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LA MINISTRA QUE PERDIÓ SU VESTIDO

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Geovanny
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Sinopsis

La Ministra Que Perdió Su Vestido Gracias a la buena fama del partido del Camino Verdadero a cargo del señor Süleyman Demirel, Asuman una persona carismática de 28 años se convierte en la primera mujer en ejercer un puesto político en Turquía. Posteriormente, la ahora ministra Asuman F. quien además mantiene una relación secreta con otra mujer crea un proyecto que pretende ayudar al pueblo kurdo (perteneciente a la fracción del territorio turco) a mejorar su calidad de vida, mediante la instauración de derechos e igualdad, derecho a la salud, educación etc., lo que necesita para su aprobación y posterior aplicación es el apoyo de la cámara de diputados y ministros. El estado turco al igual que países como Irak, Irán, Siria y en menor proporción Armenia, se han visto en conflictos territoriales intensificados desde finales de la Segunda Guerra Mundial con la etnia Kurda compuesta por alrededor de 30’000.000 de habitantes. Con el permiso del señor Demirell que le ha cedido autoridad igual a la suya realiza una reunión donde explicará el proceder de su plan y como este ayudará a mejorar la calidad de vida de los kurdos y los mismos turcos y asimismo obtendrá la paz definitiva en su país. Su coraje la llevará a sobrepasar las barreras a las que se encuentran sometidas las mujeres en Medio Oriente y enfrentar a una cámara política que no tiene interés en apoyarla. No obstante, mientras se encuentra en frente de todos los presentes exponiendo su idea sucede un acontecimiento que trae para ella consecuencias desastrosas. Esta obra de carácter social-contemporáneo describe las acciones desde el día anterior al accidente y además relata hechos históricos que han sido causa de los enfrentamientos entre turcos y kurdos, además que devela hechos sociales, políticos y de género, que han marcado a la mujer en Medio Oriente.

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PREFACIO LA MINISTRA QUE PERDIÓ SU VESTIDO

PREFACIO

La noche en que el Partido del Camino Verdadero consiguió el triunfo, la señorita Asuman se dio cuenta de que la oportunidad de acabar con los conflictos nacionales estaba en sus manos (los hombres pensaron que era mejor quemarla o darle una muerte pronta). Comprendió que era verdad lo que había escuchado de su madre: Hija, no dudes que vivir en un país tan violento sin sufrir ningún rasguño es signo de que te espera alegría o una gran responsabilidad. Al igual que todas las mañanas ese día, la señorita se había levantado de excelente humor, aunque sin más anhelo que encarar aquello que se le suscitara. Generosa, compasiva, decente, humilde, hermosa, empática, joven, etc. eran pocas de las diversas virtudes y cualidades que se le podían ajustar a prisa la ministra en un sitio tan riesgoso.

El Presidente y sus compañeros después de asegurarse del triunfo, no fueron indiferentes sino generosos, la rodearon y cada uno con sus particulares expresiones le entregaron su mano o su palabra en señal de confianza y bienvenida. Para la señorita F. el acercamiento de aquellos hombres fue muy importante y, asimismo, ese fue un momento de intercambio para ella, por decirlo de algún modo, la obligación contundente para despojarse del Shayla, es decir, de la ignorancia y apoderarse de la actitud para ostentar autoridad y juicio justo. Así fue, como después de una corta ausencia apareció en el balcón del Palacio con un ligero sweater y un impecable vestido que daba bajo sus rodillas. Esperaba que esa nueva apariencia imposible de evitar la distanciara de la crítica humana y el castigo divino que surge tras mezclarse siendo mujer con la política y la religión.

No obstante, para su mala suerte, no pudo impedir la primera (pues como es de esperarse, el pueblo nunca está para complacer, no sabe de límites y siempre rechaza, aun cuando no debe e incluso cuando ve que las reglas se obedecen), pues su apariencia insinuante levantó en mayor cantidad gritos de ira y odios desesperados con los que según ellos Allah estaría de acuerdo en el cielo. Entre estas ondas desordenadas, igualmente aprovecharon para colarse; el brillo de las cámaras fotográficas de los periódicos y las videocámaras de los canales públicos.

El señor Demirel percatándose de que la señorita se veía nerviosa le habló con diplomacia entre ese bullicio luminoso que cegaba tanto los oídos como los ojos en toda la plaza:

— ¡Ves cómo ha sido posible! ¡El destino ha estado muy despierto en este asunto y ha sabido elegir muy bien, ahora solo esperaré a verte trabajando en el futuro! ¡Creo que me vas a asombrar pues sé que hay algo más allá de lo que se ve, brotará un rayo muy sorprendente de tu corazón, lo presiento! — el presidente, en un tono bajo y afectuoso no se equivocaba.

— ¡Muchas gracias, señor Presidente — respondió juntando sus piernas, sintió vergüenza de su baja desnudez, porque si bien ya había usado ropa corta en países europeos nunca se atrevió en Turquía, por razones mayores, el Islam, “la envidia hacia la mujer”, los castigos del Dios árabe — una idea ha rondado en mi cabeza desde que era niña, pero no la diré ahora! — su voz fue la de una mujer que comienza a prepararse para luchar.

— ¡Cuente conmigo para lo que necesite Señora Ministra! — tomó su mano la levantó ante el público, esto provocó en la multitud un nuevo alboroto compuesto por comentarios positivos y negativos.

Algunas almas vieron en aquella acción un paso a la libertad y otros individuos corrientes un acercamiento con el cadáver de la inmoralidad y la relación sexual semejante a la ocasión en que el profeta Jesús tocara a la prostituta para perdonarla después de provocarle lágrimas. Claro, en este caso era mucho más enredado el asunto (según el pensar colectivo), pues qué perdón iba a ofrecer el señor Demirel a aquella mujer, sino la obtención de un provecho. En cuanto al presidente veía en Asuman un ser humano más capaz que muchos hombres, su rostro abundante de juventud reflejaba virtud indescriptible.

La hermosa ministra quedó perpleja ante el bullicio y un tanto ofendida por ciertos gritos de sus contrarios que la deshonraron y otros que atrajeron el tema del degollamiento.

— ¡No debió hacer eso señor — dijo con seriedad cuando por fin le soltó la mano — usted sabe, para los hombres todo es muy fácil, pero las mujeres somos de lejos seres humanos excelentes o puros!

El señor Demirel sonrió con gentileza antes de decir:

— ¡No te preocupes! ¡Pronto aprenderás que no se puede agradarle a todo el mundo! — él también había sido perseguido.

A la señorita F. le pareció que el presidente no había tomado su situación en serio, pero después de calmarse, recapacitó en su equivocación y entendió que de verdad no era fácil agradarle a todo el mundo y también que siempre había una primera vez incluso para ser odiada por gente desconocida.

Entonces se desabrochó su saco y mostró un poco más de su persona, aquella parte que suele provocar calor, por supuesto sin exponer sus senos ya que esa no era su idea y porque su ropa la protegía bien. No actuó por lujuria ni vanidad, sino para superar su miedo interior. El pulso se le escapó del pecho, al atraer sin querer el rostro de su madre y, sin embargo, ya no tendría la cobardía para volver a caer en el Hiyab o el Shayla. Desde niña la solución a los problemas que ahora podría manejar le parecieron simples; ceder un poco, dar un paso atrás para que otros coloquen apenas sus pies, calmar con medicinas ciertas fiebres y con educación las cóleras. Ese consuelo le recorrió el cuerpo y, sus piernas descubiertas que todavía temblaban al ser observadas por hombres que de no ser por la ley y su nuevo cargo la habrían aporreado se sintieron firmes.

— ¡Señor presidente — dijo mirándolo con disimulo — no soy vanidosa, es que los tiempos femeninos antiguos también están mostrando su fin!

— ¡No hace falta que me lo digas, sé que lo haces porque otros entren en razón! — el presidente no la miró.

— ¡No! ¡Lo he hecho por impulso, por un deseo de ser libre, con esa idéntica libertad que lo es toda mujer, de esa forma en que lo son las mujeres extranjeras! ¡Discúlpeme usted, he querido cubrirme en el instante, pero he supuesto que aquellos hombres que no dejan de gritar ahora me habrían reconocido como persona temerosa y eso habría sido peor para mí!

* * *

Tras finalizar la celebración la policía corrió a la muchedumbre que se había aglutinado a puertas del edificio. Dos hombres que resultaron heridos fueron llevados en una ambulancia hacia el hospital. El señor Demirel reprendió a todo el personal policial por los disparos y los heridos a través de un micrófono y mandó que los uniformados permanecieran desarmados en posición de firmes en el centro de la plaza durante dos horas rodeados por un destacamento del ejército. De próximo, la ministra tuvo una fugaz reunión con sus compañeros del partido en la que dialogaron de diversos temas, pero en especial se enfatizó en no perder el tiempo, tener confianza y poner empeño en lo importante, por último, el presidente dio una gran felicitación que fue muy bien correspondida por todos.

La señorita Asuman F. salió del Palacio resguardada, el viento soplaba las calles despejadas al igual que solía hacerlo la violencia. En su avance se inquirió, acerca de si de verdad era tan fácil partir de la nada esa pregunta le pareció extraña y apurada. El grupo de seguridad la acompañó hasta la entrada de su casa. Esperó estacionada en la calle y cuando se vio sola cambió de dirección, tomó a la derecha y desapareció entre los faros, ansiosa de reposar en los brazos de su mujer amada. Esa noche fue la primera vez en que la ministra se juntó al cuerpo de Gizem para hacer el amor y se aferró a ella con la fuerza de quien no tiene a donde ir. Por otro lado, como una buena mujer abrió su caparazón y le describió sus secretos y sentimentalismos, sin miedo a que fueran a delatarse y muy agradecida de por fin tener en quien reposar de sí aquello que no se ve.

* * *

Ese después político, transformó el antes de su vida cotidiana en un periodo extenso hablando de obstáculos y corto con referencia a tiempo y opciones. Pero, la ministra había insistido en ser una mujer razonable en situaciones molestas y en extremo apacible. Además, el amor presente en su vida le ayudaba a diario a sobrellevar de manera excepcional cada escombro incierto y cada comentario desgastado que llegaba a sus oídos. Sin duda que para una persona que sabe la forma de proceder en una cuestión y se ve alentada por su ser amado, no cuentan como centros ni afueras peligrosas los colores pálidos que rondan en el aire o los aromas que se desprenden de los estilos turcos escasos de honestidad y misericordia.