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Capítulo 13

—Me llamo Nicola, pero puedes llamarme Nikki —dijo, extendiéndome la mano con una sonrisa amplia.

—Gabriela. O Gabi, para abreviar —respondí, estrechando su mano.

—Gabi es perfecto —dijo.

—Nikki también —respondí, y ambas reímos suavemente.

—Vives en el cuartel de las enfermeras, ¿verdad? —preguntó.

Asentí con una sonrisa tímida.

—Te he visto antes. Yo también vivo allí, con mi hermana mayor, Anselma. Es enfermera —contó.

—¡Qué bien! Yo vivo con estos dos terremotos —dije, señalando a mis gemelos.

Nikki soltó una risita, mirando a Ryan y Emma.

—Los tuyos son adorables —dijo.

—No siempre —contesté, con humor—. Me quitan el sueño.

—Como debe ser. Tú hiciste lo mismo con tus padres, ¿verdad? Ahora te toca a ti —bromeó, haciéndome sonreír, aunque sentí un pinchazo en el corazón al recordar a mis padres.

—¿Dije algo malo? —preguntó con cautela.

Negué rápidamente, obligándome a sonreír.

—No, tienes razón. Seguro que hice lo mismo.

Nikki se rió, luego se inclinó hacia Ryan, que la miraba con curiosidad.

—Si necesitas ayuda con los niños mientras trabajas, avísame. Me encantaría cuidar de ellos —dijo.

—¿De verdad harías eso por mí? —pregunté, sorprendida.

—Claro. Estos dos ya me robaron el corazón. Quiero ser su tía Nikki —dijo, con una sonrisa radiante que me contagió.

—Gracias, Nikki. De verdad.

—No me agradezcas, Gabi. Ellos me lo agradecerán cuando crezcan. —Miró a Ryan—. Vaya, ya se durmió en mis brazos.

—¡Qué rápido! Nunca se duerme así conmigo —dije, riendo.

—Creo que ya le gusto —bromeó Nikki.

—Sí, pero Emma es diferente. Solo se calma conmigo —dije, mirando a mi pequeña, que seguía tomando el pecho.

—Veremos, señorita Emma, veremos —dijo Nikki, guiñándole un ojo a Emma, que frunció el ceño mientras seguía comiendo.

Me reí suavemente.

—No tiene pendientes —observó Nikki.

—Aún no le he abierto las orejitas. Me da miedo que le duela —confesé.

—¿Cuántos meses tienen? —preguntó.

—Un mes apenas —contesté.

—¡Gabi! No es tan pronto. Tiene que estar guapa —bromeó.

—Lo sé, pero me da cosa hacerla llorar —admití.

—Llora un ratito y luego se le pasa. Le das su leche, y en un minuto, ¡se olvida! Mi hermana puede ayudar con eso —dijo, sentándose a mi lado.

—¿Estás segura de que está bien? —pregunté.

—Sí. Y cuando le pongamos sus aretes, será la princesa del hospital —dijo con orgullo, haciendo que me riera.

—Tienes un humor increíble, Nikki —dije, relajándome.

—Lo sé, y tú y tus gemelos me van a adorar —dijo con picardía.

Y supe que era cierto. Había encontrado a una amiga de verdad.

? CINCO AÑOS DESPUÉS

—¡Dame mi lápiz, Ryan! —gritó Emma.

—¡No tengo tu lápiz, deja de inventar cosas! —protestó Ryan.

—¡Te vi revisando mi mochila! ¡Ladrón! —gritó ella.

—¡Mentira! —respondió él.

—¡Mamá! —gritaron al unísono.

Solté un suspiro y salí de la cocina, secándome las manos con una toalla.

—¿Qué pasa ahora? —pregunté, mientras tomaba la mochila de Ryan y la cerraba.

—¡Ryan me robó el lápiz! —aclaró Emma.

—¡Miente! —se defendió Ryan.

—¡Te vi revisando mi bolso! —insistió Emma.

—¡Basta! —interrumpí, con firmeza—. Emma, te compraré otro lápiz. Deja de gritarle a tu hermano.

Emma bajó la cabeza, con un puchero.

—Lo siento, mamá —dijo en voz baja.

Me acerqué y la abracé, ayudándola a ponerse su mochila escolar. Las dos llevaban el uniforme azul con cuello blanco, listas para la escuela.

“Ya tan grandes… qué rápido pasa el tiempo.”

—No grites. Soy mayor que tú —escuché murmurar a Ryan.

—Ryan… —dije con advertencia.

—Lo siento, mamá —respondió él, con una sonrisa.

Fui a buscar mi bolso, saqué algo de dinero y se los entregué.

—Compren lápices y, si quieren, unas galletas. Pero coman primero su almuerzo. Si regresan con la lonchera llena, no habrá más dinero para galletas, ¿entendido?

—Sí, mamá —dijeron los dos, al unísono.

Me arrodillé frente a ellos y besé sus sienes.

—Los amo muchísimo —les dije.

—Nosotros también te amamos, mamá —contestaron, y mi corazón se llenó de calidez.

—Bien. Ahora, ¿qué deben hacer en clase? —pregunté.

—Prestar atención y preguntar si no entendemos —dijeron juntos.

—¡Eso es! Nada de peleas, ¿de acuerdo?

—¡Sí, mamá! —respondieron.

Tomé mi mochila, y salimos del cuarto, cerrando con llave.

Mientras bajábamos las escaleras del cuartel de enfermeras, con las loncheras en mano, sentí que mi vida se había transformado.

Cinco años. Mis pequeños terremotos se habían convertido en estudiantes con uniforme, con risas y discusiones que llenaban mis días.

Gracias a Nikki, pude mantener mi trabajo y criarlos sin miedo.

“Ryan con mis ojos marrones, Emma con sus ojos avellana que cada día me recuerdan aquel error, pero que aprendí a amar.”

“Ella no es Ernesto, no es él… pero es mía.”

La amo. Los amo.

Y aunque no se parezcan a Ernesto, aunque duela, aprendí a vivir con ello.

Ellos son mi fuerza. Mi razón. Mi segunda oportunidad.

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