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La historia de amor en la Guerra

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Sinopsis

Siempre he visto el mundo en blanco y negro. Hay buenos y malos. La alegría y el dolor. Sin embargo, sentía que vivía constantemente mi vida en el lado oscuro. Había tenido pocas alegrías y algunas me habían sido arrebatadas, dejándome profundas cicatrices. A veces pensé que no podía hacerlo, que debía rendirme y tomar el camino fácil, pero luego me recordé que no podía ser egoísta y que tenía que protegerla. Daniela Moore, edad. Una destacada estudiante de medicina de la Universidad de Harvard que sueña con convertirse en cirujana algún día... si tan solo no tuviera que sobrevivir. Ser admitido con una beca no fue lo mejor dada la presencia masiva de apellidos importantes, y el bullying es un problema cada vez mayor, aunque quizás el mal menor. Debido a las deudas de su padre, se ve obligada a devolver a sus usureros una suma desproporcionada. Tiene dos trabajos, camarera y cantante de piano bar, pasión heredada de su madre. Lamentablemente, sus padres murieron en un accidente y ella fue la única superviviente, junto con su hermana recién nacida, que en ese momento estaba en casa con su abuela. Había estado luchando desde los trece años y tal vez finalmente ese hombre que emanaba peligro de cada parche de piel entintada podría finalmente poner fin a su sufrimiento. Malik Stuart, treinta y dos años. Como un animal si se cría con malicia se vuelve feroz, pero como sus ojos si uno es oscuro, el otro verde da esperanza. Tenerlo en una habitación te hacía parecer insignificante. Tenía demasiada sangre en sus manos para tener sentimientos, pero tenía una obsesión. Esos recuerdos, y luego su voz... Ester Turner, así se llamaba ahora. Después de una vida dedicada a escuchar los deseos de los demás y sufrir por ello. Ella escapa de esa realidad para refugiarse en Nueva York con la única persona que nunca la ha tratado como un objeto, su única abuela. Lista para olvidar, tendrá un año difícil hasta que su camino se encuentre con el de Isaac Miller, un exsoldado dado de baja con honores, pero ¿qué honor hay en ver morir a tus camaradas ante tus ojos? Dos almas negras con un pasado atormentado, sin confianza hacia los demás. Sin embargo, el amor tiene diferentes formas de manifestarse. Le hubiera gustado tenerla en una jaula y escuchar solo el canto de su canario, porque sí, ella era suya y quien hubiera intentado hacerla sufrir distinto a él se habría agregado a la larga lista de nombres que habían visto el el cañón de su arma como último recurso.

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Capítulo 1

El viento cálido acariciaba mi piel, mientras mi mirada permanecía dirigida hacia el atardecer.

Ver esa esfera sumergirse lentamente en el océano, dándole al cielo un arcoíris de colores que van del naranja al morado, anunciando la llegada de la noche, fue un espectáculo que nunca dejaría de mirar o fotografiar.

Con la intención de inmortalizar el momento, lo que habría hecho compañía a sus otros compañeros, me doy cuenta sólo después de que hay una figura encantada como yo en mi fondo.

Un hombre, vestido de negro, con pantalones de vestir y una camisa con las mangas arremangadas dejando al descubierto partes de lo que parece ser un tatuaje importante. Sus hombros son anchos y creo que es más alto que yo, a pesar de que mido seis pies y cuatro o siento que debería levantar la barbilla para mirarlo a los ojos.

Su cabello es negro, corto, pero algunos mechones caen frente a él, escapando del gel que los sujeta detrás.

Sostiene su chaqueta en la mano y miro su cuerpo entrenado.

En la Universidad de Harvard no faltaban niños así, sobre todo si jugaban en el equipo de fútbol, pero él era algo más, parecía tener dolor, a pesar de su postura rígida.

Quería mirarle la cara. Quería esto y casi quería reírme.

Apareció de la nada y logró secuestrarme sin siquiera hablar.

¿Esos pocos chicos con los que había salido alguna vez lograron ponerme en esta situación?

Sus besos eran placenteros, pero se volvían opresivos y el buscar más, no esperar mi momento, siempre los había llevado a distanciarse de mí.

Mentiría si dijera que sufrí. Tengo mayores prioridades en mi vida que cuidar el lado amoroso.

Yo había tomado la foto y él se había girado en el momento del segundo disparo, aunque con la luz detrás, su rostro había quedado ensombrecido. ¿Me estaba mirando?

Podía sentir la vergüenza subiendo desde los dedos de mis pies hasta mis mejillas, pero antes de que me diera cuenta, apareció una alerta de videollamada de Taylor en la pantalla de mi teléfono.

Salvado, me dispuse a responder, caminando sobre la arena para alejarme, aunque tenía la sensación de tener fuego en la espalda.

— Aquí estás por fin, mira a Eleonor. — Sonrío cuando veo a mi hermana pequeña saltar del sofá y correr a buscar el teléfono de Taylor. — ¡ Meeeg! -

- ¿ Cómo estás?, mi amor? — Sonríe, mostrándome sus dientes y la ausencia de un canino. — Estoy esperando al Ratoncito Pérez, he escondido el diente debajo de la almohada, pero lo sujetaré fuerte entre mis manos para poder oírla venir. —  Una pequeña plaga que nunca desaparece. - ¿ En realidad? ¿Y qué harás después de conseguirlo? — Enrosca un mechón de su cabello rubio entre sus dedos y muEster su cabeza de derecha a izquierda. - Es un secreto. — Infle mis mejillas y me río a carcajadas, recargando mi energía. Vivo para esto.

—¿Cómo está la abuela? — Taylor aparece a la vista.

— Fuimos a verla ayer, por ahora su estado es estable, no puedes preocuparte. — Mi vecina, una mujer de cincuenta años, de espeso cabello castaño, mirada color miel y bondad de ángel. Ella cuidaba a Eleonor cuando yo no podía, por trabajo o estudio.

Después de la muerte de mis padres, Nana, mi abuela, se había hecho cargo de nosotros, mientras otros familiares nos miraban como a la peste. Recuerdo cada una de sus miradas en el funeral, mientras yo sostenía en mis brazos a una Eleonor recién nacida llorando sin parar. Mis lágrimas se habían secado ese día y me prometí ser fuerte, no volver a desplomarme de dolor, estar constantemente presente.

Lástima, sin embargo, que un buen día unos usureros se presentaron en la puerta de Nana, diciendo que su hijo les debía doscientos mil dólares, con intereses. El mundo se había derrumbado a mi alrededor otra vez. Nana les había dado todo lo de valor, pero no fue suficiente. La habían golpeado y mi cuerpo había actuado antes que mi mente. Me paré entre ellos y grité que terminaría de pagar la deuda.

Obviamente para ellos era una propuesta ridícula, pensar que entregaría mi cuerpo, pero nunca caería tan bajo.

Yo había empezado con trabajos pequeños y lo que ganaba iba directamente a sus manos.

Mientras tanto tenía que cuidar de Ele y estudiar, porque me había fijado el objetivo de ser cirujana.

Aquella noche de otoño, en aquel coche, arrollado por la tormenta, recordé la sangre, el olor a gasolina y la voz de mi madre. Ella no había muerto instantáneamente, sino que había muerto lentamente ante mis ojos.

Si la ayuda hubiera sido lo primero, ella...

Si alguna vez hubiera estado en peligro otra vez, o si alguien a quien amaba hubiera resultado herido, lo habría salvado.

Ahora había que salvar a Nana.

Cáncer de mama, segunda etapa. Ella tenía la intención de ocultármelo y morir lentamente, la había obligado a hospitalizarse ella misma. Dijo que había vivido lo suficiente y que me dejaría el pequeño apartamento que teníamos en Boston, pero que no estaba dispuesta a perder a nadie más.

Además de los usureros, también tuve que hacer frente a las facturas del hospital. No estaba cubierto por el seguro, que fue la verdadera razón por la que insistió en dejarlo pasar.

- Estoy feliz de escucharlo. — Gracias a esta mujer, mi mente estaba más liviana. — Veo que el clima en Los Ángeles es genial — Gracias a las vacaciones de verano pude escaparme. Los trabajos a tiempo parcial que tenía en Boston, uno como camarera y el otro como cantante en un piano bar en el viejo Louis, un amigo de mi abuela, pagaban bastante bien, pero aquí logré juntar algo extra para unos cuantos meses. Había respondido a un anuncio como limpiadora y por una vez, quiso la suerte, que el cantante estuviera ausente y yo di un paso al frente, haciendo también un doble trabajo en el Hotel de Lujo.

— ¿ Por casualidad regresaron? — Sabes a quién le estoy contando esto.

- Sí. -

Aceptar que mi padre tenía un hábito de juego había sido difícil, y Pit y Bull, los usureros de Will Dorch, el líder de una mala red de juego, siempre me compensaban la deuda.

Ahora que había crecido sentí su mirada viscosa sobre mi cuerpo.

Además de ser alta, debido al constante movimiento tenía un físico bastante delgado, mis senos no sobresalían mucho, pero tampoco pequeños. Cabello castaño largo y ondulado, tez aceitunada y ojos grises. Dijeron que así me costaría menos y estaría más –satisfecha– con mi trabajo. Les dije que se fueran a la mierda, obviamente.

— Les di el dinero que me enviaste, no dijeron nada y se fueron — suspiro

- Si me escucharas Daniela... -

- ¿ Qué? Fui a la policía más de una vez, nadie me escuchó. Pedir dinero al banco es como pedirle a un mudo que hable. Puedo hacerlo. No perderé mi beca, mantendré a Ele, cuidaré de mi abuela y saldaré esta maldita deuda. Créeme, Taylor. —

— Lo he hecho, solo quiero ayudarte más —

— Tú ya haces más de lo que nadie ha hecho por mí y te estaré eternamente agradecido. — Sus ojos están llorosos, pero ciertamente no me rendiré incluso si estoy constantemente nadando contra la corriente.

— Me voy ahora, tengo que ir pronto al piano bar. ¿Eleanor? — Su cabecita aparece en la habitación, sosteniendo en sus brazos el osito de peluche que le compré para su octavo cumpleaños. Cuando estaba fuera de casa, ella siempre dormía con Teddy, aunque ahora tenía diez años.

- ¿Sí? —

— Sé una buena niña, y cuando regrese te traeré un regalo —

Me sonríe. —Te extraño Meg. —

— Y te extraño, más de sus semanas, terminaré aquí, y volveré a ti para llenarte de besos —

— ¿ Muchos, muchos? —

— Infinito. —

— Entonces vuelve pronto — Le envío un beso en la habitación, saludo a Taylor también y la pantalla se vuelve negra.

Respiro profundamente. Cierro los ojos y dejo que el viento acaricie mi rostro, cepillando mi cabello hacia atrás, haciendo que el ligero vestido de algodón que llega hasta mis rodillas se levante ligeramente.

Disfruto de los últimos rayos de sol. Antes de mirar al mar, ignorando la sombra que seguía mis movimientos un poco más lejos, silenciosa como un guepardo esperando a su presa.

— Daniela ¿estás lista? — Cierro mi arete y me levanto de la silla en el pequeño vestidor al lado del bar.

Aliso la tela del vestido negro. Sencillo, pero con la espalda abierta. Mi cabello está peinado de un solo lado y uso maquillaje ligero, lo poco que hago para cubrir los círculos oscuros debajo de mis ojos.

- Llego. —

Cantar era la pasión de mi madre. Ella siempre repetía que era alimento para el alma y le impedía tener malos pensamientos.

Cantó ese día también.

Subo al escenario, bajo la mirada de los presentes. Gente adinerada que busca relajación y ocio. Probablemente su único pensamiento esa mañana fue cómo gastar el dinero. Un amigo mío no era nada hostil con los ricos, pero la mayoría...

— Buenas noches a todos, bienvenidos al Hotel de Lujo. Disfruta del relax, el mar, el sol y un buen cóctel, te recomendamos el de la casa. —

El señor que lo acompaña al piano comienza a mencionar una melodía, seguido del saxo, el bajo y los vocalistas.

Tomo el micrófono, cierro los ojos y dejo escapar mi voz al son de Digo Pequeña oración, de la única Aretha Franklin. A mamá le encantaban sus canciones y las cantaba todo el tiempo.

Sonrío al público que aprecia la elección de la canción y trato de mirarlos, a pesar de los faros. Tener contacto visual era esencial para mí, ya que los ojos eran las ventanas del alma.

Algunos se levantan, los mayores, verdaderos caballeros, para pedir a sus damas un baile lento. El más cercano a mí le susurra algo a su esposa, quien se echa a reír. Mis padres también eran así y tal vez seguirían siendo así.

No me llevaba muy bien con el amor.

Había tenido algunas relaciones, pero terminaron después de dos semanas. El momento de intercambiar algunas efusiones, antes de comprender que no había espacio para ellas en mi vida, o al menos fui yo quien no se las di.

Necesitaba seguridad, alguien que entendiera lo que sentía, que aceptara mi situación, pero los jóvenes hoy en día evitan cargar con esta carga sobre sus hombros.

Canté una y otra vez, hasta que en el mostrador, iluminado por la cálida luz de las lámparas, me pareció vislumbrar una figura familiar.

Sentí su mirada sobre mí, pero la distancia me dificultaba reconocerlo.

La sensación más extraña fue que sentí que mi corazón latía más rápido en mi pecho.

Todo lo que quedaba por ver era si fue por emoción o por miedo.