Librería
Español
Capítulos
Ajuste

Capítulo 2 - Hurtando un Corazón

Lion suspiró largo y profundo cuando cerró la puerta de su destartalado departamento y el sistema de depuración del aire se encendió automáticamente en el techo encima de él.

No era el más sofisticado, mucho menos el más exorbitante o suntuoso, ciertamente había visto épocas mejores. Si antes era de un color rojo fuego o verde esmeralda, no podría adivinarlo, aunque por la respuesta dependiera que no le cortaran los pulgares con un cuchillo de mantequilla sin filo. Y eso dejando aparte el insoportable sonido chirriante que el ventilador hacía en cada forzoso giro.

Tal vez el filtro estaba tapado, quizás los cables fueron masticados por las ratas o podría ser que el vecino intentara robarle de nuevo las baterías. La última vez que se lo propuso, acabó con los nudillos cortados y la uña del pulgar desprendida, pero el imbécil no parecía querer desistir.

¿A quién le interesaba? Lo menos que le provocaba era llegar al lugar en donde se suponía debía dormir, descansar y hacer lo mismo que realizaba en La Hoguera por diez horas ininterrumpidas, todos los putos días. Tampoco era que estaba anticipando salir al Distrito Legal para otra ronda de asaltos a la desprevenida clase favorecida, pero tenía… Debía hacerlo.

El hecho de que parte de su humanidad sangrara fuera de su cuerpo en cada ocasión era completamente irrelevante para él.

No podía depender constantemente de Sam, el pobre ya tenía suficientes problemas como para que también sumara sus quejas, inseguridades, sus demonios y secretos más oscuros a la mezcla.

Por eso prefería mantenerse en silencio, encerrar bajo llave los discursos que estaban en el extremo de su lengua cuando su amigo se ponía a enumerar las supuestas ventajas que trabajar para una institución gubernamental les ofrecía. Era una jodida mierda, él lo sabía, pero finalizaba atrapado en un callejón sin salida al tratar de explicárselo a Sam.

«Que siga viviendo en su alucinación», se decía. No obstante, no estaba en sus planes apartarlo, desampararlo a su suerte. El obstinado y enorme hombre era como un hermano para él, la única familia que le quedaba, lo destrozaría dejarlo atrás.

Eludía pensar que el Lion de quince años estaría horrorizado si hubiera tenido una pista del futuro que le depararía. Cometiendo delitos cuya pena sería la expulsión de La Estrella o, si su suerte era aún peor, enviado directo por el extenso pasillo hacia la inyección fatal.

Es decir, ¿quién daría una mierda por él? Un mísero infeliz, alquilando un piso a punto de desmoronarse, esclavizado en un empleo con paga insuficiente y marginado por la clase alta y privilegiada. Sabía que Sam probablemente la pasaría muy mal si algo llegara a pasarle, pero… ¿Quién más lloraría por su ausencia?

Entonces, unas zarpas juguetonas empezaron a raspar sus piernas por encima del pantalón, siendo oportuno al frenar el hilo descarrilado de sus pensamientos. Jadeos y gemidos de felicidad salían del corto hocico, una cola peluda y rizada se movía de un lado a otro, exigiendo el saludo que aún no había recibido.

—Hey, Bobby — acarició los rulos en el tope de su cabeza castaña, sonriendo ante esos ojos saltones que lo miraban con admiración y alegría —. Lo siento, llegué un poco tarde.

El pequeño Caniche le devolvió un ladrido entusiasta, barriendo en el olvido cualquier falla que pudo haber cometido. «Ojalá los humanos pudiesen perdonar con la misma facilidad», pensó con malestar. El mundo sería tan, pero tan distinto.

Se enamoró de Bobby apenas lo vio: acurrucado, sucio y tembloroso por haber estado solo durante Dios sabe cuánto tiempo a la intemperie sin nadie para cuidarlo. Lion escuchó sus quejidos proviniendo debajo de uno los asientos en el parque en donde lo habían abandonado, en nada más que una caja vieja, rota y desgastada.

Consideró irse sin más, ya tenía demasiadas deudas por sí solo, no podía permitirse el lujo de amparar también a una mascota. Pero el diminuto animal se lo hizo imposible, con sus encantos y esa nariz húmeda, lamiendo su palma cuando la tuvo al alcance, cautivó su corazón. Dejarlo allí ya no era una elección.

—¿Te han alimentado ya?

Cuestionó, dirigiéndose al gabinete en donde siempre almacenaba sus galletas favoritas. Lion tenía un trato con la señora Davies, su casera, para que se ocupara de las necesidades de su perro mientras él y Sam estaban cumpliendo con sus turnos en la planta.

No le costó mucho convencerla, pero sí que estuvo al pendiente de que ninguna de sus cosas desapareciera “misteriosamente”. No creía que la inofensiva anciana fuese capaz de algo así, pero en los barrios bajos, nunca se terminaba de conocer realmente a una persona. Lo más seguro es que ella no tuviera la menor sospecha de lo que se veía obligado a hacer para conservar lleno el tanque de aire purificado de su MCA.

Satisfecho cuando encontró que los dos contenedores del tazón de Bobby estaban repletos, se apresuró a tomar una ducha rápida. Su piel se erizó cuando el agua fría lo empapó, siseando por la incómoda sensación, pero el calentador se había averiado hace tres noches y ninguno contaba con los créditos para adquirir las piezas que se necesitaban para repararlo. Sí, era un basurero.

Aunque, viendo el margen positivo de las cosas, al menos estaría fresco para enfrentar los rayos calcinantes del sol y contrarrestar al asqueroso calor. Verle la sonrisa al gato negro, ¿no?

Cerró el grifo y se secó con una toalla, regresando a su dormitorio para vestirse veloz con un deshilachado pantalón negro, unas botas curtidas, una sencilla camiseta blanca sin mangas que exponía los tatuajes cubriendo los músculos de sus brazos, sus omoplatos, las pequeñas alas curvadas entre sus clavículas y su favorito: el dragón tribal en el costado izquierdo de su cuello.

En su mochila estaban depositados el resto de sus elementos: la sudadera con capucha, el tapabocas, los guantes y, en la improvisada caja fuerte (un escondite dentro del clóset), un arma y una navaja oxidada. Ambas cortesía de Marshall Miller: el líder de la banda.

Lion superaba al chico por cuatro años, al igual que por unos buenos ocho centímetros de estatura y generosa masa corporal, pero admitía únicamente a sí mismo el terror que le tenía al bastardo despiadado y malicioso.

En repetidas oportunidades lo descubrió riéndose a carcajadas mientras presenciaba cómo golpeaban hasta la inconsciencia a algún desafortunado, ordenando que lo patearan un poco más hasta escuchar el crujido de costillas fracturándose y la sangre formara charcos en el suelo. Existían rumores de que Marshall disfrutaba el sadomasoquismo y se excitaba torturando a prostitutas, pero nada fue verificado, ni siquiera por la policía.

Un extranjero llegaría a la conclusión de que Marshall era el producto resultante de sobrevivir en las sombras macabras y siniestras de la sociedad, pero Lion tenía la teoría de que el cabrón nació con el alma podrida y una sed insaciable de sangre. Procuró obedecer con la cabeza gacha y nunca rebatir con él, fue por eso que sus rodillas temblaban entretanto se acercaba al callejón en el que usualmente se reunían.

Tenía media hora de retraso, cuya culpa recaía en los hombros de uno de sus colegas en La Hoguera, que prácticamente le suplicó que lo ayudara a reparar una de las válvulas. Fue premiado con un par de créditos extra, la dicha opacada con el pánico a las represalias que podrían estarlo esperando a manos de su segundo jefe.

Respiraba con dificultad, lo cual era terrible porque consumía el triple del oxígeno acumulado en su mascarilla, pero no tenía otra alternativa. Cuando cruzó la esquina, se detuvo en seco y tragó grueso, deseando que el nudo obstruyendo su garganta desapareciera por arte de magia. Sin embargo, la mirada colérica en el rostro joven pero calculador de Marshall disipó los gramos de coraje que pudo haber almacenado en su marcha, aunque se cercioró de no exteriorizar sus emociones. El maldito podía oler el miedo y aprovecharse de ello.

—¿Se puede saber en dónde carajos estabas? — fue su saludo de bienvenida, rugido entre dientes.

—Lo siento, Marshall — Lion respondió con un tono firme y confiado, aunque la gruesa gota de sudor gélido deslizándose por su nuca delató el pavor que se enroscó como una serpiente en su abdomen —. Intenté ser puntual, pero me necesitaban en la planta.

—¿Y te crees que eso me importa una mierda? — fue empujado hacia atrás y aunque el crío no tenía demasiada fuerza, Lion retrocedió —. Tú puedes resistir con lo que cobras en el jodido trabajo, L. Nosotros no y para que esto funcione, todos y cada uno de ustedes tiene que estar aquí cuando yo lo digo — un dedo apuñaló su pecho y él reprimió una mueca, así como las ganas de romperle la nariz de un puñetazo —. Aunque el puto cielo se esté cayendo, ¿me entiendes?

—Perfectamente — asintió con rigidez —. No volverá a suceder.

—Por supuesto que no lo hará — sonrió, carente de humor, pero repleto de perversidad —. No quisiera que algo malo te ocurriera — luego se dio la vuelta para encarar al resto de la cuadrilla, aplaudiendo para atraer la atención —. Bien, muchachos. Ya estamos, prepárense.

Lion se puso en cuclillas, contando mentalmente hasta diez, mientras le daba un lapso de calma a su corazón para ralentizar el ritmo acelerado de las palpitaciones. Obtuvo la delgada liga de su bolsillo trasero y anudó su cabello para que no le estorbara, tirando con firmeza de los mechones, evitando que ninguno se soltara.

Además, dedicó una pequeña oración, implorando a cualquier Dios que pudiera atenderlo para que la mañana no culminara en una catastrófica tragedia. Él no era lo que se podría decir un “amante de la religión”, pero como rezar nunca afectó a nadie, no estaba de más probar, ¿verdad?

❦________●________❧

—Ugh, eso es asqueroso.

Ciel acusó con un mohín, arrojando una de sus papas fritas a su amigo, quien fue astuto y logró inclinarse para atraparla con su boca antes de que cayera en la mesa y se convirtiera en un desperdicio.

—Oye, claro que no — Erick rodó los ojos con dramatismo, masticando ruidosamente —. Un beso negro puede ser muy satisfactorio, siempre y cuando se esté bien limpiecito y bajo el mando de alguien que sepa lo que está haciendo.

—Sé por experiencia lo placentero que puede ser un beso negro, muchas gracias — agregó engreído, levantando la barbilla —. A lo que me refería es que es asqueroso oírte hablando de ello. ¡Eres como mi hermano, joder! — haciendo ademán entre ellos —. Tus aventuras sexuales no son asunto mío, así que cállate.

—¿Pero a quién más se supone que le cuente? — con un puchero, fingiendo sollozar —. Es la primera vez que una chica se aventura a jugar con mi culo sin que yo me vea en la vergonzosa tarea de pedirlo y tú estás ahí siendo todo virginal al respecto — enjugó las falsas lágrimas —. Tanta crueldad, pollito. Y yo que creí que me amabas.

—Te amo, sí — asintió, mordiendo su abultado labio inferior para no reír —. Pero puedes alardear sobre tus conquistas sin llegar a ser tan… Explícito.

—¿Qué hay de divertido en eso? — Erick resopló —. En los detalles está el jugo, la sustancia.

—¿Así pretendes convencer a Garret para que sea la leche de tu batido? — finalmente se rió cuando Erick ronroneó de lujuria al imaginarse al alto y apuesto jugador de béisbol virtual del instituto —. Porque no creo que sea buena idea que seas tan franco con él. Podría noquearte al insinuar algo que no le agrade.

—Déjame decirte que no soy tonto, pollito — le indicó a Ciel que se arrimara para susurrar —. He visto cómo me mira, sé que está loco por mis huesitos.

—Bueno, entonces juega tus cartas y conquístalo — pellizcó la mejilla de Erick con simpatía —. Sabes bien que no eres el único deseando pasarle la lengua a los hoyuelos en sus mejillas.

—Grr — curvó los dedos como garras y el verde en sus irises se oscureció —. Lo lamería de arriba a abajo como a una jodida paleta — accedió en acuerdo y ambos rieron —. ¡Sexi como el pecado!

—¿De quién hablan? — la voz grave de Mason los sorprendió distraídos. En contraste con Erick, de piel clara, amplia complexión, cabello castaño oscuro y brillantes ojos verdes, Mason era mucho más delgado,

con una capacidad sobrenatural (en la humilde opinión de Ciel) para siempre lucir bronceado, mechones negros tan largos que alcanzan sus orejas e intensos ojos del mismo color. Eran el sol y la luna, tanto en apariencia como en personalidad, pero ambos ocupaban una porción permanente en el corazón de Ciel.

Ciel carraspeó y Erick parpadeó, con esa expresión inocente que engatusaba a muchos, pero que no hacía nada por sus amigos cercanos que reconocían sus trucos.

—De nadie — Ciel se encogió de hombros, sorbiendo la pajilla en su soda. No era su secreto para contar, así que se quedó mudo en su lugar. Aunque no contó con que Erick tendría otras intenciones.

—De Garret White y los hoyuelos provocativos en sus mejillas que me provoca chupar hasta dejarle cardenales — admitió sin decoro, provocando que Ciel se ahogara con la gaseosa, tosiendo y sorbiendo parte del líquido que se escabulló por sus fosas nasales.

—Demonios, Ciel — Mason le dio palmaditas en la espalda hasta que su malestar cesó —. ¿Estás bien? — consultó preocupado.

—Sí, pero no gracias a Erick — lo reprendió, tomando una servilleta para limpiar las lágrimas que, a diferencia de la anterior actuación de su amigo, las suyas fueron genuinas.

—Me declaro inocente — Erick alzó las manos al aire, imitando el acto de rendición —. Sólo estaba estableciendo un hecho, tú fuiste el que cometió el error de beber en ese preciso momento, pollito — lo sermoneó como un padre lo haría con su hijo al pillarlo devorando un bocadillo antes de la cena —. Debes tener más cuidado.

—Eres un pendejo — le mostró el dedo del medio, causando que sus compañeros se mofaran.

—Cambiando a un tema más importante — Mason intervino —. ¿Todavía quieres ir a conseguir una nueva cara para tu androide, Ciel?

—Por supuesto, no puedo seguir tolerando ver la que tiene — se estremeció, sobado la piel de gallina en sus brazos —. Me causa escalofríos, es perturbador.

—Papá me comentó sobre la apertura de un nuevo local no muy lejos de aquí — Mason revisó la hora en su pulsera digital —. Tengo que ir a entregar un informe a mi profesor de Inteligencia Artificial, pero pueden esperar por mí en la entrada.

—Bien, pero se breve — Ciel apuntó hacia Erick con un movimiento de su mandíbula —. No me dejes solo más de lo conveniente con él o se me contagiará su estupidez.

—Me duele tu indiferencia, pollito.

Riendo se levantaron, desechando los restos de su almuerzo y se dirigieron hacia el vestíbulo de la universidad. Cuando ya tenían sus MCAS fijas, Mason corrió hacia ellos a tropezones, nivelando un puñado de drives que seguramente estaban saturados de infinitos datos sobre sus adoradas clases. Sí, su idea de “entretenimiento” era estudiar.

«Ugh», pensó Ciel, fastidiado, apenas conteniéndose de girar los ojos. Él estaba lejos de ser un mal estudiante, pero tampoco tenía sus repisas colmadas de trofeos obtenidos en concursos de ciencia, física o matemática. Era meramente… Mediocre, y estaba conforme con serlo, estimó que tenía su porción justa de aprendizaje y diversión.

Su padre podría tener una opinión diferente, ilusionado con la fantasía de que en el futuro él ocupe su posición entre en Concejo Superior Democrático de La Estrella. Tristemente, su hijo presagió que sus objetivos quedarían como lo que fue desde el principio: un sueño.

Todavía no tenía claro qué era lo que deseaba ejercer después de graduarse, pero aún faltaban dos años para eso.

Supuso que podría permitirse ser paciente. Mason estaba en lo cierto, el local recién inaugurado de biotecnología, cibernética y robótica estaba literalmente a un par de cuadras. No era grande, pero tenía un excelente surtido de mercancía, por lo cual fue una ardua labor seleccionar entre las miles de opciones disponibles una cara para su sirviente mecánico.

—Hagamos algo — Erick empezó, obviamente frustrado por su amigo indeciso —. Cierra los ojos y la que sea que sostengas, es la que llevarás.

—No puedo hacer eso — Ciel gruñó, apartando el flequillo gris ceniza de su frente —. ¿Qué tal si elijo una que es incluso más perturbadora que la que ya tiene?

—Ciel tiene razón, Erick — Mason declaró solemne —. No es algo que se pueda escoger a la ligera. Él tiene que dormir con esa cosa en su habitación — frunció el ceño, imaginándose a sí mismo en semejante situación —. Le causará pesadillas.

—¿Lo ves? — Ciel se cruzó de brazos, negando con pesar —. Creo que estaremos aquí un interminable rato.

—Temo informarte que estás equivocado, pollito — Erick colocó una mano sobre su hombro y sonrió —. Porque yo tengo una cita caliente que no puedo desperdiciar, así que estás por tu cuenta.

—Eres un traidor y te odio — le dio un puntapié en la espinilla, regodeándose con su chillido de dolor —. Tú no me abandonarás, ¿verdad, Mason? — batió las pestañas, coqueto, esperanzado.

—Lo siento, Ciel. Mamá me amenazó con quitarme mis hologramas si llegaba tarde hoy también — luciendo miserable. Ciel lo comprendía, Mason se abalanzaría de la ventana del quinto piso si algo así pasara. Estaba obsesionado con esas jodidas cosas.

—Está bien — suspiró, resignado —. Váyanse, déjenme aquí solo, vulnerable a que cualquiera me arrebate mi inocencia.

—¿Tu inocencia no te la había arrebatado un tal David cuando tenías dieciocho?

Ciel quiso lanzarle uno de los prototipos en las bolas, o tal vez arrancarle la MCA para que convulsionara en el suelo al no poder respirar, pero Erick huyó antes de que pudiera alcanzarlo, llevándose a un histérico-por-la-risa Mason a rastras. Después de veinte minutos de estar de pie en el mismo sitio, recibiendo ojeadas desconfiadas del dueño cuando creía que no lo notaba y su vejiga avisándole que pronto debía ser vaciada, optó por recurrir al consejo de Erick. Él tenía un récord olímpico de circunstancias bochornosas que había sufrido gracias a seguir las “sugerencias” de su amigo, pero tal vez, quizás, podría ser que tuviera suerte y nada malo o humillante realmente pasara.

Rogando para que los otros clientes lo ignoraran y estuviera en un punto fuera del foco de las cámaras, en donde no se registrara su estupidez para la posteridad, cerró los ojos y, con una bocanada de osadía, extendió la mano. Sólo que… No fue metal frígido o plástico lo que palpó.

Sus dedos estrujaron, sobaron, exploraron. Se sentía como músculo, sólido y carnoso, incluso estaba caliente y juró percibir el latido de una vena. ¿Desde cuándo construían así a los androides? No podía recordar haber tocado alguno que se sintiera así en el pasado.

¿Publicaron modelos mejorados y él no se enteró? Eso carecía de sentido, su padre no lo dejaría ignorante al respecto. Hizo una nota mental para pedirle más informa...

—¿Sabes? Es de saber común no manosearse al menos hasta la tercera cita.

Decir que Ciel se asustó sería un eufemismo.

Un grito, que para su gran mortificación no sonó masculino en absoluto, escapó de sus labios. Retrocedió tan rápido que su espalda chocó contra uno de los estantes y, si no fuera por la ayuda que le ofreció el extraño (que aparentemente estaba manoseando) al rodear con los brazos su cintura y el asimiento mortal que todavía tenía en lo que pudo ver era un fornido bíceps cubierto de tatuajes, habría caído de culo y posiblemente creado un desastre a su paso. Por la gloria de las divinas deidades todo se mantuvo en las repisas. Su corazón bombeó con furor, sus párpados no podían estar más separados por el asombro y gracias al cielo que al menos no se orinó encima.

—¿Estás bien? — el hombre interrogó, todavía invadiendo su espacio personal.

—¿Quién demonios eres? — Ciel frunció el ceño, evaluando las duras y perfiladas facciones. Los ojos azules y brillantes como una vez lo fue el mar, el cabello rubio atado en una coleta, con hilos sueltos bañados por el sol que rozaban sus pestañas, el piercing en su nariz, dos más en la ceja izquierda. La luz de su MCA titilaba en rojo, advirtiendo que le faltaba poco para agotarse.

—Eso debería preguntar yo — respondió en voz baja, rasposa, con un tono que raspaba los bordes de la burla —. Allí estaba yo, deambulando tranquilo a través de los pasillos, hasta que paso frente a un chico que por alguna extraña razón tenía los ojos cerrados en la mitad de la tienda y acariciando mi brazo como si fuese un gatito.

—¡Yo no te estaba acariciando! — protestó, ofendido, deseando tener la habilidad de proyectar rayos gamma de sus pupilas.

—Lo estabas haciendo, totalmente — sonrió, presumido, exponiendo una hilera de dientes ligeramente disparejos, pero blancos como la nieve —. Quiero decir, lo entiendo, no te culpo. Puedo llegar a ser irresistible.

—Ni siquiera te estaba mirando — resopló, sorprendido y para su enorme consternación, algo deleitado también. Pero moriría antes de hacerlo evidente —. Y aclaro: tampoco te estaba manoseando, acariciando, ni nada remotamente similar a esos dos términos.

—¿Qué estabas haciendo entonces? — el desconocido presionó, con una actitud de “pura mierda” pintada en su semblante.

—Intentaba escoger una de esas caretas para mi androide.

—¿Con los ojos cerrados? — el cretino se bufó, riendo como si toda la cuestión fuera absurda.

—Bueno… Sí — admitió en un susurro, nervioso y con un rubor caliente las mejillas, tiñéndolas de carmesí —. ¿Eso a ti qué te importa, de todos modos? — contraatacó con un siseo, mordiendo su labio inferior —. ¿Y por qué tienes que estar tan cerca? — percatándose de la postura bastante comprometedora en la que todavía se encontraban, casi abrazados —. Ya puedes soltarme.

—¿Sabes? Un “gracias” sería agradable — sin embargo, se retiró, poniendo una distancia segura, prudente, entre ambos —. Pudiste haberte lastimado de no ser por mí.

—Al contrario, pude haberme lastimado GRACIAS a ti — Ciel rodó los ojos, tirando de su ropa como si mágicamente pudiera borrar las arrugas, que, por cierto: no tenía —. Así que, si eres tan amable de salir de mi camino, tomaré esto... — a ciegas, tanteó hasta que sostuvo uno de los prototipos y lo estrechó en su pecho, usándolo de escudo —. Iré a pagar y a largarme de aquí.

—Eh, ¿estás seguro de querer llevar esa? — el extraño parecía estar realizando esfuerzos colosales para no reírse —. Porque puedo recomendarte un centenar que por lejos serían una mejor compra, labios sensuales.

—¿Cómo me llamaste? — si Ciel tuviera unas tijeras o una daga en ese instante, se estaría valiendo de ella para extirparle la lengua. Lástima que no escuchó lo que el apuesto individuo le instruyó, furioso e irritado por ser tratado con tanto descaro —. ¿Quién demonios te crees que eres?

—Whoa, whoa. Relájate, vaquero — elevó las manos para simular ser derrotado, luego apuntó hacia la boca de Ciel con una sonrisa maliciosa —. Es un cumplido, tus labios de verdad son jodidamente sensuales.

—No te permito que me llames de esa forma, así que para, a menos que quieras que te dé una muy merecida patada en las bolas — Ciel rugió, impidiendo que el molesto sujeto pudiera contestar alguna otra idiotez —. Cállate, no quiero oírlo. Sólo apártate y déjame ir — suspiró, aliviado cuando fue obedecido, prolongando su fuga para agregar —. Por cierto, deberías rellenar el depósito de tu MCA. La luz ya está titilando en advertencia.

No tuvo idea si el irritante joven le dio alguna otra astuta réplica. Se dirigió desbocado al mostrador, alargó la muñeca cuando el cajero se lo indicó para pasar el escáner por su brazalete, descontando los créditos de su balance y se subió al primer taxi que estuvo a la vista, con la pantalla de “disponible” en luminosas letras verdes. Se rehusó a mirar por la ventanilla y comprobar si estaba siendo observado, aunque el vello erizado de su nuca fue como un “¡sí!”, gritado directamente en su oreja.

Confundido, enojado y con otra sensación inexplicable volando como mariposas en su estómago, omitió por completo echarle un vistazo a la careta que estaría sustituyendo la de su robot hasta muy entrada la noche, cuando ya tenía todo listo para irse a dormir.

Fue espantoso cuando lo descubrió: sentado en su plácida cama, tarde en la madrugada, casi destrozando la bolsa en su apuro por revelarla, la emoción pisoteada ante la atrocidad que estaba presenciando.

Era la cara de una anciana, con tantas arrugas que al experto que la diseñó debió costarle semanas en realizar. ¡Joder, si hasta tenía pelos en la nariz! Además de unas cuantas verrugas aquí y allá, una cicatriz en el pómulo derecho y lunares oscuros en las sienes.

No había posibilidad alguna que alguien en su sano juicio adquiriera algo así para sus ayudantes domésticos. Estaba destinada a ser parte de un circo o una maldita casa embrujada, interpretando el papel de una bruja maligna o una mierda así.

Ahora tendría que volver a la tienda, arriesgarse a tropezarse de nuevo con ese presuntuoso bocazas que se atrevió a llamarlo “labios sensuales”, de todas las cosas y conseguir una nueva faceta. Una que tuviera éxito en no provocarle pesadillas.

Genial. Simplemente perfecto.

Descarga la aplicación ahora para recibir recompensas
Escanea el código QR para descargar la aplicación Hinovel.