05: Solo es puta envidia.
Narra Diego.
—Oye grandulón —me llama Giselle, y la veo venir hacia la cocina en pijama—. ¿Y las novias?
Daniela, que se encuentra en la cocina terminando de hacer unos huevos revueltos para mí, se ríe desde su sitio.
—¿Crees que Diego es de tener novias, Giselle?
Se me eriza la piel por la molestia. Claro. Ella no cree que yo puedo mantener una relación estable con alguien porque cree que soy un mujeriego.
Intento reír un poco, cuando Giselle levanta el ceño hacia mí y nuestra madre nos sirve el desayuno.
—Sí tengo una novia, madre, se llama Cassidy, es hija de un buen español con una gringa, es azafata de mi tripulación —digo, aunque hay una parte de la historia que no es real.
—Oh guao… —dice mi madre—. ¿Y por qué no la conocemos?
—Porque solo yo estoy de vacaciones, madre... —miento de nuevo, irritándome un poco porque por querer demostrarle lo contrario ahora va a perseguirme hasta saber si es verdad.
—¡Yo quiero ver una foto! —Giselle se sienta a mi lado, entonces me pongo algo nervioso pero igualmente se las enseño.
Cassidy solía enviarme muchas fotos cuando éramos novios y nunca las borré, así que Giselle se convence y me golpea un poco el brazo mostrándose de acuerdo mientras mi madre me observa por debajo de sus lentes.
Rubén llega a la cocina, nos saluda y me quedo en completo silencio. Hasta que Giselle comienza a hablarme sobre una clase de pintura que está tomando.
El timbre suena, mi madre se levanta para abrir, y en cuanto veo llegar a la pelinegra junto a mi hermano, me enfoco en terminar el café.
Definitivamente no esperaba que volvieran después de lo que pasó anoche.
Recibo una llamada de un número desconocido y ruedo los ojos al tener que alejarme de la mesa para atender.
—¿Cuándo me tendrás el pago? —cuestiona Sergio en tono molesto—. Ya estoy cansado de esperar, Diego. Vamos para un año, ¡un puto año!
—En cuanto lo tenga serás el primero en saberlo... —murmuro mientras veo en la cocina a mi madre abrazando con felicidad a la pelinegra, eso me revuelve el estómago.
—Bien. En cuanto tenga tu sucio trasero contra el piso también serás el primero en saberlo...
Sergio corta la llamada y siento mis músculos tensarse por la amenaza, pero no es la primera vez que lo hace, así que me quedo tranquilo. Después de todo, sé muy bien como solucionar mis problemas.
Regreso a la cocina y me recuesto del marco mirándolos a todos, los cuales guardan silencio de inmediato. Mi hermana Giselle toma la mano de Fabiola y cuando la alza al aire puedo ver el perfecto anillo brillando en su dedo anular.
La mirada de Fabiola se cruza con la mía un solo instante y eso basta para que todo mi organismo se descontrole y mi memoria me lleve a mi adolescencia.
Años atrás.
Me encontraba jugando fútbol con algunos amigos del barrio cuando vimos un auto de último modelo estacionarse frente a la que solía ser la casa de los Hugo. Segundos después un camión de mudanza también apareció, y pude ver desde la distancia cómo comenzaban a bajar las cosas. Bien. Tendría nuevos vecinos. Al menos algo nuevo en ese vecindario de gente rica aburrida.
—¡Qué carajos, Germán! —exclamé hacia mi mejor amigo el cual intencionalmente pateó el balón hacia el camión de mudanza.
Inesperadamente de adentro del camión salió una chica, debía tener alrededor de catorce años. Era llenita, de mejillas rosadas, cabello negro atado con una clineja, y unos ojos oscuros que me detuvieron el corazón apenas me notó.
La chica se acercó a mí con el balón en mano, y me lo lanzó, pero yo no pude reaccionar a tiempo, así que el balón rebotó y ella se echó a reír. Su sonrisa, me hizo sentir que algo raro estaba pasándome.
—Hey, niña nueva —dijo Germán llegando hasta mí, poniendo su brazo en mi hombro—. ¿Cómo te llamas?
—Fabiola, ¿y ustedes? —respondió, y por todos los cielos, su voz me volvió a dar otro vuelco.
—Ese gordo de allá es Franklin, este con acné es Diego, y yo, el más guapo de todos, me llamo Germán.
La chica me seguía mirando con interés pero no pude más que darle una corta sonrisa. Ella no tenía ni puta idea de lo que me estaba provocando su presencia. Me hacía sentir bastante molesto.
—No te acerques a nuestro grupo, niña —le dije con firmeza—. No queremos que nos invadas con tus cosas de niña...
La chica frunció el ceño y vi lágrimas asomarse por sus ojos, entonces, cuando estuvo a punto de decir algo, su madre, quien tenía un pañuelo cubriendo su cabeza, la llamó, y mi corazón volvió a dar otro vuelvo.
Sí, siempre he sido un idiota, pero antes era mucho más inmaduro.
—¿Eres idiota o qué? —Me empujó Germán.
—¿Qué? Es una niña, lo superará... —murmuré, sin dejar se sentirme tan culpable por dentro.
Ahora de vuelta al presente veo a la misma niña, con esa expresión de dolor repentino en su rostro.
—¡Felicidades! —Salgo de mi trance—. Seguro que serán el matrimonio perfecto —aseguro.
Después de todo, mi hermano es mucha mejor persona que yo. Alguien como él es lo que ella merece después de todo lo que ha pasado.
—¡Gracias hermano! —me dice Danilo, entonces voy hasta él para abrazarlo, aunque la felicidad realmente no es parte de mis emociones ahora.
—¡Esto se tiene que celebrar! —dice Rubén, así que sonrío un poco ante la idea.
—Bien, iré por unas cervezas —les digo a todos, dándome vuelta.
—¡Aquí tenemos, Diego! —me dice mi madre.
—Entonces iré a comprar un bonito regalo para los comprometidos —aviso, alejándome de todos sin ser capaz de seguir en este lugar un segundo más.
Una vez que estoy afuera, camino con rapidez hacia el auto que alquilé a primera hora. Entro, lo pongo a andar, y en cuanto me encuentro en medio de la nada, estaciono.
Salgo del auto y el grito frustrado que sale de mi garganta me hace sentir completamente enfermo después.
En cuanto Danilo me mandó una foto con su novia, supe que era ella. Nunca le dije que la conocía, obvié eso y me he mentido a mi mismo al decirme que no tiene importancia; que no me siento culpable cada maldito día por haberla dejado, y que Fabiola solo ha sido una mujer más en mi gran repertorio.
Sin embargo, cuando me encuentro en el centro comercial buscando algo que pueda darles de regalo, y veo un hermoso cuadro de una familia feliz, mi corazón se oprime.
Debo convencerme de que Danilo siempre será la mejor opción para ella, y que esto que siento ahora no son celos por un amor que no he superado, sino que es solo puta envidia. Porque después de todo, Danilo siempre ha tenido lo que yo he deseado; una familia feliz, una carrera brillante, un expediente perfecto, y ahora, una mujer maravillosa.
Una chica que convertí en mujer. Una mujer que fue mía.
