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Jerarquía del terror

Las puertas del gran complejo imperial se abrieron dando paso a la gran multitud de mujeres jóvenes, bellas y de buena familia que participarían en la selección.

La tensión se sentía en el ambiente, al igual que las miradas de envidia entre ellas.

Ezra Azzar, hija del sayid de la tribu Himyar, paseaba por el jardín imperial junto con su amiga Badar Alid. Ambas habían sido escogidas para presentarse en la selección de concubinas, siguiendo la tradición de muchas generaciones de su tribu.

Ezra miraba desinteresada las flores del inmenso jardín con una sola esperanza: no ser seleccionada. Si entraba a formar parte del harén imperial del rey perdería su libertad y todo contacto con su familia.

Tiempo después todas las jóvenes fueron ordenadas según el rango y mérito familiar.

Ezra veía como las muchachas con alegría y orgullo ocupaban los lugares delanteros, ella con una sonrisa oculta se ubica entre las últimas de la fila. Su familia no era muy influyente.

La sala se fundió en un silencio inquietante y deseosa de saber por qué, asomó la cabeza desde las hileras perfectamente demarcadas. Al final del largo corredor logró ver las figuras entrantes de la emperatriz viuda y la emperatriz regente, más atrás de ellas el emperador entró y se ubicó en su fastuoso trono. Finas capas de seda cubrían parte de sus cuerpos. Todo allí estaba recubierto en oro, no había lugar en ese salón que no brillara, y ni hablar de las emperatrices, sus espléndidas vestimentas estaban llenas de todo tipo de piedras preciosas; alejandritas, zafiros, esmeraldas, y ópalo, aquella visión era simplemente majestuosa, pues el esplendor de todo un imperio estaba representado en sus máximos dirigentes, los presentes en aquella sala.

—Saludos a sus majestades —dicen en una sola voz, dejando el precioso sonido de las voces femeninas en el ambiente.

Casi de manera inmediata un pequeño ejército de criadas entró al salón y tomaron posición al lado de cada doncella. Una vez estas reciben la orden del eunuco jefe empiezan a realizar un examen minucioso de cada mujer. Belleza, dientes, cabello, manos, olor corporal y pureza. Si alguna de estas mujeres no llenaba todas los requisitos le era entregado un obsequio y luego salía del salón. En esa etapa del examen muchas mujeres habían sido eliminadas y para desgraciada de Ezra, ella no había estado entre ellas.

Al final había quedado un selecto grupo, alrededor de 300 mujeres. A partir de ese momento la selección dependía del rey, su madre y la simpatía que sintiese con la mujer. Y por supuesto jugaba un papel muy importante la familia a la que pertenecía la futura esposa.

Ezra vio como sus demás compañeras se presentaban ante el rey, algunas eran seleccionadas en su mayoría por la emperatriz viuda, quien tenía en cuenta la belleza y estatus familiar. El rey declinaba las ofertas si la mujer no era de su agrado. Poco después su amiga Badar se presentó y luego de unos momentos tensos, el rey la seleccionó. El turno ahora era de Ezra y con pasos calmados caminó hasta hacerse visible.

—Saludos a su majestad. Soy Ezra Azzar, hija del sayid Himyar —habló con voz clara

—En esta selección la tribu Himyar ha enviado a dos mujeres. Es la primera vez que esto ocurre, ¿Cuál es la razón?

—Respondiendo a su majestad, agradecemos el cuidado que nos ha brindado. El que se presente a usted dos mujeres es muestra de agradecimiento de nuestro líder.

—Eres una joven elocuente, además de una belleza. Definitivamente harás parte del harén.

Ezra mantuvo la cabeza agachada por unos instantes. Luego consciente del hecho agradeció al rey por algo que ni siquiera había pedido.

Pasado un tiempo, Ezra alzó los ojos a las gradas de la sala y se sorprendió al ver dos mujeres sentadas en ellas. Los vestidos de corte de color amarillo y rojo que portaban ambas esposas eran de suprema calidad y exquisita belleza. Ezra estaba segura que se trataba de las dos esposas secundarias del emperador, el esplendor del imperio también se veía reflejado en aquellas mujeres.

Ezra no alcanzaba a imaginar del poder que podían alcanzar ellas dentro y fuera del harén, aquella entidad era un verdadero campo de batalla dónde solo la más fuerte lograba sobrevivir y alzarse sobre las demás.

La joven concubina regresó la mirada al emperador y descubrió que el hombre todavía la observaba a través del fino velo. Ezra no podía ver el rostro del rey pero las miradas del hombre se clavaron en su piel como dagas afiladas. La mirada del hombre no se despegó de la muchacha y aunque Ezra trataba de verse tranquila, el ligero temblor de sus manos la delataba.

Tal atención por parte del rey hacia Ezra no pasó desapercibida por la emperatriz Khatri, quien con una mueca de fastidio miró a la mujer.

Existía una ley casi innata entre concubinas y esposas: la primera en compartir la habitación del rey después de una selección era su enemiga declarada.

La emperatriz no permitiría que ninguna concubina novata sedujera al rey con medios baratos. Ella como la líder del harén del rey daría a conocer a todas las esposas y concubinas su jerarquía del terror.

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