Capítulo 6 - No hay como arreglarlo
Se puso furioso, pero ahora estaba loco.
—Nadando, y no me encuentro desnuda, además a ti que te importa cómo me veo, si solo soy una masa de celulitis y flacidez.
Sus ojos cambiaron al escucharme, esas eran las palabras que constantemente me decía.
» Si me permites continuaré nadando.
Los primos bajaron, se sentaron en una de las sillas retiradas de nosotros. César me arrastró con él de nuevo al agua y sin darme tiempo a reaccionar pegó su boca con la mía, su pelvis con el mío, su miembro estaba duro.
—La verdadera razón por la cual no quiero que uses ese tipo de vestuario es porque así me pones cada vez que te veo, tienes un tono de piel precioso para mí, tienes un cuerpazo y un culo...
—Esas palabras las estás pronunciando muy tarde. —Me alejé de él.
—Ni pienses en salir de esa forma, María Joaquina.
Hice caso omiso, llegué al borde, salí lentamente, la toalla la había dejado al otro extremo, solo fui consciente de lo que pasaba cuándo los gritos a mis espaldas me hicieron girar. César era separado por Saúl y Alex se limpiaba la boca, me sequé y puse la salida de baño. Era consciente de me seguía, fui a la habitación de mis hijos, pero me jaló para encerrarnos en nuestra habitación.
—¡Ni te atrevas a tocarme! —Fui tan determinante—. No quiero tus sucias manos sobre mi cuerpo.
—Solo bailé y… lo que estás pensando la respuesta es… ¡No lo hice! Desde antes de la concepción de Samuel no he intimado con una mujer, pero sí… —Solté una sonora carcajada.
—Y la tonta te lo cree. —Me alejé, tenerlo cerca, jugaba a su favor—. Con más mentiras no conseguirás nada. Adicional ya no tengo la venda en los ojos.
—Si de algo estoy seguro en nuestra relación, María Joaquina es que tú sabes cuándo te digo la verdad.
Se acercaba peligrosamente, se ve tan jodidamente atractivo con su porte de hombre poderoso, con su bermuda y sin camisa.
» ¿Cierto, Bonita?
No contesté, los gritos de nuestros hijos fueron un stop ante nuestra conversación. Salimos corriendo, al llegar al cuarto, Julián sostenía su barbilla llena de sangre.
No sé cómo explicar lo que sentí al ver el rostro de mi hijo lleno de lágrimas y derramando sangre. César tomó la toalla que aún tenía en mis manos y corrió a hacerle presión, lo cargó mientras que por inercia cargué a Samuel, quien lloraba por lo ocurrido con su hermano.
—¡Alex! —Los gritos de mi esposo resonaban en la finca—. ¡ALEX!
En un abrir y cerrar de ojos todos nos reunimos en la sala, Alex llegó, al ver la toalla llena de sangre su enojo cesó y se transformó en el cirujano pediátrico que era, uno de los más cotizados del país.
—Hazle presión César, voy por mi kit portátil.
Los nervios los tenía a mil, Julián seguía llorando, le entregué a doña Magdalena a Samuel, me acerqué a mi príncipe, me extendió los brazos y lo besé.
—El dolor pronto pasará cielo, recuerda que eres un hombrecito muy fuerte.
—Lo sé. —dijo—. Mis papás están conmigo.
Eso fue un balde de agua fría, nada bueno para mis ganas de divorciarme, nos miramos, por un momento le dejé ver a él el dolor de mi alma, César solo besó mi frente.
—Perdóname. —susurró—. Siempre vamos a ser una familia, campeón.
Alex llegó con lo necesario para una ocasión como esta. Acostaron al niño en la mesa del comedor. Fueron seis puntos debajo de la barbilla y mientras los gritos de mi pequeño se escuchaban mis lágrimas salían y solo le podía agarrar su mano, su padre lo sostenía para que Alex pudiera trabajar. Como quería ser yo a la que la estuvieran suturando y no a él. Cuando terminaron mi pequeño extendió los brazos para consolarlo.
—Ya mi amor, ya pasó.
—Me duele, mami.
Besé su frente, yo era quien no dejaba de llorar. Alex le entregó una fórmula a César para controlar el dolor, la hinchazón y lo que se necesitaría para curarlo.
—En unos días llévenlo al consultorio y miramos cómo va, los puntos se le deben quitar en ocho días.
—No vamos a estar para eso, nos vamos de viaje, partimos el próximo domingo.
—César. —primero era mi hijo.
—María Joaquina, necesitamos ese viaje, los niños se quedarán con Patricia y mis padres, sin mencionar a mis suegros. Enfermeros, es lo que le sobrará a Julián. El viaje no se cancela, lo necesitamos.
César lo cargó y yo a Samuel, llegamos a la habitación, lo dejó en nuestra cama, le dio un beso en la frente, me hizo señas de que saldría a comprar el medicamento. Afirmé.
—No te demores. —Su linda sonrisa salió a relucir.
—No lo haré, Bonita.
La situación era un completo desastre. Sin embargo, sabía que esa manera de llamarme hacía el mismo efecto en mí como cuando me llamaba por mi nombre completo. Solo él me decía así y no le permito a nadie más hacerlo. Lo vi salir, no sin antes hacer un intento de acercarse para despedirse, pero se abstuvo al ver mi expresión.
Pasaron varios minutos en los cuales permanecí en silencio, tenía tantas cosas en que pensar. Por mi profesión siempre aconsejo no dejarse llevar por la rabia. Ella no puede ser la líder en la toma de una decisión donde jugaré con la felicidad de mis hijos. Y no era que me debía sacrificar por ellos, no, era solo que debía tener en cuenta todo el panorama.
—Ahora sí, ¿qué fue lo que pasó hijo?
—Me resbalé en el baño, mamá. Me golpeé con el sanitario, me fui de frente.
—Shi mami, chisho pum y guitó.
Samuel se le acercaba más de la cuenta al rostro de su hermano, le llamaba la atención la gasa que cubría la barbilla a Julián.
» ¡He! Papá Noe.
Solté una sonora carcajada, Dios, este ángel salía con unas. En ese momento llegó César.
—¿Me pueden hacer partícipe de la alegría de la familia?
—Papá Noe, papá. —Al comprender se unió a las risas.
—Quiero irme César, quiero estar en la casa.
Me miró, teníamos una conversación pendiente, no se la pondré fácil, honestamente no tenía ganas de hablar del tema, en este momento nada más deseo divorciarme, no obstante, necesitaba tiempo para pensar. Afirmó.
—Vámonos familia.
Eso no lo podía poner en duda, una cosa era nuestro problema como pareja, la cual no tenía ni pies ni cabeza y otra era el tema familiar, sobre todo cuando se trataba de sus hijos. Para él ellos son sagrados.
…***…
María Joaquina no quería saber nada de mí, no la culpo, he sido el más hijo de puta con ella. No lo hago con la intención de ofender a mi madre. Yo, y solo yo, era el único mal nacido que llevó a la cuerda floja nuestro matrimonio. Lo tenía todo y por simples celos de un malentendido además de las mentiras dichas por David, luego esas fotos entregadas por Rocío donde en sus viajes...
Por mis malditos celos me tiré nueve años de felicidad con la mujer que siempre he amado, nada más por el hecho de hacerla sufrir. Y ahora no tenía idea de cómo putas, iba a arreglarlo, ni yo me perdonaría. Pero era un jodido egoísta para dejarla ir. Debía buscar la manera de contarle todo. —miré por la ventana de la oficina, era el dueño de una constructora, una de las mejores del país.
No sé cómo confesarle… Dios he sido un enfermo, sin duda debía ir por terapia… Ayer cuando regresamos de la finca me mandó a dormir a la habitación de huéspedes. Si ella supiera que no podía dormir una mierda si no la abrazaba. Debe darse cuenta de muchas situaciones, de actitudes que había hecho en silencio, espero esos pequeños detalles cuenten a mi favor, aunque olvidé el aniversario. ¡Carajo!, también había actos que no me ayudaban a nada. El teléfono sonó, contesté.
—Dime, Teresita.
Era la secretaria de mi padre, desde que asumí la presidencia del consorcio hace nueve años se quedó a mi lado, era demasiado eficiente. No sé qué haría sin ella, le faltan seis años para jubilarse. Hoy se sorprendió cuando le sonreí al llegar, casi nunca lo hacía desde el matrimonio. Tan fácil como hubiera sido preguntar… El escucharla a ella, confirmar que había sido el único en la vida de María Joaquina, me hizo reír de nuevo.
Sí, era un miserable, un inseguro envuelto en una coraza de rudeza, un cobarde que, por miedo a confirmar las supuestas infidelidades cometidas por mi mujer, preferí callar y herirla con la intención de hacerle sentir un poco el dolor que yo tenía. Eso es reconocer que tenía un gran problema. —Ya me gané el infierno.
Saqué las fotografías guardadas en el escritorio bajo llave. Esas malditas fotos eran un muy buen montaje, además a mi favor si de algo sirve las fechas en la parte inferior de la foto coinciden con los días en que María Joaquina salía por algún motivo con Patricia, su hermana.
Ahora solo podía decir y reconocer, era un puto cobarde, en el fondo no quería perderla y mi pendejo ego supuestamente herido quería someterla y obligarla a enamorarse de mí de nuevo… ¡Maldita sea!, las cagué por completo.
—Señor César, el arquitecto Alejandro Orjuela necesita hablar con usted.
Suspiré, tantos sermones de mi amigo ante mi situación marital y yo me cerraba a la banda… todo por venganza. ¡He sido un maldito! Ahora mira cómo lo arreglas.
—Dile que siga.
