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Llantos De Un Corazón

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Cuevasb09
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Sinopsis

[PRIMER LIBRO] Con toda la locura desenfrenada que puede habitar en un corazon, Cassie ama a Oliver, lo ve como la luz en medio de las más frías y oscuras tiniblas, como aquel que la salvó justo antes de caer en el más profundo abismo, lo ama como un artista puede amar a su más perfecta pintura, pero las circunstancias y las mentiras impedirán que el amor entre ambos florezca como se lo merece, el destino pondrá a prueba la resistencia de su amor, ¿podrá este soportar todas las desgracias que se le avecinan? Una historia no solo de amor, también de tragedia y egoísmo, de traición y vulnerabilidad, de indecisiones y miedo.

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Capítulo 1.

Llantos de un corazón: un amor imposibilitado por los engaños, las circunstancias, el miedo y el mismo destino, ¿será capaz alguna vez de florecer?

Año 2000.

Estados Unidos.

Años atrás.

Sus labios, así como sus manos, temblaban, y no precisamente a causa del miedo, muy contrario a temores, en ella se acumulaba una abrumadora y pesada nube de rabia.

—¡Jamás! ¡Jamás, y no me importa lo que digas, mamá! —chilló Cassie, furibunda. Lágrimas sus ojos abandonaban, manchando sus mejillas, provocando que la piel de aquella zona se pintase de un escandaloso tono rojo. Estaba histérica, todo en su cuarto estaba destruido, con sus propias manos lo había destruido. Libros rotos por la mitad, arrojados en el suelo, tenía sus rodillas heridas, y su cabello aglutinado a su rostro, había sufrido esos ataques antes, pero no como aquel. Pues jamás una noticia la había alterado de aquella manera.

Sentía un nudo de dolor, rabia y tristeza obstruyéndole la respiración. La felicidad la había acompañado todo el día, hasta que su madre había entrado a su habitación a contarle aquello. Sentía como entre gruesas lágrimas su alma se desvanecería.

—No te estamos preguntando, Cassie, te estamos avisando, la decisión está tomada, ni siquiera aunque queramos aquello podemos cambiar —por los delgados labios de su padre salieron aquellas palabras que descontrolaron todavía más a la muchacha, quien presa de un impulso arrojó un recipiente de vidrio al suelo, su padre la sujetó con fuerza del brazo, buscando tranquilizarla.

—¡Suéltame, papá! ¡Jamás me consultaron! —Logró zafarse del agarre y arrojó sus medicamentos al suelo, los pisó, pues sabía la inmensa preocupación que eso causaba en sus padres—. ¿Acaso quieren volverme a ver drogada con esto? —Alzó un frasco, aquellas manos temblorosas delataban su estado frenético—. ¡¿Acaso quieren que todo vuelva a ser como antes?! —Su rostro estaba del todo manchado de rojo, parecía el rostro de alguien a quien el aire lo abandonaba tan rápido que, el asfixie a pocos pasos lo esperaba.

—¡Claro que no, Cassie! ¡Jamás querríamos eso para ti! —habló con desesperación su madre. Cinco suspiros estruendosos se le resbalaron de entre los labios ante la situación en la que se hallaba su hija.

—¡¿Y por qué hacen todo esto?! —preguntó Cassie, desilusión se veía grabada en sus negros ojos, manchados de rojo, un rojo desesperado, un rojo cargado de un inmenso dolor. No les ofreció a sus padres el tiempo de responder cuando se arrojó destrozada en el suelo.

Sabía que tal vez la situación no era tan desgarradora como ella la interpretaba, pero no podía evitar que el dolor la consumiera, su mente la atiborraba de recuerdos, que cada segundo más dolor le causaban, su mente era su peor enemiga en ese momento, aunque solo era necesario ver los antidepresivos esparcidos en el suelo para interpretar que desde hace mucho, su mente había sido su peor enemiga, aquello que la torturaba sin cesar ninguno, su mente, en donde se escondía aquel oscuro monstruo, de pieles negras y ojos planos, que en momentos difíciles, la orillaba al borde de la perdición, aquel monstruo que muchas heridas físicas había dejado en ella, aquel monstruo que creía haber vencido. Y por un tiempo lo hizo, lo venció, con ayuda de algo, pero ahora la querían alejar de aquello que la había salvado de sumergirse por completo en la oscuridad del abismo.

La madre, una mujer robusta, pero preciosa como el cielo en sus mejores momentos, se aproximó a su hija y como quien mira a un alma sin salvación, le echó un vistazo. Lágrimas se deslizaron fuera de los ojos azules de la fémina, las secó de manera rápida y tragó saliva para impedir que más siguieran brotando.

—Mi niña..., debes de decírselo. —Cassie, fuera de sí misma, le propinó a su madre un severo empujón del cual hasta ella misma se sorprendió, debido a que jamás se había imaginado a sí misma agrediendo de manera ninguna a su progenitora. Estaba realmente fuera de sí.

—¡¿Qué me dices?! ¡No le diré nada, porque eso jamás pasará! ¡Tendrás que matarme! ¡Tendrán que matarme!

—¡Hija mía!, es lo que debemos hacer. Es una gran oportunidad, las oportunidades no están para desaprovecharlas... menos en estos tiempos. Si quieres te ayudo a decírselo. Te puedo ayudar en todo, mi amor, pero debes aceptar que esto es muy importante para nosotros...

—¡¿Nosotros?! ¡¿Qué nosotros?! ¡El nosotros no existe desde que papá te descubrió con un amante! —Una bofetada por parte de su padre la arrojó al suelo, el acto tan repentino había dejado sorprendido a todos en aquella habitación, incluido al golpeador, había sido prisionero de un impulso, esas palabras, en él activaron un cumulo bastante doloroso y pesado de recuerdos, su mujer lo miró, espantada por sus actos, jamás, jamás habían agredido a su hija, y menos de una manera tan brusca como aquella, ese bofetón la había arrojado casi de espaldas al suelo.

Cassie sostenía su mejilla mientras observaba con desquicio a su padre, una rabia tan caliente crecía en su pecho que creía que moriría asfixiada por el propio volumen de su odio.

Pero era débil, no era la clase de personas indicada para afrontar situaciones así, lágrimas de nuevo cubrieron su rostro, tan precioso como mirar a un atardecer.

—Es lo mejor para ti, lo que haremos es lo mejor para ti —le dijo su padre, quebrando el silencio tenso que tras el golpe se había generado.

—Lo... mejor para mi es mi felicidad —susurró Cassie, tragando saliva y la aglomeración de gritos que de sus labios lejos querían correr.

—Ya todo está planeado, Cassie. Perdón si no te avisamos esto, pero no creíamos que fuese posible, pero la vida nos sorprendió con este milagro. No se pueden rechazar a los milagros. —La voz de su madre jamás le había parecido tan irritante como en aquel instante. Quería que solo el silencio hiciera presencia.

Tantas cosas para decir en aquel instante tenía Cassie, tantos gritos para soltar, tanto para desahogar, pero ningún sentido tenía hacer nada de aquello, ningún sentido tenía intentar cambiar una decisión como aquella, aunque su corazón el dolor lo partiera en dos, aunque aquella noticia por dentro la hubiese destruido, muy poco era aquello lo que podía hacer.

Tras unos minutos de silencio en los que sus progenitores esperaron de ella otra queja, lo único que hizo Cassie fue pararse, aproximarse a pasos lentos a su padre y susurrarle:

—Jamás... jamás te lo perdonaré por ello..., me van a arruinar la vida.

Luego de eso, otra discusión se desató, pero esta abrumó tanto a la muchacha que no hizo más que encerrarse en el baño de su habitación.

Tras un rato de insistencia para que abriera la puerta, sus padres se rindieron y tomaron la decisión de salir de la recamara de su hija, sabiendo que, la obligarían de la manera que sea a acoplarse a esa decisión que ambos habían tomado.

Mientras, Cassie estaba arrojada en el suelo del baño de su habitación, con lágrimas saliendo de sus ojos y deslizándose en cascadas hasta el suelo.

¿Ahora cómo le contaría a él aquello que sus padres le habían dicho?

No tenía el valor de hacerlo, sabía que ambos saldrían destrozados.

Sabía que su amor saldría herido de la peor forma, y para su desgracia, Cassie tenía demasiada razón. 

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