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5

Chloé

No tenía muchas opciones.

En algún momento había decidido irme, pero el me lo había impedido y yo, la verdad incluso lo podía agradecer, tenía miedo.

Estaba en un lugar que no sabía cuál era. Con un hombre que mal que bien me había salvado. Sabía que tenía una amiga, y hasta ahora no había intentado nada conmigo, o sea, que podía confiar algo, en que no me hiciera nada. Solo espero que no esté dando tiempo para que me lleve alguna mafia de la prostitución, pero es que no sabía cómo salir de aquí y tenía miedo.

Trataría de ver si puedo conseguir que llame a mi amiga, yo no tenía móvil. Solo ella y era de las dos pero no lo usaba.¿Para que lo usaría?

Empecé a rezar bajito, esperando que dios, que nunca me había abandonado, ni siquiera cuando era pequeña y me habían dejado en manos de las monjas, también me ayudara hoy y si me había puesto en manos de este hombre, no deje que me haga nada malo.

Era muy guapo. Sus ojos verdes me intrigaban, parecían tan tristes que me daba deseos de hacerlo feliz.

Cuando se sacó la ropa, no puedo negar que me dió nervios y me alejé de aquel acto, pero inevitablemente lo espíe a través de alguno de los espejos que había por el suelo de aquel peculiar sitio.

Ahora, se había metido a su cama, bajo unas sábanas grises que lo acariciaban y se estaban ensuciando de su sangre. Estaba herido.

Cuando me dí cuenta de que no pensaba ducharse, cosa que agradecía porque el baño estaba justo delante de mis ojos, no pude evitar querer ayudarlo.

Ví a lo lejos un botiquín. Caminé con cuidado de no molestarlo hasta allí y lo tomé con cuidado.

Tal vez sí lo curaba, me dejaría hablar con mi amiga desde algún teléfono suyo.

Evitando hacer ruido, me acerqué a la negra mesita de noche y coloqué el botiquín. Antes de abrirlo me senté a su lado, para informarle lo que haría, no quería incomodarlo, pero fue imposible.

Me tomó de las muñecas y me elevó por el aire, cruzando mi cuerpo por encima del suyo, dejándome bajo todo el, que me miraba furioso y respiraba hondo y acelerado, parecía un toro.

— No te metas en mi cama si no es para follarme.¿Quiere que te folle?

Su boca... Oh dios, esa boca. Me quedaba demasiado cerca y me hacía sentir cosas, que nunca había sentido.

Temblaba bajo su cuerpo y el miraba como mis labios estaban entreabiertos del susto y la falta de aire que me daba tenerlo encima.

— No por favor — imploré asustada — solo quería curarte. Nada más.

Suspiró profundamente y con mis muñecas aún entre sus puños, nos sentó nuevamente y me dejó encima de sus muslos. No sabía que hacer. Me quedé estática.

Sus manos soltaron las mías y se detuvieron en mi cintura.

— No deberías tener miedo de mí, no te haría nada nunca, pero tampoco me tengas piedad, no la merezco.

El se recostó sobre el respaldo de su cama y cuando fuí a bajarme de encima suyo, me detuvo...

— Quédate ahí. Querías curarme, pues adelante, pero no te muevas de ahí...

No supe cómo lo conseguí, pero bajo su atenta mirada y sobre sus piernas, conseguí curarlo.

Ninguno de los dos habló pero ambos, nos mirábamos intensamente.

Ver su lengua dentro de su boca, mientras le limpiaba, era hipnotizante. Nunca había estado tan cerca de un hombre como ahora y sentía sensaciones nuevas y poco soportables en mi cuerpo. Estaba muy acalorada y me costaba mantener la respiración calmada.

Jamás había besado a un hombre, nunca había siquiera planteado la posibilidad de hacerlo y aquel furioso ser, me despertaba cosas que no sé, como ni porqué sentía.

El era pecaminoso y yo estaba a punto de rogar porque me dejara pecar.

— Ya está hecho, espero que no te haya lastimado — dije temerosa.

Se acercó a mí, me tomó de la cintura y subió sus manos por mi espalda haciendome temblar y cerrar los ojos.

— ¡Ábrelos! — ordenó y tuve que hacerlo— la próxima vez,  has más fuerza que no voy a romperme entre tus frágiles dedos.

Asentí y el observó mis labios, yo los suyos y me sentía ahogada en un mar de vapor corporal que no sabía de dónde venía.

— Tu amiga se llama Sofie, está con mi amigo, me pasaron un mensaje que mañana vendrán a buscarte aquí y no tienes que tener miedo, no voy a hacerte nada. Acuéstate a mi lado, duerme y déjame descansar que mañana trabajo. Puedes confiar en mí.

— ¿Seguro? — pregunté, sintiendo como me daba la vuelta, me acostaba a su lado y me tapaba con la misma sábana con que se tapó él.

— Siempre...

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