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Capítulo 2

Narra Erick.

Me puse la corbata, desayuné algo ligero y salí de mi casa.

Caminé a mi auto,  ingresé y me dirigí a la compañía. Cuando llegué al edificio, saludé a Emily, la recepcionista. Utilicé el elevador para llegar a mi piso. Una vez que ingresé a mi oficina tomé asiento. Hoy  llegaría mi nueva asistente: Alanis carcamo. Reuní algunas cosas que necesitaría para ella, y cuando el reloj marcó las 7:30 escuché unos golpes en mi puerta.

—Pase—dije en voz alta.

Emily ingresó con unos papeles.

—Señor Coleman, le llegó esta correspondencia muy temprano—informó dejándolas sobre el escritorio.

—Gracias—dije, tomandolas. Ella salió poco después. Había una carta que llamó mi atención, tenia mi nombre escrito  a mano. No tenia remitente, una parte de mí tenía curiosidad. Abrí  el sobre allí mismo, había una pequeña nota escrita a mano y una fotografía, decidí ver primero la instantanea, y pude ver los  senos más perfecto que  jamás había visto.  Los pezones eran redondos y rosados y la proporciona era la indicada. Se me hizo agua a la boca  al instante, sentí que mi pene se endurecía. Eché un vistazo al reloj y vi que eran casi las 7:45, lo que significaba que tenía que hacer algo. Esperaba a Daniel y a su sobrina Alanis  en cualquier momento, y mi pantalón estaban cargados con una furiosa erección.  Pero no pude quitar mis ojos. Esta imagen no podría haber sido para mí, pero deseé haberlo sido. No había estado seriamente con alguien en más de una década. Ni siquiera cerca. Pero saber que estas belleza estaban ahí, me generó una sensación que no había sentido en demasiado tiempo. Tomé la nota y leí el texto el cual decía: Para mi nuevo jefe. Atentamente, Alanis Carcamo.

Mi mandíbula casi cayó al piso. Mierda, Alanis me había enviado una fotografía de sus senos. Santo cielo, sabía que iba a ser difícil mantener el orden, pero ¿qué diablos era esto? Pasé mis manos por mi cabello, me recliné en mi silla. Mi reloj de mano me indicó cinco minutos para las ocho, y pude sentir mis manos sudando.  Estaba salivando por los senos de Alanis.

¡Por el amor de Dios, su tío era mi mano derecha! La única persona que considero un amigo. ¿Qué diablos acababa de pasar? ¿Cómo diablos pudo enviarme algo así unos minutos antes de comenzar a trabajar?

Me puse de pie y respiré profundamente mientras me volvía para mirar por la ventana. Solo tenía tiempo para respirar un poco antes de que aparecieran los dos, mi pene todavía seguía duro, simplemente podía seguir mirando por la ventana. Mientras la ciudad de Santa Clara se abalanzaba sobre mí, cerré los ojos e intenté librarme de la imagen de esas voluptuosos senos. Esta era la sobrina de Daniel, y se suponía que yo debía ser la opción segura, la elección madura. Se suponía que debía tomar su mano y guiarla a través de las cosas, poniéndola en forma, moldeándola para un mundo que aplastaría a cualquier mujer como ella en un abrir y cerrar de ojos.  Ella estaba a punto de ser mi empleada, y no podía permitirme una reacción instintiva como esta.  Justo cuando sentía que mi pene se asentaba en el lugar que le correspondía, llamaron a la puerta. Miré en el reflejo del espejo y vi a Daniel parado allí. Por una fracción de segundo, solo miré a Alanis. Había pasado un tiempo desde que la había visto, pero la forma en que sobresalía su blusa de su cuerpo me decía que sus senos eran exactamente las que había visto en esa  fotografía. Mierda.

—¿Erick?—preguntó Daniel.

—Pasen y tomen asiento— dije—.Solo estoy ordenando mis pensamientos.

Los escuché sentarse, y eso me dio la oportunidad de respirar un poco más. Finalmente me di la vuelta y me encontré con la sonrisa ansiosa de Daniel, pero entonces mis ojos se posaron en ella. Llevaba una falda lápiz negra y tacones a juego con su blusa. Los botones de la parte superior  estaban desabrochados, y me daban una vista panorámica del brasiel de

encaje que llevaba debajo. Me apreté el cuello y carraspeé, preparándome para la conversación que tenía entre manos, pero antes de que pudiera abrir la boca, la voz de Alanis invadió la habitación.

—Gracias por esta oportunidad, Señor Coleman— dijo—.Es un honor.

—No me agradezca todavía— dije—.Me odiará antes de que se termine este trabajo temporal.

—Oh, lo dudo mucho— dijo.

La miré por un segundo antes de mirar a Daniel. Su sonrisa ansiosa se había ido.

—Bueno, iré a trabajar, te veré luego Alanis—dijo Daniel. Se  levantó de su silla salíó por la puerta y la cerró detrás de él, y esa acción me obligó a estar a solas con ella. Y aun así, sus senos flotaban en mi mente.

—El trabajo al principio será bastante simple—dije— Administrará mi calendario, hará algunos recados, asistirá a todas las reuniones a las que asista, tomará notas, y se mantendrá al día con los detalles de los diversos proyectos que asigné a mis otros empleados—hice una pausa cuando ella saco una libreta de su bolso y un lapiz para anotar todo lo que le estaba diciendo. La forma en que sus senos sobresalían de su pecho y la forma en que su pierna cruzaba sobre su rodilla apestaba a un juego de poder. Intentaba jugar conmigo, en mi maldita oficina, pero eso no iba a suceder—.Al final de la semana, tendrá que responder todas mis llamadas telefónicas y correos electrónicos—agregue—. Recordatorios para reuniones, almuerzos programados, cualquier cosa que requiera mi atención necesitarán ser ingresados en mi planificación. La aplicación de calendario en su computadora está sincronizada con la mía, así que lo que ingrese lo podré ver. Comenzará aceptando mis citas, aprendiendo los nombres de las personas con las que me relaciono y, eventualmente, hablará por mí. Todo esto ocurrirá en el lapso de cuatro meses, y si no lo hace, la dejaré ir. ¿Lo entiende?

—Sí, señor Coleman.

Mierda, necesito que deje de llamarme señor Coleman. Mi pene no lo soportará.

—Al parecer es muy buena redactando cartas a mano—comenté.

Por un segundo, su rostro vaciló. Al parecer no comprendió mi comentario, como si no hubiese entendido mi indirecta con respecto a la carta que me había enviado. Decidí dejar las cosas así, ya habra oportunidades de hablar sobre esto. Me senté y tomé mi lápiz. Luego volví a mirarla y señalé hacia la puerta.

—Ahora puede irse—le dije—.Puede instálarse en el escritorio que esta fuera. Bienvenida señorita Carcamo—añadí.

Ella se puso de pie y salió. Cuando lo hizo, deje el lápiz y puse mi peso en la silla. Mierda, vi crecer a Alanis, asistía a su casa regularmente, ahora era una joven adulta, y después de esta fotografía no pude evitar verla con otros ojos, reviviendo así el deseo que sentía secretamente por ella y del cual me obligue a enterrar, no solo por mi amistad con Daniel, sino también por el secreto que me unía a ella. Un secreto, que algún día ella debe saber.

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