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El vividor de mujeres

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Flagranti Amore
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Sinopsis

Guapo, varonil, seductor, disfruta conquistando mujeres maduras, a las que seduce, las hace gozar y luego… ¡las chantajea! Ese es su estilo de vida, así ha sido siempre. De tras de él se esconden historias turbias, intensas, llenas de pasión y lujuria y estas salen a la luz cuando un día aparece muerto en su domicilio, su cadáver es descubierto por su novia. Los agentes comisionados para resolver el caso, se encuentran con el hecho de que también su mejor amigo y fotógrafo, ha sido asesinado y por la misma persona. Sospechosos tienen decenas, sobre todo por la libreta de nombres y direcciones de sus víctimas y de los maridos pudientes y poderosos de estas mujeres maduras que sucumbieron a los encantos del hábil seductor que supo llevarlas a una pasión que desconocían. El asunto se complica cuando la hija de una de ellas se declara culpable por el homicidio del vividor, los agentes saben que no pudo haber sido ella, ya que sólo confiesa un crimen y ellos se encuentran investigando dos homicidios. El tiempo está en su contra, si no descubren pronto al asesino, la muchacha irá a prisión y eso no pueden permitirlo, tienen que resolver el misterio y no cuentan con una sola pista. ¿Quién mato al vividor y a su fotógrafo? El móvil es claro, chantaje, aunque las cosas se van enredando y no cuentan con algo solido que los conduzca hacia el homicida. El caso da un vuelco inesperado cuando uno de los investigadores, siguiendo una corazonada, se encuentra con una pista que resulta vital para que la persona culpable de aquellos violentos crímenes sea descubierta y el asunto se resuelva. Descubre quién mató al vividor y a su fotógrafo, en esta historia llena de misterio y de pasión, de intrigas y mentiras que sólo conducen a un final inesperado.

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Capítulo uno

Lleno de seguridad y firmeza en sus movimientos, Gustavo Cervantes, conducía a su otoñal pareja hacia el interior de su departamento, ella se veía un poco nerviosa­, él, abrazándola por los hombros y dándole pequeños besos en el cuello, trataba de que si­guie­ra adelante.

—En este momento… no quisiera entrar Gustavo… mejor lo dejamos para otro día… La verdad es que, no sé qué puedas pensar de mí, no soy una mujer… —intentó decir ella indecisa y llena de temores internos.

—Pensaré que, no sólo eres una mujer hermosa y sensual, sino que además, eres segura de si misma y que sabe bien lo que quie­re —le respondió él al tiempo que seguía avanzando, sin dejar de abrazarla ni de besarle el cuello con suavidad y lleno de pasión, lo que le hacía más difícil el resistirse, a la mujer.

—N-no... es que yo… ya no sé sí…

Por fin entra­ron al departamento y Gustavo, la hizo sentarse en el confortable sillón de la sala, la cual esta­ba decorada con un excelente gus­to, lujo y distinción, lo que le daba un toque romántico y lleno de intimidad, que provocaban que ella se relajara un poco.

Cuando la vio sen­tada, sonrió y sin decirle nada, con esa seguridad que atraía, se dirigió a la pequeña can­tina del lugar, fue entonces cuando le dijo con su voz varonil y amable:

—Será me­jor que te sirva un trago para que te calmes un poco, relajate, estás en tu casa y te aseguro que te encuentras muy lejos de las miradas indiscretas de las personas.

—Lo intentaré… aunque, aun no sé cómo he dejado que me convencieras para llegar hasta aquí… yo nunca antes había hecho algo como esto… estar con un hombre, que no es mi marido, a solas… —dijo ella suspirando y recostando su espalda en el sillón.

Con los vasos en la mano él re­gresó al sofá y se instaló al lado de ella dándole su bebida.

Ambos bebie­ron un poco más de la mitad. Gustavo, se levan­tó dejando su vaso sobre la mesita de centro y caminó hasta el equipo de sonido, con movimientos rápidos y certeros, puso a funcionar los controles y una suave música invadió el lugar:

Regresó hasta la mesita de centro, tomó su vaso y bebió el resto de la bebida, ella, al verlo, también terminó de un trago lo que aún quedaba en su vaso.

Gustavo, volvió a llenar los va­sos, le devolvió el suyo a la mujer y sentó a su lado, bebieron sólo un poco, sin dejar de verse a los ojos, volvieron a dejar sus vasos en la mesita de centro, ninguno de los dos decía nada, ella esperando a que él tomara la iniciativa y él, dándole tiempo a que se relajara. Se iniciaba la segunda melodía, cuando él la le­vantó suavemente de la mano y la es­trechó contra su pecho al tiempo que con sus pies llevaba el ritmo de la música.

Ella se movió bai­lan­do junto con él, que co­menzaba a acari­ciarle la espalda de manera tie­rna, mientras que sus labios rozaban las orejitas de la mujer, lue­go le beso las mejillas de igual mane­ra, ella se estremecía ante aque­llas caricias que se hacían cada vez más intensas, los labios ya no sólo se rozaban, sino que ahora se chupe­teaban y se besaban.

Poco a poco, la madura mujer había comenzado a tranquilizarse, ya no se sentía nerviosa, ni mucho menos preocupada, aunque aun trataba de mantener esa imagen de mujer casta y pura a la que no era tan fácil seducir y convencer de cometer una infidelidad.

Era por eso que trataba de resistirse, aunque, no podía, aquello realmente le gusta­ba, las manos de él ya habían alcan­zado las ricas nalgas de ella, y al tiempo que se las apretaba, las jala­ba para pegar su carnoso pubis contra su cuerpo, en donde su virilidad es­taba excitada al máximo, la mujer sentía claramente aquel duro bulto de las entrepiernas de él.

Ella comenzó a corresponder a las cachondas caricias que recibía, me­sando y entrelazando el cabello de él con sus dedos, su boca buscó la del macho y su lengua se clavó en aquella cueva húmeda, en donde la otra len­gua se levantó y arremetió con la furia de la pa­sión, haciendo retroceder la del ma­cho hasta su propio refugio, para ahí juguetear y moverse por todo aquel espacio; las expertas manos del se­ductor no perdían el tiempo y sin dejar de acariciarla por todo su cuerpo, comen­zaron a desnudar a la otoñal mujer.

Cuando Gustavo, la vio en ropa interior, se sintió admirado y satisfecho, ella tenía cuarenta y cuatro años y su cuerpo aún lucía la piel lisa y firme de la cintura para aba­jo, sólo sus ricas chiches se veían un poco colgadas, aunque no les restaban belleza, así que los libero del brasier y comenzó a besarlas y a acariciarlas, con deseo y lujuria.

La encueró por completo y se separó un poco de ella para poder contemplarla a sus anchas, la mujer se mostraba apenada, tímida, no estaba acostumbrada a exhibirse de aquella manera tan plena y mucho menos ante un hombre que no era su marido.

Los ojos de Gustavo, la recorrían de pies a cabeza, como si acariciara ese maduro y bien formado cuerpo con la mirada, como si quisiera grabar su figura en su mente, lo que, por su experiencia, sabía que la mujer disfrutaría y la haría sentirse halagada y deseable, ella podía ver en aquellos ojos un brillo de lujuria y de agrado que le gustó.

La forma en que él la contemplaba la hacían sentirse satisfecha de su figura, se sentía admirada y deseada, unas sensaciones que ya tenía mucho tiempo que no experimentaba y que le gustaba disfrutar, por esa natural vanidad, saber que un hombre más joven que ella la deseaba, era algo que la complacía, por lo mismo se sentía más mujer, más femenina y cuando él, tomándola por la mano la hizo dar una vuelta sobre sus pies, su emoción creció más.

Gustavo, la detuvo, la abrazó y la besó en la boca con una pasión calculada, mientras sus manos recorrían la piel de la espalda y la cintura, besó su mejilla y bajó besando y chupeteando con deleite y suavidad, el delicado cuello, provocando que ella se estremeciera.

Con suavidad, aunque con firmeza, la hizo recostarse sobre la alfombra, sin dejar de besar y acariciar la suave y delicada piel de su cuerpo, sus labios ahora succionaban y besaban los hombros de la mujer que se estremecía a cada nuevo contacto.

A partir de ese momento, la boca del experto seductor, recorrió la tersa piel de ese ar­diente y otoñal cuerpo, que anhelaba disfrutar de la pasión con todas las fibras de su ser.

Con ella acostada sobre la alfombra, Gustavo, con lentitud recorrió toda aquella piel, marcando su ruta con los labios, subiendo por el lado derecho para después bajar por el lado izquierdo, al tiempo que sus manos se iban colando entre las abiertas, torneadas y deli­ciosas piernas de ella, que se estremecía de pasión y delirio, en espera del momento crucial, cuando de pronto él le dijo lleno de ansiedad pasional.

—¡Quiero que me lo mames! Anhelo sentir tu boca chupando mi reata.

Ella no respondió, simplemente se levantó de la alfombra y lo acostó a él, para que, con sus labios recorrer sus piernas peludas y sus huevotes, ja­lando con sus dientes los vellos pú­bicos y luego todo el cuerpo del endurecido garrote, lo chupó, lo mordió, lo mamó, hasta que finalmente lo engulló por completo, alojándolo en su garganta con experiencia y precisión, lo que provocó que él se sintiera en el paraíso de la lujuria.

Primero fue la brillosa cabeza, la que succionó con la punta de sus labios, lamiéndola después, como si quisiera sacarle brillo, y luego fue todo el tolete, el que desapareció en el interior de su boquita, suc­cionando con placer, su garganta fue dejando pasar el endurecido chile aspirándolo como si quisiera devorarlo por completo.

Mientras mamaba de aquella manera tan deliciosa y exquisita, sus nalgas se movían al aire como si estuviera haciendo el amor con alguien, se en­contraba excitada por completo.

Sentía que la pucha se le empapaba a niveles insoportables, lo que le provocaba un placer adicional, después de estar chupando el duro fierro provocando en el experimentado Gustavo, gemidos de lujuria, soltó su presa y se montó sobre el ensalivado y duro miembro.

Gustavo, pacientemente esperó a que ella hiciera lo que le viniera en gana, de sobra conocía a las mujeres otoñales, eran más ardientes que las jovencitas y no se andaban por las ramas cuando deseaban algo, sabían como obtenerlo y se lanzaban por su objetivo.

Con atención vio como ella se iba sentando, dejando que la pinga la penetrara poco a poco, con una lentitud desesperante, aunque al mismo tiempo de una forma deliciosa, hasta que al final, la mujer se la clavó toda de un firme sentón, para iniciar el vaivén del meter y sacar.

La ardiente mujer, liberada por completo y disfrutando de aquella rica ensartada, se inclinó so­bre el viril pecho, para besar a su macho en la boca, con una caricia succionadora, plena, absorbente, total, y él le correspondió con igual intensidad.

Mie­ntras la mujer, en la apoteosis de la pasión, con sus movimientos rota­torios de cintura y nalgas, lo ayudaba en su labor moviendo y agitando su trasero sobre el duro garrote, metiéndolo y sacándolo con un vaivén bello, exacto.

Con excitante claridad, ella sentía como se cla­vaba todo el tolete en su interior, llenando su vagina y complaciendo su ansiedad pasional, su deseo carnal, su necesidad de sentirse plena y total como mujer y se estremecía con todo aquello, no pudo contenerse y jadeando murmuro:

—¡Eres divino, mi amor…! Nunca me habían cogido así… ¡Ooohhh… qué rico…! Métemela toda… clavame en tu garrote, quiero sentirlo hasta los ovarios… así… así… llename por completo y haz que me sienta mujer como lo estoy disfrutando

Gustavo, con un ágil y hábil movimiento, se chispó de aquella estrecha y deliciosa pucha deshaciendo la posición amorosa en la que se encontraban, y antes de que ella pudiera protestar por lo inesperado de su acción.

Él, la empinó sobre la alfombra, colocándola de tal manera, que sus pechos quedaron en la alfombra, sus piernas abiertas y su cadera levantada, en espera de lo que su amante quisiera hacerle, estaba tan excitada que nada le importaba en ese momento.

Por unos segundos, Gustado, se engolosinó contemplando aquel rico culo que se abría ante él, como invitándolo a disfrutarlo de manera plena y total, y si las carnosas y bien formadas nalgas de la mujer lo habían cautivado, ese fruncido culo, lo enloquecía.

De rodillas, se co­locó detrás esas deliciosas nalgas, las sujetó con ambas manos, las abrió un poco más y de un firme y certero empujón le clavó toda la reata en la vagina.

Él inicio el movimiento perruno, empujando y reculando con toda su fuerza, mientras le sujetaba las carnosas y sabrosas nalgas, las cuales apretaba y sobaba, con pasión y delirio.

Mientras ella, rotaba el culo y jadeaba llena de lujuria, tenía la cabeza en la al­fombra, así que deslizo una de sus delicadas manos por entre sus ricos muslos y sobó un poco su papayón, agitándose el clítoris con intensidad, sintiendo incendiar más ese fuego que la calcinaba, luego la estiro más y se apodero de las col­gantes pelotas del macho que la mon­taba.

Por fin un jadeo profundo escapó de la boca de la mujer y Gustavo, supo que había llegado al orgasmo, así que embarró su diestra de saliva y la clavó entre las carnosas nalgas de ella embadurnando el fruncido ano, se lo sobó un poco y clavó su dedo medio.

La mujer gimió con mayor fuerza por lo inesperado y lo placentero de aquel ataque, sin dejar de mover sus caderas para ingresar y retraerse de la empapada vagina de ella, Gustavo, movía su dedo en círculos y de pronto lo sacó de aquel delicioso túnel.