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Esposa de reemplazo: ¡Vengaré a mi hermana!

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Daly3210
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Sinopsis

Aceptar la propuesta de un matrimonio cimentado únicamente en la pasión era una pésima idea, Adriana Miller lo sabía, pero luego de que su jefe, el mismísimo magnate ruso, Oliver Volkov le dijera que no podía dejar de pensar en sus curvas, ella perdió la cabeza. Literalmente llevaba tiempo enamorada de Volkov.  Lamentablemente, su esposo no sentía lo mismo, y tarde descubrió que la idea del matrimonio era una simple excusa para evitar casarse con la hija de la mejor amiga de su madre, la insufrible Anastasia Sidorov. Al parecer, la aversión que sentía Oliver por dicha mujer era tan fuerte que sería capaz de hacer hasta lo imposible por evitar cumplir un acuerdo entre familias, que lo ataba a unir su vida a Anastasia antes de los treinta. Su madre, la viuda Irina Volkov, no estaba nada contenta con el hecho de que hubiese faltado a la palabra de su padre, el difunto Arsenio Volkov.  Así que Irina y Anastasia se unen con la única finalidad de hacer de la vida de la dulce y tierna Adriana un infierno. Su propio esposo parecía incluso estar de acuerdo con esto, porque contribuía a su desdicha, cargándola de infidelidades y desprecios. Cuando Adriana descubre que está siendo envenenada, huye de casa para encontrarse con su hermana gemela, Adhara, quien acaba de regresar al país, luego de varios años estudiando en Londres. Lamentablemente, este reencuentro dura demasiado poco, porque en medio del proceso en el que Adriana le cuenta todo sobre el infierno que vive al lado de su esposo, cae desmayada. Pero, sin embargo, Adriana no vuelve a abrir los ojos.  En medio del duelo y el dolor que la pérdida de su hermana gemela representa, Adhara jura venganza, convencida de que Oliver Volkov debe pagar por su muerte. 

ProhibidoVenganza Triángulo amorosomultimillonarioDominantePosesivoAmor-OdioCeloso

Capítulo 001

El sonido de la marcha nupcial, acompañado de los pétalos de rosas que le lanzaban al pasar, hicieron de aquellos minutos los más felices en la vida de Adriana Miller.

Lamentablemente, el sueño duró demasiado poco, ya que luego de dar el tan anhelado “sí” en el altar, el príncipe se convirtió en ogro y su nueva familia se transformó en los demonios de su infierno personal.

—Lindo vestido —se acercó su suegra a darle la felicitación o eso era lo que, ilusamente, Adriana pensó—. Sería una lástima que se ensucie de vino—y así, sin más, vertió el líquido rojo en la delicada tela de su vestido de novia, mientras ella en compañía de Anastasia Sidorov se carcajeaban de risa.

Adriana jadeó, horrorizada. No podía creer que acabaran de arruinar su vestido en un día tan especial como ese.

Pero su suegra, no conforme con esto, agrego macabramente:

—Mi hijo se casó contigo por un berrinche —aseguró—. Pronto recapacitará y te pedirá el divorcio. Mientras tanto, mira a Anastasia—la señaló orgullosamente. Adriana no pudo evitar empuñar las manos a su costado, consciente de que era una mujer muy hermosa—, ella sí es digna de llevar nuestro apellido. Así que te lo garantizo, Anastasia será la siguiente señora Volkov, la única gran señora.

Dicho esto, ambas mujeres desaparecieron de la escena, regocijándose en su desdicha.

Adriana se limpió las lágrimas disimuladamente y caminó hacia el baño con la intención de hacer menos evidente aquella mácula.

El resto de la recepción transcurrió entre saludos vacíos y felicitaciones fingidas. Era de conocimiento público que la familia Volkov y Sidorov eran muy unidas, así que se esperaba que el heredero de los Volkov se casará con la bella y despampanante modelo Anastasia Sidorov, no con una don nadie, como Adriana Miller.

—¿Me amas?—ilusamente le había preguntado a Oliver cuando le hizo la propuesta de matrimonio.

—No te amo —contestó sin más—. Pero necesito deshacerme de un problema y tú pareces la indicada para ayudarme en esto. Además, si no eres tú, será cualquiera otra, ¿estás dispuesta a dejar perder la oportunidad?

Llevaban un par de meses acostándose y la verdad era que Adriana estaba demasiado embobada con su jefe como para perder la oportunidad de enamorarlo, porque eso fue lo que le gritó su insulso corazón, que podía llegar a transformarlo en el príncipe de sus sueños. Pero no, tarde se dio cuenta de que Volkov siempre fue el villano de su historia.

—¡¿Dónde estabas?! —rugió en una madrugada cuando lo vio llegar.

Él se desajustó la corbata con parsimonia y luego con todo el descaro del mundo la volteo a mirar:

—¿Estás segura de que quieres que te conteste?

Un rastro de labial rojo se mostraba insistente en la esquina de su camisa y Adriana odio esa visión, odio saber que desde que se casó, no había tenido reparo alguno en serle infiel.

Según le contaban sus fuentes, su reemplazo en la empresa estaba siendo la nueva amante de su esposo. Al parecer, le gustaban las secretarias, porque las buscaba cada vez más bonitas y despampanantes.

Los meses fueron transcurriendo de esa forma, entre peleas e insultos, entre noches solitarias.

Hasta que un día, Adriana lo escuchó discutir con la señora Irina, su suegra.

—Ya debes detener esto —le reclamaba ella. Su voz cargada de reprimenda—. Sabes perfectamente que esa estúpida no tiene nada que hacer en esta casa, no pertenece a nuestro estrato social y ni siquiera sabe comportarse delante de nuestros socios. Es una vergüenza —aseguró asqueada—. La indicada para estar a tu lado es Anastasia, siempre ha sido ella. Crecieron juntos, se conocen mejor que nadie, ¿por qué te muestras tan renuente?

—¿Y tu querida Anastasia acaso ya te contó lo que me hizo? —su tono dejaba entrever una profunda ira.

—Eran jóvenes, Oliver —explicó Irina, como si eso justificara cualquier cosa—. Ella estaba confundida y se equivocó, pero ya está. Déjalo pasar.

—Dile que venga a mí y me lo pida de rodilla, así tal vez lo considere —se burló, dejando a su madre con la palabra en la boca.

Días después, Adriana escuchó sobre la inesperada visita de Anastasia Sidorov y se aproximó al despacho de su esposo para escuchar lo que hablaban. Sin embargo, lejos de una conversación acalorada, escuchó gemidos provenientes de esas cuatro paredes.

El corazón de Adriana se detuvo, mientras en medio de jadeos Anastasia le exigía a Oliver que se deshiciera de ella.

—No puedo divorciarme, así como así —decía Oliver con la voz agitada, mientras el sonido del choque de carne contra carne se intensificaba—. Tengo un plan, pero puede tomar más tiempo —su voz sonó triunfal.

Y entonces, Anastasia soltó unas carcajadas, que hizo que en la mente de Adriana todo encajara: sus recientes mareos, la debilidad que venía sintiendo en todo el cuerpo, todo tuvo una explicación en ese justo momento, estaba siendo envenenada.

—Eres cruel, Oliver —lo halago entre jadeos—. Pero me gusta que estés dispuesto a todo con tal de eliminar esa mancha.