Capítulo 3
—Imagínese... Cuando no tienen visitas duermen en habitaciones separadas y cuando tienen visitas duermen en la misma habitación para mantener las apariencias.
Termino de hablar y miro a la cámara en el pasillo. Hay una cámara en cada habitación, tal vez por eso no me han despedido todavía, la señora Lara ve que no quiero a su marido idiota, solo quiero trabajar y cobrar mi dinero el viernes.
Es una mujer muy bella, chic y elegante, alta y rubia de brillantes ojos azules, es muy tranquila y me parece una mujer atrapada en un matrimonio de apariencias, aunque ya me he dado cuenta que ama a su marido y que cualquier migaja de atención que él le dé es satisfactoria.
—Pobre señora Lara, el amor no correspondido debe ser una tortura... Si yo fuera ella, tal vez empezaría a valorarlo y a ignorarlo, a despreciarlo aunque le pudiera doler darse cuenta de la mujer que tiene en casa.
Lo digo sabiendo que estás viendo este vídeo desde tu habitación. La vi una vez mirando a su marido a través de las cámaras. Ella realmente lo ama y él la desprecia como a un perro leproso.
Quizás ahora sigas mi consejo indirecto y tomes el control de tu vida, eres una mujer joven, de veintiocho años.
—Señor. O'Malley no merece todo el esfuerzo que su esposa le dedica, la psicología inversa funciona en estos casos... Trátalo con verdadera indiferencia y sabrá por qué.
Estoy hablando mientras guardo las camisetas en el armario, donde hay una minicámara escondida detrás del miniatura Minotauro, el luchador de la UFC.
Termino de guardar todo y le guiño un ojo a la cámara. Hago su cama, cuelgo su toalla en el tendedero del balcón, abro las ventanas para que circule el aire, voy al baño y seco el suelo y limpio el lavabo. En la cocina, primero ordeno los cajones de los armarios y limpio el elegante frigorífico de acero inoxidable, sacando y tirando cualquier alimento en mal estado.
Cuando son las : en punto voy al baño de empleados, me ducho, me pongo mis jeans gastados y mi blusa marrón grisácea y me dejo suelto mi cabello castaño y una maldita férula recta. Me pongo mis gastadas bailarinas negras y empiezo a guardar mis cosas en mi bolso maxi. Tiene todo dentro. Si no tengo cuidado, hasta la bota de Judas está aquí. Cuando paso por la mesa de la cocina mi sobre está ahí arriba, la señora Lara ya lo ha traído y ya se ha vuelto a esconder. Lo tomo y lo compruebo.
—Trescientos treinta reales... Hoy en día no se puede confiar en los jefes, hasta ellos te roban.
Pienso, guardando el dinero doblado en la cinturilla de mis pantalones. No estoy tan loco como para ponerlo en mi bolso. Voy a la salida trasera y encuentro a la Sra. Victoria llegando para preparar la cena de los O'Malley.
—Hola chica Daisy, nos conocimos hoy, ¿eh?
La señorita de unos cincuenta años dice con su voz ronca: La abrazo con cuidado, recientemente fue operada de la vesícula.
Hola Vic, ¿cómo estás? En realidad nos encontramos uno con el otro. ¿Aún sientes ese dolor molesto?
Pregunto haciendo una mueca, me alegro cuando él niega con la cabeza.
—¡De ninguna manera, niña! Me siento genial. Acabo de encontrarme con Martinha allí y ¡ni siquiera lo sabías!
Aquí vienen los chismes.
—¡No es chisme, es hacer comentarios!
—Hum...Entonces, ¿qué pasó?
Sólo pregunto por cortesía. La mujer se pasa las manos por el pelo, que ha sido teñido de un rubio ligeramente quemado. Observo tus labios haciendo movimientos divertidos.
—¡Ah, niña! Martinha fue al peluquero amigo de Mariana, ese tipo llamado Binho, y el tipo la dejó calva solo en el medio de la cabeza con una especie de crema selladora orgánica, ella usa un turbante.
Vaya, qué trágico. Ella habla con indignación cómica.
—¡Ayuda a Dios! ¿Y ahora?
Finjo interés.
—Y ahora le va a hacer un mes de hidratación gratis a lo que le queda de cabello.
Miro al cielo y veo que oscureció muy rápido. Tengo que coger el autobús antes de que llueva.
—Ella perdió y ganó. Bueno ya me voy, buenas noches y traspaso mis sentimientos a través del cabello de Martinha. Adiós.
Digo y salgo medio corriendo por el fraccionamiento. Abro mis brazos y camino sintiéndome libre, aunque mis piernas piden ayuda a Dios.
Paso por la puerta y me dirijo a la parada de autobús que está dos cuadras más adelante. Tan pronto como llego, mi autobús se detiene en la parada y corro para alcanzarlo. Subo, pago mi pasaje y me aprieto entre personas igualmente cansadas por otro duro día de trabajo. Me aferro a una de las barras de hierro y me balanceo hasta llegar a mi tope. Bajo con dificultad y respiro aire sin olor a sudor ni a detergente.
Camino hasta mi piso alquilado y saco la llave de mi bolso. Desbloqueo la puerta blanca que está ligeramente desconchada y la obligo a soltarse. Después de entrar, metí la llave en la puerta y puse otra silla. Y me permito respirar.
Mi pequeño bloque de ladrillos tiene un dormitorio/sala de estar y una cocina con un mini baño. Mi casa. Me quito los zapatos y los dejo sobre la alfombra roja de R$, tiro mi bolso en mi cama individual/sofá y empiezo a quitarme la ropa hasta quedarme sólo en ropa interior, aquí no hay ventanas. Camino hacia la cocina, abro mi pequeño y oxidado mini refrigerador rojo y saco una bandeja de pizza margarita congelada y la pongo en el microondas, agarro un cartón de jugo de uva dietético, era más barato que la soda.
Espero a que la pizza se caliente y me siento en la única silla que hay en mi mesa de fórmica blanca. Agradezco al poder superior por la comida y por llegar a casa sano y salvo de cualquier daño. Como con gusto pensando en cuántas personas no tienen un trozo de pan para matar el hambre. Termino y tiro la caja vacía y la bandeja de pizza a la basura.
Enciendo mi radio a pilas y la sintonizo en la emisora de música antigua, donde toca Mrs. Ray Charles, mi blues y jazz favoritos. Me acuesto en la cama para terminar de leer Jane Eyre, un libro adictivo. Dios, cómo me encanta Thornefield Hall.
—Cómo me gustaría saber qué piensa el señor Rochester...
Suspiro y voy al capítulo. Cuando me doy cuenta ya son las tres de la mañana y tengo que levantarme a las seis. Pasó muy rápido.
—Solo una siesta...
Jorge
Sentado en mi cómodo sillón, observo atentamente cómo mi querido segundo al mando, Shem, termina de programar una cita en mi ocupada agenda de entre semana para cosechar la vida de alguien impertinente.
—Señor. Fer Farx se ríe de su mediocridad, señor Valdez. Tiene cinco mil dólares en un bolsillo.
Shem dice sarcásticamente y sonríe. Esta es una verdad innegable. El crimen paga mucho y produce mucho. Desde que escapé de ese infierno para unirme a mi padrino y perfeccionarme en esta profesión, he ganado mucho más de lo que jamás soñé tener, poseer. Como él decía: " Audaces fortuna juvat". Sí, ella me sonrió.
