CAPÍTULO 3 - Entrenamiento y pruebas
Volví a preguntarle, en la mañana no comentó nada y desvió la pregunta. El tercer muro quedaba retirado de las instalaciones, pero se veía desde aquí. Ese lugar me intrigaba mucho, quiero saber qué había detrás.
—Nada por saber aún.
Volvimos al edificio, entramos al primero, el sitio de descanso y restaurante. Vi un gran número de hombres integrados en la causa, era la hora de merendar.
—En total tenemos ciento cinco estudiantes, los cuales cursan sus estudios hasta los veintiún años, de ahí pasan a muchas dependencias en todo el mundo. Tenemos catorce maestros y unos veintiocho frailes que quedan en entrenamiento administrativo. El resto pasan a ser vigilantes, ojos caminantes, los cuales observan cambios, alteraciones y situaciones de la naturaleza. —comentó. No comprendo su interés por contarme todo eso.
—Padre.
Era necesario preguntarle, me encontraba en la fila para recibir la merienda, los presentes seguían mirándome, era incómodo ser el nuevo.
—¿Por qué todo es con el número siete? —Se sorprendió—. Los jóvenes ingresan a los siete años, hay en total siete edificios, estos tres y cuatro donde entrenan. Todos los números que me ha dado son múltiplos de siete. —Una gran sonrisa se dibujó en su rostro.
—Eso viene de milenios atrás, hijo. Es un acto tradicional, yo lo veo como el número del creador.
A la mañana siguiente la primera clase fue con los niños recién ingresados del orfanato; con la diferencia que ellos ya tenían medio año estudiando y para mí era nulo el tema. Me sentí ridículo en los asientos de niños, más para un hombre con la estatura mía. Fui la burla de mis compañeros hasta del maestro. Nos hablaban de la importancia del Universo y la Tierra. La clase dura todo el día, salíamos a almorzar, tuvimos dos interrupciones en las que ofrecían la merienda. El maestro hablaba del universo como si fuera un ser humano, lo mismo pasó con la tierra. Escuché sobre la inmensidad de la materia, la sencillez de la esencia.
El maestro decía; sin ella no somos nada, no podemos vivir en ninguna parte de la tierra sin obtener un beneficio directo de la naturaleza, mientras nosotros le respondemos con contaminación, deforestación, y aniquilación de los recursos naturales como el agua. En otras palabras, éramos el causante de su mal. La erosión se traduce en úlcera, la contaminación en cáncer, la extinción de las especies animales y vegetación era la extirpación de órganos vitales en el cuerpo humano. Me agradó la analogía empleaba por el maestro.
—Lo que trata de decirnos y por lo escuchado desde mi llegada aquí, es qué, ¿el universo se hace hombre y la madre tierra mujer, y cada uno trae consigo lo esencial de cada uno en su encarnación y reencarnación? ¿Él representa la fuerza y ella la esencia?
El maestro me miró. No era eso lo que yo quería decir, de ¿dónde saqué tal estupidez?
—Al parecer el rector te habló mucho del tema de la clase. —él no me había dicho nada.
—Yo no le he comentado nada. —El padre Louis ingresó a la clase con una carpeta en su mano—. El cómo lo resumiste, me da a entender que has analizado mucho tu entorno. —No sé nada de lo que hablé.
—Bueno, deduzco lo que tratan de decir, ¿me equivoqué?
—No. ¿Cómo sabes qué el Universo es fuerte?
Le dio una vez más esa entonación a la palabra universo como si fuera una persona.
—Es una analogía, como lo que el maestro acaba de decir sobre la enfermedad que le ocasionamos a la Tierra por inconscientes. Además, todos al nombrar la palabra universo y madre tierra lo dicen como si fueran personas.
—Yo no he hablado nada de la reencarnación.
Miré a los presentes, rebobiné la clase, fue cierto, no habló de reencarnaciones.
—Cierto, yo… —Me encogí de hombros, quise recordar y comencé a experimentar un fuerte dolor de cabeza, no pude evitar gritar—. ¡Necesito recordar!
¿Por qué debo recordar? Sentí la cabeza pesada, era vital que recordara, pero, ¿qué necesitaba recordar?
Desperté en la enfermería. El padre hablaba con otro monje, se retiró una vez se percató de que había despertado. No me dijeron nada al respecto, el médico al comprobar mi recuperación de consciencia me dejó salir de la enfermería, fui al dormitorio, me dejaron descansar el resto del día. Al regresar a clase al día siguiente no intervine, solo escuché. Con el paso de las horas, concluí, no era una escuela común, el sitio y los temas eran diferentes, jamás había asistido a una igual. El lugar era atrayente, había algo en el entorno agradable, que me llamaba.
Los días pasaron, se expandió mi cerebro, al cabo de unos días al recibir un poco de teoría mi cerebro se abrió y el conocimiento del universo llegó a mí. De la nada llegaron miles de galaxias, lo extraño era que sabía sus nombres. No era una información suministrada en las clases vistas. A las dos semanas después de ver el conocimiento de las estrellas y planetas dejaba con asombro al profesor Samuel, me llevaron a la rectoría.
—Este es el resumen del conocimiento que tiene, Petter. —Le pasaron unos exámenes a padre Louis.
—Sí, sería perder el tiempo para él, conoce más del universo que yo. —miró al maestro—. Con los meses perderás tu puesto.
—¿Cómo es posible eso?
Fui ignorado, hablaban como si yo no existiera, nada más había llenado un cuestionario en el día de ayer, hoy el maestro no permitió ingresar al salón, vine directo a la rectoría.
—Sugiero y tiene mi aval para que salte siete años de teoría. Pasarlo al salón de adolescentes.
Seguían ignorándome. El padre Samuel se retiró dejando en las manos del rector mi cuestionario, lo miró.
—Siéntate, Petter
Le hice caso, quedé al frente, se encontraba en su escritorio, la organización predominada, tenía dos grandes ventanales con vistas al frondoso bosque y hacia la tercera fortaleza.
—¿Pasa algo malo con mi evaluación? —metí las manos en los bolsillos del hábito.
—El padre Samuel, comentó el gran conocimiento que tienes sobre el universo y las estrellas. —escrutaba mis reacciones—. Además, tengo en mi poder el resultado que lo comprueba.
—¿Y eso está mal? —negó.
—No es eso, es una prueba muy compleja, tú lo resolviste a cabalidad y en tiempo récord.
—Bueno, la persona que lo diseñó también debió de responderlo completo. —dije, se levantó de su asiento con la hoja en la mano.
—La persona que lo diseñó para nuestro entrenamiento fue la última encarnación del Universo y junto con su hermano ayudó a mi antepasado a entender la complejidad de este. Petter, mi familia ha pasado por cinco generaciones con el secreto de la Madre tierra, conmigo se corta esa tradición.
» Mis antepasados no fueron sacerdotes, pero si eran los custodios de este lugar, fue así, por decisión de la última reencarnación de la diosa. Yo decidí seguir a mi llamado al servicio, yo debo escoger un sucesor para el legado de la protección que recae en el Guardián. —No entendía nada, siempre me hablaba como si supiera—. Me salí del tema, poco a poco te enterarás. En todo este tiempo de entrenamiento, en los registros almacenados y por el conocimiento que reposa en mi poder de los creadores del cuestionario, no existe una persona que sepa diligenciar a cabalidad tales preguntas y tú lo hiciste a la perfección.
—Pero…
—Sin mentiras, hijo, ¿recuerdas algo?
—No, señor. Y cuando intento hacerlo no soporto el dolor de cabeza.
—Nadie desde hace más de doscientos años lo ha contestado completo. —Su mirada era inescrutable—. Es importante que recuerdes, me causas intriga, muchacho.
—¿Cada cuánto nace el Universo? —miró por la ventana—. ¿Es malo? —El corazón me latió fuerte, ¿A qué se debe el susto?
—No hijo, no, no, no. —suspiró—. No comprendo tu amnesia, no sabes nada de tu vida, en cambio, tienes mucho conocimiento en galaxias, nombres de estrellas, planetas, literatura, ciencias. —Me dio la espalda de nuevo, observó el frondoso bosque—. Nada más tengo curiosidad de saber, ¿quién eres?, y de ¿dónde vienes?
—No recuerdo eso, pero le confieso, me agrada mucho vivir aquí, le parecerá tonto, siento que debo quedarme aquí, otra cosa, la madera me da la añoranza de mi casa y debo parecerle idiota padre, de todas las delicias ofrecidas en el comedor, siempre escojo sopa —Vi un leve brillo en sus ojos.
—Hijo, a partir de mañana estarás en el aula de los chicos de quince años en adelante, los primeros siete años es teoría, y tú ya lo sabes todo. —asentí.
—Gracias.
—¿Incómodo? —Me encogí de hombros mientras me levantaba de la silla.
—La verdad me sentía ridículo al estar en un salón de niños, en puestos tan pequeños, aunque era necesario. —bajé la mirada.
—Bueno hijo, puedes retirarte. —dijo conteniendo las ganas de reírse por mi comentario.
Al llegar a la recámara miré por la ventana y juro que escuché una voz… «Ven a mí».
