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Capítulo 1.

“Voy a escribir mis mejores recuerdos junto a ella… de conflictos y tristezas, ya estoy harto.”

A ti te gusta salir a bailar.

A mí me gusta leer por las noches.

A ti te gusta el alcohol y la música fuerte.

A mí escribir, historias que me hagan viajar.

Somos tan diferentes uno del otro, no entiendo porque me gustabas.

A mí me gustabas más como eras antes, inocente, divertida.

¿Pensarás en mí como un extraño o un raro?

Ahora me pareces una extraña, y posiblemente, una rara.

¡Momentazo!

La rubia de piel tostada exhibía sus senos abundantes, cogió sus pezones oscuros y grandes, y se llevó uno a la boca. Delicioso… La densidad crepuscular de la atmósfera se exacerbaba, pesaba; fría y salitre sobre su cuerpo. Estaba en el fondo del mar. Saboreando los pechos salados de aquella sirena hermosa, cuyos pies desaparecían, ante la arena pálida. Los succionó con avidez, como un niño de pecho hambriento, recorriendo aquella figura reverberante con las yemas de los dedos. Sus manos bajaron por aquella cintura carnosa… a lo lejos, reventaban las olas; llenando sus oídos con espuma. Y cuando sus dedos mojados rozaron aquella velluda intimidad. El sueño se hizo pedazos…

A lo largo del día no dejaron de acudir imágenes de mujeres cachondas y sirenas asesinas. Jesús suspiró mientras la ventana del carro le mostraba, inusitadamente, casas desconocidas y nuevos territorios… Despertó con una erección desmedida, presionando su pantalón con un palpitar doloroso. Aquel sueño, fue desapareciendo a lo largo del día. Quizás fue la emoción… o el terror por la novedad. No sabía cómo sería la residencia donde viviría, ni mucho menos, a quienes conocería… Lo único que esperaba era soñar de esa forma todas las mañanas. ¿Sirenas? ¿Rubias de piel tersa y senos maravillosos? ¿Desde cuándo sus evocaciones subconscientes se habían vuelto tan deseosas? ¿Estaba excitado por conocer nuevas personas? No era un joven antisocial, aunque tampoco era muy conversador; algunos de sus viejos amigos lo consideraban una ratica. Pero sabía, que aquello era parte de su piltrafa. Sus amigos lo iban a extrañar… y él a ellos… eran sus mejores amigos desde el prescolar. Y ahora, se mudaba con su padre y su particular familia a una residencia, al otro lado de la ciudad. A muchas horas de caminata exhaustiva, del sector donde había pasado casi toda su vida… Que tampoco era mucha.

El sueño de la rubia se fue desvaneciendo de su mente a lo largo del trayecto. Escuchó un par de canciones, intentando olvidar. Le gustaba la música fuerte y guarra. El reggaeton, mientras más candente mejor… Maluma, J Balbín, Bad Bunny… Puras joyitas para cantar mentalmente y recordar los momentazos jugando videojuegos. Se entristeció un poco. Su papá siguió manejando mientras su mujer mandaba mensajes; sus hermanos, exhortos en sus teléfonos inteligentes, y él… pensando. No podía evitar darle tantas vueltas a todo. Le preocupaba dar una mala impresión con sus nuevos vecinos, caerle mal a las chicas o parecer un raro. Se había graduado del colegio recientemente, su reputación de rarito le procedió. Sí, tenía amigos raros, pero él también lo era. Todos eran especiales, distintos a su modo, y apartados del resto del grupo. Sus mejores amigos de toda la vida, los mismos que iban con él al parque a jugar fútbol y a sus partidos… Los iba a extrañar, hablaría con ellos por mensajes, pero no era lo mismo que verlos cada día y salir juntos a echar vaina. La vida estaba cambiando, y seguiría en movimiento… porque sabía, que tarde o temprano, él también se iría del país. Algunas puertas se cerraban para siempre, y otras se abrían en los lugares menos esperados…

—Ya llegamos a Agua Salada. —Musitó, poéticamente, el padre de Jesús, que llevaba el mismo nombre.

Los recibió un portón eléctrico, impecablemente blanco e inexpugnable. Jesús se bajó del carro en medio de una amplia calle con varios carros estacionados. La residencia consistía en una convivencia de seis casas idénticas, todas perfectamente iguales y pulcras de un color turquesa. Tenían un pequeño césped y un camino de losas que conducía a las entradas. Jesús se bajó del carro, era alto y muy delgado, casi lánguido; moreno, de cabello corto y negro. Sus hermanos Lican, Minerva y Elena se abrieron paso con los ojos ofuscados. El sol de marzo pegaba muy fuerte en aquel lugar… La amante de su padre, Victoria, también hizo visera con las manos para protegerse los ojos, era una mujer guapa y morena. Jesús, padre, bajó sonriente de la cabina del conductor, era tan alto como su hijo, moreno, rostro rechoncho y carácter sonriente, una panza cervecera asomaba de su camisa azul. Jesús era el mayor, tenía diecisiete años…

Lo primero que vio de la residencia fue a una joven esbelta de largo cabello rubio, a su mente acudieron imágenes de sirenas seductoras y presagios marinos. La chica lo miró con cara de mala leche y se deslizó como en una pasarela, agitando sus piernas esbeltas con un ronroneo felino. Lo primero que pensó, fue: «carajo, me gusta». Pero no podía dejarse llevar por aquel delirio, la experiencia le decía que debía actuar con indiferencia, para no ser liquidado. Tenía muchas malas experiencias, que no quería recordar… Fracasos de pasadas elecciones.

Su nueva casa era acogedora. Se pasó el día encerrado, revisando el teléfono y jugando videojuegos con Lican…  Le tomó gran parte de la mañana adaptarse al nuevo recinto, a veces confundía una habitación con el baño o se equivocaba de cuarto, pero rápidamente, se fue acostumbrando. Afuera los vecinos jugaban a la pelota…

Le gustó mirar por la ventana de su cuarto a la vecina rubia, sentada junto a dos chicas de cabello negro. La chica hermosa mostraba la juventud de sus piernas blancas, cruzadas, contoneaba uno de sus pies con soltura y hablaba animadamente. Lo miró a través de la ventana y arrugó el entrecejo. Jesús cerró la cortina y se recostó sobre la cama acolchada. Su hermano Lican dormía en la otra cama de la habitación, tenían un fresco aire acondicionado y bastante silencio. Bueno, el silencio que la pequeña Nirvana podía hacer en la casa… Aunque, la televisión la hipnotizaba, a tal punto, que pasaba horas sin decir nada. Telefoneó a su viejo amigo Dante y le contó sobre su nueva casa y sus cosas. Le gustaba hablar con Dante, porque su ingenio desquiciado y oscuro lo hacía sonreír, a pesar de su lenguaje… Era un tipo afable con ansias de escritor y carácter solemne, siempre sonreía cuando estaba con sus amigos; no era bueno en los deportes, pero su creatividad iba más allá de lo esperado, le gustaba llevar la delantera y tenía un pequeño complejo de grandeza. Jesús suspiró, extrañando a sus viejos compañeros, amigos de toda la vida… para siempre.

Aquella era su vida ahora, que seguiría siendo suya, por los caminos que anduviera y la tristeza que lo acompañe. Estaba solo, hasta el día de su muerte… al igual que, cada humano. Siempre llevaba un fracaso en su conciencia y un remordimiento en sus tripas, quizás fuera la culpa de seguir vivo. Las almas se arrastraban sobre las copas, de los árboles desnudos, del purgatorio… La vida seguía para todos.

Algunos tenían sueños que abandonarían al cumplir la veintena. Otros, nunca se rendirán y lucharán hasta desfallecer el resto de sus días. No sabía cuál de los dos era el más triste, ni siquiera sabía cuál de los dos era él. Podría arriesgarse y afrontar las consecuencias, o podría conformarse, y aceptar las consecuencias. En un experimento del colegio les hicieron escribir en una hoja de papel, ¿cómo se veían a sí mismos en diez años? Sus seis amigos contestaron respuestas interesantes. Heracles, uno de sus viejos amigos, era el más alto de la institución, bordeando los dos metros, aunque; era un tipo enfermizo de voz suave y carácter pausado… Escribió que seguiría con su novia y trabajaría mucho para irse del país, tal vez a Canadá o lo que venga.

El futuro es incierto, más que un río con muchas bifurcaciones; lo veía, como una enredadera de estrellas, donde cada una, representaba una posibilidad, que lo llevaría hasta un luminoso presente o una oscura eternidad. El vacío del espacio y el tiempo. Dante era el psicópata de corazón roto con el síndrome del escritor, en su página escribió, solamente, que estaría muerto…

Que triste. Pero Jesús, él no escribió nada, dejó la hoja en blanco, hasta que Dante le reprochó su ingenuidad. Aquella tarea no le gustó nada.

Belcebú, un chico raquítico, sin mentón y con algunos mechones negros pegados al cráneo; otro miembro del misterioso círculo de los seis. Escribió que se dejaría llevar por la corriente… El resto; Apolo y Narciso, no recordaba que escribieron. Pero en conjetura, Apolo escribió cosas comunes, que tendría una bella mujer y un trabajo. Narciso, quizás figurase alguna idea de veneración.

Lican le dijo que los vecinos estaban jugando fútbol, que fuera. Jesús se puso en movimiento, sus pasiones eran la música, los videojuegos y el fútbol. Se puso un pantalón corto, una camisa del Barcelona y unos zapatos para correr. Cuando salió, ya era de tarde y el sol naranja flotaba entre las nubes rosadas. Los vecinos se pasaban el balón con vigor, tenían cuatro gruesas piedras a modo de arquerías. Incluso las niñas jugaban. Pero, la rubia no, ella solo miraba despectiva con un rizo tejido en su dedo índice. Lo giraba como un rayo de sol.

Todos miraron a Jesús y a Lican, y los llamaron a jugar. Hicieron equipos de cuatro jugadores. Jesús y Lican fueron con una de las chicas sentadas junto a la rubia. Se llamaba Juliana, era alta, delgada y de piel clara. Un chamo llamado Bernie con una mata de rizos negros y una sonrisa perenne. Jugaron contra Francisco, el hermano burlón de Juliana, Samantha, una chica delgada y morena, Luna y Sebastián. Francisco era el mayor y el más molesto.

—Vaya—soltó Francisco con una sonrisa, pisaba el balón como la cabeza de un animal mutilado—. Vamos a jugar fútbol, no la Champions Liga.

Miraba visiblemente a Jesús y esto lo molestó. Le gustaba calzarse el outfit deportivo, no importaba donde fuera… Recordaba que un viejo entrenador le decía a él y a Dante: «Los Cocho Pechochos», porque siempre iba vestido como un jugador profesional a los entrenamientos. Y a Dante, pues, él es rubio y guapo así que no tenía que ser muy bueno jugando para impresionar… Jesús se quedó callado. No tenía una respuesta para aquel murmullo, solo una sonrisa cortes. Ya tendría tiempo de confrontarlo en la cancha. Lican saludó a Bernie y a Juliana, en cambio, Jesús y Francisco intercambiaron miradas hostiles.

Sacaba el equipo de Francisco, se la pasó rápidamente a Sebastián, el joven corrió driblando el balón… Lican corrió a atacar, pero con un movimiento, Sebastián, que era mayor, lo pasó y se acercó a toda velocidad a la arquería. Pateó… pero, como Jesús se había quedado abajo, detuvo el balón con el pie, lo retuvo, raspó el suelo con el zapato y se lo pasó a Lican que subía por la línea contraria.  Su hermano lo recibió con las rodillas, evitó a Samantha que debía tener unos diez años y pateó suavemente el balón a la pequeña línea entre las piedras que aseguraba el gol. Lo celebró saltando y corriendo hasta Jesús. Luna le dio una palmada.

Volvió a sacar el equipo de Francisco, la turbación se divisaba en su mirada… Se la pateó a Sebastián con mucha fuerza, el chamo la recibió, pero Lican había aprendido de su descuido y le pinchó el balón entre los pies. Corrió, a toda velocidad, Juliana le pidió el pase; pero, Lican se encontró con Samantha, y como una pared, le desvió el balón. Fue fuera, sacaba Jesús. Cogió el balón sobre la cabeza, Lican se divisaba en la arquería, cubierto por Sebastián. Francisco cubría a su hermana, que le pedía el pase… pero Jesús se la pasó a su hermano, y este enseguida tocó el balón con el talón y fue gol. Volvieron a celebrar, pero Juliana se cruzó de brazos, visiblemente enfadada. Se acercó a Jesús y lo confrontó.

—¿Por qué no me la pasaste a mí?

Jesús se encogió de hombros.

—No sé—de verdad que no sabía.

—¿Crees que porque somos niñas no sabemos jugar fútbol?

—No vale.

—Bueno. —Enarcó las cejas y recalcó sus últimas palabras—… Pásanos el balón entonces.

—Aja.

Sacaba el equipo de Francisco, pero el chamo le pasó el balón muy fuerte a Luna, y esta, no pudo detenerlo, se le fue la pelota entre los pies. Francisco la reprendió cruelmente, la turbación en sus ojos exasperaba y a Jesús comenzó a caerle mal aquel joven volátil. El córner lo sacó Bernie, Jesús y Lican subieron a la arquería. Pero se lo pasó a Juliana a media cancha, algo que nunca había pensado hacer, la joven se movió con soltura, esquivó a Samantha y a Luna. Luego se la pasó a Bernie, que se la devolvió de inmediato, evitando a Sebastián. Juliana recibió el balón frente a la arquería, Francisco la atacó pero la joven abrió las piernas, dio una falsa zancada y pateó el balón en medio de las piernas abiertas de su hermano. La bola a toda velocidad entró en la arquería. Francisco se tiró de los pelos.

Mientras Jesús retrocedía, Juliana le pasó por al lado con una sonrisita.

—¿Viste, pillo? —Trotaba, audaz con los puños a la altura de los senos escasos—. Que las niñas también saben jugar.

—Sí, lo vi—respondió con frialdad, no podía evitarlo.

Juliana frunció la nariz y se alejó de él. Continuaron jugando el resto de la tarde, Jesús detenía los balones que le lanzaba el frustrado Francisco. No era mal jugador, solo se dejaba llevar por sus impulsos. Rápidamente se fueron sucediendo los goles de Lican y Juliana. En un saque, Sebastián se la pasó a Luna, la joven se la pasó a Francisco muy fuerte y la bola le rozó el hombro antes de salir por la banda. Francisco la amenazó con sacarla y Juliana se puso brava, le reprochó que se comportaba como un niño. Viendo el rostro aguerrido de Luna. Lican dio el saque a Jesús en la arquería, pisó el balón y lo pasó a Juliana, pero se golpeó el dedo con el suelo de cemento y salió muy suave el pase. Lican corrió a recuperarlo, pero Luna lo interceptó enseguida, corrió a la arquería con una sonrisa y pateó mirando al suelo. Jesús buscó el balón con los pies, se estiró y el disparo de Luna se le escapó entre las piernas, golpeó una piedra y fue un rotundo gol.

—¡Túnel! —Gritó Luna, levantando los brazos a lo alto.

Jesús se encogió, agarrándose los dedos dentro del zapato. Juliana le lanzó una mirada hostil, que luego se suavizó. Bernie le sonrió y asintió con la cabeza. Jesús miró de reojo a la rubia, no estaba allí. Siguieron jugando, Juliana y Bernie se leían los pensamientos y anotaron tres goles. Cambió su puesto defensivo con Bernie y junto a Juliana compuso una ofensiva maestra. Jugaron el resto de la tarde hasta que perdieron la cuenta de los goles… Juliana y él comenzaron a chocar las palmas cuando hacían una jugada memorable. La joven sudaba y su rostro se enrojecía por el esfuerzo. Cuando Jesús metió sendo gol de túnel a Sebastián, ella saltó y lo abrazó, el contacto de su piel mojada lo hizo estremecerse, su respiración caliente le azotó el cuello y se dio cuenta que no tenía brasier. Pudo sentir unos pequeños senos, bajo la delgada camisa, a partir de allí comenzó a notar los pequeños picos que sobresalían de la tela empapada. Una ligera erección le escoció en el pantalón ajustado… El solo recordar la sensación del abrazo lo puso en un trance de excitación, quería volver a abrazarla y sentir sus caderas con las palmas de las manos. Acercar su cintura femenina a su entrepierna y restregarla, sentirla a ella y… Ninguna jugada volvió a ser memorable, no se volvieron a abrazar el resto del juego.

Al anochecer los vecinos se reunían en la casa de la rubia, frente a la suya. Pero Jesús no fue, se bañó y se encerró en su habitación a jugar un rato en el teléfono. Las risas de los vecinos se escuchaban a través de la ventana, pero no quería estar con ellos, nunca se sintió tranquilo en multitudes. Lican si asistió a su procesión nocturna y se lo veía animado, hablando con sus nuevos amigos. Cuando la noche se volvió más oscura, cada uno se fue a su casa. Jesús esperó ver a la rubia y su somnolienta aura, sentada fuera de su casa; pero no estaba allí. En cambio, Juliana estaba pulcramente vestida, tomándose fotos frente su casa. Se vestía muy bien y sus poses de minimalista la hacían lucir mucho más femenina. No podía creer que la misma chica que le restregó en la cara su habilidad, luciera un cabello tan reluciente y un matiz sonrosado en sus mejillas. Cerró la cortina y se recostó, mirando el techo… Deslizándose como solía hacerlo. Se puso los audífonos y comenzó a escuchar reggaetón fuerte y trap. A su mente acudieron imágenes sensuales.

El día siguiente volvieron a jugar al fútbol, pero esta vez, Juliana jugó con Lican, Sebastián y Samantha. Y Jesús jugó con Francisco, Bernie y Luna. Creyó que iba a ganar porque eran tres varones, veteranos del fútbol, pero Juliana rápidamente anotó tres goles sin piedad. Francisco estaba vomitando humo por los orificios nasales.

—Jesús—lo llamó Juliana—. Una niña te está ganando.

Enrojecida y divertida, Jesús fue a atacarla, no quería imponer cuerpo porque era una joven, así que ella lo pasó con facilidad al aplicar la ruleta. Le hizo un caño a Bernie, y se topó con el fierro hombro de Francisco. El joven le quitó el balón y salió, automático, en corrida hasta la arquería, pasó a Samantha y a Sebastián con movimientos espléndidos. Furioso, pateó el balón y anotó el gol casi traspasando a Lican. Aquella tarde, Juliana le reprochaba cada mérito. Comenzó a irritarlo en gran manera… La rubia los miraba con detenimiento, así que lo daba todo por impresionarla, aunque él no era así. Jugaba para divertirse. Ese día tampoco salió, ni el siguiente… Pero un día sí se quedó hablando con los vecinos, decidió acercarse a la casa de la rubia. Francisco ya no le caía mal, al contrario, se reían juntos y comentaban asuntos de fútbol. Todos le preguntaron porqué se estaba quedando, pero él respondió cordialmente algo sin sentido. La rubia se llamaba Susana, era bastante guapa de cerca, pero bastante fría y cortante. Se quedaba todas las noches con ellos, jugando en los celulares y conversando. Las partidas eran tan animadas, que terminaban en escándalos y risas, pero la familia de Susana se molestó y no la dejaron salir. No pudieron reunirse más su casa, tampoco salía mucho; pero Jesús les ofreció su casa y todos se congregaron en torno a ella, divertidos. Juliana intimó con sus hermanas, Elena tenía unos trece años, igual que Lican, pero lo que más lo sorprendió fue que disfrutara de estar junto a Nirvana, que solo tenía cinco años. Ver a Juliana todos los días, hablando con Elena o jugueteando con Nirvana le produjo cierto confort. La miraba de hito en hito, a veces la molestaba llevándole la contraria solo para estudiar los gestos solemnes de su rostro. Fue testigo del propio sentimiento que crecía en su interior, le agarró cariño a la chica. El primer mes, Lican y Luna se volvieron novios. Los había pillado, besándose a escondidas y no pudieron mantener el secreto. En una de aquellas reuniones, se había ido la luz. Sus miradas nadaban inmersas en la neblinosa oscuridad, como estrellas brillando, vacías, en el firmamento de una noche funesta. Jesús estaba sentado junto a Francisco y Juliana, cuando una pregunta le arrancó una sonrisa:

—Jesús. —El volátil Francisco era afable con ademanes armoniosos cuando estaba fuera de la cancha—. ¿A ti te gusta mi hermana?

No supo que decir, ni que pensar. Juliana era bonita, delgada y divertida; estar junto a ella siempre lo hacía sonreír. Estaba desapareciendo la atracción que sentía por Susana, no la miraba con el deseo inicial. Por otro lado, debía responder con cuidado aquella pregunta si quería que las cosas siguieran funcionando. La experiencia pasada, le advertía peligro. Estaba caminando sobre hielo delgado. Respondió algo ininteligible, una respuesta que cualquiera puede tomarse de forma distinta, dependiendo de su pensamiento.

—En este momento—miró a Francisco a los ojos—, no estoy buscando novia.

Eso, pensó… Bien jugado. En el terreno del corazón hay que moverse con cuidado, debes ser firme y sabio, porque si te descuidas… te destruye. Los vecinos siguieron molestándolo los siguientes diez minutos con preguntas incómodas, pero rápidamente cambiaron de tema y se centraron en la concentración de sus partidas de juego. Un día estaban jugando a la pelota, y Juliana se la pasó muy fuerte, así que se la devolvió con el doble de fuerza.

—No me la tires así que soy una niña.

La joven dobló la fuerza del lanzamiento, levantó las manos, cerró los ojos al contacto y el balón atravesó sus manos. Un golpe sordo lo hizo tambalearse y caer sobre los cuartos traseros. Juliana soltó una risa triunfante, pero al verlo gesto hosco de Jesús, se puso sería. Se llevó las manos a la nariz al mismo tiempo que la chica se las llevaba a la boca.

—Mi nariz—tenía las manos llenas de sangre.

—¡Lo sientooooo!

Juliana lo ayudó a incorporarse. Jesús era vengativo, enseguida la joven le tendió la mano, él pensó en colgarse de ella y derribarla. Pero al sostener su mano… No pudo llevar a cabo su malicia. Un sentimiento de culpa nació en su interior. Juliana lo llevó, amablemente hasta el interior de su casa. Apenada, fue a buscar un poco de hielo para su nariz hinchada. Nunca había visto su casa, se parecía bastante a la suya; pero diferente, estaban cocinando y un olor dulzón acariciaba el aire caliente que salía de la sartén. Se tocó la nariz esperando lo peor, pero no estaba rota, seguro el pelotazo le rompió un vaso sanguíneo. Se pasó la lengua por los labios, el sabor ferroso de la sangre le gustó… La sangre sabía a herrumbre. ¿O quizás el óxido fuera sangre? Se raspó la costra sanguina del labio superior hasta que, cinco minutos después, apareció Juliana con un trapo que envolvía un pedazo de hielo. Se ofreció a limpiarle los restos de sangre. De pie, ante él, en el asiento… Comenzó a pasarle al pañuelo húmedo por los labios, sus ojos, posados en sus párpados, no dejaban ver sus pensamientos. Jesús desvió la mirada, intentando no sonrojarse, su mirada acarició los senos escondidos en la ropa de Juliana, su cintura, llevaba un pantalón corto que dejaba ver sus delgadas piernas. Podía estirar una mano y acariciarla, rozar sus muslos con las yemas y subir… despacio; hasta posar sus dedos en su intimidad femenina. La humedad le hizo cosquillas en la nariz. Reprimió sus manos. Quería de verdad, conocer el secreto, la sensación… Tocar unas tetas. Una erección dolorosa comenzó a crecer en su entrepierna.

—¿Y tienes novia? —Preguntó Juliana con una sonrisita.

Jesús no quería responder aquella pregunta. Pudo haber entonado un monosílabo. Pero, a su mente acudieron imágenes desastrosas. Un dolor inquebrantable en la sala de un cine. La tristeza ocasional al anochecer, al poseer la certeza de que jugaban con uno. El recuerdo de haber sido entrañable para una desconocida le causaba congoja. Pero sonrió, presa de unas incontenibles ansias de poseerla, allí mismo. Aunque no tuviera un ápice de experiencia.

—Chica—le quitó el pañuelo con el hielo envuelto y se lo llevó, con cuidado, a la nariz—. Primero, invítame a un café.

No se había dado cuenta que tenía la mano de Juliana entre las suyas. No se dejó llevar por los pensamientos, no tenía nada en la cabeza. Y allí mismo, con el sabor de la sangre en la boca, con aprendizaje nulo, sin ningunas posibilidades. La besó… un golpe frío lo hizo retroceder. Habían chocado sus dientes… y soltaron risas contagiosas. La volvió a besar, acompasando el ritmo de sus labios con los suyos.  No fue tan torpe como creyó, posó sus labios en los de Juliana y una extraña electricidad le hizo cosquillas en la boca. Aquello duró un segundo, o quizás cinco… pero cuando quiso respirar y se alejó, ella lo tomó por el cuello y le dio otro beso.

Joder, pensó. Con los ojos cerrados, estiró las manos, quería descubrir la esencia de aquellos senos, meter sus dedos en aquella vagina hasta sentirlos chorrear. Sus labios juguetearon hasta que ambos se alejaron para tomar aire. Juliana soltó una risita, y Jesús sonrió.

—Niño, por Dios—se había puesto roja y se lamió los labios—. Invítame a un café primero.

Esa noche, después de un fiero partido, se quedó con los muchachos, hablando de fútbol y el dinero de muchos jugadores. Se quedó con Francisco hasta las doce de la noche… Vio un mensaje en su teléfono, que decía: «Dile a mi hermano que se meta, que es tarde». Era Juliana, pero no recordaba haberle dado su número… No sabía en lo que se estaba metiendo. Sus labios eran vírgenes. ¿En qué se estaba convirtiendo? Pero aquello le gustaba. Se dio cuenta de su atrevimiento y comenzó a rememorar aquel recuerdo.

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