le pasara los papeles del contrato y brinqué casi aterrada al percatarme que casi le entrego los documentos de nuestro acuerdo secreto. Respiré hondo, para ahora si buscar la carpeta con el contrato de inversión, el cual le pasé rápidamente y con mis manos temblorosas al sentir tantas miradas encima de mí.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando para el señor Maxwell, señorita Stewart?—La pregunta del empresario alemán me tomó por sorpresa, más sin embargo mi jefe asintió para que respondiera.
Carraspeé la garganta antes de hablar—. Cuatro años, señor—, Damián agarró la taza de café humeante delante de él, mientras que sus labios dibujaban una diminuta sonrisa.
—Sé que su jefe tiene un temperamento fuerte y que gracias a usted las cosas en la compañía Maxwell están en orden, pero, ¿No cree que está en edad para casarse?
Una punzada dolorosa se clavó en la mitad de mi estómago, —¿Perdone?—el pelinegro me miró de soslayo.
—Pronto cumplirá treinta años, ¿no?, a esa edad es casi imposible conseguir buenos partidos…—El rubio hombre comenzó a reír junto a sus colegas, menos Damián y Mauricio.—No me lo tome a mal, solo que una mujer tan bonita e inteligente, debería estar cuidando hijos y no perdiendo su tiempo en negocios de hombres…
Damián golpeó la mesa con brusquedad, —¿No cree que su comentario está fuera de lugar, señor Weber?
El tipo comenzó a reír de nuevo, mis manos apretaron con fuerza el borde de mi falda—La Pola…—Susurré despacio logrando que todos en la mesa guardaran silencio—Policarpa Salavarrieta, fue una mujer colombiana que ayudó a su país a liberarse de la opresión de los españoles…
El alemán frunció el ceño, —¿De que hablas?
—La Pola, como la apodaban en aquel entonces, fue una mujer que luchó por los derechos de hombres, mujeres y niños, fue ejemplo de revolución en aquel tiempo donde las mujeres sólo servían para «Criar hijos»
Levanté la cabeza.
—¿Le he ofendido?—, preguntó el empresario volviendo a reír.
Mauricio pasó su mano por detrás de mi hombro—«Me sobra valor para sufrir esta muerte y mil más. No olviden mi ejemplo»—Solté tomando un sorbo de vino—, la Pola nunca se casó ni tuvo hijos por su muerte repentina tras la lucha por sus derechos, ¿Qué le hace a usted pensar que contraer matrimonio es mi felicidad?
Damián y Mauricio sonrieron al tiempo.
El inversionista alemán tomó los papeles del contrato y los firmó rápidamente ante mi respuesta, pero al venir la mesera con los alimentos encargados para nuestro almuerzo empresarial, sin más se marchó junto a sus empleados.
—¿He sido grosera?—Cuestioné observando cada movimiento de mi jefe.
—Era un bastardo hablador…—Musitó el señor Maxwell haciendo el intento de levantarse de la mesa, pero mis manos lo volvieron a sentar de golpe, —¿Qué haces, Amelia?
Vociferó con el ceño fruncido.
—Has gastado un montón de dinero de la compañía en este almuerzo, ¿crees que estamos en condiciones de malgastar los fondos?—el abogado del señor Maxwell se volvió a sentar de nuevo en la silla en donde hacía unos minutos se hallaba sentado.
Ambos hombres comenzaron a comer en silencio,—¿Desde cuando Mauricio y tú son tan cercanos?
Un espasmo se apoderó de mi cuerpo, mientras que la cuchara que había agarrado de la mesa para empezar a comer, se me cayó de las manos al oír la pregunta de mi jefe. El abogado del señor Maxwell le miró con el rostro palidecido.
—No somos cercanos—, dictaminé volviendo mis ojos al plato de sopa delante de mí. Damián suspiró hondo.
—Creo que Mauricio si piensa que son cercanos, ¿no?—Mi jefe aniquiló con la mirada a su empleado—, les recuerdo que las relaciones de pareja entre empleados de la misma compañía está prohibida en mi empresa…—Rugió el enorme hombre sin ni siquiera mirarnos—, si me entero que ambos están teniendo citas o sexo a mis espaldas, los voy a despedir…
Maxwell tiró con fuerza la servilleta de tela que se hallaba reposando sobre sus piernas, para luego echar la silla en donde a encontraba sentado hacia atrás y salir caminando hacia la entrada principal del restaurante. Su espada ancha se encorvó un poco mientras se detenía; el pelinegro se giró sobre sus pies para acto seguido penetrarme con su mirada—, ¿Te vas a quedar todo el tiempo allí como estúpida o te vas a ir conmigo?
Asentí rápidamente para tomar mi bolso y dejar a Mauricio en la mesa, solo y con la palabra en la boca.
Algunos periodistas comenzaron a sacarle fotografías a mi jefe, entre tanto el chófer de su carro abría la puerta para hacerle pasar.—Hoy tiene una reunión a las cinco de la tarde con los directivos de Maxwell Electronic…—Susurré sentándome en la parte delantera del coche.
—¿Qué haces?—Expresó con su voz entrecortada obligándome a mirarle—, ¿Quién te dijo que podrías sentarte allí?
El chófer me miró y negué porque no entendía que era lo que trataba de decirme. Siempre me había sentado en el mismo lugar desde que trabajo para Damián, yo voy adelante revisando su agenda, mientras él descansa en la parte de atrás.
—Señor Maxwell...
—Detén el coche, Pedro—, masculló con agresividad el pelinegro, haciendo que el hombre entrado en años frenara de golpe a media calle de donde estaba el restaurante.
Extendí los ojos con exageración al ver claramente como Damián abrió la puerta trasera del vehículo, para acto seguido salir y abrir rápidamente la puerta del copiloto. Su mano tosca y masculina rodeó mi muñeca sorpresivamente, expulsando así mi cuerpo hacia afuera.
Mis piernas se enredaron un poco al sentir como sus dedos tocaron mi cabeza para guiarme hacia los asientos de atrás de su coche. Mi corazón comenzó a latir con demasiada fuerza.
—¿Qué fue eso?—, pregunté alisando mi falda, entre tanto mis mejillas comenzaron a calentarse.
—Solo es que…—Maxwell Tartamudeó por un instante—, no lograba escucharte, ¡Esto es tu maldita culpa!, ¿Por qué tienes que hablar como estúpida?
Apreté mis dientes con violencia. —¡No es mi culpa que seas un sordo!—Vociferé apagando el iPad—¡Bien pude irme en taxi!—, mis brazos se cruzaron a la altura de mi pecho.
—¡Te puedes ir en taxi si quieres!
—¡¿Y ahora por que me estás gritando?!
—¡¡Bájate de mi carro!!—Mi cuerpo se echó para atrás en el justo momento en que sus brazos rozaron mis pequeños pechos al intentar abrir la puerta junto a mi lado. Algo dentro de mi estómago explotó, sus ojos y los míos se conectaron velozmente.—Creo que va a llover, solo por eso puedes quedarte…
—Hay treinta grados hoy, señor, es poco probable que llu…—pretendió decir el moreno hombre, pero nuestro jefe le abrió los ojos para que se callara,—ahora que lo recuerdo, en mi ciudad decían que si el sol brillaba mucho era porque iba a llover…
Una risita incomoda se desprendió de su boca.
Al llegar a la oficina todo se encontraba como de costumbre. Andrea con cara de matar a su jefe, Carla sacando mal las copias para la junta del director corporativo de Maxwell Electronic, mientras que Camila se tiraba del cabello mientras el líder de su grupo le gritaba por el teléfono.
—Iré a arreglar las cosas para su reunión, señor Maxwell…
Me despedí de él dejándolo en la puerta de su oficina. Durante todo el viaje a la compañía, ninguno de los dos volvió a decir nada y de hecho, desde medio día ninguno se había atrevido a hablar sobre el «Contrato» al cual los dos estuvimos de acuerdo en firmar.
Me senté de golpe en el retrete del baño que todas las empleadas de la empresa usaban, mientras mis manos masajeaban un poco mis hombros. El día de hoy había sido demasiado agotador y apenas eran las tres de la tarde. Mis piernas comenzaron a moverse inquietas al escuchar a un grupo de secretarias entrar al cuarto de baños.
Tiré una fila corta de papel higiénico dispuesta a limpiar mis zonas húmedas, pero la voz de una de ellas me dejó estática.
—¿No creen que Amelia es una zorra?—, preguntó una de ellas usando un tono burlón—. Escuché a algunas chicas decir que ha estado enamorada del señor Maxwell por cuatro años…
—¿Enserio?—Musitó alguien con asombro—, con razón le ha aguantado tanto…
—¿Será que ya se dejó coger?
Risas.
—Es lo más probable, las mujeres como ella se abren de piernas por un par de pesos…—Mi corazón comenzó a doler mientras limpiaba rápidamente mis mejillas humedecida.
—Pero el señor Maxwell se va a casar con la heredera Bekket…
Agregó otra con algo de angustia.
—Escuché que la madre de Amelia era una amante, quizás tomó los caminos de su progenitora…—La burla me hizo temblar, las oí abandonar el cuarto y como pude salí de allí, me miré por un momento el desastre de mi maquillaje en el espejo, pero cuando intenté salir de aquel lugar, el grupo de secretarias se devolvió sorpresivamente quedando cara a cara conmigo.
Los ojos de Dakota se abrieron con miedo—. Amelia…—Pronunció mi voz temblando—, yo no…
Las chicas detrás de ella bajaron la cabeza.
—Despido y pago de cien salarios mínimos por injuria…—Pronuncié cruzándome de brazos delante de las empleadas de esta compañía—, ¿saben todo lo que he hecho para cuidar la imagen del presidente de esta empresa?—Dakota apretó el vaso de café que sostenía en una de sus manos.
—No te creas tan especial…—Musitó arrugado un poco su entrecejo. —Todos aquí saben que eres el «perro del jefe»
Di un paso hacia ella con una sonrisa enorme sobre mis labios.—¿Sabes cual es la diferencia entre tú y yo?—, la rubia mordió su labio inferior al sentirme demasiado cerca de ella. Mi mejilla rozó la suya—, que yo si tengo poder en esta compañía y tú no…
Dakota levantó el vaso para echarme encima el café que llevaba dentro, más sin embargo todo de un momento a otro se volvió confuso.
Damián Maxwell estaba delante de mí, cubriéndome con su cuerpo, mientras el líquido marrón cayó sobre su camisa favorita que compró en París el año pasado.
Las chicas retrocedieron atemorizada, entre tanto mis manos no dejaban de cubrir mi boca; ¿en que momento apareció nuestro jefe?
—Señor Maxwell, yo…—La voz chillona de la rubia resonó en todo el lugar, pero el pelinegro ni siquiera la miró, ya que se había girado rápidamente hacia mí, para tomarme del brazo y sacarle de allí delante de ellas.
Todos los empleados nos quedaron viendo y sentí que perdí el control de la situación cuando la puerta de su oficina fue azotada por él mismo, dejándonos a los dos completamente solos dentro.
Como pude, corrí hacia su escritorio para sacar un par de servilletas de papel e integrar secar un poco su camisa, pero realmente la pieza estaba completamente dañada.
La mancha de café jamás saldría de su prenda favorita y no quería ni imaginar el escándalo que Damián provocaría por esto. Él odiaba perder las cosas que lo hacían sentir a gusto y sabía que a partir de este momento rodarían cabezas en esta empresa por este estúpido error.
—Dame el nombre de todas…—Mis piernas se paralizaron al verle quitar los primeros botones de su camisa.—Amatista, dame los malditos nombres de esas mujeres, ¡Ahora!—gritó con tanta fuerza que los tímpanos de mis oídos comenzaron a dolerme.
—Dakota, Flavia y Estela…
El hombre de mirada azulada caminó en zancadas hacia su escritorio, alzó el teléfono y pronunció: —Despide a todas las chicas que estaban intimidando a Amelia en el baño de mujeres… Y hazle pagar a Dakota mi camisa…
Maldición.
Mis piernas se debilitaron en el instante en que sus ojos me miraron de una forma tan peculiar que no podría describir con palabras.
—¿Necesita que vaya por algo de ropa?—Exclamé dándome la vuelta para huir de aquí, el ambiente se sentía demasiado raro para pasar un segundo más encerrada con Damián en este lugar.
—Ayúdame…
—¿Perdone?
—Necesito que me ayudes…—Señaló su camisa mientras seguía al teléfono—, Amelia, tengo que dar una información importante, ¿también quieres que me quite la camisa yo solo?
Una electricidad agonizante atravesó mi estómago al verle relamerse los labios, mis piernas titubearon en acercarse hasta el imponente hombre, pero cuando me vine a dar cuenta ya estaba en frente de él.
Mis manos temblorosas tocaron la tela fina de su camisa, Damián miró hacia abajo por consecuencia de nuestra enorme diferencia de estatura, es que si bien, su metro noventa y dos, no era competencia para mis escasos centímetros de existencia.
—¿Podemos hacer algo con el caso Bekker?—Levanté la mirada al escucharle preguntar por su prometida—, no me voy a casar, Mauricio…—mi cuerpo desfalleció al oírle pronuncia el nombre de su abogado personal.
¿Qué carajos significaba todo esto?
—Amelia…—Levanté la mirada al oír mi nombre—, ¿me vas a desnudar o no?
Mi entrecejo se frunció al verle sonreír. ¡Lo está haciendo a propósito!
—¿Por qué no te lo quitas tú solo?—Agarré mi agenda y salí de la oficina del señor Maxwell, dispuesta a organizar todo lo que se necesitaba para la reunión de hoy. Al salir de la habitación, Camila me dio un poco de té de lila para calmarme un poco.
Los rumores sobre los despidos de Dakota y las demás secretarias que estaban con ella, corrieron como chisme de barrio por toda la empresa.
—¿Es verdad lo que están diciendo?
Carla preguntó golpeado a su vez mi escritorio apenas llegó a mi oficina. Camila rodó los ojos; entre tanto Andrea se sentó justo a mi lado, quizás para sacar mucho más rápido la información.
—¿Cuál rumor?
Pregunté como si no supiera nada.
—El señor Maxwell se va a casar…
Mordí mi labio inferior,—No es ético estar hablando de nuestro jefe…
Carla torció los labios—¡Venga, Amelia!, ¿Sabes cuantos corazones rotos habrá por esto?
No pude evitar reírme.
—El señor Maxwell está lejos de nuestra liga, amiga.—Musité tomando otro sobro del té.
—De la tuya no.—Vociferó Andrea entre risas, —le he pillado mirándote el culo hoy.
¡He escupido todo el té sobre los documentos importantes de la reunión!
—¡Mierda, Andrea!—Exclamé secando los papeles con una toalla de papel.
—Pero si lo vi…—Comenzó a reírse, pero la aparté para salir de mi propia oficina.—Oh, Amelia.
Me detuve.
—Afuera te está esperando un chico… Siento que lo he visto en algún lado, pero no recuerdo donde.
Rechisté llevando conmigo los papeles para secarlos, más sin embargo mis pies se detuvieron al ver a un moreno que conocía desde hace algunos días y que jamás esperé volver a ver.
Sus ojos se iluminaron apenas me vio, pero la silueta de Damián pasó rápidamente por encima de mí, para así quedar cara a cara con el extraño hombre.
—Brandon Lee… —¿Cómo mi jefe lo conoce?
—Querido primo…
No puede ser…
