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CAPÍTULO 2. POV Rámses. HÁBLAME CLARO Y SIN RODEOS. (2da Parte)

Salí del baño después de tomar una rápida ducha cuando el olor a huevos y tocineta me despertó el hambre. Gabriel había organizado con Amelia y Marypaz estudiar el día de hoy. Él tenía esperanzas de que fuese en casa de Marypaz, pero Amelia fue la que terminó dándole su teléfono y la dirección de su casa. Quiero decir que me grabé la dirección y el número de su casa solo porque tengo una excelente memoria y retentiva, pero la verdad es que no fue por eso.

Después de desayunar y tratando de guardar las apariencias le pedí a Gabriel que me recordase la dirección, pero él se me adelantó a llamarla cuando comenzó a discar el número de su casa para avisar que iríamos en camino.

—Su mamá dijo que le avisaría. Va de salida.

Nos bajamos de la camioneta y fue Gabriel quien tocó el timbre. Tuvo que hacerlo varias veces lo que se logró mi exasperación, odiaba que me hicieran esperar, así que esperaba que Amelia tuviese una muy buena razón.

Cuando mi paciencia amenazó con agotarse escuchamos unos pasos acercándose a la puerta.

—Mamá juro que te colgaré la llave en el cuello...—dijo abriendo la puerta en medio de un inmenso bostezo que casi nos traga. Sus ojos se agrandaron de tal forma que pude detallar el punto exacto donde el café se fundía con el verde de su iris.

Dio un grito agudo, propio de ser niña y después soltó un estruendoso "Mierda" antes de lanzar la puerta en nuestras narices. Fue imposible que no comenzara a reír, mi hermano me miró extrañado, como si ya no pudiese reconocer mi sonrisa después de tanto tiempo, pero finalmente también se rió.

Un par de minutos después volvió a abrirnos la puerta. El primero en pasar fue Gabriel, le seguí de cerca pero se me olvidó respirar cuando vi a Amelia. Llevaba puesta una camiseta rosa de las chicas súper poderosas con unos pantalones cortos que dejaban a mi vista lujuriosa sus piernas. Esta vez no había prenda alguna que ocultara sus generosas curvas de mi mirada. Su cabello estaba enmarañado, acababa de levantarse, pero lejos de hacerla ver desarreglada se veía como si acabase de follar y me resultaba demasiado sexy, y así concordó mi amigo del sur, ese que se estaba comenzando a despertar.

Sus mejillas estaban rosadas, estaba avergonzada de que tuviésemos que verla así, pero yo estaba más que feliz de hacerlo. Me había perdido tanto detallando la curva de sus caderas, su cintura, sus senos, incluso sus pies descalzos que se me antojaban tan sugestivos, que cuando por fin la miré al rostro, encontré esos ojos clavados en los míos. No sé quién se ruborizó más rápido, si ella o yo, aunque ya ella estaba ruborizada antes de que se hubiese dado cuenta que la estaba ultrajando con mi mirada.

Intentó bajar la tela de sus pantalones, pero yo deseé arrancárselo. Los odiaba, unas piernas así no deberían estar ocultas de mi vista.

Me senté en el mueble de su sala, colocando sobre mis piernas mi bolso, quizás así no se notaría el bulto de mis pantalones, que definitivamente no estaba segundos antes.

Nos pidió que nos pusiéramos cómodos y se giró para subir las escaleras, iba a cambiarse la ropa; pude ver otra vez su redondo trasero, uno que casi no cabía dentro de esa pequeña pijama.

—Linda pijama...—y para evitar que notase mi voz ronca y libidinosa, traté de imprimirle cierta burla—Bombón.

Me gané una mirada matadora, que solo hizo que mi entrepierna palpitase con fuerza. Desvié la mirada en cuanto se perdió por el pasillo superior.

—Háblame claro y sin rodeos—Gabriel repitió la misma frase que le dije hace unas noches, tratando de imitar mi voz, había notado la forma como miré a Amelia.

Rodé los ojos, pero no logré convencerlo: —Era un pantalón muy corto—me excusé, pero el achinó sus ojos y desplegó una amplia sonrisa

—Es verdad, si me hubiese agachado un poco, tendría mucho material para...

—Suficiente...—le interrumpí advirtiendole, no me sentí cómodo que se expresase así de ella.

Su sonrisa se ensanchó cuan amplia era su cara.

Revisaba los locales rockeros de la ciudad, donde Cólton y los chicos de la banda pudieran presentarse, cuando escuché sus pisadas en la escalera. Solo le di una pequeña mirada y fue más que suficiente para ver su cambio. Iba con una trenza en su cabello y una camisa de Juegos de Trono, si ella quisiese seducirme, iba por el camino correcto.

Comenzamos a estudiar, con Gabriel interrumpiendo constantemente preguntando por Pacita. Era imposible intentar mantenerme enfocado mientras ella mordisqueaba la punta del lápiz cuando repasaba una idea, mientras arrugaba la nariz cuando no lograba entender ni su propia escritura o cuando clavaba sus ojos en los míos para saber si comprendía lo que me explicaba.

Y claro que entendía, pero ella me convertía en un estúpido cuando me miraba de esa forma. Se me olvidaba hablar e incluso respirar.

Cuando Pacita llegó, mi hermano por fin habló con ella, logrando que la tímida chica pudiera responderle lo que sea que le estuviese diciendo. Amelia seguía concentrada en sus apuntes, y yo concentrado en ella. De vez en cuando me miraba, como si mi mirada le pesase o como si quisiera también entablar una conversación conmigo, pero era yo quien no podía pronunciar palabra. No era el tipo de chica a las que usualmente abordaba, ella se veía tan dulce y delicada; tan distinta a cualquiera con la que hubiese salido. Ese era el problema.

Amelia para mí era una especie nueva de chica, una que me intimidaba, que me enmudecía y atontaba con una palabra.

Ella se merecía palabras dulces, poemas enteros, y yo odiaba la poesía.

— Nós vamos para o gelado, tente não se comportar bem na minha ausência.- Iremos por helado, trata de no portarte bien en mi ausencia.—me avisó Gabriel y rodé los ojos a su sonrisa pícara.

Cuando quedé a solas con Amelia tomé mi teléfono tratando de no lucir tan desesperado por escucharla hablar, y aproveché de responder algunos de los correos que recibí sobre los locales. No quería molestarla más de lo que mi presencia evidentemente hacía. Su mirada me quemaba, y sin poder evitarlo hablé

—¿Qué tanto me miras?—pregunté pero soné más brusco de lo que quería, me maldije internamente.

—Tu tatuaje—respondió con franqueza—, y tu falta de educación. ¿Siempre eres así de comunicativo?— me sorprendí con su ataque.

Estaba acostumbrado a dos tipos de chicas: las que se maravillan con mis tatuajes, que son las mismas que adoran los típicos "bad boys" y terminan tocando los dibujos en mi piel, como perfecto cliché literario; y las chicas que se intimidaban por mi apariencia y mis piercings, que me rehuían como si yo fuese un demonio hecho hombre.

Amelia no encajaba en ninguna de esas chicas, yo definitivamente no la intimidaba ni un poco, mis tatuajes no hacían que me saltara encima presa de algún deseo repentino, ni tampoco me rehuía como si fuese un delincuente.

Me agradaba que fuese así, resultaba... novedoso.

Con esa idea filtrándose a través de una sonrisa me levanté y me dirigí hacia las escaleras de su casa. Necesitaba conocer más de esta chica y lo haría en el mejor lugar para conocer a alguien: su habitación.

Era un cuarto blanco bastante clásico, pequeño en comparación con mi más reciente habitación, pero cómodo. Tenía una cama mediana, no llegaba a ser matrimonial, una mesa de noche, un pequeño escritorio, que servía también de cómoda con varios papeles, un cocodrilo de pisapapeles y lápices de muchos colores, un closet que se me antojó pequeño, una biblioteca con varios libros que había leído y muchos de autoayuda y superación que me intrigaron; y una pared llena de fotos de lo que asumiré eran sus amigos y familiares. Estaba todo en relativo orden,

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