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Recuerdos

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Andres.R
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Sinopsis

Siempre he vivido la vida racionalmente, sin prestar atención al corazón que dejaba de latir día tras día. Veía chicas de mi edad disfrutando de la vida, constantemente me sentía fuera de lugar, la pregunta que me rondaba era " Siempre he creído en los cuentos de hadas, creí en un mundo paralelo donde reina la paz, sin la palabra diversidad. De niña me encantaba comprar las historietas en el quiosco de Mrs. Polly, con el DVD de la saga de Cenicienta adentro, o quizás coleccionar los carritos de juguete que salían del paquete de papas fritas que me permitían comer los fines de semana. Solía ver la vida tan alegre, llena de colores, pero con el tiempo me di cuenta de que tenía una visión completamente equivocada y estaba demostrando ser solo una ilusión. Soy Kate Evans y este fue el quinto período de un jueves escolar muy aburrido.

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Siempre he vivido la vida racionalmente, sin prestar atención al corazón que dejaba de latir día tras día.

Veía chicas de mi edad disfrutando de la vida, constantemente me sentía fuera de lugar, la pregunta que me rondaba era "

Siempre he creído en los cuentos de hadas, creí en un mundo paralelo donde reina la paz, sin la palabra diversidad. De niña me encantaba comprar las historietas en el quiosco de Mrs. Polly, con el DVD de la saga de Cenicienta adentro, o quizás coleccionar los carritos de juguete que salían del paquete de papas fritas que me permitían comer los fines de semana.

Solía ver la vida tan alegre, llena de colores, pero con el tiempo me di cuenta de que tenía una visión completamente equivocada y estaba demostrando ser solo una ilusión.

Soy Kate Evans y este fue el quinto período de un jueves escolar muy aburrido.

Matemáticas: la materia que más odiaba. Desde niña, cuando tenía que resolver los ejercicios en casa, tenía retortijones en el estómago y la ansiedad de que al día siguiente me llamara la maestra para corregirlos en la pizarra.

Mi mente se preguntaba por qué todos esos números, fórmulas, cuando solo las cuatro operaciones eran suficientes.

Estaba en la escuela secundaria y no sabía qué hacer con mi vida. Probablemente a la pregunta "¿Quién soy yo?", respondería "Un enigma".

Cuando regresé a casa, vi a mi madre pintándose las uñas de rojo caoba. Siempre la habían arreglado con mimo, todos los días se limaba las uñas larguísimas. Sintió una sensación de hambre y buscó algo en la heladera para aplacar esa terrible sensación.

-Así terminarás siendo una copia de tu prima Alicia- comentó con tono mordaz.

Ignoré su broma y mordí un sándwich de jamón y mayonesa.

Después de comer me fui a mi habitación y al pasar frente al espejo me detuve a mirar mi reflejo.

Nunca he sido una de esas chicas llenas de autoestima, de hecho puedo decir que nunca la he tenido. Sin embargo, me había prometido a mí mismo que no dejaría que la gente me criticara con sus comentarios sobre mi apariencia.

Medía 5'10" de altura, tenía caderas curvas y un poco de celulitis esparcida por todo el cuerpo. Lo que más odiaba de mí era mi nariz, no era la clásica nariz francesa que veías a menudo y esto me avergonzaba cuando me miraban por mucho tiempo.

Lo que más amaba, sin embargo, era mi larga melena castaña, como decía mi abuela Josefina "Tu pelo es como tus ojos: el reflejo de tu alma" y se pasaba horas y horas peinándola con miedo, que un día encontré sin.

Encendí la televisión y me di cuenta de que había comenzado el episodio de The Vampire Diaries, que transmiten todos los días a las tres menos cuarto.

"Ah un amor como el de Elena y Damon" era la cuarta vez que veía esta serie y nunca me cansaría de ella.

Yo era una chica que estaba bien sola, nunca necesité de nada ni de nadie más que para no perderme a mí misma.

Siempre había sido mi mejor amigo, cómplice. Siempre me había protegido de cualquier forma de dolor.

Mi familia no había estado presente en mi vida: mi madre se pasaba horas charlando con cualquier ser humano, mientras mi padre regresaba muy tarde del trabajo y como mucho intercambiábamos unas palabras de cortesía en la cena.

Nunca había tenido una buena relación con mi hermano, él estaba en la universidad pero tenía una vida propia, en la que su hermana no encajaba. Siempre estaba fuera, volvía por la noche para cenar pero se iba de nuevo. Tenía un grupo de amigos y todas las noches salían a quién sabe dónde.

Yo, en cambio, siempre estaba en mi habitación, excepto para salir a veces con Charlotte con los demás. A menudo me pedía que me uniera a ellos, pero la mayoría de las veces me negaba.

Hace tiempo tuve una amiga, Nora, pero desde que se comprometió nunca más volví a saber de ella. Me convencí con la frase "las amistades van y vienen"

Cogí el libro de Jane Austin y me perdí en sus palabras. Leer me llevó a una dimensión paralela y me ayudó a despegarme de la vida de mierda que me rodeaba. Pasé horas y horas sin cansarme, era un día de primavera cuando empecé a leer libros.

Esa noche lloré por rasparme la rodilla cuando Orgullo y prejuicio de Jane Austen se cayó del estante. Vacilante abrí ese libro y encontré la dedicatoria de mi abuelo a mi abuela y con curiosidad comencé a leerlo, llegó el verano y mientras todos iban a la playa, yo leía libro tras libro. Y así nació mi amor por la lectura.

Otro día de mierda estaba sobre nosotros. Me levanté y me dirigí a la cocina en busca de comida. Me había despertado sintiendo hambre esta mañana, detuve mis pasos al ver a mi hermano Matthias, sentándose a desayunar.

"Buenos días", susurré, mi voz aún ronca.

Me saludó con la cabeza y se puso de pie rumbo al baño, yo diría que un gilipollas nato. Tomé un refrigerio del gabinete, saciando mi hambre. Podrían poner más chocolate! Abrió el snack y añadió un poco de Nutella. Feliz, subió las escaleras para arreglarse.

Después de darme cuenta de que llegaba tarde como siempre, traté de correr lo más posible para llegar a la escuela a tiempo. Mi hermano prefería calentar a sus amigos que a su hermana, yo me moría de frío y además corría maratones todas las mañanas.

Recorrí el pasillo a noventa kilómetros por hora, casi rompiéndome las piernas y aplastándome la cara. Llamé, golpeando con los nudillos la gran puerta de madera y después de escuchar "vamos", entré al salón de clases y encontré a la profesora de actividad física ya pasando lista.

Cuando se acercó a mí y se dio cuenta de que llegué tarde otra vez, entrecerró la mirada.

-¡Señorita, llega tarde!- exclamó exasperado, ya estaba acostumbrado pero siempre repetía la misma frase puntualmente.

Me hizo dejar mi mochila y fuimos al gimnasio para el partido de voleibol. Además de nosotros, la clase de Charlotte también estaba presente, y tan pronto como me vio, vino a saludarme.

-Kate- agitó su mano y corrió a abrazarme, yo estaba un poco estupefacto pero le devolví el abrazo.

No estaba acostumbrada a los abrazos, mis padres en vez de abrazarme y besarme, solo me palmeaban la espalda. Así aprendí a ser fuerte, al ver que las personas más cercanas que tenía me trataban como a un extraño.

-Oye- repetí

como estas?- me pregunto

Ante su pregunta, suspiré. Si tan solo conociera el mundo que me rodea.

"Bien, ¿tú?" Me encontré mintiendo.

La mayoría de la gente mentía al responder esta pregunta. ¡Tenemos que admitir que es más una forma de cortesía!

-Bueno, hace mucho que no te veo- me miro con tristeza

-Sí, he estado un poco ocupado en este período- dije lo primero que se me pasó por la cabeza, bastante mal.

-Sé que estabas pasando ese famoso período en la cama- comentó divertida

-Disculpe- respondí llevándome una mano al corazón de manera teatral.

-Para compensarte, puedes venir esta noche conmigo y los demás a la plaza- continuó, sonriendo con los dientes, la plaza... La plaza siempre había sido un lugar bastante particular, tranquilo durante el día pero por la noche allí. eran personas que no eran muy confiables.

-No lo sé- murmuré, ella tomó mis manos mirándome con sus grandes ojos verdes.

-¡Vamos, nos divertiremos!- trató de convencerme