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Capitulo dos; irresponsable

Demetrio abrió sus ojos de par en par al ver a la mujer frente a él; la sonrisa que llevaba en su rostro se fue convirtiendo en una mueca al darse cuenta de lo fea que era.

—¿Y tú quién eres? —preguntó con una ceja alzada, haciendo que Eva apretara los puños detrás de su espalda—.

—Mucho gusto, señor, mi nombre es Evangelina Anderson, y soy su nueva secretaria ejecutiva —Eva sonrió mostrando sus dientes atados a los alambres de su ortodoncia, mientras Demetrio parpadeó con asombro—.

«Mi abuelo me va a oír» pensó.

—¿Me permite su identificación, por favor? —pidió, aún incrédulo de lo que ocurría—.

Definitivamente los planes de llevar a la mujer a la cama se habían ido a la basura en aquel momento.

Eva abrió su anticuado bolso con nerviosismo bajo la mirada del italiano, que la detallaba de pies a cabeza.

El cuerpo de Evangelina estaba estremecido, el hombre al frente de ella era tan hermoso que causaba que sus piernas temblaran como gelatinas. Con las manos temblorosas le tendió su identificación.

Demetrio la tomó, y pegó un brincó, si la persona que veían sus ojos era fea, imagínese la que estaba en aquella foto para que el italiano hiciera semejante estruendo con su cuerpo.

—Bien, señorita Evangelina —dijo tratando de calmarse, aunque estaba totalmente irritado, molesto, y eufórico. Evangelina mordía su labio y bajaba la mirada, nerviosa—. Tu oficina será la de al lado, ahí tienes los pendientes en la laptop que se te asignó, revísalos y comienza con el trabajo. Tu labor consiste en hacer todo lo que yo necesite, tanto aquí como en cualquier parte donde me encuentre. Además de traer mi almuerzo, mandar a lavar mis trajes a la tintorería cuando sea estrictamente necesario en una emergencia. Y pues, lo demás para qué decírtelo, está todo en tu laptop, este será tu paga.

Demetrio tomó un lapicero y una hoja y anotó la cifra que iba a ganar Eva por su trabajo, ya que a diferencia de todo el personal, él le pagaba a sus secretarias directamente. Y aunque Jenifer ganaba el doble por ser su amante, el sueldo que iba a ganar Eva era muy generoso.

Evangelina tomó el papel en sus manos y sus ojos se abrieron sorprendidos, definitivamente era un muy buen sueldo, el mejor de todos. Sonrió y le agradeció a Laureti que seguía mirándola incrédulo, mientras apretaba su mandíbula aún molesto por su secretaria.

—Bueno, ve a trabajar —le indicó con arrogancia, señalando la puerta a espaldas de su nueva secretaria. Aunque no era un hombre del todo áspero, odiaba la sola idea de que su secretaria no tuviera los estereotipos que él estaba acostumbrado a tener—.

Eva salió casi corriendo. Divisó con la mirada un pequeño cubículo al lado de la gran oficina de su jefe. Era pequeño, pero cómodo. Había una mesa con una laptop y una carpeta con varios papeles amontonados y desorganizados, además de un hermoso sofá para descansar y su propio baño que estaba totalmente desordenado. Parecía que la anterior secretaria era muy desordenada.

Se sentó a tratar de organizar todo, pero en ese momento su mente comenzó a viajar a los azulejos ojos de su jefe. Su mirada, sin ninguna expresión, provocaba que su cuerpo se estremeciera de una manera que jamás había sentido.

«Deja de pensar en tonterías, Eva, has visto a tu jefe, es demasiado bello como para fijarse en ti» resopló con pesadez mientras se grababa aquellas palabras en su mente.

Acomodó sus lentes y se dispuso a organizar la montaña de papeles a su lado. Eva era rápida, la más rápida para organizar, lo fue siempre en clase y lo sería más ahora que tendría una paga decente para sostenerse.

En menos de una hora los archivos estaban acomodados por fecha y organizados por orden alfabético. Los acomodó en una pequeña repisa que tenía al lado izquierdo de su escritorio.

Prendió la laptop que no había encendido y comenzó a leer cuáles eran sus labores. Comprendió el porqué de una remuneración tan buena, parecía que ella iba a ser la sombra del millonario, puesto que tenía que hacer múltiples tareas al día.

Café sin azúcar a las nueve de la mañana, caliente, muy caliente, y que no sea de cafetería. El almuerzo a las doce (solo dieta, y sin gluten) además de organizar reuniones, cancelar las que no serán necesarias o posponer otras, etcétera.

Salió de su oficina no sin antes ordenar el almuerzo de su actual jefe. Como era dieta, Eva pensó que el pescado con ensalada y patatas al vapor sería ideal, y eso fue lo que mandó a preparar para que estuviera listo a las once y cincuenta de la mañana.

Salió de su oficina y se encontró con la recepcionista con la que había hablado cuando llegó. Definitivamente ella no encajaba con el personal, porque la mujer a su vista era hermosa y esbelta, aunque con un escote muy pronunciado para el gusto recatado de ella.

—Hola, disculpa que te moleste, ¿dónde puedo preparar un café? —preguntó amablemente, mirando el enorme escote de la rubia en sus pechos, que parecía que iba a salir de su corcel de color azul rey que lucía esa mañana—.

La mirada de la recepcionista pasó de tranquila a un desagradó total cuando la miró. Sin ningún disimulo movió sus manos con desdén, queriendo indicar que la nueva secretaria estaba ensuciando su preciado escritorio.

—En el piso cien hay una cocina —respondió ella sin siquiera mirarla—.

Eva estaba ya curtida en eso, las burlas y las miradas de las personas a su alrededor eran normales, muy normales. Lo vivió muchas veces en el colegio y pudo soportarlo, y si era necesario lo soportaría toda su vida. Pensaba que las personas que lastimaban y señalaban a otras tarde o temprano se iban a lastimar con la misma daga.

Suspiró, tener que bajar cuarenta pisos para preparar un café era demasiado, pero luego pensó en su paga y tomó el valor para hacerlo.

Apenas llegó al piso cien, lo divisó con claridad. Era hermoso, parecía una cafetería dispuesta para el personal de la empresa. Las mesas de madera fina y los muebles de terciopelo daban la impresión de estar en la sala de una casa. Había varios empleados sentados, unos bebiendo café, y otros platicando de trabajo con laptops y carpetas en sus manos. Eva sintió que estaba viviendo un sueño, el lujo de la empresa era impresionante, había tenido suerte de haber sido contratada, definitivamente.

Caminó a paso lento, queriendo pasar desapercibida por las personas que parecían ángeles en aquel lugar donde ella sencillamente no encajaba. Pero a Eva la vida ese día no quería colocársela nada fácil; mientras se dirigía a una de las puertas del otro extremo donde decía cocina, tropezó con una de las sillas cayendo de bruces al suelo. Provocó que las miradas de los ejecutivos y empleados que estaban absortos en sus labores se voltearan a verla.

Los murmullos de las personas comenzaron a oírse. ¿Quién era esa mujer grotesca? ¿Quién será esa mujer tan de mal gusto? Eran unas de las cosas que las personas comenzaron a murmurar, provocando que Eva sintiera unas profundas ganas de llorar.

—¿Te ayudo? —escuchó la dulce voz de un hombre—.

Al subir la mirada pudo ver de quién se trataba, aunque no lo conocía. La belleza de aquel hombre era casi parecida a la de su jefe, solo con la diferencia de los ojos negros, y la barba bien peinada que traía.

—Gracias —Eva tomó su mano, y comenzó a limpiar su falda en el momento que se colocó de pie—.

—¿Tú debes ser Eva Anderson? —dijo el hombre que la miraba con una sonrisa agradable, o eso pensaba Eva en aquel momento—.

—Sí, mucho gusto, señor…

—Antonio Ferrer, el gerente de la empresa, además del mejor amigo del gruñón de tu jefe —Eva abrió los labios, asombrada, y limpió sus manos con la falda para intentar estrechar la mano del pelinegro que la miraba extrañada—.

—Discúlpeme usted, señor, he estado buscando la cocina para preparar el café del señor Laureti, pero uno aquí en esta empresa tan grande se pierde —explicó rápidamente, acto que le provocó gracia al joven gerente—.

—Ahí, puedes hacer las tareas que te mandó Demetrio —señaló el joven otro cubículo al lado de la cocina dónde decía "sala para secretarias ejecutivas"—.

—Qué tonta —respondió acomodando sus lentes—. Gracias, señor Ferrer.

—De nada, Eva. Y cuando quieras platicar aquí estoy —Eva lo miró incrédula y asintió sin comprender porque un joven tan guapo y de hermosos atributos quería platicar con ella, pero no le tomó importancia y entró a hacer lo suyo—.

«Definitivamente no se escapó nada al diseñador de esta empresa» pensó al notar el hermoso cubículo de color rosa claro. Había una pequeña cocina, cafeteras electrónicas, cantidad de tipos de café, desde gourmet hasta de canela y saborizados.

Tomó un café de empaque normal y lo preparó para salir apresurada de ahí. Pensó en llevar unas galletas y unos que otros panecillos, podría ser que a su jefe le agradaría.

Apenas Eva salió de su oficina, Demetrio corrió con las venas de su frente marcadas. Iba hacia la oficina de su abuelo totalmente molesto. Quedaba en el piso veinte de aquella empresa. Él solo supervisaba el trabajo de su nieto al igual como lo hizo con su padre, buscando que todo marchara impecable en aquella empresa hasta su muerte, ya que aquél hombre propenso a heredar definitivamente le estaba sacando más canas al viejo de las que ya tenía.

—¿Se puede saber por qué esa secretaría, Andrea Laureti? —le preguntó a su abuelo que estaba mirando mediante una pantalla enorme el funcionamiento de las diferentes aplicaciones que manejaba la empresa—.

—Hijo —la voz de un hombre un poco más joven, pero de carácter más egocéntrico se escuchó estruendosamente—.

Demetrio los miró a ambos, parecía que estuvieran conspirando en contra de él.

—Entiende que eres una figura pública, no puedes llevar a la cama a cualquier mujer que se te presente, y menos a tus secretarias. ¿Cuántos años llevas acostándote con Jenny? Más de cuatro años. Lo siento, pero Evangelina se queda y espero que no haya sido por eso que has venido a molestar a mi padre. Además, la chica es inteligente, y más adelante si todo sale como pensamos podría ser una de las ingenierías de la empresa.

Demetrio hizo una mueca con los labios.

«Ingeniera esta» pensó.

—Estoy cansado de que se metan en mis asuntos. Andrea, di algo.

Miró al abuelo que permanecía inmóvil. Haberle permitido tanto a Demetrio cuando era joven lo había convertido en el ser superficial que era, y definitivamente, si quería que la empresa siguiera funcionando como hasta ahora, lo primero era alejar la mayor distracción del joven (las mujeres).

—Bien —salió dando un portazo y regresando a su oficina, le molestaba demasiado tener que verle la cara a Eva en aquel momento, pero parecía que no podría hacer nada por ahora—.

Entró a su oficina totalmente frustrado mientras agarraba su cabeza con molestia, no entendía cómo le afectaba tanto tener que soportar una secretaria fea, pero lo hacía, y mucho.

La voz femenina de una mujer se escuchó del otro lado de la puerta, pero Demetrio estaba tan metido en aquella migraña que había comenzado a aparecer en su cabeza que no escuchó el llamado de Evangelina.

—Señor, le traje su café —Eva asomó la cabeza por la puerta—.

—Deberías tocar, señorita Anderson —dijo con desdén—.

Eva iba a defenderse, pero el hombre no dejó ni siquiera que formulara una palabra.

—No me gusta que entren a mi oficina sin pedir permiso, ¿me oyes? —la miró con molestia—. Puedo estar teniendo sexo aquí y tú puedes interrumpirme —Eva lo miró sorprendida, parecía que estaba escuchando mal o su jefe hablaba de sexo sin ningún pudor en sus palabras—.

—Lo siento, señor, yo…

—Está bien, te disculpo porque es tu primer día de trabajo, pero no lo vuelvas a hacer.

La cara de Eva se desencajó, ¿qué se creía ese imbécil? Ella no iba a disculparse con él, ella iba a decirle que tenía rato llamando en la puerta y él no contestaba.

—Y traes el café que tienes cinco minutos tarde, por favor, más puntualidad —Eva no podía creer lo que escuchaba en ese momento. Además de que él la hizo esperar minutos afuera, comenzaba a hablarle sin compresión, le decía impuntual—.

Acomodó sus lentes y mordió su labio para tratar de apagar las ganas que le daba insultar al dios griego y sexy que tenía enfrente mientras colocaba el café en su escritorio.

Demetrio tomó el café en sus manos mientras miraba a Eva tratando de encontrar algún atractivo además de sus ojos grises que se podían apreciar detrás de sus lentes. No había nada qué mirar, todo estaba tapado por tanta ropa.

—¿No te da calor tanta ropa? —preguntó en el momento que le dio un sorbo al café—.

Eva abrió los ojos de par en par, la intromisión de su jefe la dejó perpleja, ¿cómo se atrevía a hablar de su atuendo sin ninguna vergüenza? Iba a darle un alto cuando de repente el contenido del café fue a parar a la camisa de Eva por medio de la gran escupida que él echó.

—¡Esto está frío, Evangelina Anderson, por favor, trae uno nuevo! —ordenó sin ni siquiera disculparse por manchar la camisa de Eva—.

En ese momento Eva sintió la gran necesidad de mandar a aquel trabajo a la mierda. Miraba a su jefe con ganas de asesinarlo, pero trató de calmarse y de pensar en las enormes cuentas atrasadas que debía pagar, además de los magíster que quería conseguir y la experiencia laboral que le estaba brindando la hermosa empresa.

—Enseguida, señor —dijo con una mueca mientras apretaba sus puños—.

Tomó la taza de café y se dirigió a su oficina. Demetrio jamás había tratado a ninguna sirvienta mal, ¿y cómo? Si a los tres días ya la tenía en la cama, pero Eva era la excepción por ser la causante de arruinar su cometido de lujuria. La pagaba con la pobre muchacha.

Entró en la oficina y quitó su camisa manchada con café, por suerte siempre llevaba un suéter en su cartera. Siempre pensaba que alguna emergencia como esa le podía ocurrir, y efectivamente tenía razón.

—¡Señorita Evangelina! —la puerta que olvidó colocarle seguro se abrió en el preciso momento en que Eva había quitado su camisa—. No traigas el café, organiza las reuniones de la tarde —dijo el hombre sin dejar de mirarla, sus ojos estaban en los enormes pechos apenas cubiertos por un suave brasier de color crema—.

Eva se tapó como pudo, ruborizada, jamás en sus veinticinco años un hombre la había visto casi desnuda.

—Y no esté casi desnuda en su oficina, Evangelina, ¡por dios! —dijo Demetrio percatándose de la piel blanca e impecable de la muchacha—.

Eva asintió con la cabeza, parecía que la respiración había abandonado su sistema.

Se sentó en su escritorio apenas su jefe salió de la oficina mientras trataba de controlar su respiración y su corazón que estaba agitado, como si hubiera corrido un maratón.

«Este hombre es demasiado para ti, Eva, ¿cómo vas a trabajar con él? Es demasiado sexy, arrogante, prepotente, y además es extremadamente bello» pensó mientras colocaba su nueva camisa.

Se sentó en su escritorio y buscó entre los archivos las reuniones para la tarde, y se dio cuenta que todos los archivos estaban mal organizados.

«¡Por dios! ¿Es que la anterior secretaria no trabaja?» se preguntó en voz alta, y parecía cierto, ya que Jenifer se la pasaba teniendo sexo con su jefe en vez de trabajar.

Comenzó a organizar los archivos, tardó más de dos horas haciendo todo aquello. Aunque era rápida, no podía hacer magia ante tanto desastre.

Después de organizar los archivos comenzó a confirmar mediante llamadas las reuniones de la tarde de su jefe, una era con una importante empresa china de teléfonos, y otra era para comprar una aplicación de ciber lectura. Después de confirmar, resopló cansada y se recostó en el asiento, cuando una llamada la sacó de aquellos segundos de descanso.

—¿Sí? —respondió exaltada, parecía que se había quedado dormida unos minutos—.

—Señorita, el almuerzo que mandó a pedir para las once y cincuenta tiene más de una hora listo, ¿lo va a querer? ¿O mandamos a preparar uno nuevo?

Evangelina se levantó apresurada, parecía que había escuchado al diablo hablar al otro lado del teléfono, y aunque por suerte el restaurante donde comía su jefe (que arrogantemente no lo hacía en la cafetería de la empresa) quedaba justo al frente, y lo sabía porque estaba especificado entre las hojas de sus labores, tenía más de una hora retrasada.

—Espérame ahí, señorita. Sí, lo voy a querer, y si puede por favor caliéntelo, gracias —colgó deprisa y salió casi que corriendo de su oficina—.

Las recepcionistas la miraban extrañadas por su comportamiento inusual.

Llegó sudada al restaurante, por suerte ya la chica tenía la bandeja en sus manos bien tapada y caliente.

—Gracias —dijo tomándola en sus manos—.

Le dejó una propina por hacerla esperar. Aunque, según los archivos, el restaurante preparaba la comida de su jefe desde hace años atrás, y todo estaba pago adelantado.

—Señor, ¿puedo entrar? —preguntó impaciente—.

—Adelante —dijo con desdén Demetrio, que parecía querer estallar en rabia—.

—A esta hora no voy a comer, y mucho menos pescado, señorita Anderson —la fulminó con la mirada—. Estuve leyendo su currículum, y además de saber dos idiomas aparte del inglés y español, según lo que leo es muy inteligente, graduada en ingeniería, con la mejor puntuación de la clase, pero ahora veo porqué no había sido contratada en otras empresas, es usted una irresponsable —gritó golpeando la mesa, provocando que los ojos de Eva se abrieran de par en par—.

La frente de Eva botaba sudor gracias al gran esfuerzo que había hecho por buscar el almuerzo de su jefe, ¿y él le pagaba de aquella manera? Definitivamente era un arrogante y desconsiderado.

—Me disculpe usted…

—Eh… —Demetrio la iba a interrumpir pero ella no lo dejó y habló un poco más fuerte—.

—¡Si usted no hubiera tenido una anterior secretaria tan desorganizada, para no decir otra palabra! —caminaba de un lado a otro tocando su frente con frustración— ¡Yo no habría perdido dos horas de mi grandísimo tiempo arreglando el chiquero que tenía en la laptop, y por ende no hubiera llegado tarde a buscar su almuerzo! ¡Y con respecto al pescado, si no fuera tan irresponsable y lo fuera colocado en la lista de alimentos que no puede o no le da la gana a su arrogante estómago comer, no hubiera pasado eso!

Demetrio la miró, perplejo, ninguna mujer en su vida le había hablado de esa manera, ni la más bella, ni siquiera las modelos famosas. Solo ella, su nueva secretaria, que era fea, lo hacía.

Se levantó del asiento, su cabeza en ese momento echaba humo por la impotencia ¿Quién era ella para hablarle así al heredero de la empresa más millonaria del mundo? Caminó a paso lento y se posó en frente de la chica que se estaba arrepintiendo de haberle hablado de esa manera.

—Señorita Anderson —dijo encima de la chica que medía muchísimo menos que él—.

Ella temblaba como ratón con escalofríos, provocando que el instinto de depredador del italiano se encendiera como rayos al sentir como Eva se estremecía debajo de él. Le provocó un deseo extraño, producto de la inocencia que percibían sus fosas como un perro en celo detectando la pureza de su presa.

Se pegó casi que a los labios de Eva que temblaba como gelatina, y le dijo…

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