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2. EL INFIERNO

GUY

Ese día llegué presintiendo que algo grande iba a pasar. Lo que me encontré, no coincidía con lo que tenía en mente, me removí incómodo en el asiento trasero de cuero.

El chofer estacionó el Rolls Royce negro cerca del restaurante. Recibí una llamada de mi asistente. Debía esperar unos minutos o buscar un plan alterno para entrar sin ser visto.

—Llegó la señorita Healey —me dijo el chofer adivinando lo que sucedía y es que mi expresión no podía ocultar lo desagradable que me parecía su presencia.

Siempre que veía a Kris era seguro que la mujerzuela de Barbara Healey aparecería de un momento a otro. Esa rubia idiota, que dice ser su mejor amiga, me resulta simplemente detestable. Es una zorra de lo más bajo.

Y no me equivoqué, allí estaba la miserable mujer afuera del restaurante. Con su falsa cabellera rubia, ondeando ante las miradas débiles y depravadas de los que se hipnotizaban con el contoneo exagerado de su vulgar cuerpo prefabricado.

Llevaba puesto un micro vestido que mostraba las largas y trabajadas piernas de gimnasio, la blusa de tirantes delgados y unos zapatos con tacones de aguja. Toda de rosa, como si fuera una inocente princesa. Si supieran la bazofia humana que era.

Seguí esperando en el auto a que se fuera. No quería encontrármela y soportar sus asquerosos intentos de seducción. ¿Quién le dijo a Barbara Healey que me interesa acostarme con una prostituta como ella? ¿Acaso no sabe la clase de hombre que soy? Estúpida zorra.

No debería expresarme así de ella, por el simple hecho de ser mujer, pero es la causa de que mi hermana esté casada con ese loco depravado de Ben Hamilton.

—Va a ser mejor que te vayas —le dije a Arnold.

El hombre de cincuenta y un años era, además de mi chofer, mi guardaespaldas. Sabía muy bien la relación desprecio-acoso que tengo con Barbara.

—¿Por qué no se deshace de ella de una vez, señor?

Lo miré por el retrovisor y mi expresión logró inquietarlo.

—No creas que no lo he pensado. Estoy más que tentado.

Logré sacarle una discreta sonrisa maliciosa.

—Usted diga y yo obedezco.

Miré en dirección del restaurante y levanté la barbilla.

—Con ella no sería la primera vez que me haga cargo de una situación así.

Eso Arnold lo sabía muy bien, pues en su momento fue participe de ello.

Soy un hombre de treinta y seis años, soltero y hasta el día de hoy nadie ha logrado manchar mi reputación. Ni siquiera esa mujer, que desde que la conocí en una de esas extrañas reuniones a las que Kris va con su asqueroso marido. Se obsesionó conmigo por el simple hecho de decir que no a sus insinuaciones sexuales.

Suelto un suspiro con enfado. No voy a esconderme de ella para siempre.

Barbara mira su reloj, de repente parece darse por vencida. Se va caminando por la acera y por fin me relajo.

—Lleguemos a nuestro destino —le digo a Arnold y echa a andar el auto—. Voy a caminar para darle tiempo a marcharse.

Tengo un restaurante en cinco de las ciudades más importantes de Estados Unidos, y próximamente abriré otro en Miami.

La cocina fue siempre mi pasión y no es que me dedique a ella, sino que me agrada la idea de ir a un lugar magnífico y que los asistentes queden satisfechos con el ambiente, sobre todo con la comida.

De mi profesión, he decidido dejar de lado esa parte para tomar un año sabático.

Con esa actividad, descubrí que la belleza externa no es importante. No fue gracias a las mujeres y hombres que pasaron por mi consultorio, buscando la felicidad en un cambio aparente.

Es un día frío. Bajo del coche y camino unos pasos hacia El Infierno.

Arreglo mi gabardina gris que guarda debajo un traje de corte italiano y dirijo mis pasos con cautela.

Dejaré de lado el desagradable momento. Ahora lo único que espero es que Barbara no haya seguido molestando a mi secretario, el ingenuo de Marty.

Es joven, tiene veintidós años, es brillante y pronto lo convertiré en gerente de este restaurante, cuando me vaya a Miami. Sin embargo, que le guste una mujer como ella me preocupa. Podría perderlo en su mundo.

Es un buen chico, no quisiera verlo devastado cuando ella lo deje... cuando deje de buscarme.

Barbara debió estar muy ocupada manoseando a Marty, en mi ausencia, por algo se marchó al ver que no llegaba.

Es mediodía, nunca había llegado tan tarde. Por lo general, estoy desde las diez cuando se abren las puertas.

Estoy a unos metros de llegar a la entrada, cuando mis ojos ven a Kris bajando de su auto con una mujer de estatura pequeña. Es una criatura muy peculiar que atrae las miradas, sin que sea su intención.

A diferencia de Barbara, quienes la miran lo hacen con curiosidad, con simpatía. Es una monja cuyo habito negro y cofia blanca bajo un velo oscuro descubre apenas la cara de la mujer que se oculta bajo todas esas capas de ropa.

—Te voy a matar Kris —musito haciendo un enorme esfuerzo para mantener el control sobre mis emociones.

No soy expresivo, por lo general; sin embargo, hay situaciones como ésta en las que definitivamente la vida me pone a prueba. Allí está mi presentimiento cumplido. Tal vez sea más de lo que puedo manejar.

La religiosa baja con una pequeña maleta que se cuelga al hombro. ¿Qué hace con una maleta? ¿¡Qué hace en San Francisco!? Y lo más importante ¿¡Qué demonios hace cerca de mí!?

Trago saliva con dificultad, me aclaro la garganta. De manera nerviosa paso una mano por mi boca y barbilla. Me doy cuenta con ello de que estoy poniéndome ansioso.

—Me encanta ver que sigues siendo humano —dice Kris divertida, cuando nos encontramos. Para entonces ya me quité la gabardina y estamos sentados en la barra del bar.

De reojo miro a la monja. Se ve incómoda. Es obvio que no está acostumbrada a lugares como éste. Veo su rostro cuando el mesero se acerca y le da la carta. Parece desorientada.

Una punzada en mi lado izquierdo del pecho me inquieta y quisiera...

—¿Y tenías que traerla aquí? —interrumpo mis pensamientos de manera abrupta.

Kris se ríe por lo bajo.

—Tengo que salir de viaje. Así que a partir de... —toma mi muñeca y ve la hora en el Rolex de oro— quince minutos, serás responsable de ella.

La miro fijamente, con asombro, luego con rabia contenida. ¿Rabia o es algo más?

—¡Eres una...!

—Hermana que te adora —ataca al ver que no tengo palabras— y a la cual amas con todo tu ser.

Miro a la castaña cuyo hermoso rostro colmado de afecto me rebasa. Tiene razón, es mi hermana menor y la amo. Haría cualquier cosa por ella.

—No juegues a ser Dios, Kristin —le advierto serio. No puedo mostrar debilidad ante ella, ante nadie.

Toma mi mano, me mira fijo y voltea sobre su hombro.

—No aspiro a tanto —me mira nuevamente—, quizás es tu destino y el de ella.

Miro a la religiosa. Sigue mirando alrededor con curiosidad. Es como una niña. No luce relajada. Seguramente está preocupada por su madre. Ya Kris me puso al tanto de lo sucedido. No me había enterado, en un intento de dejar esa fijación que me hace estar presente en su vida a cada instante.

Un mesero llega con su pedido y ella abre boca con sorpresa. Es tan infantil, tan... Se muerde los labios de repente. ¡Diablos, qué tormento!

Mira los cubiertos con desconocimiento, no tiene la menor idea de qué hacer. Tiene hambre. Vuelve a jugar con sus labios, de repente se queda pensando.

—Es hermosa ¿verdad? No te morirás si la miras un poco de cerca o te acercas a conocerla, por fin.

La voz de mi hermana me regresa a la realidad. Por enésima vez se burla de mí, de mi debilidad.

—Será mejor que le busques alojamiento —señalo mirando el bar—. Ni se te ocurra llevarla a tu casa.

Kris se ríe abiertamente.

—Eso, sería un sacrilegio, hermano.

—Ni quiero que le hables al imbécil de tu marido de ella.

Kris recobra la seriedad al escuchar lo que ya sabe, que detesto a su esposo.

—No hables así de Ben —reclama sin fuerza.

—No quiero que se le ocurra mirarla.

—No lo hará, lo que pasó con Belle es asunto nuestro y ella tiene la suficiente edad para saber diferenciar lo bueno de lo malo.

—Belle aún es una niña. No sé cómo es que ese degenerado tiene la custodia.

—Esa niña tiene dieciocho años y te aseguro que también más experiencia sexual que ella —señala a Lucy y siento que mi sangre hierve al imaginar que alguien pudiera lastimarla como sucedió con la adolescente.

—Vete al infierno —le reclamo molesto entre dientes.

—¿Yo? —sonríe sarcástica—. No, Guy querido, tú eres el que se va a ir al infierno —sonríe ahora con malicia, levantándose de la barra—. Irás con ella y la cuidarás tanto como lo has hecho desde hace ocho años. Ahora tengo que irme.

Su anuncio me pone tenso. Su sonrisa no la comprendo. Me siento aturdido. Nos levantamos para despedirnos.

—Suerte en tu cita —le digo.

—Te quiero.

—Yo también.

Me besa la mejilla y le correspondo. Se retira a la mesa donde esta ella. Ella y su atuendo que le grita al mundo qué elección ha tomado. Contengo el aliento. En un año más estará comprometida de por vida con alguien contra quien no se puede competir.

La veo pasar un bocado y exclama algo que me hace cerrar los ojos un instante.

—Mmm... —murmura—. ¡Esto es delicioso! —fantaseo con esa frase y mil imágenes de alto contenido erótico que he tenido antes con ella me bombardean la cabeza.

Aprieto los puños. Su voz es tan hermosa, tan dulce, que debo hacer un enorme esfuerzo para no ir de inmediato hasta ella, después de que Kris se ha ido.

Respiro profundo. Estoy hablando con el bar tender, luego saludo a unos clientes del restaurante. De reojo la veo y es justo en el momento en que su lengua rosada se pasea por esos labios tan delicadamente perfectos que tiene. ¡Demonios! gruño para mis adentros, daría lo que fuera por ser esa copa que ahora acerca a su boca.

La miro de lleno, sumamente interesado en sus movimientos y enrojece.

De pronto estoy consciente de algo que despierta mis sentidos: Me ha estado observado ¿Por qué lo hace? ¿Por qué me mira con tanto interés?

Mis ojos se clavan en los suyos y así se quedan un instante. El tiempo se detiene. En ese corto lapso puedo recorrer una tersa y delicada piel que nadie ha tocado jamás. Una piel virgen, inmaculada, inocente en su más pura expresión.

Oh Lucy, gimo en mi cabeza y devoro sus rasgos una vez más. Tiene un pequeño lunar bajo el labio inferior derecho que me está volviendo loco. Es tan hermosa mi pequeña, tan bella, tan pura. No hay otra palabra que la describa mejor.

Es un pecado, como dijo Kris, que esté entre nosotros. Este mundo no merece criaturas como ella, me lamento.

Lucy, mi ángel, mi deseo prohibido. Dejo de mirarla cuando las personas con las que estoy me hablan y en ese segundo, la escucho toser. Volteo rápidamente hacia ella que se ha levantado con cara de susto, poniéndose roja. ¡Se está ahogando! No lo pienso dos veces y sin despedirme de los comensales voy hasta ella que vuelve a sentarse con una tos desesperada. La gente se le acerca pero nadie realmente la ayuda.

Me abro paso entre ellos y de inmediato, como imanes, como tantas veces lo soñé, mis brazos por fin entran en contacto con su cuerpo. Al tenerla pegada a mi pecho con su humanidad sacudiéndose, aspiro de golpe el aroma de su esencia. Quedo impactado por su perfume tan único. Mi mano busca la curva que hay en su cintura y ella se incorpora con mi ayuda para intentar respirar con calma. Su pequeña mano se aferra a mi brazo y yo toco el cielo, luego caigo brutalmente al infierno. No debo pensar con el instinto, debo ayudarla. Estoy para ayudarla.

Sus ojitos llorosos logran verme. Son tan lindos, tan limpios. Se ve tan indefensa que dan ganas de llevarla a algún lugar donde nadie más que yo pueda verla.

Es aún más hermosa, así de cerca. Sin maquillaje, sin máscaras. Lucy es el ver cielo, en mis brazos.

—Tranquila hermana, déjeme ayudarla.

Su boca está tan cerca.

—Ya... ya estoy bien... —me dice con dificultad.

—Vamos a otro lugar —le pido palpando su cuerpo a pesar de las capas de ropa. Es suave, como una muñequita a la que podría manejar a mi antojo... si fuera un miserable como Ben.

Me mira sin saber que decir.

—Pero...

—Venga conmigo —le pido lo más suave que puedo, clavando mis ojos en los suyos. Sin embargo esas palabras salen más que como una petición, suenan a una orden.

—Es que... —creo que la asusté, descubro rápidamente.

—Venga conmigo —insisto, suavizando de alguna manera, si es que se puede suavizar mi gesto, de tal manera que no delate mis morbosos pensamientos.

Se moja los labios que se han resecado con el susto y mis ojos siguen ese vaivén hipnótico. Se ruboriza apenada ¿de qué? Me pregunto y siento que su cuerpo empieza a temblar. Mi reacción es de preocupación. No quiero que me vea como una amenaza.

—Tengo que ir con mi madre —me dice ingenuamente y escucho sus tripas gruñir. Tiene hambre.

—Vamos a mi oficina —digo soltando suavemente su cuerpo. El mío me reprocha que la deje.

—Usted... —su voz tiembla mientras se alisa el hábito que ahora luce húmedo y ligeramente desordenado.

—Me llamo Guy —murmuro con voz grave, no puedo evitar sentirme excitado. Estoy muy excitado—. Guy Richards —me presento.

—¿Guy Richards?

—Si... —mis ojos se pasean por su rostro, me detengo en su boca. Qué hermosa boca tiene. Jamás había deseado unos labios así. Sería delicioso sentirme acariciado por ellos.

La angustia en sus ojos con tonalidades verdes y azules me despiertan de mi perturbadora fantasía erótica. Mi cuerpo entra en rigor de inmediato.

Tranquilo Guy, me reprocho. Me enderezo ajustando el último botón del saco y entonces estoy consciente de lo pequeña que realmente es.

—A partir de este momento yo me haré cargo de usted —le digo entrando en consciencia de que mi hermanita se quitó el compromiso de atenderla mientras visita a su madre enferma.

Lucy frunce el ceño al mirarme. No tiene la menor idea de por qué le dije, lo que iba a hacer.

Solo extiendo mi mano para tomar la suya. Por la diferencia de estaturas tomo su muñeca y deslizo mis dedos, disfrutando el recorrido de su piel hasta sus dedos.

—¿Hermana...? —musito y ella se sorprende soltando un gemido ahogado con nerviosismo al escuchar mi voz —¿Vamos?

¿Por qué se sobresalta? ¿Acaso le doy miedo?

—Usted es Guy Richards ¿Usted y la señora Kris...?

—Somos hermanos —respondo—. Kris me pidió que la atendiera en su ausencia.

De repente la angelical criatura cambia radicalmente su expresión. Mis ojos contemplan el milagro. ¿Por qué me hace esto? ¿Acaso Dios o el diablo la enviaron para atormentarme? No sé cuánto más seré capaz de soportar.

Ella sonríe tímida y nerviosa consiguiendo que el mundo deje de existir para mí.

—Hola, señor Richards —dice con su voz angelical—. Soy Lucy... Lucybell Collins.

Bajo la mirada hacia su mano. Soy testigo de cómo mi mano grande luce aún más inmensa al tomar la suya.

Su cálida palma roza la mía y una corriente eléctrica me sacude hasta lo más íntimo. Mi sexo despierta con ferocidad. Es casi orgásmico tocarla. Envuelvo sus dedos con los míos. Acaricio con sutileza su piel.

—Es un placer conocerla hermana. Por fin.

Mi ángel me mira desconcertada.

—¿La señora Kris le habló de mí?

—No sabe cuánto.

—Señor Richards... —murmura e intenta soltarse, la retengo, luego la dejo ir como una caricia.

—Llámeme Guy, solo Guy.

Nuevamente se nota inquieta. Entreabre los labios y me atrapa con una facilidad pavorosa. ¡Maldita sea mi suerte! Mi autocontrol está a prueba con esta criatura de hábito ¡Estoy perdido!

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