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CAPÍTULO 5. ¡Trillizos!

Sofía:

Fuertemente impactada por este primer diagnóstico descrito por el médico, miré asombrada, incrédula y escéptica a mis amigas, sin poder hablar. Ellas, quienes hasta ahora, no sabían lo que me ocurrió la noche de nuestra graduación, estaban pálidas.

No niego que esto me entristeció en el primer momento, todos mis planes y proyectos de vida, lejos de mis padres, se fueron por la borda. Sin embargo, sentí algo en mí que me pedía tenerlo, que no lo perdiera.

Yo soy creyente de Dios y respetuosa de la vida, pero esta situación no era fácil de afrontar y menos sola. Estoy segura de que con mis padres no cuento, a pesar de que soy su única hija. Así que debo pensar bien, antes de tomar una decisión.

Salí con mis amigas en la silla de ruedas, hacia el consultorio del ecografista, reflexionando y buscando una respuesta lógica a esto que me estaba sucediendo, pero no lo encontraba. Además, fue un gran descuido de mi parte, porque bien pude comprar la pastilla del día siguiente y problema resuelto, pero no lo hice.

Ellas, entraron conmigo para hacerme la ecografía. Unos minutos después, el médico anunció dos grandes e insólitas noticias: la primera, que tengo exactamente seis semanas de embarazo, comenzando la séptima y la segunda, que se trataba de un embarazo múltiple: tengo tres bolsas amnióticas.

—¡Dios mío! —Exclamé— ¡Esto no puede ser cierto! ¿Trillizos? ¿Está seguro doctor? —insistí más incrédula que aterrorizada.

—Sí, señorita. Son tres embriones, cada uno en una bolsa —aseguró el médico mostrando el monitor, al cual, por cierto, no deseaba mirar.

Mis amigas con las manos en su boca, acallaron sus gritos de asombro, solo me observaban con miradas de terror. Creo que la mía era igual, porque las dos se acercaron rápidamente a la camilla y me abrazaron para consolarme y brindarme su apoyo.

Al llevar los resultados al médico tratante, me recomendó someterme de inmediato al control con un ginecólogo-obstetra para que iniciara la revisión periódica y constante del proceso de evolución de mi embarazo.

Las tres salimos de la clínica, totalmente mudas, sin saber qué decir. No sabía qué hacer, si pedía ayuda a mis padres, me obligarían a guardar las apariencias, por lo tanto, con ellos solo tenía dos opciones: abortarlos o casarme con José David.

Al llegar al apartamento, en mi cama, con las dos frente a mí, me exigieron les explicará que me había pasado. ¿Por qué esto así? ¿Un embarazo y de trillizos? ¿De quién era? Fue así como les expliqué todo lo que me ocurrió en la famosa noche de graduación.

—¿Pero, seguro que no recuerdas quién era? —me preguntó Shayla, asombrada.

—¡No! Te juro que no sé quién era, ni como se llama —respondí sacudiendo la cabeza y dejando que las lágrimas corrieran por mi rostro— En ese momento, era solo mi salvador, mi ángel de la guarda —contesté ahogada en llanto.

—¡Valiente ángel de la guarda, amiga! —Reprochó ella— Cuando no solo te envió uno, sino tres retoños en tu primera y única entrega.

—¿Qué vamos a hacer? —me cuestionó Shayla— Las tres recién graduadas y sin trabajo, con tres niños por mantener ¡Dios! —Refirió llevándose las manos a su frente y agregando— Debemos trabajar para sacar los tres adelante.

—¡Amigas! Estoy agradecida por lo que me están planteando, pero no las voy a dejar que asuman las consecuencias de algo que es mi completa responsabilidad —contesté.

—Esto es un problema de las tres, fuimos las que más te insistimos para que fueras a la disco. Tú no querías asistir —me manifestó Shayla, quien fue la que me convenció de ir.

—Además, hay algo que no hemos considerado —refirió Sheyli— Tú no puedes trabajar así. En ninguna parte, te aceptarán por estar embarazada.

Ese día me esforcé mentalmente por descubrir quién era la persona que me había salvado, hasta que vino a mí, una idea, ir a la disco y tratar de comprar a quien maneje el área de las cámaras, para conocer exactamente la identidad de quien me había embarazado.

(***)

Sofía:

Una semana después, sintiéndome mejor, fui hasta el local donde funciona la discoteca, buscando a la señora de mantenimiento que conocí al día siguiente de mi graduación. Pero no logre ubicarla, al parecer es un personal rotativo, no fijo del negocio. Me atendió una joven.

Solicité hablar con el dueño, pero tampoco me dio información y mucho menos pude tener acceso al personal que maneja las cámaras del local, que si las hay porque pude observar algunas, mientras ahí estuve.

Al salir al área del estacionamiento, volví a sentir un fuerte mareo, por lo que me apoyé en una de las ventanas exteriores del lugar, entretanto un hombre joven, guapo, atlético, se acercó para preguntarme que me pasaba.

—¿Qué le sucede, señorita? —me preguntó tomándome por el brazo y ayudándome a entrar de nuevo al local.

—Me mareé —respondí, apoyando mis manos en su brazo.

—¿Marú? ¿Dónde estás? —gritó este mirando hacia el área de los baños.

—¡Diga, señor! —Respondió ella, observándome y explicando a su jefe— Esta joven lo buscaba hace rato, señor.

—¿Tú eres el administrador? —pregunté desesperada y tratando de controlar lo mal que me sentía.

—¡Ssssi! Sí —respondió el vacilante y al parecer preocupado.

—¡Necesito hablar contigo, pero a solas! —Solicité un poco más recuperada.

Él, observando el estado en que me encontraba, me tomó nuevamente del brazo y me llevó hasta una oficina, que deduje sería la suya. Al entrar, todo estaba muy ordenado, limpio y organizado, contrario al ambiente que reflejaba, el espacio donde estábamos anteriormente.

—¡Por favor, siéntate! —Me pidió él— Ahora dime, ¿en qué te puedo servir?

—Hace un mes exactamente, el veinticinco de marzo, estuve aquí con un grupo de amigas y me comencé a sentir mal —confesé mirando el rostro del administrador— Alguien me llevó a la parte alta, en donde están las salas privadas y ahí amanecí.

—Deseo que me permitas ver los vídeos de ese día, para al menos distinguir o identificar a quién me ayudó en ese momento —supliqué tímidamente.

—¡Eso va a ser imposible! —me respondió el joven, sin mostrar rastro alguno de preocupación— Porque todos los días limpiamos el sistema, para iniciar una nueva grabación, solo se guardan cuando se observa algún problema —enfatizó este.

—¡Dios! —expresé y dejé que las lágrimas fluyeran sin emitir ningún sonido. Agradecí la información brindada y me levanté de la silla, para caminar hacia la salida.

El joven me acompañó hasta el coche, para asegurarse que estaría bien y así lo hice. Este contempló con asombro mi Bugatti y luego a mí. Posteriormente, me hizo un comentario sobre este, le respondí y salí hacia el apartamento, peor que antes…

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