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CAPÍTULO 5

Si ver a Luka en el gimnasio era un deleite para los ojos; verlo cocinar mientras se desplazaba por la cocina como si fuera dueño del lugar, se había sentido como el sueño de toda mujer. Isabella nunca lo diría en voz alta, pero podría acostumbrarse a tenerlo allí cada mañana. Alejó esos pensamientos antes de que se sonrojara como una colegiala.

Esperó que Luka se sentara antes de comenzar a comer. Se mantuvo en completo silencio y con la mirada abajo. No estaba segura de porque al estar en compañía de ese hombre le era difícil fingir. Su rostro todavía se calentaba ante el recuerdo de la noche anterior. Era difícil no sentirse avergonzada al pensar como había dejado que él la acunara mientras lloraba en sus brazos.

Nunca había permitido que nadie se acercara tanto y memos en momentos en los que estaba tan débil. Esa parte donde estaban guardados sus temores y peores recuerdos estaban ocultas de todo el mundo. Era difícil saber en quien confiar, las personas no dudaban en usar tus debilidades en tu contra en el momento menos esperado. Sin embargo, por extraño que pareciera, no creía que Luka fuera capaz de hacer algo como eso.

El hecho de que él aún no hubiera sacado a colación lo sucedido, decía bastante. No la estaba presionando para contarle sobre su pesadilla y tampoco estaba actuando como si fuera a tener otra crisis en cualquier momento.

—Isabella —escuchó que la llamaba Luka y alzó la mirada.

Prefería cuando le decía dulce ángel, de otros labios le hubiera parecido desagradable, pero de él le generaba una sensación de calidez.

—¿Qué sucede?

—Te pregunté qué harías hoy —dijo él con una sonrisa de lado.

—Tranquilo no saldré, no tienes que quedarte.

—No lo dije por eso. De todas formas, me voy a quedar por aquí.

—¿No tienes nada que hacer? —preguntó más interesada de lo que debería.

Aún no sabía mucho sobre Luka. Él tenía una vida fuera de ella, incluso podía tener una novia esperándolo en casa.

Esa última idea no le gustó demasiado.

—¿Qué puso esa mirada en tus ojos? —preguntó él extendiendo la mano para alisar su frente. No sabía en qué momento había fruncido el ceño.

—Nada.

—No parecía nada. Si no me lo dices de que se trata, no lo puedo arreglar.

—No necesitas arreglar nada por mí —dijo a la defensiva—. Soy perfectamente capaz de hacerlo.

—Nunca dije lo contrario. —Luka le dio una sonrisa.

Estuvieron en silencio antes de que no pudiera quedarse así por más tiempo. Todavía no había averiguado lo que quería.

—¿No tienes con quién pasar tu día libre?

—Nunca dije eso. —La molestia creció de nuevo en la boca de su estómago—. Te tengo a ti, aunque pareces empeñada en deshacerte de mí.

—Creí que no tenían permitido confraternizar con vuestros clientes.

—Puedes reportarme.

—Quizás lo haga. —Él no pareció preocuparse.

Luka se levantó y le dio un guiño antes de empezar a recoger las cosas. Parecía un seductor nato, de esos que entraban a tu vida y la ponían patas arriba antes de desaparecer. No es que tuviera mucha experiencia en relaciones, pero no era una completa tonta.

—Siempre coqueteas con todas tus clientas —preguntó antes de poder convencerse que ese no era su asunto. Aunque si lo pensaba bien, él lo había hecho su asunto en el momento en que empezó a coquetearle.

—No creo que a mi último cliente le hubiera gustado eso y créeme, él puede ser de temer cuando se trata de su esposa. —Él parecía divertido—. Adriano podría sacarle los ojos a un hombre tan solo por el atrevimiento de mirar en dirección de ella. Hasta hace poco me parecía un comportamiento irracional.

—¿Ya no lo hace?

—¿Terminaste? —preguntó señalando al plato que estaba frente a ella.

—Sí, gracias.

Luka empezó a lavar los trastes sin ningún atisbo de que fuera a responder su pregunta.

Al igual que cuando sirvió el desayuno, él se negó a dejarle hacer algo. Si su cercanía no la hiciera sentirse nerviosa habría insistido en ayudarlo.

—Estaré en mi habitación —informó, aunque no tenía que hacerlo.

—Isabella —la detuvo él antes de que pudiera salir de la cocina—. No estoy saliendo con nadie, jamás me habría quedado en tu habitación si ese fuera el caso.

Intentó ocultar el alivio que sintió al escuchar sus palabras. Además, porque debería sentirse aliviada si no le interesaba. E incluso si lo hiciera, no sería correcto involucrarse con su guardaespaldas. Eso solo complicaría las cosas.

—No pregunté al respecto.

—Pero quisiste hacerlo. —Intentó negarlo, pero no encontraba las palabras.

Luka volvió a lo suyo y ella aprovechó para escapar.

Durante la siguiente hora Isabella se dedicó a preguntarse que estaría haciendo él antes de regañarse porque no era su asunto. Y así continuó como en un círculo vicioso. El libro que había agarrado para mantener su mente ocupada no logró cumplir su función. Después de haber leído la misma línea por cuarta vez colocó el libro a un lado del diván.

Soltó un suspiro frustrada y se apoyó contra la ventana mirando hacia nada en particular.

—¿Qué me sucede? —se preguntó sin encontrar una respuesta.

Pensó en bajar a la piscina, nadar siempre la tranquilizaba. Sin embargo, la idea de encontrarse con Luka la mantuvo en el mismo lugar.

—Yo no soy ninguna cobarde —se dijo mientras se ponía de pie.

Caminó hasta su armario y buscó uno de sus trajes de baño. Se desnudó y se colocó un poco de bloqueador antes de cambiarse, luego se colocó un pareo atado a la cintura y se dirigió hasta la piscina.

No estaba segura de sí al llegar a su destino estaba decepcionada o feliz de no haberse encontrado con Luka en el camino. Él estaba volviéndola un lío. No entendía que le sucedía y mucho menos que es lo que estaba buscando Luka de ella.

Desde el primer día él la había confundido, pero con él portándose como algo más que una persona cumpliendo su trabajo se sentía aún más perdida.

Sacudió la cabeza, había acudido allí para dejar de pensar en él. Se desató el pareo y lo lanzó sobre la tumbona de madera más cerca. Caminó hasta el borde de la piscina y se arrojó al agua esperando que esta pudiera ayudarle a dejar de pensar en su guardaespaldas.

El agua estaba algo tibia por el calor del sol y apenas estuvo en las profundidades se sintió mucho mejor. Sintió como todo en su mente desaparecía en el silencio. Lo mejor de estar allí adentro era la ingravidez. Siempre había pensado que el agua era mágica, no importaba cuanto podían pesar tus problemas dejaban de tener relevancia una vez dentro.

Comenzó a dar vueltas de ida y vuelta saliendo a la superficie solo para tomar respiraciones de tanto en tanto. No se detuvo hasta que sintió que era hora de un descanso.

Cuando salió se sentía mucho más tranquila. Recogió su pareo y se lo colocó en la cintura. Luego se sentó sobre el diván y después de aplicarse un poco más de bloqueador se recostó.

Entre el sol y el agua la laxaron lo suficiente como para comenzar a dormitar.

—Si te quedas demasiado tiempo en la misma posición tu piel se va quemar —musitó la voz de su madre sacándola de su trance.

Abrió los ojos y la encontró mirándola con desaprobación. Se preguntó si hubo alguna vez la había mirado de otra forma.

Ella estaba parada unos pasos más allá con unos pantalones apretados y una blusa de seda de color azul. Su cabello estaba suelto a sus espaldas, su maquillaje estaba tan perfecto como siempre y traía unos aros enormes en las orejas. Parecía una joven de unos treinta y tantos años y no la mujer que acababa de cumplir cincuenta un par de meses atrás.

—Me apliqué el bloqueador —explicó con la voz tranquila.

—De todas formas, el bloqueador no durara eternamente.

—Tendré cuidado —había aprendido que la mejor manera de tratar con su madre era evitando las peleas—. ¿No te vi ayer en la noche?

—Resulta que ahora mi hija controla mis movimientos —dijo ella con molestia—. Estuve en una fiesta. Alguna de las dos tiene que mantener las relaciones públicas. No te mantendrás en la cima si todo el tiempo te mantienes oculta detrás de estas paredes.

Isabella podía decirle que su agenda era demasiado apretada para permitirse el lujo de salir con la frecuencia que ella lo hacía, pero que sentido tenía gastar saliva si su madre no la iba a escuchar de todas formas. Ella creería que se lo estaba sacando en cara y le recordaría todo lo que había hecho por ella. Lo menos que quería era discutir con ella, menos con la pesadilla de la noche anterior aun fresca en su mente.

Después de la muerte de su padre, su madre había tenido que hacerse cargo sola de ella. No había sido nada fácil porque él había sido el único sustento de su familia hasta entonces.

—Quizás podamos almorzar juntas —sugirió deseando no sentirse tan esperanzada.

—Estoy cansada.

Se tragó el dolor en su pecho y se las arregló para sonreír.

—Entiendo.

Su madre se dio la vuelta y se alejó. La observó marcharse con sus tacones de más de siete centímetros repiqueteando sobre el piso.

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