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Capítulo 2

Los vidrios cerrados del carro y las ardientes caricias que Marcela, le prodigaba, impidieron que el chofer pudiera escuchar aquella advertencia, por lo que el carro continuo avanzando con lentitud, casi a vuelta de rueda. Marcela, había intensificado los movimientos de su mano y el taxista volteó varias veces para poder besarla.

—Pon atención al volante o vamos a chocar… y no quiero quedarme con ganas por segunda vez esta noche —dijo ella cachonda­mente, sin dejar de acariciarlo.

—No te preocupes, por aquí no hay contra que chocar, además me tienes bien caliente, siento que ya me voy a venir en cualquier momento.

—No te la jales… tienes que aguantar más, yo también estoy caliente y quiero disfrutar de ese chile sabroso que me encendió las hormonas.

—Lo imagino, sólo que, me la agarras tan sabroso que, oh, rico.

Mientras tanto, los vigilantes veían que el auto seguía avanzan­do; notando que entraba a la zona prohibida y rebasándola, temieron un intento de fuga, así que ya no lo dudaron, tomaron sus armas con determinación y las prepa­ra­ron.

—Vienen a apoyar alguna fuga, así que dispárales antes de que nos la vayan a partir a nosotros… más vale jalarle y después averiguar, a que nos entierren a nosotros.

—Sí, pinches monos, aunque, no nos van a agarrar de sorpresa, no somos ningunos pendejos que vamos a caer en sus trampas. Rómpeselas y a ver que sale después.

Las metralletas vomitaron sus mortales balas, atravesando el aire, rompiendo vidrios y cruzando la lámina del carro, los cuerpos de Marcela y el taxista, también fueron impactados por aquellas balas letales, muriendo antes de que pudieran saber lo que estaba suce­diendo, sin que tuvieran tiempo de nada.

El ir entregados a la pasión del momento y con las ventanas cerradas, les impidió atender las amenazas que les lanzaron y ahora estaban pagando muy caro su imprudencia.

Sangrantes y sin vida quedaron desmadeja­dos sobre los asien­tos. el vehículo se estrelló contra el muro, después un silencio de muerte invadió el lugar.

Una semana después de aquel suceso, en una oficina de la Jefatura de la policía Federal, el capitán Javier Morales, hablaba con uno de sus hombres, el teniente Rafael Méndez, quién se veía molesto y mal humorado al presentarse ante su superior.

Con su uno setenta de estatura y sus sesenta y cinco kilos de peso, se paseaba nervioso, sus facciones toscas y varoniles mostraban un gesto duro, mientras observaba a su superior contestar la llamada telefónica que había recibido en ese momento. El capitán colgó el aparato y Rafael aprovecho para hablarle molestó:

—Puedo saber para qué demonios me hizo venir, ahora que ya estaba a punto de salir de vacaciones y no pensaba regresar hasta dentro de...

—Siéntate y cállate, necesito que me escuches un momento. Tenemos un asunto difícil y peligroso y tú eres el indicado para entrarle —dijo el capitán con un tono muy serio.

—¿Sí…? Pues, lo siento mucho, de verdad, yo tengo planes maravillosos para mis vacacio­nes, así que, con su permiso, me voy y no pienso volver hasta dentro de…

—Perfecto, si tienes miedo de entrarle a asunto que implica peligro y que está hecho sólo para hombre muy cabrones, entonces, márchate, ya me lo esperaba.

—Yo no le temo a nada… donde me la pintan brinco y lo sabe… ya que como dicen por ahí: “No temas, que sólo Judas, temió” —gritó Rafael regresando sobre sus pa­sos— ¿De qué se trata la bronca ahora? Dígamelo de una buena vez.

—No me eches albures, cabrón… verás… hace unos días, acribillaron a un taxista y a una mujer en la parte trasera del Reclusorio, ella había ido a la visita conyugal, aunque no logró ingresar ya que su viejo estaba castigado por haberse metido en una riña.

La mujer, al parecer se entendió con el chofer y se fueron a parchar a la parte trasera del Reclusorio, los guardias los vieron y al cruzar la zona prohibida les avisaron por los alta voces, no les hicieron caso y entonces dispararon sobre de ellos matándolos.

Hasta ahí todo hubiera estado normal, y sin complicaciones, la bronca fue que cuando llegaron al legista, el forense al revisarla, se encontró con que, ella llevaba en su espalda cocaína, y otra droga, bien escondidas, además su pase a la visita conyugal era falso, por lo que fuimos a interrogar al supuesto esposo, al reo que no pudo ver por encontrarse en la celda de castigo, y lo encontramos colgado de las rejas de la celda de su dormitorio.

Un aparente suicidio, que es como se catalogó, así que investigamos y su verdadera esposa no aparece, es como si se la hubiera tragado la tierra, ya que nadie sabe de ella y no la han visto desde el día que ejecutaron al taxista y a la mujer.

Todo esto es un lio, datos que no nos llevan a ninguna parte, esposas que no lo son, reos que se suicidan, mujeres que desaparecen de manera inexplicable.

Por eso decidimos realizar una investigación desde adentro del penal, queremos saber cómo se hace el tráfico de drogas, quiénes son los que lo dirigen, y sobre todo el tráfico por medio de las visitas conyugales que parece ser el punto clave de todo esto.

—La bronca no es, cómo entraría al reclusorio, la bronca sería, ¿Cómo tendría visita conyugal? Si yo no soy casado —dijo Rafael serio e interesado en el asunto.

—Iras como procesado por asalto bancario es una buena tapadera, por otro lado, ya te tengo un matrimonio arreglado. Así que la buena noticia es que estás casado desde hace tres años con la oficial Martí —respondió el capitán a su elemento viéndolo con atención.

—¿Y la mala noticia?

—Es que todo está bien registrado en tus antecedentes, incluida tu esposa…

—¿Esposa yo? Ni lo piense, además no se con qué clase de esper­pento me quiera unir, en definitiva, me niego a ese plan, tendremos que pensar en otra cosa que nos pueda servir para infiltrarme entre esas lacras… Ya me imagino la tarántula que va a fungir como mi espo­sa… ni de fingido lo aceptó —protesto Rafael con verdadero ímpetu.

—Pase por favor oficial —gritó el capitán sin responderle.

La puerta del privado se abrió dando paso a una preciosa mujer que sonreía con coquetería. Era como de uno sesenta y cinco, morena, espalda estrecha, cintura dibujada y pechos abundantes, con unas caderas anchas y carnosas, así como piernas esbeltas y muy bien torneadas, en conjunto se veía muy sensual y atractiva.

Sin contar con esa carita de muñeca que tenía, ojos grandes y expresivos, boca de tamaño regular con los labios carnosos, como invitando a un beso, nariz respingada, piel clara y una sonrisa coqueta y segura que cautivaba.

—Ella es tu esposa, la oficial, Sandy Martí —señaló el capitán al verla.

—Mucho gusto teniente —dijo la mujer con una voz dulce y sensual.

Rafael, le respondió y la examino de pies a cabeza, ella sonrío con cierta burla, y cuando él terminó de recorrerla con la mirada, le dijo pícaramente y viéndolo a los ojos;

—¿Y qué clase de tarántula soy?

—Una muy especial que me gustaría…

—Trabajaran solos a partir de este momento —dijo el capitán de pronto antes de que Rafael pudiera terminar de responderle a la mujer— Deben tener mucho cuidado, nadie estará enterado de la misión, cualquier error puede costarles la vida.

Están de incognito y no lo saben las policías locales, ni las autoridades penitenciales están informadas del operativo que vamos a llevar a cabo, por lo que no tienen apoyo en el campo, aunque ya saben la forma de solicitarlo en caso de urgencia.

—Enterado señor, no hay porque preocuparse, sabemos los riesgos

—Méndez teniente, hasta la visita conyugal —se despidió ella.

—Házmela buena muñeca.

Horas más tarde, encerrado en una celda esperando que lo enviaran al reclusorio, el federal recordaba a detalle, la misión que recién había completado para su jefe, misma que le había llevado un buen tiempo concluir y tras la cual, le esperaban unas semanas de vacaciones.

Recordaba a la perfección, aquel momento tan especial en el que dio inicio el principio del fin, en una historia en la que nunca se esperó el final que se le presentó, no obstante, logró su cometido y las cosas salieron a pedir de boca.

Todo había comenzado varias semanas antes de que él se viera involucrado, en una lujosa residencia de un conocido traficante, sobre el que no tenían pruebas incriminatorias y que manejaba a mucha gente como le convenía.

—Quiero sentirte, a plenitud… piel con piel sudor con sudor, gozar de tu miembro, de tu aliento, de todo lo que tienes para darme hasta que me vuelvas loca de placer, llevándome de orgasmo en orgasmo sin control alguno, que me claves toda tu pinga endurecida, ¡ya…! pronto —dijo con voz anhelante y sofocada, Leonor, apresurando a su hombre para que se la ensartara ya y la hiciera gozar tanto como lo estaba deseando.

—¡No…! No… aún no, antes quiero disfrutar del rico sabor de tu sabrosa panocha, gozar con tu rica miel, jalarte los pelitos de la verija con mis labios —respondió con firmeza David Ortigoza —Anhelo mamártelo mientras tú me chupas la verga que tanto te gusta... ¿Qué te parece mi plan? Mi cachonda mujercita.

—Como tú lo quieras, mi rey, soy toda tuya.

Los dos estaban desnudos por completo, recostados en la grande, amplia y confortable cama, de la recámara de ella, se encontraban frente a frente besándose y acariciándose, los dos lucían sus bien formados cuerpos llenos de sensualidad y erotismo.

Leonor era una típica belleza norteña, de alguna parte de Sinaloa, mientras que David, apuesto, varonil y seductor, atlético y facciones agradables, sus cuerpos no contrastaban en nada, ambos eran estéticos y atractivos.

Él había recorrido con sus manos aquel cuerpo monumental y con verdadera experiencia recorrió los grandes y firmes senos duros y redondos, y mientras sus manos apretaban, masajeaban y acariciaban las sabrosas, firmes y redondeadas nalgas de ella, su boca había lamido, chupeteando, succionando y mamando los grandes hemisferios de carne que sobresalían en el pecho de ella y que lo enloquecían.

Eso fue lo que desato la lujuria en el cuerpo de la hermosa mujer, su pucha estaba anhelante de una buena y dura pinga, aunque esperaba hasta que él quisiera clavársela, sabía que tenía que darle tiempo, que después, todo sería excitante y delicioso como siempre.

Con pasión delirante, Leonor, no se portaba mezquina, no se conformaba con recibir y permanecer impasible, no, todo lo contrario, correspondía a los besos y a las caricias con toda la intensidad de su ser, con todo el ardor de su pasión, de ese fuego que la calcinaba.

Y cuando él le mamaba los pechos, ella enredaba sus dedos en la blonda cabellera rizada del hombre, al tiempo que su diestra iba en busca de aquel trozo duro, de carne palpitante y ardiente, que como un potente mástil se levantaba entre las piernas del macho.

Fue entonces cuando ya no pudo más y volvió a pedirle que se montara sobre de ella y se la clavara toda, que la penetrara con fuerza y lujuria, aunque su garrote le destrozara la matriz y los ovarios, nada importaba sino el sentirlo muy dentro de ella, entrando y saliendo de esa forma tan maravillosa y excitante que sólo él, sabía emplear.

David, se dio una vuelta en la cama, recostado sobre un lado, con toda su experiencia, clavó su cabeza entre las hermosas y bien torneadas piernas de Leonor. Con sus labios busco el tupido triángulo de pelos rizados que cubría la pucha de ella, al tiempo que empujaba un poco su cadera para que su mazacuata quedara justo en el rostro de la ardiente mujer.

La norteña, al sentir que la lengua de su macho penetraba entre sus labios mayores y buscaba el endurecido clítoris, no pudo contenerse y con su delicada mano sujeto el potente tolete, el cual llevo hasta su boca y con la punta de la lengua comenzó a recorrerlo llenándose de placer y anhelo, con la enrojecida cabezota recorrió sus labios de lado a lado como si los estuviera dibujando con ese potente plumón de carne dura y palpitante.

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