Librería
Español

Migrantes de la Lujuria Parte 2

66.0K · Completado
Flagranti Amore
34
Capítulos
778
Leídos
8.0
Calificaciones

Sinopsis

Regresan los Migrantes de la Lujuria, hombres que, por ir al extranjero en busca de un mejor futuro, no sólo para ellos, sino para sus familias, mientras esperan el momento de cruzar la frontera de México con los Estados Unidos de Norteamérica, reunidos como una banda de malhechores, comienzan a convivir. Mientras disfrutan de un cigarro, o un café, o un té, o tal vez algún refresco, comienzan a platicarse entre ellos parte de lo que los motiva a emprender ese riesgoso viaje en el que están arriesgando la vida. Muchos lo hacen con nostalgia, con tristeza, con dolor al recordar lo que fue y ya no es, otros, simplemente lo narran como algo que vivieron y que ya no volverían a vivir, de una o de otra forma, todos tienen algo que decir. Y qué mejor lugar para desahogar sus emociones que rodeados de gente que como ellos busca migrar, van a tratar de conseguir el sueño americano, ese que tal vez los, saque de sus miserias y los lleve a vivir una vida mucho mejor. Es por eso que sienten que contando sus historias, descargan un poco de esa emoción que están viviendo a las orillas del Río Bravo, a unos metros de los Estados Unidos, a un “brinquito” de conseguir el primer paso hacia su futuro. Uno de ellos ha ido tomando nota de lo que sus compañeros van narrando y es por eso que ahora podemos acceder a esas confesiones hechas en un momento de pesar, un momento de reflexión, un momento en el que ya nada importa, sino que lo que se tiene por delante… ahora ustedes las conocerán… vamos a ellas…

Una noche de pasiónHistoria PicanteDramaAventuraSEXOChico MaloAlfaAmor-OdioDominante

Uno

Hola, a todos, aquí estamos de nueva cuenta, esperando el momento ideal para cruzar al otro lado del Río Bravo, para los que no han leído la primera parte de estas historias, les recomiendo que lo hagan, para que le agarren más sabroso el hilo.

Para los que si lo hicieron, pues ya saben que somos un grupo de migrantes mexicanos que deseamos pasar de “mojados” por el Río Bravo, con rumbo a los Estados Unidos, en donde esperamos tener mejores oportunidades de trabajo y ganarnos unos buenos dolaritos que bien hacen falta en nuestras casas.

Como les dije la vez pasada, mientras esperamos, para no aburrirnos, cada uno de nosotros está contando su historia personal, el motivo que lo impulsó a estar en espera de enfrentarse con un destino incierto, así que vamos a seguir donde nos quedamos y espero que les guste:

Al terminar de hablar Germán, hubo otro paisano que no se aguantó, se levantó de inmediato y comenzó a hablar sobre su personal historia.

¿Hasta cuándo? Cabrón

Matilde se caía de buena, era una morena de fuego de uno setenta de estatura, con mucha carne donde se debe tener y estreches y curvas donde el cuerpo agarra su ricura y se convierte en una tentación para los que podemos verlo.

Su cara era muy hermosa, de labios carnosos y ojazos tapatíos muy negros, profundos y con un dejo de picardía que estremecía a los hombres.

Se casó con Miguel, porque solo él y nadie más que él podía satisfacerla a decir basta.

Jamás había pensado serle infiel a su maridito del alma, hasta que éste, de manera inexplicable, dejó de cogérsela por un mes enterito, lo que la ponía al borde de la locura, pues ella requería pito cuando menos cada tercer día, aunque lo ideal era tenerlo a diario, y por eso ya buscaba un substituto.

—Miguel, por favor, no me hagas cometer una estupidez de la que ambos tengamos que arrepentirnos después —dijo ella amenazante.

Aunque él tenía un terrible secreto, algo que lo atormentaba y lo mantenía ajeno a todo. Justo un mes antes por casualidad vio por la ventana a la vecina de abajo cuando ella entraba al baño y sin querer pudo apreciar su figura.

No se trataba de ningún viejorrón, era una mujer común, joven aún, aunque descuidaba mucho su persona, por lo que no se veía antojable cuando andaba en la calle. Más al verla en el baño, fue otra cosa.

La mujer se encerró en el baño para masturbarse con un consolador para yegua, y aquello fue la locura. La forma de encajárselo, de retorcerlo dentro de sus entrañas, de sumírselo muy a fondo mientras con una de sus manos se jalaba una de sus chiches para mordérsela, era de éxtasis, aunque lo mejor de todo, eran las caritas cachondas que hacia la vieja mientras se metía el basto artificial. Habría que verlo para comprender a Miguel.

Desde entonces él no tuvo paz y su mayor deseo era volver a ver así a esa mujer, aunque no lo había logrado y se olvidó de todo lo buena que estaba su esposa, concentrándose en la otra.

—¿Por qué no me contestas?... ¿Hasta cuándo, cabrón? —bramo Matilde, sacándolo de su ensimismamiento.

El matrimonio estaba en juego, Miguel, no podía seguir dando largas al asunto.

El miembro ya no se le paraba ante su vieja y no había otro remedio que hablar con la verdad. Miguel agacho la cabeza y confesó todo

—¿Por esa pinche iguana de tierra fría quieres cambiarme, desgraciado?

—Mi vida, yo soy el primero en extrañarme, no encuentro la razón. Y bien sé que la Chela está muy gacha; aunque me excita, me enerva, te juro que, si no me la cojo, quizá no se me vuelva a parar contigo.

—¿Y qué se supone que deba yo hacer?

—Si me quiere ayudar, cielito, convéncela de que se eche un palo conmigo. A lo mejor me vuelvo a decepcionar de ella y me recupero contigo.

Era tal la sinceridad de Miguel, que Matilde, terminó aceptando a regañadientes.

Habló con la vecina y le expuso el problema.

—Dime cuanto quieres y te lo pago —suplico Matilde, a la arrogante vecina.

—Bueno, por tratarse de ti, te cobro tres mil pesos, aunque nomás por masturbarme delante de él —condicionó la tal Chela.

Miguel aceptó el trato y esa noche, los tres estaban reunidos en la recámara del matrimonio. La vecina se desnudó, mostrando sus colgadas carnes, no valía la pena en apariencia, aunque algo tenía en el cuerpo, era un atractivo.

Más lo máximo llegó cuando Chela, comenzó a masturbarse. El miembro de Miguel se tensó tan poderoso que hasta dolor sintió el muchacho, aunque tenía lo que quería, volvió a sentir ganas de meterlo donde fuera, y lo iba a ensartar.

—Matilde, prepárate, que te voy a llegar hasta por las orejas —sentenció y se lanzó sobre su esposa que aguardaba en la cama.

De pronto ella salió del lecho y se fue sobre la vecina:

—¡Chela... Chelita! ¡Mi vida, vamos a echarnos una tortilla! —clamó Matilde, abrazando y besando a la vecina, dejando con un palmo de narices a su marido.

Desde ese día, Matilde y la Chela, comenzaron a vivir juntas, ni siquiera dejaban que Miguel, pudiera verlas, aunque fuera a la Chela masturbándose, para jalarle el pescuezo al ganso él y consolarse por sí mismo.

Por su calentura, había perdido a la mujer que lo apasionó y lo enloqueció con su manera de masturbarse y a la mujer a la que amaba y que no supo valorar, la cual también fue víctima de la pasión que la Chela sabe despertar en las personas.

Así que, dolido y sin poder hacer nada para remediarlo, decidió irse de “mojado”, ya que como dicen por ahí: “la distancia es el olvido”, y él estaba decidido a olvidarlas, a comenzar de nuevo y a buscarse otra vieja en los Estados Unidos.

Por eso se encontraba ahí, con nosotros, decidido a todo, en cuanto pudiéramos cruzar el río. Cuando él terminó de hablar, un hombre, que se veía más deprimido y apagado que todos los demás, se levantó y comenzó a platicarnos su historia.

La vida te da sorpresas

Cuando Mario, fue introducido en aquella extraña celda. tras varios días de reclusión de una mazmorra, digna de la época de la inquisición.

Se sintió invadido por una sensación de sorpresa, a la que se unía la zozobra del temor de los procedimientos que se emplearían para hacerle confesar los nombres de las personas a las que había facilitado la información.

Durante el tiempo que llevaba en manos de aquella organización criminal, su cuerpo y su espíritu, habían tenido que soportar las más elementales y convencionales pruebas que buscaban su persuasión.

La consigna era hacerlo hablar, sabían que conocía muchos secretos.

Él pertenecía a otro grupo criminal y se suponía que era la mente maestra para las operaciones que se realizaban en todo el país, y aunque había sabido mantenerse en las sombras, no faltó un soplón que le pusiera el dedo y lo señalara como lo que era, la mente criminal de aquel grupo delictivo.

Era obvio que conocía todo lo referente al sucio negocio en el que todos estaban incluidos, incluso sus captores, que querían esa información para adelantárseles en la jugada y de esa manera, no sólo obtendrían grandes ganancias, sino que además irían debilitando a sus contrincantes.

Por eso no podían matarlo, como lo había sugerido uno de los jefes, tenían que mantenerlo con vida hasta que le extrajeran toda la información que les pudiera ser útil y después, ya no tendría caso que siguiera con vida.

Su convencimiento para que aceptara la realidad que era aplastante y la cual no tenía retroceso, ahora todo dependía de él y lo sabía bien, así que no le quedaba otro camino, o aguantaba el castigo que quisieran imponerle o hablaba.

Se había mantenido firme en su silencio. No hablaba, No cantaba lo que ellos querían.

Sabía que si hablaba, muchos de sus amigos, verdaderos amigos, caerían a manos de esos infelices, y no dudarían un minuto con vida, tenía que protegerlos. Sí, todo eso valía la pena el sacrificio, hasta la muerte de ser necesario

Desnudo, con las manos firmemente atadas a la espalda, había sido puesto en una ancha cama con sábanas rojas y calientes, sin que él pudiera determinar de dónde procedía tal calor, aunque no se sentía incomodo.

Lo más extraño era que sus cuatro paredes, así como el techo, eran de cristal oscuro en donde confusamente se reflejaba su propio cuerpo. Como una mueca tan grotesca que lo intimidaba. Aquella noche le habían llevado una cena espléndida.

Le habían dado una comida en abundancia, a base de carne, pescado, mariscos y frutas, cambiando por completo el sistema del hambre a que lo habían estado sometiendo días antes, desde que lo capturaran, hasta ese momento.

Aquel cuarto no tenía luz, se hallaba sumido en la oscuridad total.

Y en medio de todo aquello, una emoción, una sensación. Una incomodidad que lo atormentaba. Era algo que no podía controlar, aunque se esforzara.

Era la primera vez, desde que fue detenido, que sentía el apetito sexual. Sí, estaba caliente, tan caliente como un horno. La pasión corroía sus entrañas enardeciéndolo. Y con tal fuerza que el chile se mostraba duro, firme, con una potencia sin igual.

—Tienen que haberme puesto algo en la comida —pensaba tratando de encontrar una explicación a su intensa excitación— No puede ser posible que después del tormento que he padecido, sienta tantos deseos de coger.

No podía evitar que su reata palpitara con fuerza. Exigiéndole la presencia de una hembra. Anhelaba una pucha húmeda y cálida que lo albergara y le diera placer.

De pronto, se iluminó una de las paredes, como si se tratara de una pantalla de televisión, y en ella apareció una bella muchacha. ¡Era una hembra regia!

¡Un verdadero bizcocho de pies a cabeza, no tenía defecto alguno! ¡Justo lo que cualquier hombre alucinaría en su desbordada fantasía sexual!

Era una muchacha de cabello intensamente negro, cayendo sobre su espalda. Su cara era angelical, como de una adolescente de veinte años. Con una frescura y una belleza que motivaba a ser contemplada por largas horas.

Sus ojos como dos profundos océanos negros, cargados de promesas y de aventuras, fortalecían la sonrisa atrayente de sus gruesos y bien dibujados labios, un rostro que sin dudas, en el momento de la pasión resultaría ser más que excitante.

Su cuerpo estaba cubierto por una capa oscura y transparente, a través de la cual, se advertía con cierta nitidez las formas excitantes de su bella anatomía.

Sus grandes pechos, firmes, rotundos, hermosos. Unos globos de carne tibia y palpitante. Tetas propias de un amante de la belleza femenina.

Eran grandes, bien colocadas casi a la perfección y diseñados en su pecho, dignos de ser besados y acariciados por largas horas.

Divinamente duros, firmes, erectos, sin un solo pliegue, ni asomo de caída.

De una exacta convexidad, en donde los pezones intensamente rojos, caían en el centro mismo de la cúpula, equidistantes del nacimiento superior e inferior.