Prólogo

La lluvia caía sobre Monterrey como un manto gris y pesado, ensordeciendo el ruido de la ciudad. Mariana Ledesma bajó del taxi, sus tacones resonando en el pavimento mojado. Frente a ella se erguía la imponente mansión de los Ledesma, el lugar donde había dejado pedazos de su alma. Pero no había regresado para lamentarse; no esta vez.

Con una carpeta en la mano, sus dedos temblaban, pero no de miedo. Era rabia, pura y dura, la que hervía en su pecho. Dentro de esa carpeta estaban las pruebas que podían derrumbar a los Ledesma y a los Cázares. Documentos que contenían las respuestas a los misterios que la habían perseguido por años. Su madre, su matrimonio, sus hijos: todo había sido una mentira calculada.

—¡Señorita Mariana, no puede entrar! —la detuvo un guardia en la puerta.

—Inténtalo —respondía ella, sus palabras cargadas de una determinación feroz.

Esa noche, Mariana cruzó el umbral de la casa que la había visto crecer como un espectro del pasado. Pero esta vez, no era una huérfana indefensa ni una esposa abandonada. Era una fuerza que nadie podía detener, y estaba dispuesta a arrasar con todo para proteger a lo que más amaba: sus hijos.