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Capítulo 3: Registro

—Sí, por supuesto que sí. Estoy muy feliz por todo eso. No he esperado que después tres años comatosa, Umberto todavía me quiere tanto —dijo Yolanda dulcemente.

Sostenida cursimente por la Sra. Santángel, Yolanda vio a Albina palideciendo malévolamente.

—Señora Santángel, esta casa debería ser la matrimonial de Umberto y yo. Pero esta ciega ha vivido aquí tres años. ¡Qué mala suerte!

—Si esta ciega todavía no dejara a Umberto, yo le echaría de aquí —dijo la Sra. Santángel mordazmente y miró a Albina con molestia.

Albina se irguió para no verse humilde.

La Sra. Santángel todavía la desestimó como siempre. Menos mal que se había divorciado y ya no necesitaría aguantar estas palabras groseras.

Solo quería salir de aquí sin querer decir nada. Cuando avanzó unos pasos, de repente Yolanda le empujó y le detuvo.

Como estaba apoyada en la maleta, no se cayó por el empujón.

—¿Qué quieres? Ya estoy de acuerdo con el divorcio y me voy. ¿Qué queréis?

Mirando la cara fina de Albina, a Yolanda le acordó que esta mujer ya llevaba tres años casada y durmiendo con Umberto. Sintió un fuerte rencor.

—Señora Santángel, todavía no hemos examinado la maleta de esta ciega. Cuando se casó, no trajo nada. Ahora se ha divorciado, claro que no puede llevarse nada de aquí.

Yolanda volvió la cabeza a la Sra. Santángel y dijo sonriendo.

—Tienes razón. Hay que registrarla. Todas las cosas son de la Familia Santángel. Quizás esta ciega es ladrona, que se lleva algo de aquí…

la Sra. Santángel miró hacia la maleta de Albina.

—¡No me he llevado nada! —Albina se enojó mucho por las sospechas— Podéis examinar toda mi maleta. Salvo mi ropa, no me he llevado nada.

La Sra. Santángel y Yolanda abrieron la maleta y la examinaron cuidadosamente. Era verdad que, dentro de la maleta, solo había unas ropas pasadas de moda hacía tres años.

—¿Ahora ya me creéis? No me he llevado nada. Antes de irse Umberto, me ha dicho que va a regalarme esta casa, pero yo no la acepto. He prometido que me voy sin llevarme nada de la Familia Santángel, ¡pues lo voy a cumplir!

Albina se puso en cuclillas, para recoger la ropa revuelta por ellas en la maleta.

La Sra. Santángel sintió un poco de vergüenza. Pero al escuchar que Umberto quería darle la casa, le dio celos a Yolanda. La Sra. Santángel le había dicho que Umberto había adornado esta casa para ella, ¿por qué quería dársela a esta ciega?

Pensándolo, Yolanda se enfadó más. Mirando el abrigo grueso cubierto en Albina, se le ocurrió una intriga y dijo algo a la Sra. Santángel al oído.

—Aunque no hay nada en la maleta, quizás has escondido algo en tu cuerpo. Mi hijo siempre es generoso con las mujeres. Seguramente te ha comprado algún tesoro. Albina, quítate la ropa, déjanos registrarte —mirando a Albina, la Sra. Santángel le dijo.

Al escucharla, Albina comenzó a llorar de rabia y también, de pena.

Como era ciega, ¿cada uno podía maltratarla?

A pesar de que quería mucho a Umberto, no permitía que su madre y su ex amante la humillara.

—No, ¡no tenéis derecho a registrarme! —Albina se abrazó, queriendo defender su dignidad.

Pero su comportamiento hizo creer a la Sra. Santángel que había escondido algo dentro de su ropa.

—Apriétala y quítale la ropa. A ver qué ha ocultado en su cuerpo —dijo la Sra. Santángel.

—¡No os me acerquéis! —Albina retrocedió gritando.

Pero como era ciega, no era nada comparable a estas dos personas. La presionaron y le quitaron el abrigo y el jersey. Albina se quedó solo con la ropa interior.

Se vio la piel blanca, donde había huellas frescas, por lo cual todo el mundo entendió qué había pasado.

La casa se quedó en silencio.

Las huellas quedadas por todo el cuerpo indicaban el sexo reciente que tuvieron Umberto y Albina.

Y estas huellas también rompieron la última sensatez de Yolanda. Sus ojos se enrojecieron y empezó a llorar fuertemente después de dar una bofetada a Albina.

—¡Sinvergüenza! Ya estás divorciada, ¿por qué todavía seduces a mi Umberto? ¡Eres una puta! ¡Puta! ¡Al diablo!

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