Capítulo 2: Visita a su madre
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Al día siguiente es jueves.
Max se marcha al hogar de su madre para conversar y despedirse de ella, lo cual se llama Lourdes Vega, vive en Miami, cerca de donde él tiene su departamento.
—¡Hola, mamá! —expresa emocionado al entrar a su hogar.
La mujer de estatura mas baja que él, pero cuerpo corpulento lo abraza fuertemente.
—¡Hola, mi amor!, ¿te vas de viaje, verdad? Ahora solo me visitas cuando viajas. —finalmente, le recrimina ella con razón.
—¡Ay, mamá! ¡Ja, ja! ¡Joder, me romperá la costilla!
Él se ha quejado por tan fuerte apretón.
Al fin ella lo suelta y enseguida se dirige a la cocina muy feliz porque está cocinando alguna comida favorita que a veces hace cuando no están las sirvientas o quiere estar ocupada.
—¡Qué llorón eres! —expresa ella con emotividad mientras sigue la conversación y prueba la sazón de sus preparativos— ¡Ya eres un hombre viejo para estar en esa! Quédate a almorzar “nene” porque ya no te volveré a ver, ¿y quién sabe hasta cuando serás?
—No será por mucho tiempo, madre, vale.
—Lo mismo que dijiste la última vez cuando iba a formalizar la relación con Dana.
Él se sienta de golpe en el comedor que está a escasos metros de la cocina al escuchar su nombre.
—¡Han pasado varios años y no quiero recordar ese amargo momento con ella! —clama él desde su asiento con gran congoja.
—En algún momento tienes que conversar con alguien sobre ese tema, mi amor, porque no puedes ahogar tu pesar y llevar esa carga tú solo. —comenta ella tratando de amortiguar las penas que sabe él lleva dentro de su pecho.
—Aún no estoy listo, mamá. —expresa cabizbajo y triste por aquella historia de amor olvidada en su vida, ¿o aún no la olvida?
De pronto su madre coge una pequeña toalla y seca sus manos, entonces va hacia su hijo al ver que desenterró aquel doloroso pasado para él.
Le da un gran abrazo.
—Perdona, hijo. Si quiere llorar, hazlo porque te hará bien desahogar tus penas. Nunca imaginé que la amaría de ese modo.
Ella le trata al igual que cuando era adolescente y lo consolaba como a un niño, luego retira sus brazos de él y se sienta a su lado.
—Ella era la mujer que me hacía soñar despierto y con quien quería pasar el resto de mi vida.
Él rememora los hermosos momentos que pasó con Dana.
—¿“Era”, ósea, que ya no sientes eso por ella? —indaga su madre extrañada, pues piensa que aún él siente mucho amor por aquella joven.
—Por supuesto, mamá, que “era” porque ya ella debe tener una familia e hijos, vale.
Max reconoce el transcurso del tiempo que no perdona.
—Bien, hijo. Ahora debes buscar a tu mujer ideal y enterrar definitivamente esa historia de amor con Dana porque es muy amargo.
Ella le da palmadas en la espalda y se levanta para retirarse a la cocina a seguir con su quehacer.
—Por supuesto, pero sabes que ya no creo en el amor. —Rectifica él.
—¿Cómo vas a creer? ¡Es que solo frecuentas con “mujerzuelas” “nene”, así no encontrarás el amor! —Refuta su madre desde la distancia moviendo la carne de cerdo que cocina con arroz y gandules.
Max reacciona acongojado y aturdido por la conversación sobre Dana.
—Tienes razón, pero no encontraré a la mujer que me haga volver a sentir esas sensaciones fuertes de pasión, amor y ternura.
—Por supuesto, que la encontrará, no debe ser pesimista, hijo.
—No lo soy, solo he cerrado mi corazón para no sufrir otra vez.
Continúan la conversación y él siente que ha sido bueno sacar a flote y desahogar sus penas.
Más tarde, ellos almuerzan juntos, él está muy alegre y pasan la tarde juntos entre charlas y risas.
Transcurre el tiempo, pero él ya no se siente tan triste.
Tiempo después, se despide de su madre.
Ahora está entusiasmado y piensa en la inauguración que hará próximamente.
Él entra al vehículo mientras los guardaespaldas los escoltan.
Su mente está en otra parte imaginando cómo será su nuevo destino y si realmente es tan bueno como lo muestran en los videos.
