Capítulo 5
* * *
—Él está aquí.
Son las :hrs hora local, la noche es muy linda y agradable, realmente no se adapta a mi estado de ánimo. Bueno, vayamos a los datos.
Edgar D. Houts;
años;
Pedófilo confeso;
Violador;
Ivo te debe;
Y morirá.
Todo lo demás es irrelevante: tu hermosa familia, tu posición en el partido republicano o tus pequeñas buenas acciones. Shem detiene el coche frente a un burdel barato disfrazado.
¿Ya has cambiado tu matrícula?
—Sí señor.--Me confirma y me acomodo el traje negro sobre los hombros. Agarro mi pistola de precisión FN Five-Seven. Esto atraviesa incluso la armadura más fuerte. Mi niña. Reviso el cartucho con las balas de plata pura, sincronizándolo con el reloj digital. Ah, la tecnología...y me quedo con el silenciador.
—Voy a entrar. Espérame aquí mismo. Sólo usaré una bala--le digo y meto mi mano derecha con la pistola dentro de mi traje.
Bajo la cabeza y saco cien dólares de mi bolsillo y se los doy al portero, entro lentamente y veo que aquí la cosa es mediocre. Sucio. Odio la suciedad. Hombres viejos y de mediana edad se besan con mujeres promiscuas y semidesnudas.
El olor a puros y bourbon llena la escena y me recuerda el peor momento de mi frágil vida. Ignoro los pensamientos y me dirijo a las habitaciones. Encuentro a mi objetivo, desnudo, en una habitación con una mujer mientras ella lo azota y grita obscenidades, esa mierda BDSM.
No cuento con hablar.
—Disculpe señora.
Borro a la mujer antes de que vea mi cara, mi pequeño y viejo corderito se da vuelta todo asustado y me mira a los ojos.
—Ah, qué desafortunada.
Sonrío cuando lo veo esposado. Sus ojos se abren de par en par cuando ve a su compañero tendido en el suelo fétido de la habitación y luego me mira con enojo.
—¿Quién eres y qué haces aquí, mocoso?
—¡Tcs, tcs, tcs! Ivo envió sus saludos.
¡Equitas Veritas!
Apunto el arma a su cabeza y disparo. La sangre corre por su cara gorda y de ojos abiertos y cae sobre la cama. Guardo el FN y camino alrededor del cuerpo de la chica vestida de negro, saliendo de la habitación y cerrando la puerta. Todo sigue igual. Miro al camarero que me está mirando y camino hacia él.
—Entonces, camarada...
Le muestro mi pistola discretamente. Sus ojos se abren y comienza a temblar. Leí tu nombre en tu credencial.
Derek, eres demasiado joven para que te disparen una bala en la cabeza de la nada. Si dices algo que pueda comprometerme, te buscaré y te encontraré donde sea que estés... ¿De acuerdo? —Él asiente frenéticamente y yo sonrío. Saco una nota de mi bolsillo y la dejo sobre el mostrador. --Espero no tener que verte otra vez...
Derek parpadea repetidamente y asiente, tomando el dinero. Salgo de allí y al pasar la entrada le digo al portero:
—No me hagas ir tras de ti, August...
Dentro de mi auto con Shem ya conduciendo. Me analiza en el espejo retrovisor. Me quito mi maldita peluca y se la tiro.
—Esta mierda pica.
—¿Una bala?
—Y un golpe en la culata de la pistola.--Confirmo encogiéndome de hombros y sonriendo, y tiro la peluca al asiento del copiloto. Saco las molestas lentillas azules y las pongo en el botecito, tirándolas allí también. --Quema esto.
Respiro profundamente y me rasco la nuca. Necesito una ducha urgentemente. Ese olor me afectó. Si pudiera matar estos recuerdos los mataría...
—Hogar. Necesito una ducha.
Gruño y él acelera. Llegamos y voy directo a la ducha. Me froto tanto que algunas partes se rayan, no importa, solo quiero que ese olor se vaya de mí.
Me pongo perfume tan pronto como termino de vestirme. Esta es una de mis casas alrededor del mundo. Es de dos plantas, sencilla y amplia. Voy a la cocina a preparar mi cena. Le di permiso a Shem para divertirse un poco, después de todo esto es Sin City...
—Ensalada y salsa de soja para cenar y gominolas de postre.
Hago todo y voy a comer al salón, enciendo la televisión y pongo una película. Soy un hombre que disfruta leyendo y viendo novelas románticas de época. Por supuesto que me gusta la acción, el drama, el terror, el misterio, el suspenso, etc., pero el romance fue un hábito que mi madre me hizo adquirir. Lo veíamos juntos siempre que era posible cuando mi amado padre no estaba en casa.
He leído y visto de todo, pero los clásicos siempre son los mejores. Los ingleses son los que más me gustan,
me recuerdan a mi madre.
Doña Denise estaba obsesionada con el romance, aunque su vida amorosa era un infierno...
Le puse una de las que más le gustó: Ema. Yo bebo mi jugo de uva. La película termina y de inmediato me pongo una muy sangrienta. Masacrando. Para sacarme esta nostalgia de encima. Barrer las imágenes de mi madre frente a mí, frías e inmóviles. Asesinado por un adicto borracho, también conocido como mi padre. Que me suicidé.
Lavo lo que ensucio y ordeno todo. Me siento en el balcón a contemplar las Vegas iluminadas. Soy un desgraciado. Perdí mi humanidad y mi lado bueno y culpo a mi padre por eso. Él me obligó.
—¿Existes?
Le pregunto a alguien allá arriba mientras miro el cielo estrellado de las Américas. Vox nihili...
Como una gominola verde, sólo me gustan las verdes, las que están en el tarro de cristal que tengo en la mano. Estoy solo en el mundo. Sólo tengo un perro desobediente.
¿Cómo podría manchar esto si no fuera yo quien lo usó? No bebo vino, señora Albuquerque.
Me defiendo de la falsa acusación de esta mujer, que me mira con recelo mientras sostiene una de sus blusas de seda blanca con algunas manchas de vino.
Su teoría es que yo, que acababa de sacar la ropa del cesto, fui quien manchó la blusa y como resultado ella insiste en descontarlo de mi dinero.
—Hum... a ustedes, las sirvientas, les encanta actuar con inteligencia, nos chupan el dinero con una tarifa diaria muy cara y también arruinan nuestra ropa.
Oh no, eso es demasiado. ¡Me llamó sirviente y sanguijuela! Os recuerdo quién manchó este traje.
—Si me lo permite señora, me gustaría recordarle la calurosa noche del sábado pasado, cuando usted fue a una fiesta y me pediste que la esperara a llegar. Esperé hasta las once de la noche, cuando llegaste tú y tu marido, borrachos y con una botella de Malbec y dos copas. Recuerdo muy bien como se acercó tu marido y tú llegaste hasta mí llenando tu copa con el resto del vino, en tu estado de súper relajación, la copa se te resbaló de la mano y gotas de vino aterrizaron en tu blusa de seda blanca, la misma que ahora sostienes, te ayudé y te llevé hasta la puerta de tu habitación y tu marido me pagó, luego me fui. ¿Recuerdas esto? Probablemente no...
Aclaro y la veo palidecer. ¡Ayuda a Dios! Nadie me va a llamar mentiroso ni sanguijuela, para nada.
La señora Lauriana levanta su delgada barbilla y me mira con indignación. Agarro fuertemente mi dedo meñique izquierdo con mi mano derecha.
—¡No me acuses! ¡Es muy posible que estés alterando los hechos para salirte con la tuya! Esta vez lo dejaré pasar, ¡pero la próxima vez no podrás escapar de mí!
¡Simplemente no hay que beber tanto!
—Y yo bebo todo lo que quiero, ¡eso no es asunto tuyo, muchacha!
