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Capítulo 2

Su casa estaba enclavada al comienzo del bosque, no muy lejos de la mía, pero yo nunca había estado allí. Era muy parecida a las otras, pero adentro había mucha madera, en las paredes, en el piso, como si fuera una gran cabaña.

Me gustó inmediatamente y la madre de Ken, Leona, fue amable conmigo. También le pedí disculpas, después de que lo hiciera mi madre, por las molestias del día anterior, y le juré que no volvería a ponerlo en peligro.

Cuando me dejó subir a ver a Ken, subí las escaleras corriendo, casi atropellando a un niño que bajaba.

Se parecía a Ken, pero era más grande. Me superó por una cabeza de altura y me cerró el paso.

-¿Quién eres?- había preguntado pero me miró como si yo fuera... feo.

-Yo... yo soy-, comencé. -Claire- Respondió Ken por mí, mirando hacia la puerta de lo que pensé que era su dormitorio.

-Ken- dije con el corazón en la garganta, dispuesta a disculparme con él una y otra vez, hasta que me perdonara.

Pero me sonrió cuando escuché al chico a mi lado susurrar que debería alejarme de él e ignoré el comentario. Corrí a abrazar a Ken, feliz de que me hubiera perdonado.

-¡No sabía eso, Ken, lo siento mucho!-, casi grité.

El chico de las escaleras nos miró como si no lo aprobara, pero no me importó. Mi mejor amigo todavía me amaba y todo estaba bien.

Fuimos a su habitación y le expliqué los ejercicios de matemáticas que nos había asignado el profesor, ignorando al que supuse que era su hermano, sentado en una de las camas observándonos.

Mamá se había quedado abajo para charlar con Leona, pero yo sabía que pronto estaría en casa.

-Eres estúpido- dijo entonces el chico.

Estaba enojado, porque parecía que quería arruinarlo todo, justo ahora que me había reconciliado con Ken y estaba seguro de que me estaba sonrojando. -¡No, eres estúpido!-

-Pones a mi hermano en peligro. Tú eres el estúpido.-

-¡No lo hice a propósito, no lo sabía!-

-¿En realidad? ¿Cómo es posible que no sepas eso?-

En ese momento, Ken se interpuso y le dijo que no sabía, aunque le tomó un tiempo darse cuenta de lo que quería decir.

-Que es un lobo?- pregunte entonces.

El tiempo pareció congelarse en la habitación, ninguno de los dos movió un músculo, solo se quedaron allí mirándome.

Tomé una respiración profunda. -Mamá y papá... me explicaron algunas cosas ayer- comencé balanceando mis pies, mis tobillos entrelazados, sentándome en la cama de Ken.

-¿Y no tienes miedo?- se había burlado el mayor de mí.

-No- respondí, desafiante. Sabía que Ken no me haría daño.

Pero para entonces, ese niño descarado se había puesto de pie y comenzó a temblar, asustándome. Ken había saltado frente a mí y cuando logré asomarme, en lugar del niño había un lobo. Un maravilloso lobo con pelaje espeso, que me fascinó sin medida.

Mis ojos y mi boca se abrieron como platos, mientras Ken impedía que me acercara, dándome miradas preocupadas.

-¡David!- gritó entonces -detente.-

El lobo gruñó suavemente, parecía estar divirtiéndose, luego se movió alrededor de la cama y se agachó. Cuando se levantó, era el mismo niño otra vez.

-Entonces tú también eres un lobo- había murmurado en voz baja, emocionada como nunca por la noticia.

-¿Sabes que soy un lobo?- Ken estaba hablando ahora.

-Sí.-

-¿Y no tienes miedo?- ¿Por qué todos me hacían la misma pregunta?

-No. Eres mi amigo.-

Me había sonreído, tomando mi mano mientras el otro, David, murmuraba.

Había vuelto a encontrar a mi amigo, no escuchaba nada más.

Me quedé un rato más, haciéndole todas las preguntas que se me ocurrían. Si le dolía transformarse, si comía las mismas cosas que yo comía, si le aullaba a la luna, como lo había visto en la tele. Todas las preguntas que Ken respondió sin vergüenza, mientras que su hermano daba respuestas absurdas a cada pregunta que le hacía.

Cuando mamá finalmente me llamó para decirme que bajara que teníamos que regresar, nos despedimos y corrimos escaleras abajo, siguiendo las voces de nuestras mamás.

-Mamá, ¿puedo ser un lobo también?- pregunté emocionada.

CLARA

Cuando cumplí catorce años, Ken y yo todavía éramos mejores amigos. Frecuentamos nuestros hogares y familias como si fueran extensiones de la familia del otro, a pesar de nuestras diferencias.

En los ocho años que siguieron a mi descubrimiento de la naturaleza de Ken y David, hubo una epifanía general en todo el mundo. Habían surgido lobos por todas partes, o hombres lobo, si lo prefieres. El secreto ahora era de dominio público, incluso si no había una oficina de registro para realizar un censo real.

Cada gobierno redactó documentos y promulgó nuevas leyes para regular la convivencia entre las dos especies. A menudo, estos terminaron guetizando o persiguiendo a los lobos, presentados como criaturas violentas contra la naturaleza y los enfrentamientos comenzaron a convertirse en focos de revuelta en todo el mundo.

Los hombres también tenían miedo de convertirse en cambiaformas, el miedo a ser diferentes siempre ha sido la piedra angular de nuestra generación, pero no sabían que la transformación por mordedura o agresión, aunque sucediera ocasionalmente, era poco probable, mientras que era más frecuente que el huésped humano no pudo soportar la metamorfosis y simplemente murió a causa de las heridas infligidas.

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