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ME CONVERTÍ EN SU ESCLAVA SEXUAL

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gloryautora
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Sinopsis

Margaret Smith es una profesora y psicóloga dedicada, conocida por su empatía y compromiso con sus estudiantes y pacientes. Su vida profesional y personal está cuidadosamente equilibrada, hasta que conoce a Ethan Pirs; un incontrolable playboy, que pasa sus noches en medio de sexo y alcohol, tratando de olvidar la pérdida de su madre, y el engaño cruel del cual fue víctima. Mientras Margaret luchará por mantener su sensatez ante una atracción magnética que la lleva a experimentar sensación inimaginable, Ethan, acostumbrado a controlar su entorno, se verá doblegado por su creciente obsesión por ella. Todo su orgullo y altivez se desmoronan en su intento de poseerla, transformando la vida de ambos en un torbellino de pasión

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VIDAS EN CHOQUES

El salón olía a madera, con el sol de la tarde colándose por las persianas. Margaret Smith, con su postura firme y una sonrisa que destilaba calidez, se presentó ante el grupo.

—Buenas tardes, chicos. Es un placer trabajar con este nuevo grupo. Soy Margaret Smith, profesora en la secundaria Pacifica Christian High School y psicóloga. Llevo tres años colaborando en este centro de apoyo y, a partir de hoy, los acompañaré en sus procesos de reintegración —dijo con una sonrisa cálida—. Como no quiero abrumarlos en nuestro primer encuentro, ¿qué les parece si nos presentamos con cinco cualidades que nos definan?

—Otra que quiere conquistarnos con “sus buenas intenciones” —exclamó Ethan, mirándola de reojo.

—¡Tenemos a un entusiasta! —replicó ella con firmeza, acercándose hasta quedar frente a él—. Ya me han hablado de ti: el típico “rey del mundo” que siempre busca llamar la atención. Dime, ¿no te cansas de mantener el mismo papel?

—No. Lo disfruto —respondió con orgullo.

—Perfecto. Si quieres repetir la misma conducta una y otra vez, no tengo problema. Solo te pido un favor: no me hagas perder el tiempo.

El comentario provocó un murmullo entre sus compañeros, lo que irritó aún más a Ethan.

—Veremos cuánto duras —dijo en tono desafiante.

—Tranquilo —contestó Margaret con aplomo—. Estaré aquí por mucho tiempo. Créeme, ya he tratado con muchos como tú, y no serás la excepción.

—Eso lo veremos.

Si había algo que detestaba Ethan, era sentirse retado. Era un Pirs, y estaba acostumbrado a que nada le fuera negado. Ese día tomó una decisión: haría pagar a Margaret por su atrevimiento.

Cuando la sesión terminó, se acercó a ella.

—Señorita, espere, quisiera hablar con usted —dijo con una falsa sonrisa.

—Claro, aún tengo tiempo —respondió ella, aunque presentía que sus intenciones no eran genuinas. Su pasión por enseñar siempre la hacía conceder un espacio más—. ¿En qué puedo ayudarte?

—Seré directo —sacó su chequera con gesto arrogante—. ¿Cuánto quiere por marcharse de aquí? Soy un Pirs, heredero de una gran fortuna. Una simple maestra y psicóloga de cuarta no debe costar demasiado.

—¡Eres un…! —Margaret inhaló hondo, controlando su furia—. ¡Largo! Esta vez olvidaré tu ofensa, pero no me provoques de nuevo.

—¡Ja! No hay nada que perdonar. Conozco a las de su clase: aparentan dulzura, pero en realidad son unas mujerzuelas.

El desprecio en sus palabras encendió a Margaret.

—¡Ya basta! —lo abofeteó con fuerza—. ¿¡Quién carajos te crees!?

—¿Y quién se cree usted? —espetó con la mirada enardecida—. Esto no se quedará así, la denunciaré.

—Adelante. Yo también tengo mis armas. En todos mis años de trabajo jamás he tenido un solo problema. En cambio, tú eres… —cerró los ojos unos segundos, conteniendo la rabia—. Eres el que nadie soporta, el que todos evitan. ¿En quién crees que confiarán?

—¡Usted no sabe nada de mí! —gritó Ethan, aunque en el fondo esas palabras lo atravesaron como cuchillos.

—Sé lo suficiente: tus actos hablan por ti. Y escucha bien: alguien como tú jamás dañará mi reputación.

Con paso firme, Margaret subió a su auto y se marchó, dejando a Ethan con los puños cerrados y el orgullo hecho añicos.

—¡Estúpida…! —rugió entre dientes—. Me convertiré en tu peor pesadilla, ya lo verás.

Lleno de furia, caminó hasta su bar favorito. Pidió un whisky y lo bebió de un solo trago.

—¿Con qué derecho me habló así? —gruñó mientras estrellaba la copa contra el piso.

El barman, un hombre que ya conocía los arranques de Ethan, lo observó con calma.

—¿Estás bien, pequeño? —preguntó, limpiando la barra con un trapo.

Ethan lo fulminó con la mirada.

—Dime la verdad. ¿Crees que soy un perdedor?

El barman suspiró, apoyándose en la barra.

—Depende. Eres joven, apuesto, con una fortuna que muchos envidiarían. Pero… —hizo una pausa, midiendo sus palabras— un perdedor es alguien que no valora los besos de su madre, los consejos de su padre, las caricias de una amante o la lealtad de quienes han estado en sus peores momentos.

Las palabras se clavaron en Ethan como agujas. Pidió otro trago, esta vez doble, y lo bebió con la misma furia. Dejó un puñado de billetes en la barra y salió tambaleándose, sin rumbo. La imagen de Margaret destelló en su mente, su voz resonando como un eco implacable.

—¿Por qué ella? —murmuró entre dientes.

Las calles lo llevaron a un club nocturno, donde el ritmo pulsante y las luces cegadoras prometían un escape. A la entrada, una mujer de ojos oscuros y labios carnosos se acercó, contoneándose con una sensualidad calculada. Ethan la atrajo hacia él, su aliento cálido rozándole el cuello.

—¿Quieres que te lleve a la gloria? —susurró, mordiéndole el cuello.

—Si pagas bien, podrás hacer conmigo lo que quieras —respondió ella, llevándole la mano al pantalón.

En segundos, estaban en un cuarto oscuro. Ethan la devoraba con furia, arrancándole la ropa, besándola sin compasión. Pero cada vez que cerraba los ojos, la voz de Margaret lo perseguía, sus pasos lo alcanzaban.

—¡Maldición! —se apartó de golpe, jadeando.

—¿Qué te pasa? —preguntó ella, intentando acercarse.

—Lo siento. No puedo continuar. No te preocupes, te pagaré lo que quieras.

Ethan se vistió rápido, metió la billetera en el bolsillo trasero y, sin mirar atrás, dejó un fajo de billetes sobre la mesita de noche. La mujer, aún envuelta en las sábanas, no dijo nada. Él tampoco. Con pasos rápidos, abandonó el hotel y condujo su deportivo, hasta llegar a su mansión en Bel Air, la cual se le hacía fría; aun así volvió al estudio, encaminándose directo al minibar que parecía ser el único refugio que reconocía.

—¿Otra vez vas a ahogarte en whisky? —La voz grave de Alan, su hombre de confianza rompió el silencio. Se acercó con pasos firmes, su mirada cargada de preocupación—. ¿Qué te tiene así, Ethan? ¿Otra pelea con tu padre?

—Mi padre no es más que un infeliz. No es nada para mí; él mató a mamá, me ha quitado todo cuanto ha podido. No es más que basura —tal era su ira que apretó fuertemente el vaso hasta quebrarlo.

—¡Ya basta! ¿En serio disfrutas vivir de esta forma? Sé que lamentas la pérdida de tu madre, ella era una gran mujer, y sé que lo que viviste con Rosaura te trastornó, pero ya ha pasado más de un año. Trata de repararte, o no te salvarás del abismo.

—¿Crees que soy feliz de esta forma? Para tu información, hasta yo mismo me aborrezco. Todo lo que hago es para recibir un poco de atención, sentirme apreciado. ¡Ja! Qué patético soy.

—Muchacho —colocó su mano en su hombro derecho—, sabes perfectamente que para mí eres como un hijo.

—Alan, me has aguantado todo este tiempo porque mis abuelos te lo encargaron.

—No es así, y lo sabes. Mira a Marcus, te adora como si fueras su hermano. Matilde te ve como su nieto. Cada uno de los que trabajamos para ti somos tu familia.

—¿Familia? ¿Crees que algún día tenga una? —Apoyó su cabeza sobre su pecho y no contuvo más su llanto—. A veces la extraño. Sé que me destruyó, que para ella soy un desechable, pero te lo juro, hubo momentos en los que sentí que me amaba. ¿Por qué me dañó así?

Alan lo sostuvo con fuerza, como si quisiera anclarlo a la realidad.

—Ethan, Rosaura nunca te amo. Solo te manipuló. Es una víbora, tan rota que corrompe todo lo que toca. Pero tú… tú tienes un futuro. Puedes cambiar. No te rindas ahora.

—Tienes razón; no puedo seguir así —se levantó.

—¿Por qué no aprovechas los grupos de ayuda? Quizás ahí puedas sacar todas esas tempestades que tanto te agitan.

—Sí, tal vez mañana sea mejor —Ethan se fue a su habitación, y en cada paso que dio, ella se hizo presente—. ¡Rayos! No puedo negarlo, es hipnotizadora. Tal vez… actué como un reverendo idiota.