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Capítulo 8: La segunda cita con Emanuel

Catalina puso el tenedor sobre la mesa y se apresuró a taparse la boca y la nariz con ambas manos. Estaba tan avergonzada que quería que la tierra la tragara de inmediato.

Emanuel gentilmente le entregó una servilleta y preguntó con una sonrisa:

—¿Todavía quieres comer platos mexicanos?

—Gracias... Pero no —contestó Catalina con un rostro sonrojado.

—Bueno, pues no hace falta cambiar todos platos y cubiertos —el hombre hizo un ademán al mesero—. Por favor, dame la cuenta.

Este restaurante era muy conocido en la ciudad por su amable servicio y su buen sabor. El mesero, sin entender por qué los dos querían irse justo cuando les sirvieron todos los platos, les preguntó perplejo:

—¿Cómo les son los platos de nuestro restaurante a ustedes? Si tienen algunos consejos, díganmelos. Y les prometo que haremos todo lo posible para mejorar nuestro servicio para ustedes en el futuro.

Al escuchar las palabras de este, Catalina se bajó aún más la cabeza, avergonzada.

Emanuel se adelantó y dijo:

—La comida sabe muy bien y el servicio también es muy amable. Es que de repente tenemos algo urgente que hacer y tenemos que irnos ya.

Dicho esto, el hombre sacó unos billetes de su cartera y le pagó la cuenta al mesero.

Este último tomó el dinero de la mano de Emanuel y se despidió de ellos sonriendo:

—Muchas gracias, que ustedes tengan un buen día.

Catalina se puso de pie y sintió un malestar repentino en el estómago.

«¡Joder! ¡Debe de ser por el desayuno de la mañana!»

—Disculpa, quiero usar el baño primero. ¿Puedes esperar un momento? —dijo embarazosa Catalina.

Emanuel, quien acabó de levantarse, frunció el ceño levemente, pensando que esta mujer era realmente molesta, y volvió a sentarse.

—Bueno, te espero aquí mismo —dijo el hombre.

Catalina inmediatamente corrió rápidamente al baño cubriéndose su barriga y se dijo a sí misma:

«Ah, parece que es otra cita fracasada. Pero no importa, después de todo, no tengo buena impresión por este tipo. Además, es muy imposible que no me encuentre más con él después de hoy. No es necesario que me ponga tan avergonzada a su frente.»

Sin embargo, nunca había imaginado que ese dolor inesperado en el vientre no fuera por el desayuno de la mañana, sino por el período. ¡Lo más fatal era que hoy no llevaba compresas higiénicas consigo!

«¡¿Dios mío, qué voy a hacer ahora?!»

—Oye, ¿hay alguien afuera? ¿Disculpe? —no tuvo más remedio que pedir ayudas.

Después de un buen rato, finalmente se oyó sonidos de pasos acercándose. Como si encontrara la última esperanza, Catalina preguntó en voz alta y ansiosa:

—Disculpe, señorita, ¿me podría echarme una mano?

—¿Qué pasa? —preguntó la persona que acababa de entrar.

Al obtener la respuesta, Catalina siguió explicando:

—Es que me llega de repente la regla. ¿Tienes toallas sanitarias encima?

La chica contestó negativamente:

—Yo no las tengo, pero mi amiga sí. Espera un momento y voy a pedirle algunas para ti, ¿vale?

—Bien, bien. ¡Muchas gracias, señorita!

Muy pronto, la chica le atrajo varias toallas femeninas para ella, pero le dijo algo muy vergonzosa para ella:

—Tu novio es muy guapo y considerado. Él está esperándote ansiosamente afuera de la puerta. Pero no te preocupes, le he dicho que estás todo bien y solo te has olvidado de llevar las toallas sanitarias contigo.

Al escucharlo, Catalina se quedó sin palabras y gritó avergonzadamente en la mente:

«¡¡¡Ah!!! ¡¿Por qué le ha dejado saber a este tipo que no tengo compresas cuando me viene la regla?! ¡Qué embarazoso es esto! ¿Puedo no salir y quedarme aquí para siempre? ¡No quiero salir y enfrentarlo!»

***

Antes el tiempo en la Ciudad Tando había sido muy malo debido a esas nieblas pesadas, lo que destacaba más el cielo despejado de hoy. Si uno miraba hacia arriba, podía ver un cielo alto y azul celeste con muy pocas nubes. Bajo el cielo infinito, se alzaba la Torre Tando espectacularmente.

Después de ese día de abandonar el restaurante mexicano, Catalina había pensado que no volvería a ver a Emanuel más. Inesperadamente, Emanuel había tomado la iniciativa de hacer la reserva en un restaurante en la Torre Tando, que estaba enfrente del restaurante mexicano.

La Torre Tando es un lugar lujoso donde la gente común no podía permitirse entrar.

—Director Moruga, todo ya está bien arreglado en el antiguo lugar. Por favor, sígame —el camarero vestido con un uniforme bastante decente le dijo respetuosamente a Emanuel.

Catalina caminó adentro siguiendo a Emanuel y se quedó muy impresionada por la decoración lujosa de este restaurante de alta cocina.

Catalina había oído hablar de que este restaurante incluso podía elegir a los clientes que les gustara y requería una reserva con 10 días de antelación, pero este Emanuel podía venir a comer aquí, no importaba cuándo, lo que realmente sorprendió mucho a ella.

La última vez, ella había quedado con él en el restaurante mexicano y esta vez el hombre eligió un lugar tan lujoso. Evidentemente, este tipo estaba burlándose de ella o estaba poniéndola a prueba.

Emanuel caminó hacia adelante, mirando de reojo a Catalina a su lado de vez en cuando. La estaba observando en secreto, porque si una mujer quería ser su esposa, necesitaba tener algunas cualidades básicas, aparte de ser interesante.

Habiendo adquirido muchas experiencias de sus numerosas citas a ciegas, Catalina sabía que este Emanuel debía estar observándola a sí misma.

—¿Frecuentas aquí? —le preguntó Catalina.

Emanuel le dibujó una sonrisa y dijo a la ligera:

—Elijo este lugar cada vez que tengo una cita a ciegas. Me gusta mucho el ambiente tranquilo aquí.

Catalina, a su vez, dijo sin pensar:

—¿Sí? Pues a mí me gusta más un ambiente más animado. La cita a ciegas ya es tema muy serio. Si se hace en un lugar, no será demasiado aburrido y depresivo.

Emanuel le miró con un poco de sorpresa porque raras veces alguien se atrevía a contradecirlo tan directamente como ella. Y luego sonrió suavemente y explicó:

—No me malentiendas. No es que no me haya gustado ese restaurante mexicano. Habría sido cita bastante agradable si no hubiera sido porque...

Catalina se quedó un poco asombrada al ver a este hombre rígido y serio poder mostrar una sonrisa tan tierna y atractiva y sonrió con una expresión un poco avergonzada:

—Lo siento mucho. Toda la culpa fue mía.

Al verla sonreír, el hombre se puso un poco alegre y el ambiente entre los dos se volvió más ligero al instante.

—Debes sonreír más. Cuando sonríes, estás mucho más hermosa —dijo el hombre francamente.

Catalina se puso contenta al ser elogiada repentinamente por este hombre y le dijo:

—Jaja. Tú también.

Después de entrar en la sala privada del restaurante, Emanuel, de una manera muy gentil, le retiró la silla a ella y se inclinó ligeramente:

—Por favor, siéntese, señorito Venegas.

Catalina le dio las gracias, puso su bolso a un lado y tomó el asiento con elegancia. Ella nunca se sentía inferior por el estatus noble de la otra parte y tampoco se sentía altiva frente a los demás. Vivir con dignidad era el principio básico de Catalina.

Y esto era lo que más impresionaba a Emanuel.

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