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Capítulo 2: Coronel Miller

Mis brazos estaban sujetos por unas esposas con campo magnético que impedía que mi cuerpo se moviera con facilidad, pero sé que me puedo mover, simplemente me he cansado de que busquen mi debilidad día y noche, es sin duda molesto y doloroso, así que mi lógica es hacerles creer que me vuelvo vulnerable cuando hay campos magnéticos a mi alrededor. Ellos no tienen cómo enterarse, soy bueno fingiendo cuando me retienen con aquellos extraños dispositivos que crearon hondas magnéticas.

–¿Es él? –preguntó aquel hombre al que nombraron "coronel" mientras fruncía el ceño, parecía que se esperaba algo mejor– parece un niño– añadió por lo que sonreí de forma divertida, si me alimentaran de mejor forma, quizás podría desarrollarme.

–Eso es porque no lo alimentamos todos los días, señor– le informaba uno de los soldados de la instalación viéndome como una escoria– cada vez que come, se vuelve más fuerte, por ende, más difícil de controlar.

–¿Y por qué tiene un bozal? –miré al soldado quien con nerviosismo respondía la razón, supongo que morder al científico no fue buena idea– lo tratan como a un animal ¿Cómo crees que se comportará? –le preguntaba con enfadado.

–Yo sólo sigo órdenes, señor– le decía con miedo el soldado.

Aquel hombre de cabello castaño me miró a los ojos, se acercó a mí y con cierto respeto me habló tratando de no asustarme, yo lo miré, me sentí raro cuando él me quitó el bozal, sin embargo, de cierta forma lo agradecía, se me hacía más fácil respirar sin aquella estúpida cosa que cubría gran parte de mi rostro.

–Soy el coronel Miller, yo estaré a cargo de ti desde ahora, espero que nos llevemos bien, de lo contrario volverás a este lugar– me decía con preocupación– el presidente nos ha dado permiso para regresarte a la sociedad, conocerás a chicos de tu edad, claro que, estarás en una escuela militar por ahora.

–¿Y si los mata a todos? –preguntó el soldado.

–Que buena idea, comenzaré contigo, ¡gilipollas! –respondí viendo como aquel soldado me miraba molesto queriendo golpearme, como siempre hacía cuando le respondía.

–Bueno, estamos dispuestos a correr el riesgo– le respondió– quítale las esposas.

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